¡a la mierda! ¡Ya estábamos aquí! ¿Para nada?
Le escupí saliva y lo
fui penetrando poco a poco. Me excitó más ver su cara tratando de contener el
dolor.
Luego, Juan se acostó
boca abajo, proyectó su trasero y dejó que se lo asaltara sin compasión. Todo
el tiempo gemía, jadeaba y se quejaba virilmente. Jamás se afeminó, y puedo
decir que eso me excitó más aún.
No recuerdo en qué
momento acabé, pero sí estaba completamente sudado.
Prendimos la
televisión.
“Eres un toro,
mierda”, me dijo.
“¿Te gustó?”
“Me encantó”. Él
sonreía de un modo empalagoso, como si huhbiera logrado un objetivo largamente
esperado. Algo me decía que debía ponerme alerta, pero no hice caso.
Nos besamos de nuevo.
“Te mueves bien,
también”, reconocí.
“Gracias… Y, ¿a qué te
dedicas?”
“Chambeo en lo que
salga”, le mentí.
“Yo trabajo viendo
cuentas en un estudio”.
“Ah, chévere”.
“¿Vives cerca?”
“No. Lejos”, mentí
otra vez.
“¿Si te haces tarde
para regresar?”
“Me quedo acá”.
“¿Solo?”
“Si te vas, busco a
otro pata”. Me reí pícaramente sin ánimo de ofender.
“entonces, me quedo
todo el tiempo que sea necesario”.
“¿La piensas aguantar
toda la noche?”, desafié.
“Comenzando ahora
mismo”, me replicó, y volvió a besarme por todo el cuerpo. Y el ritual de sexo
oral con posterior apareamiento se repitió otras dos veces más.
Cuando terminé por
tercera vez, cerré los ojos con la intención de descansar unos diez minutos.
Cuando los abrí de
nuevo, el cuerpo desnudo de Juan seguía a mi costado, profundamente dormido.
Volteé a ver mi reloj
en la mesita de noche.
“¡Por la gran puta!”
Era las cuatro y media de la mañana.
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