Elena se quedó tres semanas con nosotros. la última se llevó a mamá a un hotel en la playa, a unas tres horas de casa.
Claro que mamá puso
mil y un pretextos para no ir, pero mi hermana se las ingenió para que
aceptara. mejor dicho, casi se la llevó en peso.
Aproveché esa semana
para probar algo que elena me sugirió: convivir con Laura. comenzamos un martes
y me pareció que la idea no fue buena.
yo solía despertarme a
las seis y media o siete de la mañana, arreglarme, tomar desayuno y a las ocho
estar ya camino al trabajo, donde me quedaba hasta las cinco, iba al gimnasio,
y regresaba a las nueve o nueve y cuarto.
Laura se levantaba a
las seis, salía a correr media hora, llegaba a bañarse, preparar el desayuno
(junto a Carmen) para tomarlo conmigo, ir a su trabajo, y estar de vuelta a las
cinco y media o seis de la tarde.
"¿Por qué tienes
que ir al gimnasio?", me enfrentó la primera noche. "¿Por qué no
sales a correr conmigo? ¿Cuál es tu obsesión de sacar cuerpo? eres mi
enamorado. yo te quiero como eres. ¿O es que estás sacando cuerpo para otra
mujer?"
"¿Y éso a qué
viene? toda la vida has sabido que siempre he entrenado en el gimnasio. ¿A qué
viene el reclamo?"
"Que te tengo que
esperar tres horas, que llegas cansado, casi no hablamos".
Me le acerqué, y la
comencé a besar y acariciar.
"Rafo, no me
convencerás con ese truco".
yo continué.
"Rafo,
no..."
Laura se dejó envolver
tanto, hasta que cayó conmigo en la cama para hacer el amor, con la intensidad
que siempre solíamos aplicar. ah, claro, y sin olvidar la protección: tenía que
comprar un paquetito todos los días, pues todos los días se repitió la misma
escena.
Siempre que
terminábamos de hacerlo, Laura solía descansar su cabeza sobre mi hombro.
"Rafo, ¿crees que
funcionemos como esposos… quiero decir, que seamos una pareja para toda la
vida?"
Honestamente, no tenía
respuesta que me convenciera.
Si algo pasaba conmigo, por aquellas semanas, era que sentía a mi mundo comenzando a descascararse; algo que no me atrevía a ver se descubría frente a mí. Pero tampoco me atrevía a abrir los ojos para comprobar, de hecho, que estaba allí y era imposible ignorarlo o evadirlo.
"Creo que sí,
pero ya sabes qué pienso sobre casarnos".
"Claro".
una de las cosas que
más extrañaba de mis noches era que, cuando no iba a ver a Laura, me ponía a
conversar por la computadora o el celular; por ejemplo, con Al.
El problema era que
tampoco me desesperaba por chatear porque cuando le contée a Al que Laura
vendría a pasarse unos días conmigo, me trató hoscamente: "Laura no
merecer lo que tú dar", me dijo un día por videollamada, mientras se
quitaba la ropa para mostrarme sus bubble butts. A pesar de su molestia, me
masturbé igual aquella vez. Sí, sé que es paradójico, pero igual ambos salimos
ganando: él vio cómo me autocomplacía hasta explotar, todo por la Webcam.
Luego que Elena y mamá regresaron, volví a mi rutina ‘de soltero’, excepto que Al ya no me hablaba por la Internet.
Mas bien terminé
hablando con mi hermana, frente a frente, en mi cuarto.
Ella tocó la puerta y
se metió, mientras yo escuchaba música.
“Negrito, ¿y
conversaste con Laura… sobre eso que conversamos?”
“No. No creo que sea
una cosa de vida o muerte”.
Elena suspiró y
acarició mi cabello crespo.
“Negro, actúa ahora
que puedes. Toma una decisión basada en lo que realmente te hará sentir bien.
Más tarde… puede ser muy tarde”.
“Zamba, hay algo que
no te conté”.
Elena me miró con
mucho interés. Tomé aire y le relaté la primera noche que pasé con Eduardo,
claro está, obviándole ciertos detalles morbosos.
Aunque sentía
vergüenza hablando, también sentía que me liberaba de un gran peso.
“Ay, Dios. Negro…
¿Hace cuánto pasó eso?”
“Cuatro, casi cinco
meses”.
“Si tienes algo, no
nos enteraremos hasta dentro de un mes o dos meses”.
“¿Y eso por qué?”
Elena me explicó que,
por lo menos, el VIH se hacía detectable al sexto mes.
En realidad se pasó
dándome una especie de consejería sobre el tema.
Me quedé preocupado.
“Soy de lo peor, ¿no
Zamba?”
Elena volvió a
acariciar mi cabeza.
“Eres un muchachito
ligeramente irresponsable; pero, recuerda lo que te dije: pase lo que pase, la
primera persona con la que debes contar es conmigo”.
Hacía mucho tiempo que
no me sentía tan bien, que alguien me consideraba con un cariño tan honesto y
hermoso.
“Te amo, hermanita”.
“Yo más, Negro feo”.
Sonreímos y nos dimos
un estrecho, lindo y cálido abrazo.
“Prométeme que
lucharás por ser feliz, Negro, y que te chequearás”.
“Te lo prometo, Zamba.
Te lo prometo”.
Al día siguiente, elena tomó su vuelo de regreso a la capital. Yo regresé a mi rutina de siempre: trabajo, gimnasio, Laura. Y cuando no había Laura, entonces redes sociales.
Al ya no me hablaba en
línea, aunque tampoco me había eliminado de sus contactos. Por lo tanto, si él
no me habla, ¿yo para qué? Si quería ‘ley del hielo’ hasta raspadilla le
mandaba.
Pero tampoco fue el
fin del mundo. Seguía encontrándome con mi amigo Josué en el gimnasio, hasta
que sucedió algo distinto: me esperaba en la puerta de mi trabajo y así íbamos
y salíamos juntos.
Solo para seguir
hablando, pusimos como pretexto la ducha luego de cada sesión de entrenamiento.
“Oye Tuco, ¿por qué le
destrozaste el corazón a elena?”
“¿Te contó? Tú ya
sabes la razón”.
“¿Por qué se la
dijiste? Eres bien huevón”.
“Porque es mejor ser
transparente para luego evitar problemas, ¿no crees?”
¡Listo! El Tuco me
jodió… fraternalmente, pero me jodió.
¡Bien hecho por meter
mi pequeña y carnosa boquita donde nadie me llama!
Por otra parte, Josué
fue el repelente perfecto para esos ‘lanzados’ como Jaime, quien nunca volvió a
acercárseme. Es decir, mientras Josué estaba a mi lado, porque un día que no
fue, Jaime se aproximó más de lo debido.
“Por fin viniste sin
tu ‘seguridad’”.
Yo me sonreí
abiertamente.
“Somos amigos. No me
digas que estás celoso”.
“Como que no tienes
olfato para seleccionar a tus amistades, bebito”.
Jaime colocó la yema
de su dedo medio sobre mi duro abdominal superior y y lo presionó, como
queriendo bajar.
Me dio vergüenza por
el resto de la gente que, si bien estaba concentrada entrenando, pudo haber
advertido el ‘lance’.
En eso, sentí que
alguien me obligaba a girar tomándome del brazo.
Volteé.
“??Laura!! ¿Q-qué
haces aquí?”
“Entrenando, amorcito.
Acabo de inscribirme”.
Me abrazó. Yo estaba
marcando treinta y ocho del susto.
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