En un terminal de buses en la avenida Javier Prado Este, César espera con impaciencia viendo su reloj: son casi las diez de la mañana. Si ha preguntado quince veces en el mostrador a qué hora llega el servicio desde Piura ha sido poco. Entonces, uno de los vehículos se detiene. Trata de no perder de vista a quienes bajan, y consigue divisarlo.
“Al fin
llegas, veneco”, musita.
Cuando César
y Fernando salen del terminal, por el lado de la avenida Nicolás Arriola llega
Evandro en el Yaris con un cargamento de ropa que va a despachar al interior.
Viste como si fuese a correr al parque: calentador, gorro, anteojos de sol (a
pesar de que el día está nublado). Al ver a la pareja, se da la vuelta, saca su
celular y calcula el recorrido de ambos hasta que toman un auto.
Al ver el
video, se encuentra con un detalle que ya le resulta familiar:
“¿Ahora qué
te traes entre manos, Arnold Escalante?”
Ya acomodados en el Corolla blanco, César y Fernando van por Paseo de la República.
“¿Cómo así te
soltó?”, sonríe el camarógrafo.
“Le dije que
venía por un par de días y que regresaba”, contesta su acompañante viendo los edificios del distrito financiero
en San Isidro.
“¿Y si te
quedas?”
Fernando
voltea a ver a César:
“Me quedo,
pues”, sonríe.
“Lo bueno que
no vas a necesitar tanta ropa de esa mochila que trajiste”.
“Sí… ya me lo
figuraba”.
Evandro llega a una cuadra de la Plaza Cáceres en Jesús María y se estaciona frente a una vivienda de tres pisos. Toca el timbre. Zaira baja las escaleras:
“Sí que te
has tomado a pecho lo de la popularidad”.
“Más vale
prevenir que fornicar”.
Zaira sonríe
y saca un sobre manila:
“Aquí están
tus dos cheques”.
Evandro abre
y verifica el contenido:
“Aunque…
quisiera hablar de dos temas adicionales, digo, si tienes tiempo”.
“¿Quieres
subir?”
“No, gracias.
Será rápido. El primero es que sí, la recontracagué ese día y necesito que me
perdones”.
Zaira
suspira:
“Ay, Evandro.
Creo que yo me quise engañar, y bueno… déjame hacer mi proceso, pero no te
sientas culpable. Si no era contigo, era con cualquiera, incluso Osmar”.
“¿Osmar?”, se
extraña Evandro.
“La volada es
que…”
Evandro
interrumpe: “Espera, Zaira. Creo que sí tenemos que subir”.
“¿Y lo
segundo?”
“Necesitamos
ir a Indecopi”.
Zaira se
sorprende: “¿Cuándo?”
“Subamos: me
explicas lo de Osmar, te explico lo del trámite”.
Al momento
que Zaira hace subir a Evandro, suena el celular de éste último. Lo saca;
reconoce el número:
“¿Qué hay,
campeón?”
Mientras tanto, en Miraflores, la cama de Escalante se ilumina un poco con la presencia desnuda de Fernando, quien recorre la espalda del director hasta llegar al medio de su culo y trata de dar un festín de placer.
“Así, Fer,
qué rico lo chupas. Eso, papi. Cómetelo”.
Escalante se
mete la mano bajo el pubis, se acomoda su pene erecto y comienza a masturbarse
sobre las sábanas moviendo su cadera hacia arriba y hacia abajo. Fernando solo
tiene que sacar la lengua y dejar que ésta roce el ano del otro hombre sin
mayor esfuerzo. Es cuando entra César, totalmente calato,con un frasquito en la
mano. Carraspea. Los dos amantes se detienen.
“Negativo”,
dice el camarógrafo y le alarga la evidencia a Escalante.
“Perfecto”.
Entonces, se dirige a Fernando: “Vas a descansar del viaje mientras preparamos
todo. Esta tarde grabamos el dúo y mañana te hacemos tu sesión solo toda la
mañana. Te pago tu plata, me firmas el release,
y listo. Tú decides si te quedas o regresas”.
“¿Mil
quinientos dólares, me dijiste?”
“Solo para comenzar…
De ti dependerá cuánto quieres crecer. Espero que no seas malagradecido nada
más”.
“No, pana. Ni
loco. Gracias por la oportunidad más bien”.
“¿quieres
leche?”
Escalante
jala a César a la cama, y comienza a mamarle la verga. Cuando está bien parada,
se la ofrece a Fernando, quien se la traga toda, y así se alternan hasta que el
trigueño camarógrafo bota todo su semen en la boca de su benefactor.
“Concentradita,
como siempre”, califica tras tragárselo y besar al recién llegado.
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