En la pantalla SE VEÍA…
¡Por Dios, ya no
recuerdo qué se veía en la pantalla!
ese domingo ESTUVO
repleto de sentimientos encontrados. Por un lado, alegría y satisfacción porque
yo no; pero tristeza e incertidumbre porque mi mejor amigo sí.
Tras conocer la
inesperada noticia, me pasé toda la jornada con Josué, acompañándolo, dándole
mi apoyo, mostrándole que si habíamos estado en las malas, no dejaría de estar
en las peores. Y ésta fue la peor de todas, hasta ese momento.
Lo realmente jodido
fue sentarnos ante sus padres y revelarles que, además de ser homosexual, era…
La oscuridad que tenía
alrededor ayudó a disimular mi llanto silencioso.
¿Por qué él?
Estaba en la función de siete y cuarto de la noche en el cine triple X, y apenas habían corrido cinco o seis minutos de la cinta.
Mientras el actor y la
actriz se quitaban la ropa en la pantalla, yo no sabía qué hacer con mi
espíritu: si blindarlo y vestirlo contra el frío, o quitarle todo y arriesgarme
a rasguñarlo más.
Un hombre se sentó a
mi derecha. Encendió un cigarro. No me importó que me viera o me reconociera.
“Hola”, me dijo.
“¿Recién comenzó?”
“Sí”, respondí con
levedad.
Está buena, ¿no?”
“Sí, parece que sí”.
“¿Siempre vienes?”
“Hace siete meses que
no vengo”.
“¿Cómo te llamas?”
“Rafael”.
“Bonito nombre… ¿pero
no es el verídico, no?”
“Es mi nombre”.
El hombre dio una
pitada. En pocos segundos, el olor a tabaco se imponía a la humedad del
recinto.
“¿qué buscas?”, me preguntó.
“Respuestas. Hace
tiempo que busco respuestas”. Suspiré largamente. “La vida parece haberme dado
una segunda oportunidad. El caso es que en mi vida he estado con un pie en dos
hemisferios distintos, entre tirar con mujeres o tirar con hombres. Tiro con
mujeres para conservar ciertas apariencias, pero la verdad es que me gusta
tirar con hombres”.
El hombre dio otra
pitada.
“Me parece que ya
tienes las cosas claras. ¿Qué respuestas buscas, entonces?”
“La gente no acepta
que dos hombres hagan una vida juntos, aunque te mueras de amor por uno de
ellos. En cambio, no hay joda si se trata de hombre y mujer, aunque luego se
pasen años de años como perro y gato… gata quiero decir”.
El hombre suspiró.
“¿Tienes enamorada, al
menos?”
“Claro. Casi cuatro
años de relación, dando tumbos, pero ahí vamos”.
“Cásate, entonces”.
Volteé a mirarlo y
noté cómo la combustión del tabaco iluminaba sutilmente su grueso rostro.
“¿estás loco?”
“No…. ¿Rafael dijiste?
Casarte lo resuelve todo. Cuidas tu imagen pública, y puedes hacer tus
cochinadas por allí. Además te protege de los otros chicos: cuando estás
soltero, están allí encima como moscas, alucinando que pueden tener algo
contigo; en cambio, cuando te casas, te miran con respeto, no te acosan y
puedes darte el lujo de elegir, usar y botar. Casarte te da caché”.
“¿Cómo sabes todo
eso?”
El hombre volvió a
pitar. Botó la colilla y la pisó con su zapato.
“Hace catorce años que
estoy casado. Desde los 24 años. Tengo treinta y ocho. Tengo mi mujer, dos
hijos, y cuando quiero acción, vengo acá, consigo cualquier pasivita y me
olvido del asunto. Satisfago a todas las partes, especialmente a mí, y nadie me
dice nada”.
Me quedé pensando. Lo
que había escuchado parecía tener sentido.
Súbitamente, percibí
su mano sobre mi muslo. Me lo apretó. La tomé y la retiré.
“Gracias por el
consejo. Tengo que irme”.
“¿Volveremos a vernos,
Rafael? Tienes buenas piernas”.
“Quién sabe”.
Me levanté, previa
escala en el baño. Tenía necesidad de orinar.
Mientras acababa, oí
unos gemidos que venían de uno de los cubículos al costado. Sigilosamente
avancé, y lo hallé con la puerta abierta: un chico estaba agachado, con el
pantalón y la ropa interior por las rodillas mientras otro hombre, como de
treinta y cinco, lo penetraba casi apoyado en una de las paredes, en tanto que
enfrente de ambos, pegado a la otra pared, otro hombre, de unos veintiocho,
estaba también con un pantalón deportivo bajado a la altura del muslo, con su
miembro rígido al aire libre, tratando de que la boca del pasivo pudiera
complacerlo. El de treinta y cinco me vio, mientras se
movía con cierta
dificultad; hizo con su cabeza el ademán de que me acercara. No le acepté y me
fui.
Apenas era las ocho de
la noche, cuando llegué a la casa de Laura. Toqué el timbre varias veces, pero
no me respondieron. Llamé a su celular. Parecía estar apagado.
Regresé a mi casa.
Mamá estaba con cara
de pocos amigos.
“¡Se te olvida llamar
para avisar dónde estás o a qué hora regresarás!”
“Estaba ayudando al
Tuco, mamá. Se presentó un problema, y tenía que acompañarlo”.
“¿Qué problema?”
“Nada. Un proceso del
negocio. Nada más”.
“¿Quieres decirme en
que líos te estás…”
“Mamá, trátame como
adulto, por favor. Déjame tomar mis decisiones, ¿quieres?”
Mi madre guardó
silencio mientras me observaba con asombro. Fui a mi dormitorio.
Me bañé y me acosté
desnudo en mi cama.
Llamé a Eduardo. Su
broma pesada debía tener una explicación, y esta vez no aceptaría un ¿estuve
borracho, no me acuerdo’ como excusa.
Nada, mierda.
Llamé a Josué.
“¿Cómo sigues?”
“Ahí”, me contestó
lloroso. “Pensando”.
“¿Irás al hospital,
como te dijeron?”
“No sé, huevón. Justo
ahora que comenzamos el negocio”.
“Pero si te enfermas
más, ya no podrás manejar el negocio”.
Josué se quedó callado
un rato.
“¿Y si cancelo todo,
Rafo?”
“No debes. ¡es tu
proyecto! No puedes. Hay gente que depende de ti. Y sé que, en el fondo, no
quieres. Has luchado tanto por esto. Podría ser una prueba”.
“Una prueba para
conseguir ¿qué, Rafo?”
“No lo sé, la verdad.
Solo sé que tienes que luchar y que jamás te dejaré de lado”.
“¿Por qué?”
No pude más. Comencé a
sollozar.
“Porque te quiero, carajo. Porque no quiero que te mueras”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario