Cuando todo regresa a una aparente normalidad, el reloj de una de las mesas de noche marca diez minutos para las cuatro de la madrugada.
“Estuviste
increíble, Leandro”.
“Gracias. Tú
igual, Darío”.
“Sabía que eso”
–Darío toma el pene flácido de Leandro en una de sus manos—“no defraudaría… ¡es
enorme!”
El futbolista
ríe ante lo cursi de la apreciación fálica, pero ya está acostumbrado, así que
solo aguanta, y decide darle otra movida conveniente a su peón:
“Jamás pensé que
iba a pasarla tan bien”.
“¿En serio?”, se
alegra Darío.
“Mírame aquí”,
le da un beso breve en la boca. “Si no hubiese funcionado, ya estaría vestido y
buscando un taxi para irme a casa”.
Lo que Leandro
nunca confesaría es que el bus que lo puede acercar hasta su domicilio pasa
cuatro calles más abajo recién a las cinco de la mañana, así que lo mejor es
mantenerse bajo ese cómodo refugio.
“¿No estás
apurado?”, se sorprende Darío.
“Bueno, tengo
entrenamiento a las nueve pero creo que puedo sobrevivir… si duermo toda la
tarde”.
Ambos ríen.
“Espero que no
sea la primera y última vez que me haces el amor, Leandro, porque eso fue
realmente intenso”.
“Espero que no
te aburras de mí”, el invitado clava la mirada en el anfitrión, quien
evidentemente traga saliva y sonríe por compromiso. Claro está, lo que
realmente espera Leandro es que el siguiente paso sea hacer una cita con
Roberth Peña.
“Creo que será
imposible”, responde Darío.
Leandro,
entonces, siente que ha entrado en terreno pantanoso:
“Solo te quiero
pedir algo: me parece que vamos a pasarla bien como compañeros, amigos, y hasta
como amantes; pero… no te enamores de mí”.
Darío se
ensombrece por un momento. Todo parecía ir bien, pero trata de entender. Quizás
es muy rápido. Quizás no pueda exigir mucho por ser la primera vez:
“Cuento contigo,
¿no, Leandro?”
“Dalo por hecho,
pero solo te pongo esa condición”.
“Hiciste bien, brother”, califica Rico, quien lleva a un adormilado futbolista como pasajero. De nada han servido los dos cafés cargados y una lata de energizante, excepto para ir al baño interrumpiendo el entrenamiento previo al partido del domingo hasta dos veces esa mañana.
“¿Y en serio lo
habré impresionado?”
“Mira, bro, te
voy a contar un secreto sobre la gente famosa. Se construyen el mito de que lo
tienen todo, y de que tienen a quien quieren a solo pedido, de que pueden
cambiar de marido cada noche, si quieres; pero la verdad es que se hacen tan
inalcanzables que terminan siendo muy solitarios”.
“Hablas”.
“Entonces,
cuando aparece alguien que sepa activarles el resorte correcto, se le pegan
como chicle”.
“¿Eso es bueno o
malo para mí, Rico Ricón?”
“Va a depender
de cómo lo manejes, Leandro León; pero sí te aconsejo algo: tú debes poner las
reglas, tú debes tener el control. Aunque él tiene todo el billete del mundo,
quien decide cómo se baila el merengue eres tú”.
“Deberías ser coach de escorts, Rico”.
Conductor y
pasajero se carcajean.
No hay comentarios:
Publicar un comentario