Casi nadie entendía mi carrera, y casi nadie me lo reconocía, así que este respaldo me enorgulleció… aunque no tenía claro por qué lo consideraba tan… especial.
“Siempre vas a contar
conmigo, Tuco. Jamás lo dudes. Te lo prometí”.
A continuación, fuimos
donde sus primos donde nos dieron yucas sancochadas con carne de res… y café.
Hablamos de todo un
poco.
Nos sirvieron un licor
de café (para variar). Riquísimo.
Josué trató de no
beber mucho, pues habíamos ido en la moto.
Nos quedamos hasta las
nueve de la noche y regresamos a nuestro alojamiento. Estábamos cansados.
“Menos mal que
salimos. La gente de acá piensa que emborrachándose del todo le caerá mejor al
resto”, comentó el Tuco.
“A mí me cayeron
bien”.
“Sí, eso es al inicio;
pero aguántalos un mes”.
Nos reímos.
“¿Y esa bolsa, Tuco?”
Descubrió el
contenido: una botella de licor de café.
“Tú dirás, Rafo: o
muere esta noche, o sobrevive hasta Piura”.
No lo pensé mucho.
“Muere esta noche,
Tuco”.
Mientras yo abría la
botella, él trajo un par de vasitos de vidrio.
Nos sentamos en el
corredor de la casa, y nos pusimos a catar el licor mientras mirábamos al negro
infinito tachonado de estrellas, más de las que puedo ver en la ciudad cuando
hay luna nueva.
En el celular teníamos
la mejor selección de rock y pop de los ochenta y noventa, la mejor música de
todos los tiempos.
“Gracias por todo,
pata. Realmente no pensé que tu presencia sería de tanta ayuda”.
“Nada, Tuquito. Ya te
dije que siempre puedes contar conmigo”.
Me arrimé a él y lo
abracé. Volví a mirar al cielo.
“Sabes identificar
constelaciones, Tuco?”
“No. No mucho”.
“Papá, que en paz
descanse, nos enseñó algunas. Mira: allí está Orión. ¿Ves las Tres Marías?”
“¿esas tres en línea?”
“sí. Hay gente que
dice que la humanidad viene de allí”.
“Toda la humanidad?
¿Incluso los homosexuales?”
Me reí.
“Apuesto que sí, Tuco.
Los homosexuales también son seres humanos”.
Giré mi cabeza para
verlo. Él estaba absorto mirando las estrellas, mientras sostenía su vasito de
licor.
La botella se vació
hasta la cuarta parte… la mitad… tres cuartas partes… El efecto de su contenido
no tardó en aparecer.
“¿Qué crees que esté
haciendo Laura, Rafo?”
“No sé, carajo. Debe
estar con sus papis, con Sonia, o debe estar jateando ya. Milagro que no me ha
llamado”.
“¿La extrañas?”
“No sé,huevón”.
“Puta, si Laura
hubiera venido, ¿cómo nos habríamos acomodado?”
“Ya,Tuco. Deja de
pensar en Laura. Disfruta el cielo. Si por mí fuera, me quedaría a vivir acá
toda mi vida. ¡al diablo con la ciudad de mierda!”
“¿en serio piensas
eso? A mí también me gusta acá”.
Nos quedamos en
silencio. Solo oíamos la música desde el celular.
“Te quiero mucho,
Rafo”.
“Calla, huevón… Yo te
quiero más”.
Nos reímos.
“Hablando en oro,
Tuco: te quiero como mierda”.
Nos miramos.
Sonreímos.
No quedó nada dentro
de la botella de licor.
Nosotros estábamos
algo embriagados. Al menos, yo sí sentía el típico efecto de adormecimiento y
cierta forma típica de hablar.
No era ni las once de
la noche, cuando cerramos todo, y fuimos a dormir.
Josué estaba
asegurando la puerta del dormitorio. Yo estaba sentado sobre la cama sacándome
la camiseta y los zapatos.
“Gracias por
acompañarme, hermano”, me dijo el Tuco.
“De nada. Cuando
tengas otro viaje de éstos, me apuntas”.
Se acercó y me dio la
mano. Me puse de pie. Nos dimos un fuerte abrazo.
“Te quiero, Tuco”.
“Te quiero, Rafo”.
Él comenzó a
acariciarme levemente la espalda. Yo froté mi mejilla contra la suya.
Entonces nos miramos.
No nos sentíamos incómodos. No sentíamos nada malo.
¿Mencioné que
estábamos algo borrachos?
De pronto, el universo
entero se silenció.
El tiempo pareció
detenerse.
Una rara electricidad
fluyó.
Nos besamos.
No fue un simple
piquito.
Saboreamos nuestros
labios, a cada segundo con mayor intensidad.
Le quité su camiseta,
y comencé a devolver las caricias en la espalda que él me había dado.
No recuerdo si él me
desnudó o yo a él. El caso es que terminamos acostándonos sobre la cama
avrazados, besándonos, acariciándonos, moviéndonos.
No era la típica
escena lasciva donde tienes que demostrar que eres buen amante, sino que debes
esforzarte por hacerle sentir a la persona que no hay nadie mejor que ella para
pasar ese preciso momento, y convencerte que ésa es la persona ideal para comunicarte
sin palabras en lo más íntimo de tus sentimientos.
Ni siquiera sentimos
la necesidad de una penetración: solo queríamos decir con nuestras pieles
cuánto nos queríamos.
Claro que tuvimos
orgasmos, pero no fueron el fin del momento, sino el inicio de otro instante…
¿de qué?
No lo tenía claro aún; pero sí estaba seguro que esto era distinto a todas mis experiencias previas en la cama… incluso con Laura.
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