el proyecto nos tomó tres semanas más, hasta que lo dejamos implementado limpiamente, de tal modo que el Tuco se emocionó hasta las lágrimas cuando lo operó: aparte de los formatos electrónicos para la administración de todo, tenía control de sus propias redes sociales y hasta un sitio web simple-pero-atractivo (con carrito de compras incluído).
Al final bautizamos al
proyecto: Natural Merchandise of Piura, o Merchandise a secas. Sí, Laura no se
cansaba de poner nombres en inglés a todo.
Ese viernes, quedamos
para salir a celebrar por la noche, pero Laura no pudo venir porque viajó con
su familia a una actividad relacionada con la muerte de su abuela.
Como a las once de la
noche, Josué y yo terminamos tomando unas cervezas en el Port au Prince.
“Ya tengo los primeros
pedidos, ya aseguré lo del transporte, y los proveedores que tenemos ya se
familiarizaron con las alertas por celular. Este negocio será un éxito… y todo
gracias a ti”.
“No solo gracias a mí,
Tuco. Laura también tiene mucho que ver”.
“¿Siempre viajamos con
ella la próxima semana?”
“Por mí no hay
problema; pero dudo que se suba a una moto lineal”.
Nos reímos y chocamos nuestras
botellas. Entonces vi que mi amigo puso su cara de alerta. Volteé.
“Hola, Rafael. ¿Me
presentas a tu amigo, o me cambiaste por él?”
Era Eduardo. Estaba
evidentemente ebrio.
“Mejor te vas a
molestar a otra parte, ¿no?”, dijo Josué visiblemente mortificado.
“uuuuy. Tu nueva
pareja no quiere sombra”, rió Eduardo. Sí, definitivamente estaba borracho.
Josué comenzaba a
perder la paciencia. Me levanté.
“Eduardo, ya pues,
pórtate bonito. ¿Te embarcamos a tu casa?”
“No quiero que me
embarques a ninguna parte. No quiero nada”.
“Pero nos estás
incomodando, Eduardo. Mejor te embarcamos”.
Traté de conducirlo a
otro lado tomándolo de sus hombros.
“¡Déjame! Déjame. No
me toques. Ya sé que perdí. Hace mucho que perdí. Pero no soy el único, Rafael,
Rafo, Paúl o como te llames. Tú… tú también perdiste”.
Un tenebroso espasmo
eléctrico me recorrió el cuerpo.
“¿Qué quieres decir,
Eduardo?”
El borracho dio una
media sonrisa, cínica. Miró a Josué, luego a mí.
“Yo perdí. Tú
perdiste. Lo tengo. Tú también lo tienes”.
Me indigné tanto. Me
arrebaté.
Empujé a Eduardo
contra el suelo. Cayó.
Fui sobre él y lo
agarré del cuello de la camisa.
“¡me vas a decir ahora
mismo qué significa éso!”
Josué trató de
separarme. Eduardo no borraba su sonrisa cínica, psicópata.
“es eso que estás
sospechando, Rafo”.
Quedé aterrorizado.
Le solté el cuello de
la camisa y me senté sobre el suelo. La gente se había arremolinado alrededor
nuestro.
Unos serenos llegaron
y nos sacaron del bar.
Apenas pasaba la medianoche, cuando Josué y yo estábamos en el parquecito cerca de mi casa, sentados sobre una banca. Yo me sentía desesperado.
“Rafo, el pata estaba
borracho. No sabía lo que decía”.
“Imposible, Tuco. A
ese conchesumadre se le suelta la lengua cuando está borracho. Ya me lo gané
antes”.
“Pero no parece estar
enfermo”.
“¡Bah! Los síntomas de
esa enfermedad no se ven. Ahora la huevada es… si estoy infectado… la cagada,
huevón”. Comencé a llorar. “Laura, huevón”.
Josué me abrazó. Dejó
que me desahogara un poco.
“Rafo, nada sacas angustiándote.
¿Hay algún modo de saber si la tienes?”
“Prueba de sangre.
Tengo que ir a un laboratorio”.
“Entonces, tendrás que
hacer eso. Mientras tanto, nada ganas angustiándote con las huevadas de un
borracho. Ahora cálmate: si tu mamá te ve así, será peor”.
Volteé a mirar a
Josué.
“¿Me acompañarías?”
“Claro, hermano. ¿Cómo
piensas que voy a dejarte solo?”
esa noche fue imposible dormir. Maldije el momento en que se me dio por irme a la cama con Eduardo, y sin usar protección. Maldije mi vida. Maldije todo.
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