Sonó una puerta,
evidentemente cerrada de golpe por el viento.
¡Qué estúpido! Fui a
buscar mi celular en la mesita de centro de mi sala. Le marqué, pero apenas
entraba la llamada, ella me cortaba.
¿Qué hice ahora para
que ella me tratara así?
Tenía que buscarla.
Solo debía lavarme la cara y salir disparado.
Entré a mi dormitorio
por una toalla.
“¿Acaso me buscabas?”
Laura estaba acostada
sobre mi cama totalmente desnuda. No era un espejismo. Era su glorioso y
esbelto cuerpo.
Nota al pie: las
mujeres demoran una eternidad para vestirse, pero son más rápidas que la
velocidad de la luz para invertir el proceso… ¿o es mi
impresión?
el alma me regresó al
cuerpo.
Sonreí, cerré la
puerta y le puse pestillo, me desnudé y me acosté sobre ella.
Volví a besarla con
pasión, y a frotar mi cuerpo contra el suyo.
Cuando estábamos muy
excitados, me arrodillé, saqué un condón, pero ella me detuvo la mano.
“Déjame a mí”.
Lo abrió, tomó mi
miembro, y delicadamente me lo puso.
El resto fue dejarnos
llevar por el mismo baile y la misma sinfonía de nuestras hormonas, las que se
movían a millones de revoluciones por milisegundo.
Satisfecho nuestro
requerimiento de intimidad sexual, adoptamos nuestra clásica posición de
descanso.
“Sería bonito
convivir”, lanzó Laura.
Me tomé mi tiempo para
responder sin ser duro. La idea no me gustaba para nada.
“No quiero dejar sola
a mamá”, le respondí.
“si ése es el
problema, podríamos convivir aquí”.
“No, gracias, Laura.
Será para que te adopte como hija, y la verdad no te lo recomiendo. Además, ¿no
crees que es muy pronto para barajar esa posibilidad?”
“Rafo, ya tenemos más
de tres años”.
“No, mi amor. Por
ahora, convivencia no”.
Me levanté de la cama,
tomé mi toalla y fui a ducharme.
Para su buena suerte,
ésta fue programada justo después de su horario de trabajo.
Pensé acompañarla,
pero iba a ponerla tensa; así que me fui a entrenar como de costumbre.
Como quedé para cenar
con ella luego de mi rutina, llevé ropa y tomé un baño en las duchas del
gimnasio.
En realidad solo
habían dos, separadas por una pared de mayólica y sin nada que la aislara del
estrecho pasillo que conducía al vestidor de varones.
Cuando acabé, un chico
que jamás había visto allí estaba desnudo, listo para ingresar a la otra ducha
libre. Me saludó con cierto gesto gay. Le respondí, pero salí inmediatamente.
Sentí que me tiró una palmada leve en mi nalga. Paré y me detuve a verlo,
serio.
“¿Te pasa algo,
huevón?”
“Perdona, amigo. Fue
casualidad”.
Me sonrió. Salí a
vestirme.
Cené con la familia de
Laura: su padre, su madre, su hermano menor y su hermanita. La entrevista había
transcurrido sin sobresaltos. Las mismas preguntas analíticas de siempre.
Por cierto, la cena
estuvo rica.
“Muchacho, la verdad
me da gusto que estés pendiente de mi hija en esas cosas”. Me dijo su padre.
“Ya le dije que no pretenda hacer carrera trabajando para el gobierno. Este
país no paga bien a sus empleados. Mírame a mí: treinta años de servicio para
una pensión de hambre. Si no fuera porque sé hacer otras cosas,…”
La madre cortó el
discurso paterno con el clásico ‘¿más juguito?’.
Me quedé allí hasta
las diez de la noche.
Al salir estaba
satisfecho porque había ganado puntos ante el patriarca de la familia, y porque
había una posibilidad de que, al salir de su trabajo actual, redujera el riesgo
de que Eduardo pudiera abrir la boca.
Sabía que no tenía
todo bajo control. Solo me quedaba cruzar los dedos.
Volví a tener la
sensación de que alguien me espiaba a lo lejos.
Vi en todas
direcciones, pero nada. ¿Me estaba comenzando a volver loco?
Al llegar a mi casa,
mi madre estaba viendo el noticiero.
“¿Fue Laurita a la
entrevista?”
“sí, dice que le fue
bien”.
”Hijo, ¿puedo decirte
algo?”
Oh, oh. Alerta de
sermón. Me detuve, con gesto de casi-fastidio.
“¿qué pasó, mami?”
“Rafito, me da gusto
ver cómo as madurado en estos meses. Eres distinto. Alguien más juicioso y
razonable”.
“Gracias, mami. Es ley
de la vida, creo”.
Mi madre sonrió con
cariño.
“Me dará gusto que
venga tu hermana, y vea cómo todo marcha bien a pesar de la ausencia de tu
padre”.
Confieso que no
entendí a qué venía esa relación entre que todo marchara bien y que mi padre no
estuviera.
Fui a mi dormitorio, me desnudé y descansé en santa paz.
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