Al día siguiente y de
última hora, invité a Laura para que almuerce en mi casa.
Claro que me exponía a
que mi madre y ella me hicieran blanco de bullying, pero mi seguridad estaba en
juego, así que el sacrificio era un mal necesario.
Fui hasta su casa a
recogerla, previa escala en una farmacia para comprar otro paquetito de
condones.
Como seguía esa
relación, era una inversión útil. Lo que sí, no tenía idea de qué pretexto
esgrimir esta vez si ella me pedía prescindir de la protección.
Al llegar a recogerla
fui atendido por su madre, quien me hizo pasar a su sala pues Laurita aún no
estaba lista, para variar. Y eso que le había avisado con una hora de
anticipación.
Para su mamá no fue
tiempo muerto porque se dedicó a conversar conmigo.
“¿Cómo sigue la señora
Haydeé?”
“Bien gracias, doña
Amalia. Con favor de Dios, bien… gracias”.
“¿Y qué tal tu
trabajo?”
“Ah, sin problemas.
Todo perfecto”.
Y así por el estilo
tuve que absolver el clásico cuestionario que te hace la madre de tu enamorada
para garantizarse que no eres un muerto de hambre y que tienes armonía
familiar, clave para una eventual convivencia bajo un mismo techo.
El interrogatorio de
la señora era manejable; si hubiera sido el padre, cada respuesta vendría
acompañada de ‘esa hija es la luz de mis ojos’ o ‘debes cuidarla porque es tu
deber’.
Solo quedaba ser
paciente y amable.
Laura apareció al fin.
Se despidió de su madre; su madre se despidió de mí. Partimos hacia mi casa.
el almuerzo dominical
fue cebiche mixto y causa de atún, con el toque que solo las manos de mi madre
eran capaces de darle.
Durante la comida, se
aplicó el mismo interrogatorio al que antes fui sujeto. Quiero decir, esta vez
de mi madre a Laura.
A mi enamorada no
pareció incomodarle, a pesar que muy disimuladamente yo le indiqué mediante
gestos a mi madre que ya parara.
Cuando terminamos de
comer, Laura y yo nos pusimos a conversar un rato en mi sala. Como mi madre se
había ido a su dormitorio, le mostré algo que había encontrado en el diario. Le
pasé la página completa.
“¿Halcones vence tres
a dos a Sport Verdes?”
“Qué? No, Laura. Lo
que está marcado con plumón”.
Ella lo halló al fin.
Se trataba de un aviso de empleo para una profesional de su perfil.
“¿El Popular está
buscando personal?”
“No. Por la
herramienta que piden es el BGU”.
“Sería chévere
postular; el caso es que yo estoy contenta con mi trabajo”.
“¿Contenta trabajando
para el gobierno? Por favor, Laura. Es un sector nada competitivo”.
“Pero puedo marcar una
diferencia. Puedo cambiar esa imagen”.
“Sí. Tú solita. Bueno,
yo creo que podrías postular a esa convocatoria y hacerla”.
Laura releyó el
anuncio, y al fin accedió.
Saqué mi lap-top y se
la di para que buscara su hoja de vida y aplicara al puesto. No tuve ningún
problema en prestarle mi computadora. No tenía nada que ocultarle, así
que, si en uno de mis
descuidos, ella quería espiar cualquier indicio de infidelidad, no encontraría
nada.
Me senté a su costado.
Al fin, ella terminó
de actualizar el documento y lo envió.
en ese momento, mi
madre apareció vestida para salir.
“Voy a ver a tu tía
Leonor. ¿Puedes irme a ver a las seis?”
Eso era dentro de tres
horas y media, más o menos. Acepté.
Mi madre se despidió
de Laura y de mí. No dijo nada más. Evidentemente nos estaba dejando solos.
Cuando doña Haydeé se
encontraba a calculada distancia considerable, no perdí más tiempo y comencé a
besar apasionadamente a mi chica.
“Rafo, tranquilo. Tu
mami…”
“Mi mami salió.
Estamos solitos, mi amor. Nada nos va a interrumpir”.
Nada.
Nada, excepto el
teléfono fijo de mi casa.
Fui a atenderlo
dándole la espalda a Laura.
Era Elena, mi hermana.
“Rafo, en un mes me
darán vacaciones del estudio, y adivina qué… ¡Me la
pasaré en casa con ustedes!”
“Excelente, hermanita.
Mira, aquí estoy con Laura y justo vamos a salir. Mamá no está. ¿Qué tal si te
llamamos ahora en la noche?”
Elena entendió.
Quedamos para hablar más tarde.
Cuando colgué, volteé
a ver a Laura, pero ésta se había esfumado de la sala.
Comencé a llamarla. No obtuve respuesta.
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