En el Estadio Municipal se enfrentan el Boys FC y el San Lázaro, que ahora luce el logotipo de la Corporación Echenique en el uniforme. No es un partido fácil, y aunque Leandro y Genaro, uno de sus compañeros, se esfuerzan por driblear tanto como pueden, la marca sobre ellos es férrea. En la tribuna preferencial, si se le puede llamar así, dos varones están atentos a los movimientos del jugador Pérez. Uno de ellos porta una cámara con un buen teleobjetivo y no deja de tomar fotos del futbolista. El otro se da cuenta que unas bancas más arriba, una mujer se desgañita aupando al mismo talento, y no solo eso: hasta le manda besos.
“Vieja ridícula”, comenta Darío.
“Fanaticada”, le apunta Roberth
mientras trata de capturar otra imagen de Leandro. “Tú mejor que nadie deberías
estar acostumbrado”.
“¡Sigue, Leandro, mi amor”, grita
la mujer cuarentona, teñida de rubio y con algo de maquillaje recargado. De pronto,
Leandro recibe un pase y acelera intentando superar la marca, hasta que viendo
el final del camino, conecta un taponazo.
“¡¡Gooolllllll!!!”, se pone de
pie la hinchada albiverde. “¡¡Arriba san Lázaro!!”
“¡¡¡Viva Leandro, mi amor!!!”, no
deja de gritar aquella mujer y Darío comienza a molestarse.
El partido termina pobremente con un uno a cero a favor del San Lázaro, y sus compañeros lo alzan en hombros apenas se da el pitazo final. Darío y Roberth bajan las gradas hasta la pista atlética para darle alcance al crack, quien los ve, les sonrríe, y una vez que toca tierra, va corriendo a su encuentro. Pero cuando está a punto de alcanzarlos, la mujer que lo vitoreaba se interpone a toda velocidad, se cuelga del cuello del deportista y le da un evidente beso en los labios. Roberth mira la furia creciente de Darío y le pone un brazo sobre sus pectorales.
“No, hijo. Aquí no”.
“Déjame, por favor”, gruñe el
supermodelo y avanza hasta donde Leandro se detuvo. La mujer no deja de besarlo
y el muchacho intenta despegarse viendo con temor cómo se acerca el otro chico.
“Mi amor, fuiste el mejor”, le
dice una y otra vez ella.
“Felicitaciones, Pérez”, lanza
Darío parado junto a los dos, manos en la cintura.
“Darío, no es lo que parece”,
reacciona Leandro, asustado.
La mujer mira al modelo y se
turba:
“¿él conoce a mi marido?”
“¡Claro que lo conozco!”, estalla
Darío. “El delincuente que desfalcó el
Proyecto Cañadas y que, obviamente, tiene una puta por mujer”.
La aludida se molesta y camina
hacia el galán con la intención de darle una bofetada que él contiene.
“¿Quién te crees que eres,
mocoso?”
“Soy Darío Echenique. ¿Te suena
ese nombre, puta?”
La mujer retrocede, lo mira con
rabia, mira a Leandro,se enfurece.
“Entonces es verdad. ¡Entonces es
verdad! ¡¡Par de maricones!!”
La mujer se aleja pasándose el dorso
del antebrazo por la boca, el que queda teñido del lápiz labial rojo.
“Darío”, trata de adelantarse
Leandro con cierto disimulo y vergüenza.
“No me digas nada”, le dice el
supermodelo, se da media vuelta y sale del campo.
Roberth lanza una mirada compasiva
al futbolista.
El fotógrafo sabe que el único lugar donde puede estar el supermodelo es escuchando música clásicadentro de su auto, en el estacionamiento del Estadio, y no se equivoca. Llega hasta ahí y abre la puerta del copiloto.
“Leandro ya viene. Ha terminado
de ducharse, va a vestirse y nos da alcance”, informa.
“¿Y estaba en plena guerra de espadas o tal vez en pleno gangbang?”, ironiza Darío.
“¡Ya, suficiente papelón por hoy!
Eso que le hiciste en la cancha fue algo realmente estúpido. Yo entiendo lo que
pasa entreambos, pero, ¿qué necesidad había de exponerlo?”
“¿Roberth, acaso no viste lo que
yo bi?”
“¡Claro que lo vi, Darío, y es
parte de ser una figura pública, carajo! ¿Acaso a ti las chicas no te meten la
mano al culo y quién te dice nada?”
“Por favor, Rob, es diferente: yo
no ando ofreciéndome a todo el mundo como en feria. Ahí sí no te voy a dar la
razón”.
“Pero eso no justifica la
escenita que le hiciste, ¿no entiendes? No lo has beneficiado en absoluto,
Darío; todo lo contrario”.
“Ay, claro, ahora Darío está mal
y el resto está bien, Darío es una loca histérica sin control de sus emociones,
Darío es un gay celoso de todo el mundo”.
“Pues sí, Darío; eres todo eso”.
“¿Sabes qué, Rob? Vete a tu misma
mierda”.
El fotógrafo lo mira serio, coge
su maletín que está en el asiento posterior, abre la puerta y sale.
“¿A dónde crees que vas?”,
reclama Darío.
“A mi misma mierda, señor
Echenique; pero no en esta porquería de auto”.
Roberth cierra la puerta con
cierta fuerza y en su camino se cruza con Leandro, quien nota la expresión.
“¿Sigue molesto?”, consulta el
futbolista.
