La función apenas pasaba la hora cuando decidimos salir del cine y buscar un taxi, en el que todo el trayecto se hizo corto hablando de cosas que ya no recuerdo… fútbol quizás, como para no levantar la sospecha del conductor. ¡Qué estrategia para más tonta! Al conductor solo le interesaba que pagáramos la carrera. Era tácito que si nos llevaba a donde nos llevaba, en esas fachas, no era a meditar ni recitar mantras.
en cuestión de quince
minutos, ambos estábamos metidos en la habitación de un hospedaje para parejas,
el Dreams, al otro lado de la ciudad.
Recién pude
observarlo: un poco más bajo que yo, delgado pero de tronco ejercitado (a
juzgar por la camiseta entallada que vestía), buenas piernas (a juzgar por el
jean entallado que vestía), cabello corto negro, ojos negros, trigueño quizás…
el tono de piel era imposible determinar con ese fluorescente de baja potencia.
“Eres guapo”, me dijo
con una sonrisa bonachona.
“Tú también”, devolví
el cumplido.
Nos acercamos, nos
abrazamos fuerte. Nos besamos… en la boca.
Poco a poco nos fuimos
desnudando.
Conforme descubría su
piel, entendía que no se trataba del típico pasivo que se empecina en guardar
formas femeninas.
“¿Vas al gym?”, le
pregunté susurrando entre dos besos franceses largos.
“Sí, a veces”.
“Parece que fueras
todos los días”.
“¿Te gusta mi cuerpo,
Paúl?”
“Me encanta, Juan. Me
encanta”.
Volvimos a besarnos.
Ya desnudos, nos
acostamos sobre la cama; mejor dicho, me acosté sobre él. No dejamos de
acariciarnos con las manos y con la boca; aunque él fue más allá: usó la suya
para acariciarme esa masculinidad, que a veces no se controlaba y que en dos
ocasiones me hizo pasar momentos embarazosos en las duchas del gimnasio, debido
a su tamaño.
“¡qué rico la chu…!”
No pude terminar la frase. Su magistralidad me había dejado sin palabras.
Se acostó sobre mí. Me
besó.
“No es grande, Paúl…
es ¡enorme!”
Me sonreí.
“¿La quieres dentro?”
“¡Claro! ¿Tienes
condones?”
“No. ¿Tú?”
“Tampoco”.
“Caballero, sexo
light”, propuse.
Así que seguimos
revolcándonos, presionando nuestros penes duros con fuerza, hasta que me quedé
encima de él, me incorporé, le levanté y separé las piernas hasta ver aquel
lugar donde pensaba hallar satisfacción. Estaba muy, muy excitado.
“¿En serio no tienes
forros?”
“No, Paúl”.
Lo pensé dos segundos.
“¿estás sano?”
“¿SIDA? Nada. Estoy
limpio… en todo el sentido de la palabra”.
Me tomé otro par de segundos.
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