“La primera vez que
estuve con un chico tenía catorce años; era de noche durante unas vacaciones.
Fuimos a visitar a una tía a Paita, y esa noche daban una fiesta. Como uno de
mis primos tenía uno de esos juegos por computadora, quiso mostrárnoslo y
enseñarnos a jugar. Éramos cuatro primos, todos varones: el menor de trece, yo
de catorce, y otros dos primos de dieciséis. el dueño del equipo era hijo único
así que sus padres le consentían en todo. Cuando nos aburrimos de jugar, él nos
preguntó si queríamos ver el secreto de un tío de veintisiete años, que
guardaba celosamente en su cuarto. Se trataba de un caserón, así que había
muchos tíos instalados con su familia”.
“¿Era droga o qué?”,
interrumpí.
“No. Era un disco de
video. Mi primo de dieciséis lo puso en el reproductor y todos nos quedamos
pasmados: era una porno gay. Vimos de todo, hasta una orgía de patas, y
terminamos medio locos… Tú entiendes”.
“¿Qué hicieron?”
“Nos comenzamos a
pajear mutuamente. Nos calateamos. Luego mi primo se agarró a mi otro primo, y
el que restaba me la metió a mí”.
“El de dieciséis?”
“No. El de trece”.
Eduardo sonrió
ruborizado tras hacer esta revelación.
“¿Te dolió?”, seguí.
“Un poco. Para tener
trece años, la de mi primo ya estaba más o menos desarrollada”.
“¿Y sus viejos?”
“Entretenidos en la
fiesta. Nunca se dieron cuenta”.
Era tarde de sábado, a
menos de cuatro días de la fiesta sorpresa para Laura.
Era un caserío cercano
a la ciudad, donde varios universitarios suelen ir para comer cebiche y beber
chicha.
Temprano esa mañana,
yo había contactado a Eduardo por teléfono, y le propuse reunirnos allí después
de su trabajo para charlar mientras comíamos algo típico –un chavelito- y
tomábamos algo suave. Obviamente, accedió.
Mi condición fue que
no se lo comentara a nadie.
Tras esa primera
conversación en buenos términos que ambos tuvimos en ese café del centro, yo
sentía que necesitaba comprender muchas cosas que no tenía claras… aunque
tampoco tenía claro cuáles eran esas cosas.
Quizás al conversar de
todo podía descubrirlas.
Y así, de trabajo
pasamos a música, de allí a ropa. Y de allí terminamos removiendo nuestro
historial sexual.
Aunque me sentía raro
por terminar conversando con la persona a la que días antes quería borrar de la
faz del planeta, me di cuenta que tal charla era liberadora.
No me sentía bien
hacía mucho tiempo. De hecho, solo me sentía bien cuando me confesaba ante mi
amigo Josué.
Tras comer, en vez de
tomar un carro para regresar a la civilización, decidimos hacer el trayecto a
pie. Tampoco era lejos, y la actividad física nos oxigenaría tras el clarito
que nos bebimos.
“Y sigues viendo a tus
primos?”
“El hijo de mis tíos
ahora vive en el extranjero, el otro primo mayor se casó hace un año, y al
menor lo veo cada vez que viene para la ciudad pero ya no pasa nada”
“¿No hablan sobre
eso?”
“No. Para nada… Rafael, ¿te has vuelto a ver con alguno de los chicos con quienes te
acostaste?”
“Solo con el capitán
del equipo de básquet. Tiene una tienda de ropa deportiva, y lo saludo cuando
necesito algo para el gym. Pero no ha vuelto a pasar nada”.
Los algarrobos nos
hacían sombra y los cercos de púas nos exponían a que, cada vez que pasaba un
vehículo, recibiéramos un baño de polvo ocre, pues no podíamos ir más allá,
dentro de los campos de cultivo, para protegernos.
“¿Cuándo te definiste
como gay, Eduardo?”
“Al salir del colegio.
Me di cuenta que lo mío no eran las mujeres, a pesar que tuve dos enamoradas.
Cuando cumplí diecisiete tuve también mi primer enamorado. Comenzó en el
pre-universitario y duró hasta el primer ciclo de la universidad”.
“¿Por qué se acabó?”
“Al mismo tiempo que
conmigo, él salía con una chica. Lo enfrenté, y me dijo que prefería la chica,
que todo el mundo lo miraría mal si lo veían con un maricón”.
No tuve comentarios al
respecto.
”Quizás es difícil
para un maricón como yo poder tener algo serio con alguien”.
“Ya aparecerá,
Eduardo. Paciencia que ya aparecerá”.
Le sonreí amistosa y
compasivamente.
Él me devolvió el gesto.
“Oye, Rafael, ¿y cómo
te defines?”
“¿Quién soy?”
“No. Me refiero a tu
orientación sexual”.
“¿Orientación?”
“¿Gay, bi, hetero?”
Llegamos, al fin, a
los límites de la ciudad.
“Creo que
heterosexual. ¿sabes que tu pregunta me sigue dando vueltas en la cabeza? Ésa
de ‘quién soy’”.
“¿Aún no te la
respondes, Rafael?”
“Me cuesta. No tengo
muchas cosas claras, en realidad”.
“¿sobre tu
sexualidad?”
“Sobre todo, mas
bien”.
“Mmm. Podría enseñarte
una técnica que amí me sirvió. Solo necesitamos un espejo, y mientras más
grande, mejor”.
Me reí por la
expresión.
“Puede ser, pero mejor
otro día. Quiero regresar a casa, descansar un rato y salir más tarde con
Laura. Mas bien, gracias por la conversa.
Eduardo me sonrió de
nuevo.
“Ah, antes de que me
olvide: Laura nunca debe enterarse de que nos encontramos y mucho menos de esto
que hemos conversado. es más, hagamos de cuenta que eso que pasó nunca pasó”,
le advertí.
“Descuida… Ella nunca lo sabrá”, contestó
Eduardo poniéndose serio.
“Solo tengo el temor
que te dije; pero, aparte de eso, mientras más lo olvide, mucho mejor”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario