”Yo trabajé con Alberto Madero desde hace diez años después que hice mis prácticas en la Corporación Echenique. Había ido a recoger un certificado cuando me reencontré con él en las mismas oficinas. Beto buscaba la forma de conseguir esa cuenta publicitaria, pero no sé por qué se la negaban”.
“¿Cómo que te reencontraste con
él en la oficina, Elías?”
“Cuando yo entré a la
universidad, Darío, él ya estaba en cuarto año. Nos conocimos en una fiesta.
Justo él acababa de tener a su hija. Terminamos tirando esa madrugada, y así
fue hasta que egresó al año siguiente. Le había perdido el rastro hasta ese día
en la Corporación”. Tú acababas de entrar a quinto de secundaria”.
“Sí me acuerdo. Tiré contigo ese
día que te invité a la casa de playa”.
“El reencuentro fue después que
eso, Darío. El hecho es que Beto había fundado Sparking con otros dos amigos, uno de ellos Roberth Peña”.
“¿Desde entonces comenzó la
rivalidad entre Darío y Beto?”
“No creo, Leandro. Creo que fue
cuando hicimos la campaña de Lawrence’s
hace tres años. Yo era asistente administrativo de la agencia, y en los ratos
libres veníamos al dos cero uno, en este mismo condominio, a… bueno, ya sabes”.
“Lawrence’s ya me tenía contratado como imagen de la línea juvenil
de ropa. Bueno, lo… era desde hace cinco años”, acota el supermodelo.
“Para entonces, Darío quería
meter a un chico en la sesión, pero Beto no quiso porque… es negro, bueno,
moreno, mulato, no sé… Beto siempre fue un poco racista”.
“Sí: Pepe”, suspira Darío. “Esta
mañana que logré llegar a la Torre…”. Comienza a llorar, y Leandro lo conforta.
“¿Quieres seguir con esto,
Darío?”
“quiero llegar a la Corporación,
donde papá”, solloza Darío. “Es mi único lugar seguro ahora”.
Leandro lo suelta, se escabulle
del cuarto de servicio situado en la azotea del Condominio donde los tres
muchachos se han refugiado para escapar a las cámaras de seguridad de los pisos
inferiores, y casi repta hasta ganar el
borde del techo. Se asoma con muchísimo sigilo y mira a ambos lados de la
calle, así como una bocacalle que lleva a una autopista cercana.
“¿Por qué desapareciste, Elías?”
“Porque no quería ser trofeo ni
tuyo ni de Beto; y si ya me había despedido, ¿qué sentido tenía quedarme? Primero
estaba yo, mi dignidad”.
“¿Por qué reapareciste ahora,
entonces?”
“Cuando me enteré sobre el
asesinato de Roberth, sabía que esto se iba a complicar; el caso es que no
sabía a quién acercarme, así que pensé en Leandro, pero antes comencé a
vigilarlo”.
“No hay moros en la costa”,
anuncia el futbolista, quien retorna al cuarto usando el mismo sigilo con el
que había salido. “¿Me perdí de algo?”
“Para hacerte corto el cuento,
Darío y yo nos reencontramos hace tres años, y en el proceso de reunirnos para
planificar la producción, comenzamos a gustarnos hasta que él me llamó”.
“Tú nunca ibas a hacerlo, elí,
porque te morías de miedo por Beto. Según tú, lo amabas, pero te diste cuenta
que no era así”.
“El hecho es que Darío y yo
comenzamos a citarnos aquí, en el dos cero uno, que entonces yo ocupaba”.
“¿En las mismas narices de Beto
Madero?”, se sorprende Leandro.
“Luego de la campaña, Beto
comenzó a viajar mucho buscando cuentas, clientes, proyectos, y era la ocasión
en la que yo citaba a Darío para hacer el amor”.
“Y ése fue el mayor error que se
nos pudo ocurrir”, agrega el supermodelo.
“Una noche que él y yo estábamos
en la cama, en pleno acto, Beto llegó, abrió la puerta. Fue horrible.
Prácticamente nos sacó a empellones del departamento, desnudos. Se encerró. Al
día siguiente, cuando fui a Sparking,
me negaron el acceso y me entregaron mi carta de despido. Menos mal que había
trabajado largos ocho años porque con la liquidación alquilé una granja a las
afueras, me dediqué a producir lácteos orgánicos, y ahora soy mi propio jefe y
empleado; de hecho, he comenzado a comprar la propiedad”.
“Linda historia de infidelidades,
muchachos”, interviene Leandro. “Pero… hay algo en su historia que no cuadra:
¿Beto Madero, con todo el talento que tiene, comenzó una rivalidad con Darío
Echenique, con todo el talento que tiene, solo por un problema de cuernos?”
“Yo tampoco me lo explico”,
observa Elías. “Solo éramos amantes porque Beto para entonces ya tenía sus dos
hijos”.”
Con mayor razón”, agrega Leandro.
“Algo no calza”.
“Por eso necesito llegar a la
Corporación, Leo. Cuando llegué al departamento hoy temprano, noté que mi
laptop y algunos documentos habían desaparecido”.
“¿Documentos de qué, Darío?”
“No viene al caso. El único que
sabía sobre su existencia era Pepe, y solo te diré que durante estos años… tuve
que pagarle para que no dijera nada sobre ellos, y supongo que cuando lo
despidieron, se lo contó a Madero. El tema aquí es que si lo mataron, entonces se los llevó quien lo
mató, y quien lo mató sabe la importancia de esos papeles, además de toda la
información que hay en mi computadora”.
“¿Y quién lo mató, Darío?”
“Creo que mi pareja actual:
Mauricio Estrada. No voy a decir más, excepto que… necesito llegar a la
Corporación”.
Una hora después, una furgoneta con el logotipo de La Granjita llega al control de entrada del edificio de Corporación Echenique, situado al límite del Distrito este y Las Ciénagas, en uno de los bordes de la gran ciudad. Se trata de un complejo muy peculiar con un edificio de cinco pisos, de los que sobresalen otros tres edificios en perpendicular pero más pequeños, todos tapizados en vidrio verde petróleo. Visto desde el aire, el complejo tiene forma de letra E, y desde el satélite, junto con el cerco, forma el isotipo de la compañía: esa letra E encerrada en un cuadrado de fina línea continua.
“Traigo unos pedidos de La
Granjita para la cafetería”, dice el afable conductor.
“¿Viene a ver a alguien?”, le
pregunta el vigilante.
“La señora Amaya”, le responde,
mientras de reojo nota que hay dos policías en la entrada.
“estacionamiento tres, por el
flanco izquierdo, doble a la derecha”. El vigilante entrega un gafete y justo
en ese instante, los dos policías rodean el vehículo.
“Por favor, apague el motor, baje
y abra las puertas traseras”, le ordenan mientras le muestran sus placas.
El conductor obedece la orden,
deja que los efectivos retiren unos productos.
“Señor Echenique”, ordena el
segundo policía, “salga de allí y entréguese sin oponer resistencia”.
Las telas del suelo, donde hay un bulto evidente se mueven, y el policía
se queda sorprendido:
“¡No es éste! ¡Nos engañaron!”,
grita a su compañero.
“¿Dónde está¡”, apunta el primero
al conductor.
Quién, jefe?”, le responde.
“Ya, no se haga. ¡Manos al
vehículo!”
El efectivo lo esculca y le saca
su billetera, la que resalta en su bolsillo posterior derecho debido a la corva
de su nalga.
“¿Elías Bertello?”, verifica el
uniformado.
El segundo policía sale de la puerta trasera conduciendo con las manos en alto a… Leandro.
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