“¿Vienes seguido?”.
“No. Una vez a las
quinientas”. ¿Y tú?”
“Una vez al mes, o a
los dos meses”, me dijo sin vacilar.
“O sea, medio
caserito”, me sonreí en la oscuridad.
“Ni tanto”.
En la pantalla,
T.T.Boyd probaba todas las poses que podía entre indistintos gemidos suyos y de
la rubia, hasta que la acostó boca arriba, ubicó su falo sobre los enormes
senos de la modelo, se masturbó y eyaculó fuerte y profusamente dando un
rugido.
“¿Te estabas pajeando,
no?”
La pregunta de Juan me
sacó de cuadro, otra vez.
“¿Cómo?”
“Cuando vine del baño,
me di cuenta que te estabas pajeando”.
Yo dudé qué decir. O
sea, ni en mi casa había pasado por eso, y ahora tenía que rendir cuentas a un
extraño, quien encima parecía tener ojos de gato.
“Como las huevas,
Paúl… Todo el mundo aquí busca sexo”.
Traté de mirarlo en la
oscuridad. Apenas distinguí un perfil, cabello corto, camiseta, jeans. Por el
pasillo del fondo, sombras que pasaban y repasaban.
Me lo tomé con calma.
En el fondo, Juan
tenía razón: todo el mundo que viene al cine triple X busca sexo. Quien no se
está masturbando en las butacas, deja que lo masturben y hasta que le den sexo
oral; en los baños, la gente practica el coito a vista y paciencia de quien
sea. Con
suerte puedes unirte a
la acción; o si no algo más conservador como mostrar tu pene erecto en el
urinario a quien venga.
“Oye… Juan…. Tú…
¿también buscas sexo?”
“Sí”.
“¿Y qué… qué tipo de
sexo?”
“sexo tranqui”.
“¿Tranqui?”
“Sí, tranqui. Lo
normal”.
Regresé a ver la
acción en la pantalla. Un pata con pinta de universitario musculoso besaba y
desnudaba a una morena. Nuevamente, sentí cómo la sangre fluía a los cuerpos
cavernosos de mi miembro.
La erección fue
patente en menos de un minuto.
Suspiré un poco.
“¿Qué pasó”, me
preguntó Juan.
“Nada. Creo que… se me
paró”.
“Alucina”.
No transcurrieron ni
diez segundos, cuando sentí que una mano subducía mi antebrazo. Recogí toda mi
extremidad por detrás del asiento. Muy poco después, sentí unos dedos sobre mi
muslo, hasta llegar a mi pubis. Los dedos se hicieron palma. La palma comenzó a
masajearme la erección por encima del short. Respiré rítmicamente, como cuando
alzas pesas en el gimnasio. La mano se deslizó hasta el elástico de mi short. Y
lentamente se metió dentro de él. Fue cuando Juan me acarició el bulto duro
sobre el calzoncillo. Otro minuto más, y por fin sentí la suave palma haciendo
contacto directo con ‘mi amigo de toda la vida’, congestionado al máximo por la
irrigación vascular.
“Parece grueso”, me
dijo.
“Es grueso”, le
respondí.
Lo miré. Pude percibir
que me miró en la oscuridad.
No era ni las nueve de
la noche.
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