Casi a las tres de la mañana, el envase se terminó al fin.
Mi cabeza estaba
apoyada en el hombro de Josué, pero dando vueltas.
“¿Quieres que te deje
durmiendo, Rafo?”
“No te vayas. Es
tardísimo. ¿Por qué no te quedas a jatear acá?”
“¿En el sofá?”
“No. En mi cuarto”.
“¡Vamos?”
Nos levantamos
tambaleando. Apagué las luces de la sala. Nos abrazamos y nos fuimos al
dormitorio.
Senté a Josué en mi
cama. Busqué en mi armario y saqué una sábana. También rescaté un cojín, y abrí
la puerta.
“Buenas noches, Tuco.
Que descanses”.
“¿A dónde mierda crees
que vas?”
“A la sala. Dormiré en
el sofá”.
Josué se levantó, me
quitó la sábana y el cojín, me tomó de las muñecas, y me sentó a su lado.
“Compartamos la cama”.
Lo miré, sonreí levemente.
“No te quejes si te
pateo”.
Cada quien se
desvistió hasta quedarse en ropa interior. Yo en bóxer; él en bikini. Apagué la
luz.
Al colocarme en mi
mitad de la cama, fue difícil evitar el roce con su suave piel.
Estábamos frente a
frente.
“Josué, gracias por
escucharme”.
“No tienes por qué”.
Así acostados, nos
abrazamos fuertemente. Nos quedamos dormidos.
Pasadas las seis, me
desperté con la necesidad de orinar.
Mientras regresaba a
la consciencia, sentí un bulto duro rozando mi bulto duro.
Me deshice del abrazo
remanente de la madrugada para no despertarlo. Bajé sigilosamente de ahí.
Cuando regresé del
baño, lo vi acostado, con su cuerpo esculpido y su miembro erecto intentando
escapar de su calzoncillo.
La imagen me dio ganas
de muchas cosas…
Por eso, agarré mi
sábana, mi cojín y mi celular. Fui al sofá de mi sala a terminar de dormir.
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