Llegó el momento en que no estaba seguro qué cuerpo estaba acariciando, ni qué cuerpo me estaba acariciando.
También llegó el
momento en que todo mi estado de conciencia desapareció, tanto que ya no
recuerdo nada más.
Lo siguiente que viene
a mi memoria es el cuarto ya iluminado por la luz del sol mañanero. Estaba
desnudo sobre los cojines. El bailarín descansaba sobre mi pecho, también
desnudo. De Eduardo no habían señas.
Desperté al chico.
“¿Mi ropa?”, le
consulté.
“Tranquilo. Está en mi
cuarto. La primera puerta a la derecha. Todo está completo”.
Me acarició el
pectoral.
“¿Y Eduardo?”
“No sé. Seguro está
dormido en el cuarto, o en el baño; pero no te preocupes por él”. El chico se
incorporó y buscó mi boca, la que no le puse a su alcance.
“Hagamos el amor de
nuevo. Anoche estuviste bárbaro”.
“Quisiera, pero no.
Hoy me caso. A todo esto ¿cómo te llamas?”
Sonó la puerta.
Alguien la abrió.
“¿¡Eduardo”?”, llamé.
Se corrió el velo de
la cortina.
“Eduardo está abajo.
Por lo visto, no es bueno haciendo recados”.
Era ¿Laura?
Solté al otro
muchacho, quien no se despegaba de mi hombro. Me restregué los ojos.
¡No era una visión!
¡¡No era un sueño!! ¡¡¡Circulinas y sirenas!!!
“quieres dejarnos
solos?”, demandó ella al bailarín aún desnudo.
El muchacho,
evidentemente atemorizado, obedeció. Yo me senté sobre los cojines y me cubrí
los genitales con uno de ellos.
“Laura, yo… yo puedo
explicar”.
“No es necesario. Las
cosas se explican por sí solas. Claro, el señor ya no me era infiel porque
había dejado de buscar mujeres. ¡Y yo de babosa, confiando en todo el mundo!
¿Sabes? Eduardo me contó sobre sus noches de pasión, sobre la vez que él me
entregó tu reloj. Ahora entiendo por qué le tenías cólera. ¡Puro engaño,
Rafael! ¡Puro engaño!”
Me puse de pie,
ofuscado.
“sí, Laura. Soy
homosexual. Me costó trabajo darme cuenta, pero eso es lo que soy. ¡eso es con
quien quieres casarte”!”
Laura vino y comenzó a
darme puñetes en el pecho.
“¡¿Y por qué recién me
lo dices ahora?! ¡¿Por qué no fuiste lo suficientemente valiente para decírmelo
antes?!”
Laura comenzó a llorar
y dejó de puñetearme. Yo no me moví de donde estaba, y eso que no estaba seguro
bajo ningún aspecto.
“Ya no te cases
conmigo. Sería lo más honesto”.
Laura se calmó un
poco.
“No, Rafael. No te voy
a dar ese gusto. No le voy a dar a nadie ese gusto. Tú juraste llevarme al
altar, desposarme y así será. Tenemos invitados, tenemos una fiesta, tenemos
reservas… No vas a dejarme en ridículo”.“
“Voy a vestirme”.
Caminé y pasé por su
costado.
“solo algo más”, me
retuvo. “Josué sabía de esto?”
“Sí”.
“Ahora entiendo su
negativa. Por lo menos, él sí tuvo un poquito de dignidad”.
La miré fijamente.
“También lo hice con
él”.
Laura volvió a llorar
con amargura.
Llegué al cuarto donde
me dijeron que estaba mi ropa. La encontré doblada y con todo completo. Al
ponérmela, me di cuenta que algo había debajo. Lo extendí: era el traje
ajustado que había usado en el cumpleaños de Laura. Un papel pegado en él
decía: “Te dije que yo iba a tener la razón. NDNPNQ. Perdiste por fin”. Lo tiré
con rabia al piso, luego lo tomé.
Laura y yo bajamos del
edificio. Yo aferraba ese traje en mi mano, cual bandera de una guerra que
había perdido.
el sol afuera ya estaba alto.
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