A ciento cincuenta metros de ahí, en el estacionamiento subterráneo de la Corporación, el auto de Baldo Pérez toma su lugar. El abogado baja, mira a los cuatro lados y va a la cajuela trasera; la abre y sale Darío sobándose la cintura.
“Ya no hagas tonterías, hijo”.
“Tranquilo, doc. Quizás sea la última”.
El supermodelo llama el ascensor
y espera pacientemente llegar al quinto piso. Cuando la puerta al fin se abre
al término de la subida, una de las secretarias lo reconoce y recibe. Al
muchacho no le gusta el semblante de la empleada.
“Su padre lo está esperando,
joven”, le anuncia con voz temblorosa a la vez que le abre la puerta de
Presidencia, un amplio despacho alfombrado, vista a la calle, paredes
enchapadas en fino roble, aire acondicionado, una artística mesa de madera,
sillas con forro de terciopelo, cuadros, fotos, medallas, plantas y, al fondo,
el escritorio de José Miguel Echenique, el heredero de un imperio que incluye
bienes raíces, participación en banca y algunos medios de comunicación, dos
minas de oro, una de cobre, nuevas tecnologías, administración de dos puertos
de gran calado y tres aeropuertos domésticos, y quizás la franquicia estrella
de todo el conglomerado, el cuarenta y dos por ciento de participación en
National Retailers, la razón social detrás de Lawrence’s. Tras el escritorio y delante de las fotografías de su
padre y su abuelo, los fundadores de la pequeña empresa que comenzó exportando
artesanía de madera, el padre de Darío lo espera con una mirada tensa y serena.
El supermodelo se da cuenta, conforme se acerca, que en la mesa hay una laptop
cerrada, dos celulares y unas carpetas cuyo color le es familiar. Comienza a
sudar frío.
“Papá”, al fin se anima a hablar.
“Hijo”, se quiebra José Miguel.
Darío mira mejor la laptop, las
carpetas y los celulares, y ahora no tiene duda. Se abre una puerta lateral, y
entra Mauricio, apuntando a José Miguel con la misma pistola que el menor de
los Echenique guardaba en el penthouse, el mismo arma con el que disparó a
Rico, la misma con la que creyó haberse desecho de su amante más reciente la
noche anterior.
“¿Quién te dijo que el glutamato
monosódico es efervescente, querido Darío?”, ironiza el pistolero.
“No entiendo lo que dices”.
“Pretendiste dormirme para
asesinarme como lo hiciste con ese migrante de mierda, pero nunca te diste
cuenta que los sobres que habías comprado cuando huíamos a la finca, de pronto
se convirtieron en bicarbonato de sodio”.
Darío no tiene tiempo para pensar
en qué momento se hizo el cambiazo.
“Señor Estrada, diga de una vez
qué pide y terminemos con esto”, demanda José Miguel.
“Soy cómplice de asesinato por
seguir las locuras de su hijo. ¿Diez mil a mi cuenta ahora mismo y otros diez
mil todos los meses durante diez años, Echenique; yo me iré lejísimos, y me
olvidaré que ustedes existen”.
“eso es sencillo y lo aceptaré si
deja de apuntarme y me asegura que estos documentos no han sido copiados”,
trata de ser estoico el empresario.
“Apenas salga del país le envío
las copias, pero antes, deshágase de la Policía”.
“No la llamó mi papá”, interviene
Darío. “La llamé yo porque voy a entregarme”.
“¿Cómo dices, imbécil?”,
reacciona Mauricio, y gira disparando.
Darío cae al suelo y se queda
inmóvil sumido en llanto.
De pronto, una puerta se abre de
golpe, y cuando Mauricio reacciona… se oye otro disparo.
Una ambulancia llega al edificio
de la Corporación. Leandro y Elías se miran desesperados. Ambos están detenidos
en el auto patrullero a la entrada de la propiedad. Los dos policías que los
intervinieron se montan en los asientos delanteros y dan arranque. Leandro
logra ver tras el cristal trasero que otros autos patrulleros se acercan al
edificio corporativo. Gira la cabeza otra vez.
