Minutos después, en una clínica del centro en la gran ciudad, Baldo Pérez se sienta al costado de Adela Barrios.
“Té verde para ti, café negro
para mí”.
Adela sonríe levemente y agradece;
bebe un poco:
“No sé cómo agradecerte que nos
hayas ayudado a esta hora. No sabía a quién recurrir”.
“Descuida. Me he ausentado tanto
tiempo que… bueno, quiero recuperar el tiempo que perdí”.
“Parece que Leo te perdonó”.
“¿Y tú, Adela?”
“Hace tiempo te perdoné. En
realidad, si hay una responsabilidad, es de ambos”.
“Tienes razón. Y si no me hubiese
comportado como el cobarde que fui, creo que nada de esto hubiese ocurrido”.
“Pensaba que conocía a mi hijo,
pero…” Adela suspira y una lágrima aparece en sus ojos.
Baldo pone su brazo izquierdo
sobre los hombros de Adela:
“Leandro no es un mal chico;
simplemente, trató de responder a la adversidad con la primera herramienta que
tuvo a mano: su apariencia. Pero fíjate que en todo momento, lo hizo para darte
una mejor vida. Ése no era su trabajo sino el mío”.
“¿En qué nos equivocamos, Baldo?”
“En muchas cosas, Adela; pero
quizás la más importante: jugar según las reglas. Yo debí respetarte esa
noche”.
“Y yo debí negarme”.
“Como dices, la responsabilidad
es compartida”.
“Leo también debió jugar según
las reglas, Baldo; aunque también tengo culpa en esto: tanto que empujaba a
Cintia y a él mismo a algo sobre lo que ninguno de los dos estaba seguro. Me
preocupaba lo que había descubierto sobre Leo, y nunca tuve el valor de
conversarlo como madre e hijo”.
“Leo ya es mayor de edad; tiene
que aprender a responsabilizarse por su vida y sus acciones. Tú y yo podemos
opinar, aconsejarlo, pero sus decisiones son suyas”.
“Pero, mi deber como madre…”
“Ya, Adela, deja de culparte. Al
menos tomó la precaución de asegurarlas. Este lugar no es barato. De veras,
estoy terminando unos trámites en la Corporación, y tendrán un seguro extra”.
Adela toma otro sorbo de té:
“¿Cómo te va en la presidencia?”
“Administrador judicial, mas bien.
Logramos contener la fuga de inversionistas y proveedores. Ahora tenemos que
recuperar la confianza de todo el mundo. Yo pensaba ya no regresar a ese
edificio, lanzar mi carrera al Congreso; todo tendrá que esperar cinco años
más”.
Una mujer en ropa verde clara se
les acerca.
“Adela, señor Pérez, buenas
noches, mejor dicho buenos días”.
“¿Cómo está Cintia, doctora
Barreto?”
“Todo en orden. Solo fue una
descompensación. Un poco de suero con vitaminas, descanso y listo. Que se quede
en observación el resto del día de hoy, que pase la noche aquí, y el lunes le
damos de alta durante la mañana”.
“¿Y el bebé, doctora?”, pregunta
Baldo.
“Sin novedad. Para sus cinco
meses de gestación, creciendo fuerte… y esperemos que sin problemas. Si Cintia
toma su tratamiento, no tiene por qué haber complicaciones cuando nazca. Y…
¿cómo está Leo?”
Adela suspira. Su vaso de té está
medio lleno, medio vacío.
Justo en ese momento, un hombre cuarentón se satisface por segunda vez. Descansa un poco sobre el cuerpo del muchacho cuyo trasero ha disfrutado esa madrugada.
“Qué rica perra eres, gringo”.
“Qué bueno te haya gustado”, le
dice el joven totalmente desganado. “Ahora déjame dormir”.
El hombre gira, se quita el
preservativo y lo lanza hacia un rincón, se acomoda al lado del chico, quien
gira hasta ponerse de costado. Medio metro más allá descansan otros dos
varones. Uno ronca como motor diésel con el escape roto. El chico ya se está
acostumbrando a tanta bulla. Se acomoda su ropa interior y trata de dormir.
Está resignado; es el precio que deberá pagar para sobrevivir en la prisión. Quién
sabe si vuelva a dormir cómodamente alguna vez en el dormitorio de su penthouse.
Por ahora, un novio y una novia sin planes para casarse viven allí montando
esporádicas reuniones swinger, a la
vez que administran la Torre Echenique.
[FIN]
No hay comentarios:
Publicar un comentario