La consulta de Adela tiene algún progreso, aunque no tan notable como la doctora Barreto querría. Cuando la paciente está vestida otra vez, se sienta frente a la profesional.
“¿Estás tomando tu medicamento, Adela?”
“Sí, doctora, pero luego que tomo el de la
noche siento mucho sueño”.
Barreto revisa la historia:
“Te voy a pedir algunos análisis, solo para
verificar algunas cosas; nada de qué preocuparnos por ahora”.
Adela asiente mientras ve cómo le escriben
la receta.
“¿Tu hijo te sigue apoyando, Adela?”
“Sí”, sonríe la madre. “Ese muchacho está
pendiente de mí todo el tiempo”.
“Excelente”, califica la ginecóloga
mientras termina de escribir la receta.
“Doctora… ¿cuánto le debemos”
“Ehhh, Adela, ehhh, yo… yo me arreglo con
Leandro, tú tranquila”, sonríe Barreto.
Adela prefiere no seguir preguntando,
tampoco quiere imaginar lo que está imaginando.
Esa tarde, Leandro regresa a la Torre Echenique, pero esta vez solo. Apenas se abre la puerta del ascensor…
“¡Hola Leandro!”
… Desde el estacionamiento del sótano sube
la novia para la que había modelado el domingo vestido como el novio que nunca
querría ser y a la que había satisfecho no solo mostrándose desnudo, en su
departamento, sino acostándose con ella a vista y placer de su novio de verdad.
Leandro traga saliva.
“¿Qué pasó?”, pregunta la chica.
“Nada, venía a… venía a ver a alguien”.
“¿Será a mí?”
“Ehhh, si quieres, puedo pasar, pero sería
más tarde… tú sabes, tengo una diligencia…”
La novia se sonríe al escuchar las
justificaciones de Leandro, así que decide cortarlas robándole un beso y
apretando con cuidado el paquete bajo la ropa deportiva.
“Yo te espero igual”, le susurra.
En ese momento, se abre la puerta del
ascensor, y Leandro siente como si el aparato se hubiera descolgado al vacío.
Para su buena suerte, es solo el pasillo vacío. Quizás alguien que pidió el
aparato y se cansó de esperarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario