Edú y el viejo de Pedro se dan tiempo para cachar en la chacra.
A mediodía, el
papá de Pedro usa una pala para quitar las hojas secas que se han acumulado en
uno de los pequeños canales en su parcela de mangos, ubicada a 20 minutos a pie
de San Sebastián. Para sus 50 años de edad, luce extremadamente bien
conservado, a no ser por las canas que ya adornan su cabello y que no está
dispuesto a disimular, pero aparte de guapo, ese indiscutible cuerpo atlético,
fruto del trabajo en el campo y un pasado relativamente no tan lejano como delantero
del Deportivo Potreros, el equipo local, le mantienen una apariencia muy
sensual.
Edú viene desde
atrás con una palana en mano, y al llegar le mete la otra entre sus dos redondas
y aún duras nalgas.
“Aguarda ‘che tu
vida”, sonríe el papá de Pedro.
“Ya terminé de
regar la otra melga”.
“Chévere. Yo
acabo aquí y nos regresamos a la casa… Oye… ¿Y ya cachaste con mi retoño?”
“Carajo, Julio.
¡Si prácticamente me pusiste a tu hijo en bandeja! ¿Crees que uno es de
piedra?”
El papá de Pedro
sonríe.
“Como no escuché
nada…”
“Te consta que
desde que nos conocimos, siempre he sido bien caleta, querido Julio”.
“No me agas
recordar, que se me para la pinga aquí mismo… ¿Te acuerdas esa Copa Perú hace
ocho años?”
“¿No que se te va
a parar la pinga aquí mismo…? Claro que me acuerdo. Y me acuerdo bien”.
Julio termina de
palanear, se seca el sudor de la frente.
“¿Vamos a
bañarnos?”
En la entrada de
la parcela hay una casa de adobe enlucida con una sala, una cocina, un par de
habitaciones y un baño. Está sencillamente amoblada. De hecho, era la casa del
padre de Julio.
“Pedro me habló
de abrir la casa para turismo rural los meses cuando no hay campaña; dice que se puede ganar buena plata”.
“¿Y tienes idea
de cómo es esa vaina?”, se interesa Edú.
“Más o menos me
lo explicó. En realidad, la idea se la dio el Padre Alberto, el que se lo jaló
de monaguillo”.
“Ah… el Padre
Alberto”.
Julio capta el
tonito socarrón de Edú:
“¿Celoso del
cura?”
“Para nada”;
tiene buen cuerpo y buen culo ese… Padre Alberto.
“Es que no quiero
que la chacra esté tan sola: mi hijo mayor ya está trabajando aparte, mi hija
ni cagando va a venir acá y Pedro no creo
que venga tampoco. ¿Tú vendrías a vivir acá?”
Ambos entran a la
casa por una puerta trasera y dejan las palas a un lado; están sudados.
“No sé, Julio. La
huevada es que no voy a vivir pajeándome aquí solito todo el tiempo”.
El papá de Pedro
cierra la puerta:
“Podrías traerte
a puntos bien caletas… como cuando estabas en el Potreros, o…”
“¿O qué?”
Julio mete su
mano en el culo también redondo de Edú y lo agarra con fuerza, a la vez que se
pega a su cuerpo y lo besa en la boca; se separa:
“O podríamos
usarlo como nuestro… nidito de sexo”.
“Pensé que ibas a
decir… ‘nidito de ammor’”.
Ambos ríen. Julio
vuelve a besar a edú y ambos comienzan a quitarse toda la ropa. Las caricias y
los besos continúan en el estrecho baño bajo los chorros de agua que se dan con
una jarra mientras se aplican el jabón mutuamente: el cuerpo de Julio conserva
la definición muscular, además de un envidiable vientre plano y definido. Ah, y
la joya de la corona: bajo un tupido vello púbico, un largo pene de 19
centímetros que ya está parado mientras unos grandes testículos cuelgan como
castañuelas.
“¿Te acuerdas esa
vez hace ocho años?”
“Ganamos la
provincial y me cachaste como nunca”.
“Y te prometí que
te seguiría cachando como nunca hasta que se te metió esa huevada de probar
coño y largarte a Chile. Me tuviste en abstinencia sseis años”.
“No te quisiste
divorciar”.
“Ni cagando lo
iba a hacer”.
La pinga de edú
también está al palo y rozando la de Julio.
“era más chibolo…
luego me di cuenta que te pedía una chiquillada”.
“Qué bueno”.
Ambos atletas
comienzan a hacer una guerra de espadas que los lleva a tope. Nuevamente se
abrazan y besan en la boca.
“Cáchame, Julio”.
Tras bañarse y
secarse, ambos ocupan una de las camas en uno de los dos cuartos. Edú está en
cuatro patas mientras Julio le sopea el ano ruidosamente. Ambos gruñen de
placer.
“¿Probaste verga
en Chile?”
“Varias”,
responde sonriendo edú.
“Ahora prueba la
de tu macho”.
Edú comienza a
chupar el pene erecto de Julio por largo tiempo, pero no consigue metérselo toda.
“Así, así. Chupa
la pieza de tu marido. Rico la chupas, educito”.
El más joven
busca en su mochila un condón, se lo da a Julio quien lo abre, se lo pone,
escupe en todo el ano de edú, y le va metiendo el pene poco a poco.
“Despacio, Julio.
Así despacito, mi amor”.
Los 19 centímetros
por fin entran completos, y el resto es moverse con ritmo y paciencia. Edú se
queja de dolor y placer.
“¿Te gusta cómo
te culea tu marido?”
“Me encanta”,
susurra el otro.
La verga dura
entra y ssale del ano apretado de Edú; sus nalgas siguen tan golosas como
cuando se fue de San Sebastián hace seis años, hasta que llega el orgasmo.
“¿Quieres tu
yogur natural?”
“Dámelo”.
Julio se saca el
condón, hace que Edú gire, y le pone el pene en su boca; lo masturba hasta
disparar su semen dentro de él. El muchacho lo traga.
“¿Qué tal estuvo?”
“Pura proteína,
Julito”.
A medio camino
hacia San Sebastián, Julio simula orinar y tira el condón usado en un cerco de
overos detrás de un algarrobo, aprovechando que nadie pasa por ahí:
“Ya sabes que de
esto ni una palabra a nadie, ni a tu almohada. Prefiero que crean que estáss
cachando con mi hijo; pero que ni sospechen que tú y yo cachamos o hemos
cachado antes”.
“¿por qué tanto
miedo?”
“Ya hablamos de
esto, edú… ya no tienes 24 años, ¿recuerdas?”
El aludido se
sonríe mientras divisa las primeras casas de la ciudad.
“¿Y ese Padre
Alberto le entra, no?”
“¿También quieres
cachar con el cura?”
Edú sonríe pendejamente
a Julio mientras, al disimulo, le agarra el paquete.