Llegamos a la calle donde estaba el dormitorio de Antonio. Miré a todos los lados: cero gente.
Sin vergüenza alguna y
mostrando la reacción de mi falo bajo la ropa ajustada, bajé y me metí en la
casa.
Como la escalera para
llegar al dormitorio era independiente, me daba lo mismo que se me viera o no;
total, nadie estaba allí. Incluso el propio Eduardo pareció no advertir el
cuadro porque siempre estaba delante de mí.
Al llegar a la
habitación, traté de sacarme el traje.
“¿No te meterás al
baño?, me preguntó Eduardo.
“Sí, una vez que
consiga quitarme esto”, le respondí.
El muchacho se me
aproximó y ayudó a deshacerme de la tela que el sudor había pegado a mi piel.
Cuando por fin yo
estaba con todo el torso desnudo, le detuve sus manos.
“Gracias. Esta parte
será sencilla”.
Él se retiró y se
sentó en la cama.
Al quitarme las mangas
de las piernas, saltó mi erección.
Traté de no darle
importancia, de no mirar los ojos de Eduardo. Tomé una toalla y me metí
brevemente a la ducha para limpiarme la capa pegajosa a lo largo de toda mi
piel.
En un par de minutos
estaba fuera.
Eduardo miraba la
televisión. Tenía la pantalla sintonizada en una película pornográfica
heterosexual que daban en el canal para adultos.
Tomé mayor atención a
lo que veía: el actor era T.T.Boyd.
Me quedé desnudo
contemplando la escena, y la excitación, que había decrecido con el agua fría,
retornó.
“Bonito discurso de
cumpleaños”, me dijo Eduardo.
“¿Tú crees?”
Mi miembro ahora
estaba totalmente congestionado de sangre y casi palpitando.
Él volteó a mirarlo.
Entonces, buscó MIS
OJOS.
“No voy a hacerlo,
Rafael… No puedo, no debo… No quiero”.
Nos miramos unos
segundos más.
Él se levantó y vino hacia
mí.
Puso su mano derecha
sobre mis pectorales y comenzó a bajar lentamente.
“Al final sí quieres”,
le dije en voz baja.
Su cabeza se fue
aproximando a la mía. Su mano ya estaba en mi abdomen.
“No debo, pero sí
quiero”, dijo él casi susurrando.
Su mano ya estaba en
mi recortado vello púbico. Su cabeza estaba demasiado cerca a la mía.
“Hazlo ahora que
puedes”, asentí.
Por fin, sus suaves
dedos comenzaban a acariciarlo, a sujetarlo, a masajearlo.
Su boca estaba a
milímetros de la mía.
De pronto, Mi celular
sonó…
“Espera”, le dije.
Era Sonia pidiendo
que, al regresar, compráramos una botella de vino en la estación de servicio
cercana.
Mi erección decayó un
poco. Busqué mi boxer, mi pantalón y mi camisa.
Eduardo seguía inmóvil
donde lo había dejado, a mitad del dormitorio.
“¡Vamos! El trago se
les está acabando”, le avisé.
Eduardo caminó hacia
la puerta. Yo también.
Cuando él iba a
abrirla, se detuvo.
“Queríamos pero no
pudimos”.
“Tampoco debíamos”,
repliqué.
Eduardo demoró otro
par de segundos. Al fin abrió la puerta.
Bajamos.
Al regresar a la casa
de Laura, la reunión estaba en su apogeo.
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