“Está listo para el auto de fe”, le alcanza a decir el
fotógrafo mientras se va a tranco largo de ahí.
Leandro se aproxima al vehículo
de Darío preguntándose en qué marca viene el auto de fé, o a lo mejor será
algún vehículo parroquial o de alguna congregación mística. Al llegar a la
puerta del copiloto, se da cuenta que Dios allí no está.
“Ya vine”, dice una vez que se
sienta.
“¿Ya terminó la orgía?”, pregunta
con seca ironía el supermodelo.
Leandro comienza a entender que
un auto de fe es incómodo y doloroso.
“¿Se puede saber qué mierda
tienes, Darío?”
“¡Ah no! ¡Pero esto sí que es una
conspiración! ¿Ahora todo el mundo quiere hacerme pasar por loco? ¿Acaso no vi
lo que vi en esa cancha?”
“Es solo una admiradora”, aclara
–mas bien, miente—Leandro con voz más baja y pausada.
“¿Desde cuándo le metes pinga, ah,
Leo?”
“¿Y esto qué significa, Darío? ¿A
qué se debe este reclamo?”
“Solo quiero saber desde cuándo
te la llevas a la cama, Leandro. Será todo lo admiradora que quieras pero esa
reacción no es normal. ¡Yo también tengo admiradoras y no me hacen lo que a ti,
carajo!”
“¿Me estás haciendo una escena de
celos, Darío? Oye…. Déjame recordarte algo: no te niego que me encanta irme a
la cama contigo, pero quedamos claro que eso no significa nada en especial;
solo tiramos y ya”.
Darío voltea a ver a Leandro;
tiene los ojos llorosos:
“¿Después de todo lo que he hecho
por ti?”
Nuevamente, Leandro está en
jaque, o aparentemente en jaque.
“Darío, perdóname, pero yo nunca
te pedí que hicieras todo lo que has hecho por mí. Es cierto que te pedí una
oportunidad y me la diste, y es cierto que estoy en deuda contigo; pero yo solo
esperaba un empujón, no que prácticamente manejaras mi vida. No digo que soy
malagradecido, pero todo esto ya me sobrepasa”.
Darío suelta la lágrima:
“Yo solo quiero que seas feliz, y
que seas feliz conmigo”.
“Y lo soy, Darío; pero también
necesito mi espacio y necesito conseguir algunas cosas por mi cuenta”.
“¿Qué te ofrece ella?”
“Ay, Dios. No se trata de ella,
ni se trata de nadie. Quiero que me entiendas que se trata de un poco de…
dignidad”.
“Yo te doy tu espacio, Leo”.
“Pero un espacio en el que tú
siempre estás presente. Hablemos de esa mujer. ¿en qué momento me he ido a la
cama con ella si todo el día prácticamente paro contigo?”
“¿Fue cuando me fui de viaje?”
“Darío, mamá está enferma, sabes
que no me puedo despegar de ella y no cuento con Cintia todo el día.
Prácticamente tú y yo hemos hecho el amor en sus narices estas noches”.
Es hora de que el futbolista
mueva su peón.
“Escúchame bien, Darío: mi
equipo, el San Lázaro, cuya ayuda te agradece, acaba de ganar otro partido y
quiere celebrar. Yo también quiero celebrar, y me gustaría que vengas a
celebrar con nosotros. Pero… si vas a ponerte en el plan de echarme en cara lo
que me diste o lo que me darás, creo que esto ya no tiene sentido”.
El supermodelo se voltea a
mirarlo abriendo los ojos con temor.
“Sabes que mi meta es ser un gran
modelo, quizás no como tú”, prosigue Leandro, “pero al menos abrirme paso, y
ser un gran futbolista, y, por qué no, ser un gran profesional, porque si algo
aprendí de estar en tu mundo es que si no tengo una puta profesión, no soy
nadie. Y voy a ponerme a estudiar. Pero creo que lo haré como siempre lo hice
desde que comencé a ganarme la vida: por mi cuenta, solo, sin nadie”.
“Leo, yo…”
“Darío, yo te dejé claro: amigos,
compañeros, amantes; no pareja. ¿Sabes lo que me preguntaron en camerinos? Que
si somos pareja”.
“¿Se los negaste?”
“Uy, no para nada; les dije que
nos vamos a casar”, ironiza el futvbolista. “¡Claro que se los negué! Pero si
tú no me proteges, si no te proteges, ¿qué crees que pensará la gente de
nosotros?”
“No tiene que importarte la
gente, Leandro”.
“A ti que lo tienes todo, quizás
no; pero a mí que me falta todo, y que prácticamente dependo de ti, sí me
importa”.
Darío, aún lloroso, comienza a
hiperventilarse… y estalla:
“¿entonces sabes qué? ¡Vete a
celebrar con los putos de tus compañeros! ¡Mételes verga, que te metan verga!
¡Anda! ¿Qué esperas?”
Leandro pone la mano en la
palanca de la puerta, y vuelve a pausar su voz:
“Claro que iré, e iré a comerme
esos culitos redondos y duritos que tienen mis compañeros, los sopearé, los haré míos, y se los llenaré
de leche hasta quedar rendido, ¿me entendiste?”
Cuando Darío reacciona, Leandro
ya ha abierto la puerta y cerrado de un fuerte golpe. Comienza a llamarlo en
voz alta. No responde. Frustrado, el supermodelo golpea el volante (y activa el
claxon por casualidad) y se reclina a llorar sobre él. Otro jaque mate.
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