Tras despertar nos colocamos nuestros trajes de baño: ella vestía un conservador bikini rosado con ribetes blancos; yo, mi bermuda guinda con unos grandes estampados a manera de hojas celeste apagado.
Nos pusimos a caminar
a lo largo de la playa poblada de casas de madera y defensas de rocas grandes.
Los días de semana casi no hay gente, entonces puedes andar a tus anchas.
Concursamos a ver
quién contaba más pelícanos en el horizonte. Tratamos de mantener en pie un
castillo de arena que desafiaba toda norma arquitectónica (perdón, somos
ingenieros de sistemas). Perseguimos cangrejos. Recolectamos conchas olvidadas
en la arena. Imaginamos una casa de playa en una colina cercana (a prueba de
tsunamis… otra vez, somos ingenieros de sistemas). Probamos caricias atrevidas
entre la arena, el cielo y el sol, con la complicidad de unas gaviotas
hambrientas.
Aprovechando una
palmera, nos sentamos a ver el mar.
“Rafo, qué lindo
cumpleaños estoy pasando”.
“Te dije que era
poco”.
“Gracias, amor. Te
luciste, especialmente anoche, porque eso de vestirte de superhéroe sabiendo lo
machista que eres… ¿y todo por mí?”
“Volvería a hacerlo,
pero esta vez el traje lo elijo yo”.
Ambos nos reímos.
La puerta de una casa
se abrió.
Dos chicas y dos
chicos salieron a disfrutar la playa; es decir, suponía eso. Ambos muchachos
tenían un físico inflado con anabólicos en el gimnasio. más que evidente. Uno
de ellos vestía un bañador alicrado negro, a manera de un boxer diminuto; el
otro tenía una tanga azul acero que apenas le podía contener un pequeño
paquete, pero que
difícilmente ocultaba
sus redondas nalgas, como si fueran burbujas. En realidad ambos tipos las
tenían como burbujas.
“¡Rafo! ¡Ya deja de
verlas”.
“¿Qué? Mejores están
las mías, más naturales”.
“Oye, ¿de qué hablas?
Te dije que dejaras de ver a las chicas”.
“Ay, mi amor. En
realidad veía a esos huevones. Tienen que ser bien rosquetes para ponerse eso”.
Laura me quedó
mirando, extrañada.
“Ay, qué machista que
eres. ¿Y cuando pasemos nuestra luna de miel en Acapulco, Ibiza o Río de
Janeiro?”
“No, Laura. Ni loco me
pongo esas tangas”. ¿Andar con las nalgas al aire? Prefiero estar calato”.
“¿Y que las gringas o
las cariocas locas se ganen contigo y quieran raptarte? ¡Nunca!”
Me reí
estruendosamente. La besé otra vez.
De reojo, veía el casi
esférico trasero firme del chico de la tanga azul acero que comenzaba a
alejarse.
Luego, me negué a
meterme al agua por temor a que alguna raya me picara: el centro de salud
estaba muy lejos y no había movilidad que nos llevara.
A cambio, propuse
disfrutar un fresco y picante cebiche con unas cervezas bien heladas. El sol
estaba en su cenit.
Tras almorzar,
regresamos al búngalo, compartimos la ducha, y pasamos directo a la cama a
repetir la lujuriosa jornada de la mañana, por dos veces consecutivas.
Ya no tenía más
condones dicho sea de paso.
Retozamos desnudos,
hasta que, como de costumbre, Laura usó mi pectoral como su almohada.
“Rafo, cuando nos
casemos, ¿podremos pasar la luna de miel en una playa? Pero una playa para los
dos solitos”.
“Claro. Tenemos mucho
tiempo para elegir la playa, hacer reservas y ahorrar”.
“¿Siempre quieres
casarte cuando cumplamos 30?”
“Por qué el apuro,
Laura?”
Ella no respondió.
“¿Aún no estás seguro,
Rafo?”
“No es eso. Pero aún
tenemos que realizarnos, conseguir logros profesionales”.
“Podemos conseguirlos
estando casados”.
“Con hijos será más
difícil”.
“Podemos esperar”.
Preferí no contestar.
“Rafo, entiendo que
nos estemos cuidando para no tener hijos, y perdóname por pedirte hacerlo sin condón,
pero podemos estar casados y realizarnos. Cuando sintamos que es el momento,
dejamos de protegernos y tenemos hijos”.
“De acuerdo”.
Ese comentario me
trajo a la memoria aquella noche, hacía cuatro meses, cuando Eduardo y yo lo
hicimos sin preservativo.
Obviamente, ni loco se
lo contaría a Laura. El caso es que el fantasma de la incertidumbre volvió a
rondarme.
Eduardo dijo la
madrugada en que lo rescaté que había perdido. ¿Y si se refería a otra cosa?
“¿Rafo? ¿ESTÁS BIEN?”
“¿Ah?”, respondí
sobresaltado.
“¿Te molestó lo que te
dije?”
“No, amor. Quiero ir
al baño”.
Me levanté de la cama. Me encerré por un momento. Me vi la cara al espejo… ¡Algo tenía que hacer al respecto! Pero… ¿qué?
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