“Perdóname por meterte en esto”,
le dice a Elías en voz baja.
“No es tu culpa, no es mi culpa;
somos… un efecto colateral”.
El auto continúa abriéndose paso
por la avenida hasta llegar a la comisaría del distrito.
“¿Tú crees que los negocios de
los Echenique han sido limpios como dice su sitio web? ¡Por favor! Hay que ser
muy ingenuo. Por debajo de toda esa lista, lo que nunca dijeron al público y
ahora están comenzando a cantar en el tribunal es que traficaban con terrenos y
propiedades. Fraguaban títulos, subvaluaban compras, estafaban gente, revendían
mediante testaferros, compraban silencios con casas y departamentos. ¿Quién te
regala una torre de diez pisos, casi a todo lujo, como adelanto de herencia?”
Es la fiesta que marca el fin de
un nuevo verano y la mezcla de muchas músicas es el telón de la noche fresca a
orillas del mar. Alberto Madero bebe su segundo escocés metido en la piscina en
la naked party organizada por UnderMale, una marca de ropa interior
masculina que está introuduciéndose en mercado nacional.
“Por qué no lo denunciaste
antes?”, pregunta Leandro a su lado y también sumergido en el agua.
“Obviamente, porque me faltaban
los documentos; lástima que en el proceso, perdimos a Pepe”.
“Perdimos suena a manada; lo que
no me pareció es que desaparecieras por una semana”.
“Ay, Leo Leandro, ¿ibas a esperar
que me salga la detención provisional para recién levantar vuelo? Menos mal que
el finado tuvo la precaución de pasarme las fotos de todos los papeles, y
últimamente el Ministerio Público solo se mueve si la prensa presiona”.
“Pero, el celular de Rico te
incrimina”, le observa el futbolista.
“A lo más me darán suspendida con
reglas de conducta; lo que me preocupa es lo que va a pedirme la mujer en la
demanda de divorcio, especialmente ahora que conocemos lo que conocemos”.
“¿Sabes? Extraño a Rico y extraño
a Roberth. A los dos por igual”.
Madero abraza a Leandro , le toma
la mejilla con la otra mano y le da un beso leve en la boca.
“También los extraño, Leo
Leandro. Desde el lunes vamos a reorganizar Tirador
Films. No he creado una marca para que esté como un peso muerto. ¿Te
sientes listo?”
“Uff, Beto, me jode no ser parte
de la temporada del San Lázaro, pero espero que lo otro me compense”.
“Ya escuchaste lo que dijo el
médico: actividad física sí, esfuerzo extenuante no. Una vez que Sparking cierre trato con el
laboratorio, vamos a darle PREP a todo el talento. Grabamos la primera película
y de inmediato comenzamos con tu tratamiento”.
Alguien se les acerca nadando
cual delfín, y justo cuando va a alcanzarlos, se sumerge.
“Guau, qué rico se siente esa
boca bajo el agua”, comenta Alberto excitado.
“La chupa bien este
conchesumadre”, suscribe Leandro.
Entonces, el chico, de hermoso
cuerpo, emerge frente a ellos y los abraza de la cintura.
“Um cara no outro lado quer foder
comeu e Leandjo”.
“¿Le dijiste cuánto es, Gerson?”
“Sí, ele aceitó. ¿Vao Leo?”
“¿Quiere completo o cómo?”
“Seiscentos p’ra os dois”.
“No lo hagamos esperar, entonces.
¿Quién tiene las llaves del cuarto, Beto?”
“El bartender. Por cierto, a él
debes pedirle los condones. ¡Ah! Dile que se quede… Tienen que ver ese par de…
ufff, ya las verán”.
Leandro y Gerson sonríen y van nadando
hasta el otro lado de la piscina.
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