Ese martes por la mañana, Darío se dedica a ordenar una casa que no es la suya, ni la de Leandro; la de Roberth. Todo es un tiradero donde hay ropa, papeles, unas botellas de cerveza, algunos preservativos usados.
“No cambias en
absoluto”, comenta el modelo.
Del otro lado,
Roberth está sentado frente a su computadora procesando las fotografías de
Leandro.
“Si estás
haciendo todo esto para bloquear la carrera de tu nuevo romeo, pierdes tu tiempo”, advierte el fotógrafo. “Tú tampoco has
cambiado en absoluto”.
“No, para nada;
además ahora es diferente”.
“Sí, como
también fue diferente la vez anterior, la vez anterior, la vez anterior y la
otra vez anterior”.
“No me ayudas
mucho, Roberth”, reclama Darío con tranquilidad. “Además, sabemos que Aníbal es
un drogadicto, Carlos es un vividor, Pepe es un delincuente y Rico es un puto.
Ni siquiera sabía de dónde venían. Leandro no es igual, no luce igual”.
“Tú sabías que
Aníbal fumaba hasta césped seco, que Carlos ya tenía lista de clientes, Pepe es
tan delincuente que ahora trabaja para tu viejo y, que yo recuerde, Rico te
había dejado en claro que lo suyo era lo porno pero aún así tiene negocios
contigo, y no te olvides de Elías”, continúa Roberth mirando la pantalla de la
computadora. “Por lo demás, coincidimos en que Leandro parece tener otro aura”.
“Elías nunca
quiso ser modelo y ni lo menciones que me recuerda al estúpido de Madero”,
refunffuña Darío. “definitivamente, Leandro es diferente y su madre es un
amor”.
Roberth deja de
ver el monitor y voltea a observar a Darío como si tuviese un resorte en la
nuca:
“¿Qué tratas de
decir?”
“Que conocí a la
mamá de Leandro; ayer estuve en su casa”.
“¿Que hiciste
qué, Darío? Ay, Dios. Sí has cambiado… para peor”.
Darío se
justifica:
“Es que pensé que
ese chico me estaba engañando, Rob.”
“¿Y para eso
tenías que hacerle visita domiciliaria?” Roberth regresa a mover el ratón y balancear
una sombra en una de las fotos de Leandro.
“El caso es que
me dijo la verdad sobre él y sí merece que lo ayude”.
“Le produjiste
su sesión de fotos, Darío, y el producto se vende solo; deja que ahora él la
luche”.
“Hay mucha
competencia, Roberth. Una cosa es tener contactos por todo sitio, otra cosa es
empezar de cero”.
“Bueno, es tu
tiempo, tu plata y tu esfuerzo. Solo te voy a aconsejar lo mismo que te he
aconsejado en otras ocasiones, y que te lo dije delante de Leandro: deja que
tome sus propias decisiones, no interfieras; dale el impulso pero deja que él
decida cuán alto quiere llegar. No le des el pescado; enséñale a pescar”.
“eso lo tengo
claro, Rob”.
El fotógrafo
sigue moviendo el puntero en la pantalla de la computadora, y probando
variaciones cromáticas.
“Solo te voy a
pedir un favor adicional, Rob: ya sé que tú serás el director del nuevo
catálogo de Lawrence’s, así que…”
El fotógrafo vuelve a ver fijamente los ojos del modelo. No es difícil adivinar la intención.
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