A las seis de la mañana, el despertador de Leandro suena. Oficialmente, el martes ha comenzado para él. Algo de claridad ilumina su dormitorio: afiches de equipos y jugadores de fútbol justo al costado de la puerta que, en realidad, solo tiene una cortina como separador, sus zapatos y zapatillas (casi todos de deporte) al pie y ropa colgada justo encima y sobre esos afiches, la vieja cómoda con un espejo justo a los pies de su cama, la ventana del otro lado, y sobre su cabecera más afiches que incluyen dos o tres de sí mismo, que fueron parte de alguna campaña publicitaria del San Lázaro.
Al percatarse de la hora, salta del lecho, y de inmediato busca su ropa interior que debe estar por alguna parte en el suelo. Se la coloca acomodando bien su erección matinal, va a la ropa colgada y busca una camiseta, una chaqueta y una pantaloneta algo raídas, que usa solo en casa. Voltea a ver hacia donde estuvo durmiendo. Obviamente, ya no está ahí; entonces, ¿dónde estará? Se pone unos calcetines y unas zapatillas y sale a la parte posterior donde suena un chorro de agua y un murmullo.
“Cuando supe que había salido embarazada de Leíto, pedí ayuda a su papá”, relata Adela. “Nunca me la dio, me la negó mas bien; entonces yo tomé una decisión: tenerlo sola, y así hice. Cuando ya estaba por el cuarto mes y tuve que renunciar al trabajo, recién se apareció. Me dijo, a´si clarito: te daré el dinero pero no quiero saber nada de ti”.
“¿Así tal
cual?”, se sorprende Darío, quien está vigilando que el agua del barril no
rebose para pasar la manguera que la transporta a otros balddes que ya tiene
provistos. En el Distrito Norte, como en casi toda la ciudad, apenas hay
servicio de agua unas dos horas al amanecer y otras dos hacia las tres o cuatro
de la tarde. Quien tenga una cisterna y un tanque, y sepa dosificarla, podrá
disfrutarla las veinticuatro horas; quien no, la acumulará, o acarreará, como
pueda.
“Tampoco le dije
que no; no estaba en condiciones de hacerlo, y mi familia no estaba
precisamente orgullosa de mí; así que acepté el trato”.
Darío menea la
cabeza en tono de desaprobación. Viste sencillo, igual que Leandro, aunque con
un par de ceros de diferencia en la factura de venta.
“En mi casa
sabíamos que el doctor Pérez tenía familia fuera del matrimonio; incluso, mi
papá siempre contaba que él lo había aconsejado para que no se desentienda,
pero nunca pensé que serían ustedes”.
“La vida tiene unos
senderos tan sinuosos, que terminan enviándonos al mismo sitio”, recita Adela.
“Qué poético”,
aplaude Darío.
“Yyyyy… corten”,
Leandro chasquea sus dedos. “Suficiente telenovela para hoy”.
“Te quedaste
dormido”, le sonríe Darío.
“Ay, hijito mío,
orgulloso como él solito”, critica cariñosamente la madre del futbolista.
“Tranquila, má”,
se relaja Leandro. “Darío y yo nos encargamos del agua”.
Adela reingresa
a la casa y se va directo a la cocina. Leandro se adelanta y da los buenos días
a Darío agasajándole un no tan disimulado palmazo en la nalga derecha:
“¿Dormiste
bien?”
“De maravillas”,
sonríe el supermodelo. “Nunca antes había dormido así”.
Horas antes,
tras la sesión sexual del penthouse, Leandro había insistido en regresar a casa
solo pero Darío se lo impidió. Como pudo, el nuevo protegido canceló el pedido
que había coordinado con Rico para que lo recoja, y junto a su mecenas
esperaron un rremisse que el segundo
había pedido (“Ni loco subo a los taxis por aplicación”, le confesó. “No sabes
con qué delincuente te toparás”). El plan era llegar a la casa y echarse a
descansar. Mentira. Hicieron el amor por segunda vez apenas se quedaron
desnudos y cubiertos por las sábanas, con la particularidad de que Leandro tuvo
que taparle la boca a su amante con la mano para evitar que alguien se enterara
de lo que estaba pasando ahí.
“Hasta ahora no
entiendo por qué dejaste la comodidad de la Torre para dormir en la incomodidad
del Distrito Norte”, observa Leandro.
“Te lo dije
anoche: la mejor forma de entender tu sueño es viviéndolo”, arguye Darío.
Leandro no
termina de entender la capciosa.
“¿Y cómo te
despertaste antes que yo?”
“Oí que abrían
la puerta, me vestí como pude y salí; entonces, vi a tu mamá haciendo esto…
suelo tener el sueño muy ligero”.
“¿En serio?”
“¿No te diste
cuenta que la Torre está aislada del ruido de la calle?”
Efectivamente,
ahora que Darío lo menciona, Leandro recuerda que dentro de la aristocrática
construcción y sus unidades, los sonidos de toda urbe con categoría de
megalópolis no se cuelan en absoluto.
“Bueno, menos
mal que ésta no es una calle principal; si no, te habrías desvelado”.
“Hubiera valido
la pena”, se acerca Darío dando un beso furtivo en la mejilla a Leandro.
“Aguarda,
huevón”, advierte susurrando el muchacho.
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