Los preparativos para
los dos matrimonios, tanto civil como religioso, o al revés, nos tomaron unos
tres meses acelerándolo todo (es decir, pagando todo tipo de sobrecostos), pues
no queríamos que se cruzara con las celebraciones de fin de año. No hay nada
más incómodo que poner tu boda cerca de Navidad y Año Nuevo, al punto que los
invitados no tendrían claro por qé se emborracharon.
Tampoco queríamos que se
cruce con mi cumpleaños: la víspera de Navidad. Por eso mi segundo nombre,
Jesús.
Lo que más nos retrasó
fue buscar una iglesia relativamente céntrica y decente. Laura quería algo tan
amplio como la Catedral; yo prefería algo más íntimo. Hasta una paraliturgia me
vendría bien, pues solo deseaba decir ‘sí, juro’ (¿o era ‘sí, acepto’?), y
listo.
Al final llegamos a un
término medio en una iglesia céntrica y discreta. Claro que dejando dos noches
asistíamos a las charlas prematrimoniales, donde la única entusiasta a morir
era Laura; yo, la verdad, no entendía tanto simbolismo y tanta fórmula. Seamos
realistas.
Fueron tres meses de
abstinencia sexual también; es decir, solo lo hice con ella, pero en ocasiones
tan espaciadas, que cierta vez me comentó que su mayor deseo era llegar a la
noche de bodas para disfrutar a tope y sin preocupaciones… léase, sin condón.
Acordamos vivir en mi
casa temporalmente. De hecho, mamá renunció a su alcoba matrimonial y se
pasaría a mi cuarto; yo pasaría a la suya (Laura y yo, es decir). Sí,
viviríamos con ella; pero, teniendo en cuenta que Laura y doña Haydeé se
llevaban de maravillas, la convivencia suegra-nuera iba a ser de lo más
cordial. El que salía perjudicado era yo, pues no perdía una madre, sino que me
ponía doble soga al cuello.
Sin embargo, la
convivencia no fue posible durante el periodo previo a la boda; se pospuso para
después de la ceremonia.
Cuando no la pasaba
con Laura, estaba reunido con Josué viendo detalles y avances de su negocio, o
acompañándolo por el simple hecho de acompañarlo para que continúe rumiando su
condición de salud.
Me familiarizé con el
cóctel de medicamentos que le obligaban a tomar: isoniacidas, ácido fólico,
sulfas. También nos habituamos a comer más saludable, dejar de beber alcohol,
y no abandonar el gimnasio. en realidad, la última fue decisión nuestra, pues
jamás se la prescribieron.
Su ánimo fue
aumentando poco a poco.
Sus padres y hermanos
fueron adaptándose a la nueva realidad, aunque vivían con terror de que alguien
se enterara o se contagiara.
Merchandise arrancó con el pie derecho. Abrió una tiendecita en el centro de la ciudad.
Durante la primera
noche, quienes hacían bulla eran los grillos; pero ese fin de semana, hasta yo
tuve que ponerme detrás del mostrador para atender a la clientela.
Al segundo mes, los
pedidos por las redes sociales se hicieron significativos, por lo que Josué
tuvo que reclutar a dos proveedores más, y hacer viajes cada tres días a traer
mercancía.
Merchandise comenzaba
a pegar, y Josué –ya poco le llamábamos el Tuco- comenzó a planear el ingreso a
centros comerciales o a ampliar la tienda.
Solo faltaba una
semana para la boda. Era domingo, y le estaba ayudando a cerrar el local,,
tarde por la noche, luego de haberle ayudado todo el día.
“Tendrás que contratar
más vendedores. Esta época de fiestas es jodida para todo negocio”.
“Tienes razón, Rafo.
Mi hermana ya no se abastece sola por las tardes”.
“Oye, mi matri será el
sábado que viene, el dieciséis. Laura y yo estuvimos conversando si acaso
podrías…”
“No. La respuesta es
no”.
Me incomodó un poquito
su actitud.
“Tuco, no quisiste ser
el padrino por ese rollo de que estaba cometiendo un error…”
“Y lo sigo
sosteniendo, Rafo. Estás engañando a Laura, engañando a todo el mundo. No creo
que te estés engañando a ti. A mí no me engañas”.
“De acuerdo. Sí, soy
consciente que lo hago por tapar algo. El caso es que Laura y yo queremos que,
al menos, seas el testigo del civil”.
Josué se rió
levemente, tan incómodo como yo. Verificó las cámaras de seguridad en su
lap-top.
“Del agua mansa me
libre Dios, que del registrador civil también me libro yo”.
Me le acerqué.
“Para mí sería
realmente importante que tu firma esté en esa partida de matrimonio”.
Me clavó la mirada.
“Rafo, créeme, te
quiero como mierda, y tú sabes cuánto, pero no avalaré una mentira, ni ante
Dios ni ante la Ley… especialmente ante la Ley. A lo mejor termino preso por
mentir”.
Se rió. Me contagió
esa chispa de buen humor.
“Mira, Josué: piénsalo
con calma. Lo del testigo no se necesita sino hasta la misma ceremonia. Me
avisas un día antes, ¡el viernes!, y listo”.
Me miró con ternura.
“Rafo, ¿y por qué no
paras esta farsa? Ambos sabemos perfectamente que no serás feliz”.
Tragué saliva. O sea,
Glup.
Fue la primera vez en
mi vida que miraba el rostro de alguien que me generaba mariposas en el
estómago, esa ansiedad de no querer separarte, esa sed inexplicable de hacer
eterno el momento. ¿Qué mierda te estaba pasando en ese instante, Rafael Jesús?
Le acaricié
nerviosamente su mejilla izquierda.
Él me tomó suavemente
la muñeca.
Comenzamos a acercar
nuestros rostros.
Treinta…
Veinte…
Diez centímetros…
¿Iba a ocurrir lo que
pensábamos que iba a ocurrir?
Nueve,
Ocho.
“Las cámaras, Rafo”.
“Al diablo las
cámaras”.
Cinco,
Cuatro.
Mi celular sonó.
Era Laura, preguntando
cómo estaba todo en la tienda y si Josué quería más ayuda.
Cuando terminé de
hablar, él tenía todo listo.
“salgamos”, me ordenó.
Activó la alarma
antirrobos.
Fuimos en silencio a
sacar su motocicleta de una cochera vecina.
Al llegar a donde él la
tenía estacionada, la preparamos para salir a casa.
“Tuco, ésa es la razón
por la que te opones, ¿cierto?”
“Rafo, tú debes tomar
la decisión correcta, pero tú en función de ti, no de mí, no de Laura, no de
nadie. Tú puedes hacerlo”.
“Te juro, Tuco, que ya
no sé ni lo que quiero, a pesar que tengo claro lo que debo y lo que puedo”.
Josué subió a la moto, la arrancó, me indicó que abordara.
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