Santos es enviado
a recoger unas cosas en el cuarto de Marcano, donde tendrá la oportunidad sde
ver y probar su enorme taladro.
A eso de las nueve menos cuarto, el guapo Santos está revisando unas listas que el Padre David le encargó. En el Centro de Acogida a Migrantes, también conocido como CAMI, no solo se los registra; también se trata de conocer sus historias y se busca darles un techo dónde guarecerse, servicios higiénicos decentes y tres comidas básicas. Para santos esto no es nuevo. Antes de iniciar su noviciado, trabajó largo tiempo como voluntario en las organizaciones de acogida de migrantes que llegaban a España por cuanto medio fuese posible. Allí creyó sentir su vocación religiosa.
“Hola”.
Santos se
sobresalta, levanta la mirada. ¡qué tal sorpresa! Un chico trigueño moreno,
fornido, vestido en mono o mameluco azul y con un pequeño maletín metálico
aparece en la puerta de la recepción. La cara le es familiar.
“¡Hola!”,
reacciona el novicio. “Anoche te vi…”
“Cuando salía de
ducharme en el AS”, contesta el joven muy sonriente. “Vine porque el Padre
David me mandó llamar”.
“Ah, cierto. Tú
eres el electricista, ¿no?”
“Handy-man, más
bien”, guiña un ojo. “Me llamo Marcano”.
El chico da la
mano y guapo rubio se la corresponde:
“Santos, mucho
gusto. Ahora lo busco y…”
“¡Marcano!
Llegaste, che”, se oye desde el pasadizo. “Vení a ver la conexión”.
“Permiso”, pide
Marcano a Santos, quien se queda medio ensoñado. Ese mameluco cubre demasiado
el hermoso cuerpo bien esculpido que vio la noche anterior. Lo que no recuerda
si llegó a ver sus genitales. Quizás sí, pero en medio del desconcierto es
complicado tener memoria clara. Al menos, sí nota que lo ancho de la prenda no
disimula su enorme culo.
En poco tiempo,
el Padre David regresa a la oficina:
“Che, necesito
que vos vayás con Marcano a recoger unas cosas para la instalación que falta”.
“¿Yo, Padre?”
“Sí, vos. Creo
que hay cosas pesadas y tú eres algo fornido. Andá con él”.
A Santos le
parece un sueño estar sentado en la misma motocicleta tras el portentoso cuerpo
de Marcano recorriendo las soleadas calles de San Sebastián. Queriendo y no
queriendo, choca sus grandes pectorales contra la amplia espalda del Handy-man.
“¿Así que vienes
de España?”
“De Barcelona”,
responde Santos.
“Interesante”.
Ambos llegan a la
pensión y suben al cuarto de Marcano donde tiene un mini almacén con accesorios
eléctricos: alambre, interruptores, tomacorrientes. El venezolano se baja la
cremallera y se quita la mitad superior del mameluco; debajo tiene una camiseta
ceñida al cuerpo que no deja mucho a la imaginación. Voltea a ver a Santos y se
ssonríe al notar su cara de asombro:
“Perdona, vale.
Suelo estar solo aquí, así que cuando hago mis cosas, incluso me quedo
desnudo”.
“No tienes que
disculparte. Yo también estoy en pelotas cuando me encierro en mi recámara”.
“¡en serio? Si
tuviera más confianza contigo, me quedaría en pelotas, como dices”.
“yo no tendría
problemas… de hecho, anoche… te vi en pelotas”.
Marcano se
detiene, recuerda en segundos y cae en la cuenta:
“¡Naguará, chamo!
¿Tienes toda la razón!”
Santos se sonríe
ya menos tenso. Entonces, Marcano se detiene en su búsqueda:
“¿Te incomoda si
me desnudo?”
“ya te dije: no.
Si te apetece, yo también puedo desnudarme”.
“No suena mala
idea”.
Marcano se quita los
zapatos y los calcetines, se baja el mameluco, luego se retira la camiseta (con
cierta dificultad), y está a punto de quitarse el bóxer:
“Tú también,
pana”.
Santos, siempre
sonriendo entre nervioso y excitado, se quita la camisa, los zapatos, los calcetines,
el jean y también se queda en un colorido bóxer.
Marcano le
sonríe:
“¿Desnudos del
todo?”
“Desnudos del
todo”, responde Santos.
“A la cuenta de
tres… uno, dos, tres”.
Ambos se retiran
la ropa interior y se quedan en pelotas.
“La tienes parada”,
le observa Marcano señalando la entrepierna de Santos con la mirada.
El novicio se
pone rojo de vergüenza.
“Perdona”,
susurra.
“No… no hay nada
que perdonar”.
Marcano gira un
poco y muestra su largo pene aún dormido:
“Tu polla parece
grande”, comenta Santos.
“y eso que está
dormida aún”.
“¿Quieres decir
que cuando te empalmas…?”
Marcano se sonríe
más con cariño que con picardía como leyendo los narvios del otro mancebo:
“¿Me lo pongo
duro, me lo pones duro? ¿Cómo prefieres?”
Santos se
sorprende ante el ofrecimiento.
“Estamos solos tú
y yo, agrega Marcano. “Nadie va a enterarse, vale”.
“Pero… sería…
pecado”.
“Si me dices que
es pecado hacer el amor… ¿no estás contradiciendo tu fe?”
Santos se queda
ahí, inmóvil, con su pene erecto bajo su abundante vello púbico rubio. Los 23
ccentímetros de masculinidad de Marcano también comienzan a erguirse y
engrosarse.
Entonces, Santos
se olvida de todo. Se acerca a Marcano, le toca el pene semi-erecto con una
mano mientras la otra es posada en uno de los grandes pectorales; le acerca su
cara y lo besa en la boca. Marcano lo toca de la cadera y luego lleva sus manos
hacia las velludas nalgas para acariciárselas. Se separan.
“¿La puedo
chupar?”, consulta tímidamente.
“Todo lo que
quieras”, le responde Marcano igual.
Santos se
arrodilla, mira el falo, lo masajea un poco, se lo mete a la boca. Comienza a
succionarlo. Poco a poco sus labios, su lengua y su paladar se van adaptando a
la gruesa forma y sabor de ese pene caribeño.
Entonces, suena
un celular.
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