Juan consigue trabajo en la parcela de Julio, y su bienvenida incluye un trío con el Padre Alberto.
Una diligencia ha
llevado al Padre Alberto muy temprano, la mañana de ese jueves, hacia
Artesanos, donde había celebrado un matrimonio hace dos fines de semana. Al
terminar, pasa por la casa de Juan, quien sale vestido con un polo de
camuflaje, recuerdo de su paso por el servicio militar, una pantaloneta
deportiva y zapatillas. el sacerdote no puede evitar solazarse con la esbeltez marcial
del muchacho quien, además, lleva una mochila al hombro. Le abre la puerta de
la camioneta y lo invita a subir.
“¿Listo, Juan?”
“Recontra listo,
Padre”.
El vehículo
emprende la marcha.
“Gracias por
llevarme”, se adelanta el muchacho.
“Cuando quieras”,
sonríe el cura posando su mano en el paquete aún blandito del ex soldado.
Tras veinte
minutos de viaje, la camioneta de la parroquia llega hasta la parcela de Julio,
quien los recibe muy contento. Les hace un recorrido por toda la propiedad.
Pasan por el noque revestido que refulge con la luz del sol.
“Perfecto para
encuerarse y darse un chapuzón”, comenta el Padre.
“¿Sí se baña
calato en el campo?”, sonríe Julio.
“Que te cuente
Juan”, guiña un ojo Alberto.
“Si fuese noche
de verano, sí podríamos; ahorita de día, a veces los vecinos… usted sabe”.
“en Artesanos hay
una parte de la quebrada que está bien caleta”, interviene Juan. “Ahí siempre
nos bañamos calatos y nadie jode”.
“A mí no me jode
bañarme calato”, aclara Julio, “es más, si les contara lo que pasaba en los camerinos
y hoteles cuando íbamos a jugar fútbol, al Padre le da un infarto”.
“Si vas a decirme
que hacían orgías, ya estoy curado del susto”, ríe Alberto.
“¿Incluso si le
digo orgías entre patas?”, reta Julio, también sonriendo.
A Juan, la
conversación ya le puso el pene más que duro… y la pantaloneta no lo disimula.
“No me
escandaliza en absoluto que dos o más hombres tengan sexo”, replica el cura.
Julio sonríe y se
comienza a sobar la bragueta ya sin roche: “estoy bien al palo”.
“También la tengo
bien parada”, confirma Alberto sin hacer más gestos.
Ya sin roche, los
tres van a la casa, entran al dormitorio principal, se quitan toda la ropa y
arrodillados en la cama, comienzan a besarse en la boca al mismo tiempo que se
acarician la espalda y los redondos culos (en especial el del Padre) mientras
sus largos y gruesos penes erectos se rozan y humedecen gracias al líquido
pre-seminal que fluye del falo del cura.
El Padre Alberto
los hace ponerse de pie y comienza a chuparles la verga alternadamente mientras
les acaricia las nalgas. Julio y Juan siguen besándose en la boca.
“Cógeme, Juan”,
pide el cura.
Mientras Alberto
se pone en cuatro patas, el ex soldado se arrodilla y se inclina a palmearle
los glúteos, masajearlos, abrirlos y hundir su cara en medio de tan generoso
trasero.
“Ven para
seguírtela mamando”, le indica a Julio mientras tanto, y él acata ofreciendo
sus jugosos 18 centímetros poniéndolos en la boca del religioso quien la
succiona de inmediato.
Mientras tanto,
Juan se incorpora otra vez, separa las grandes nalgas de Alberto con sus manos
y comienza a meter su verga de 17 centímetros poco a poco hasta que puede pegar
sus bolas al perineo del cura. Con la
claridad del cuarto, ahora sí puede ver cómo su pene entra y sale de ese ano
rodeado de vellos. Julio también puede ver con mucha claridad cómo su pene
erecto entra y sale de la boca del Padre Alberto aunque miles de preguntas
llegan a su cabeza amenazando con romper el disfrute del momento.
Tras pasar largo
rato meciéndose cada cual sin cambiar de posición, Juan hace un gesto que
inequívocamente anuncia que su orgasmo se aproxima. Y lo hace con un gemido más
largo que todos los que dio durante el trío: eyacula dentro del ano del cura.
Julio, que ha estado más distraído que otra cosa, saca su pinga de la boca del
sacerdote.
“Suficiente”,
dice un poco seco.
Cuando la
camioneta deja la parcela ni siquiera son las 11 de la mañana. Juan termina de
ponerse su ropa de faena y va al encuentro de Julio quien está revisando las
palas, siempre al lado de la puerta trasera de la casa.
“Ya estoy listo”,
avisa.
Julio le sonríe
algo protocolar pero no entusiasta como al inicio.
“¿Puedes decirme
algo, Juan, y hablarme con la verdad?”
“Claro, don
Julio. Mande usted”.
“¿Tú… es la
primera vez que cachas con ese cura?”
Juan se queda
frío ante la pregunta a quemarropa, pero entiende que es palabra comprometida,
así que se toma solo unos segundos.
“No, señor. No es
la primera vez”.
“¿Y siempre
cachas sin forro?”
“Yo estoy sano,
señor”.
“¿Y crees que ese
cura solo cacha contigo?Dicen los rumores que cacha con otros chicos de su
grupo de la parroquia”.
Juan traga
ssaliva:
“Yo no sé si el
Padre cacha con otros chicos de la parroquia, señor, pero conmigo ésta ha sido
la segunda vez en toda mi vida”.
“¿Y no tienes
miedo del SIDA, esas enfermedades? Deberías cachar con forro”.
Juan baja la
cabeza y se sonroja.
“Ah… Juan, algo
más… ¿también has cachado con… con mi hijo?”
Juan levanta la
cabeza, se llena de fortaleza como le enseñaron en el servicio militar:
“Sí, señor. Una
sola vez en mi vida, pero… sí… señor”.
“¿Y cachaste con
alguien más de ese grupo parroquial?”
“La verdad,
señor, solo con uno, pero… mucho antes de estar en AS”.
“Ya me imagino
con quién cachaste… Mira, Juan, me tranquiliza que mi hijo y ese cura te
respalden y el empleo ya es tuyo pero… ahora que también sabes de qué pie
cojeo, así estés bien arrecho, ni una palabra a mi hijo… ni a nadie.
¿Quedamos?”
“Quedamos, señor”, asegura Juan.
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