La reunión en casa de Laura duró hasta la una y media de la mañana.
La celebración hubiera
seguido de no ser porque la gente al día siguiente –menos la homenajeada y su
chico, o sea yo- tenía que trabajar.
Todos se despidieron,
incluso Eduardo.
Mientras recogían las
cosas, me quedé conversando con Laura en la sala de su casa, como hasta las dos
de la mañana cuando nos quedamos dormidos en su sofá: ella recostada sobre mis
piernas; yo apoyado en el respaldo del mueble.
A las cinco y media
sonó la alarma de mi celular. Por un momento me sentí desubicado, ya que no era
mi casa y mucho menos mi cuarto.
Además, me sentía raro
porque era la primera vez que pasaba la noche con Laura sin desvestirnos ni
hacer el amor.
La urgí para que se
cambie, baje sus cosas y salgamos tan rápido como fuera posible rumbo a mi casa
a recoger mis cosas y los pasajes. Estaban más seguros sobre mi mesa de noche
que dentro de mi bolsillo.
A diez para las seis
conseguimos parar un taxi. Una bachata cortavenas sonaba en el radiorreceptor
del vehículo. No recuerdo la letra, pero estaba de moda en ese momento.
Cuando pasamos por la
estación de servicio que está camino a mi casa, me fijé en la acera donde días
antes –mejor dicho, varias madrugadas antes- descubrí a Eduardo totalmente
ebrio.
No había señas suyas.
Solo un panadero que vendía su diaria mercancía a una adormilada empleada
doméstica.
¿Por qué estaba
pendiente de encontrarlo? ¿Acaso iba a parar el taxi y rescatarlo como aquella
vez? ¿Para llevarlo a dónde? ¿Al mismo sitio donde alguna vez también llevé a
Laura? ¿Y qué diría Laura, por cierto?
A las seis en punto
estábamos en casa.
Carmen se quedó
sorprendida de verme llegar de nuevo a esa hora. Mi madre ya estaba en pie,
lista para darme el discurso de ‘si te haces tarde, llama’, pero pasé de largo.
Recogí mis cosas y salí de nuevo a la calle.
“Rafo, no me vas a
dejar con la palabra en la boca”, refunfuñó mi madre.
“Te prometo que al
regreso, más tarde, te explico todo. Laura está afuera esperándome. Nos deja el
bus”, la interrumpí.
Mi madre se quedó
desconcertada.
A las seis y quince,
por fin, estábamos en el paradero. Un cuarto de hora después, partimos a la
playa.
Cuando nos
despertamos, había transcurrido una hora, y el vehículo estaba a punto de
llegar a su paradero de destino.
Desayunamos en una
fuentecita de soda cercana y nos dirigimos al hotel que yo había reservado. Era
un lugar lleno de búngalos frente a la playa.
Ya en el nuestro, a
puertas cerradas, tomé a Laura, la abrazé y la besé.
“¿Lista para tu
regalo?”
“¿Otro?”
“Sí. Uno que no pude
darte anoche”.
Me separé. Me
desabotoné la camisa, la tiré por donde cayera. Me le acerqué y, tarareando la
típica canción de Nueve Semanas y Media, me desajusté el cinturón, le di uno de
los extremos, e hice que me lo sacara.
Empecé a contonear las
caderas y, como pude, me quité los zapatos usando nada más que los dedos de los
pies. Me desabotoné el pantalón y lentamente me bajé la cremallera. Tomé sus
manos, hice que sujetara cada lado de la prenda y comenzara a bajármela.
La puse de pie.
Sin apuro, le levanté,
le quité su blusa. Desabotoné su short; lo tiré al suelo. Hice que se
contoneara a mi ritmo y que tarareara la sensual canción conmigo. La besé. Le
quité el brassiere y comencé a besarle los senos.
Puse sus manos en la
pretina de mi boxer. Hice que me lo bajara lentamente al punto que tuvo que
arrodillarse. Sin que se lo pida, tomó mi miembro en sus labios y lo hizo crecer
hasta que alcanzó longitud y rigidez. Allí estuvo largo rato.
La puse en pie de
nuevo.
Poco a poco me eché
sobre ella en la cama. Recorrí su cuerpo a besos. Le quité la tanga y hundí mi
cabeza entre sus piernas.
Mi boca volvió a
ascender su cuerpo hasta besarla en los labios.
“Hazme tuya, Rafo”,
susurró excitada.
Alcancé mi mochila
como pude, saqué un preservativo, me lo puse y comencé a cumplir su ruego.
No dejamos ningún
centímetro cuadrado del lecho sin arrugar ni probar. No hubo parte de nuestras
anatomías que nuestras manos y todo nuestro cuerpo no llegara a cubrir. No hubo
posición que no probáramos. No hubo momento más especial que terminar juntos.
Desnudos, nos quedamos dormidos como hasta las once de la mañana. Hacía un poco de calor.
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