Mi meta era
llegar hasta una chalana y regresar al toque a la jato que estaba alquilando,
pero alguien me hizo cambiar de planes.
Mi nombre es Gonzalo y me encanta salir a correr un rato por el parque de mi barrio. Lo hago para relajarme y tener mi cuerpo en forma, especialmente mis piernas y mi culo. Trabajo como abogado y mi chamba es demasiado absorbente, llena de estrés.
Aprovechando el
feriado largo, decidí desconectarme en una playa. Alquilé una jato a
unos patas y me quedé allí.
Dormir calato y arrullado por las olas del mar norteño
es lo máximo, ddespertarse con ellas es lo mismo. Me da la sensación de
libertad y relax. Se los recomiendo.
Apenas despuntó
el día, me levanté. Tenía mi pija bien al palo, pero aún así me asomé a
la puerta para ver las olas romper. Considerando la temporada, suponía que nadie
más caminaba o trotaba por esa arena. Así fue. El mar reventaba hermoso,la
playa estaba desierta. Serían como las 6 y cuarto o por ahí cuando decidí algo
inusual para cualquiera pero no para mí: trotar calato.
Qué sensación
para más mostra sentir la arena bajo mis pies ejercitando mis piernas y mis
nalgas mientras mi pinga, ya baja, saltaba de aquí para allá. Mi meta
era llegar hasta unas lanchas o chalanas que estaban, a mi juicio, unos 200 o
300 metros más adelante, tocarlas, regresar, hacer una rutina de jercicios,
bañarme y pasar el día rascándome las bolas.
Corrí así,
calato, sin problemas hasta llegar a una de las chalanas. Cuando mi mano iba a
tocar la punta de una de ellas, de la nada apareció un chibolo. Sus 25 años le
calculé, cuerpo recio a pesar de que estaba bien abrigado con su
gorrito, chompa, jean y botas de plástico. Ambos nos sorprendimos al vernos así.
Mi vergüenza inicial cedió ante mi desinhibición.
“Buenos días”, le
dije. “¿qué tal la pesca?”
“Más o menos, míster”,
me respondió. “No tanta como quisiera pero ya la mandé al terminal pesquero”.
“Lástima”, le
dije sonriendo. “Yo que quería comerme un pescadito para el desayuno”.
“Pero si quiere,
puede meterse al mar”, me bromeó. “Tiene buena carnada si quiere pescar alguna
otra cosa”, me señaló mi paquete con sus ojos.
Yo me miré mi
verga. Comenzaba a ponerse dura.
“Ésta no es carnada”,
le dije. “es mi anzuelo. ¿Qué pescado crees que me lo pueda picar?”.
“Suba, yo le
enseño”, me invittó el chibolo.
Trepé la chalana
(menos mal que no había gente en la playa si no iban a verme el agujero del
culo mientras subía), y entré junto a él.
“¿Qué pescado crees que pueda picar mi anzuelo?”, le reiteré.
El pescador,
sin más roche ni tiempo que perder, se arrodilló, se puso frente a mi
‘anzuelo’, lo acarició y lo terminó de poner duro.
“A lo mejor un
hermoso pescadito norteño”, dijo. Y se zampó mi falo dentro de su boca.
Me la comenzó a chupar mientras sus gruesas manos me acariciaban mi redondo
culo.
“Mierda”, dije.
“Sí que piqué una buena cachemita”.
El chibolo estuvo
tragándose todo mi miembro por buen rato mientras se quedaba calato
también. Y no me equivoqué respecto a su físico: cuerpo bien en forma no tanto
por el gimnasio o el ejercicio físico, sino por la vida dura de la pesca en los
fríos mares peruanos. Entonces, me la dejó de chupar y sacó un condón de
su ropa, me lo ofreció.
“¿Sabes ensartar
pescados?”
“No sé”, le dije.
“Pero puedes enseñarme”.
El chibolo giró y
me ofreció su lampiño y gordo culo. Ricas y duritas nalgas tenía. Me arrodillé.
Me puse el forro y lentamente lo fui ensartando. ¡Vaya! Ese pescadito sí que
fue fácil de enganchar.
Me lo caché
rico por buen rato hasta que sentí que las iba a dar.
“Se me viene la
leche de tigre”, le dije bien arrecho.
El patita se
separó de mi ‘anzuelo’, se volteó, me sacó el condón, me pajeó fuerte y dejó
que mi semen se disparara en su cara. Jadeé de placer, carajo.
El sol ya
comenzaba a salir en esa playa solitaria.
“¿Quieres
desayunar? Estoy solo en la jato que alquilé”.
“¿Te podré pescar
yo?”, me dijo limpiándose mi esperma aún en su cara. “Tienes un rico
culo”.
“Ya veremos”, le
dije. “Si sabes sopearme bien, ya veremos”.
Como contagiado
de mi desnudez, se puso de pie y bajamos así de la chalana.
El huevón tenía
un buen ‘anzuelo’ entre sus piernas y me supo besar bien el ano, pero no
me la supo clavar. Entonces lo volví a cachar.
En vez de
desayunar, nos quedamos bien jato.
Hoy mientras
escribía esto lo wasapeé. Le pregunté si le jodía que cuente esta historia.
“Si no dices
quién soy ni dónde estoy, claro”.
Así que, así me
pasó a mí. Y de algo estoy bien seguro: la próxima vez ya no tendré que ver en
qué playa me quedo ni dónde puedo correr calato, ni tampoco a quién buscar. Ese
hermoso ‘pescadito’ que supo atrapar mi garfio me esperan el próximo feriado
largo.
Cuéntanos tu
relato y mándanos tus fotos discretamente a hunks.piura@gmail.com (solo para
adultos).
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