El nadador nunca pensó llevarse a su cama a ese español musculoso que conoció en el vestuario.
Apenas el domingo amanece, y mientras Lima aún
duerme, Julián desafía al frío parado en el podio. Cuerpo musculoso, blanco,
lampiño, mejor dicho rasurado, apenas cubierto por una truza de baño clásica
color rojo que aunque cubre su paquete y su gran culo, no evita notar sus grandes
proporciones íntimas. Se lanza al agua. Es un perfecto estilo mariposa. Al
llegar al otro extremo de la piscina hace el largo de vuelta de espalda. Sale
del agua. Se quita los lentes y el gorro de nadar. Sube por la escalerilla, se
cubre con una toalla, resopla, se seca, busca sus sandalias y va a los
vestidores. Aunque no está mojado, sacude su corto cabello negro.
Ya adentro y más
abrigado, y ante la ausencia de otra persona, se saca la truza. Queda
completamente calato. Se seca sus gloriosas nalgas y su paquete donde el vello
púbico ha sido retirado a punta de crema depiladora.
De pronto, un
hermoso muchacho musculoso, sudando un enterizo de licra, cabello rubio, ojos
claros, piel blanca, ingresa también. Ambos se miran.
“Disculpa”, dice
el recién llegado con un acento que parece ser español. “Pensé que estaba
vacío”.
Julián no se
inmuta, aunque disimuladamente se cubre la pichula con su toalla.
“Tranquilo… somos
hombres”.
“Bueno, eso sí”.
El rubio se
aproxima a otro casillero, se saca las zapatillas y las medias.
“¿Tú nadas?”
“Sí”, responde
Julián. “¿Por qué?”
“Ahí está tu
bañador”, responde el rubio sonriendo mientras se quita el enterizo. Debajo no
tiene nada, excepto un cuerpo de dios griego tapizado de un fino vello también
rubio.
Julián mira el paquete,
parece que esa mota de pelos encima de su pinga dormida no ha sido recortada
hace meses.
“Ah, lo olvidaba:
soy Santos”.
el rubio calato
extiende la mano a Julián, quien se deja de pudores, se olvida de la toalla y
extiende la suya también. La estrecha. La sacude.
De inmediato,
cada cual toma un cubículo y se ducha.
“Así que eres
español”, dice Julián.
“Catalán más
bien”, aclara Santos.
“¿Eso no es
España?”
“Es largo de
contar… ¿Desde cuándo nadas?”
“Desde que tengo
uso de razón”, responde Julián.
“Pero andas bien cachas”.
“¿Bien qué?”, se
extraña el nadador.
“Bien musculado…
tienes un cuerpo perfecto”.
“Tú… igual”.
Tras salir del
club donde ambos han entrenado, llegan a un edificio cercano. Suben a un tercer
piso. Entran a un departamento.
“Perdona el
desorden”, Julián pone el parche.
“Descuida”.
Sin que se lo
pidan, Santos camina hacia el mueble y la mesa y comienza a ordenar un poco.
“Oye, deja ahí”,
sonríe Julián. “No tienes que…”
“Mientras
preparas el desayuno, yo ordeno esto”.
Santos sonríe. Ambos
se miran. Electricidad.
Al diablo con el
orden, los dos ingresan al único dormitorio besándose apasionadamente en la
boca, y vuelven a quitarse toda la ropa. Se echan a la cama y comienzan a
revolcarse.
Como Julián queda
bajo el cuerpo de Santos, aprovecha para acariciarle toda la espalda y terminar
en sus dos grandes y velludas nalgas.
“¿te gusta mi
culo, majo?”, sonríe el europeo.
“Me encanta”.
“Me gusta el tuyo
también”.
Las pingas de
ambos están duras y apretadas una contra la otra. La de Santos lubrica mucho.
“Yo solo hago de
activo”, avisa Julián.
“Esas son
gilipolleces. No importa quién folle, botemos la lefa”.
“¿Qué?”, se
extraña Julián.
“Hagamos el
amor”.
Sin esperar más,
el nadador gira sobre su amante y y lo pone boca abajo, recorre su bien formada
espalda hasta llegar a sus prominentes nalgas cubiertas de vellitos rubios.
Hace levantar el culo y le separa los cachetes: el ano es rosadito y cerradito.
Sin pensarlo más, le aproxima su boca y comienza a darle tal beso negro que
Santos araña las cobijas.
“Cómete bien mi
culo, macho”, le repite.
Julián no solo
estimula el ano, que parece no dilatarse sino que le besa las nalgas, y regresa
por la espalda hasta tocar el cuello del otro chico con sus labios. La pinga gruesa
y dura de Julián está en medio de los dos glúteos.
“Ponte condón”,
pide Santos.
“No tengo”, dice
Julián bien arrecho. “Confía en mí”.
“¿Qué vas a
hacer, cabrón?”.
“Hacernos el
amor”, replica Julián más arrecho aún.
Mueve su pinga
contra el culo de Santos sin penetrarlo, y lo hace con mucha energía, sin dejar
de besarle el cuello. Ambos jadean.
“Qué rica polla”,
suspira Santos.
“¿te gusta?”
“Me encanta”.
El semen de
Juliánn se dispara entre su pubis y las dos nalgas de Santos. Se mueve un poco
más hasta que se detiene.
“Creo que
tendremos que ducharnos de nuevo”, sonríe el nadador.
“Creo que sí”,
responde el otro chico. “Y… creo que tendré que poner tu cobija en la
lavadora”.
“¿Por qué?”
“Me corrí en
ella”.
Julián sonríe:
“A la mierda”.
El duchazo es un
torneo de guerra de espadas y luego una lucha cuerpo a cuerpo que termina en
una nueva vaciada mutua.
“Ojalá te vuelva
a ver”, pide Julián a Santos dándose un beso en la boca.
“Ojalá”, le replica
el otro chico.
Yaa eso de las
once, Julián llega al aeropuerto con una mochila mediana, protegiendo su cabeza
con una gorra y su cara con lentes oscuros… a pesar de que en Lima es un día
nublado.
Al pasar a sala de embarque, sorpresa: al otro lado está esperando… Santos.