Al descansaba su cabeza en mi hombro, mientras con su mano derecha jugaba con mi tetilla.
“esto gustó Al”.
“A mí también, Al. Te
mueves chévere”.
“¿Chéve..? Che…”
“Cool”.
Al rió un poquito.
“Yo gustar tú mucho”.
Yo querer tú venir a mi país”.
“¿Ir a estados
Unidos?” Me quedé pensando. “Pero ya tengo una vida aquí, una carrera aquí;
además están mi madre y Laura”.
“Si tú querer Laura,
¿por qué tu hacer amor a mí?”.
¡Por Dios! ¿Cómo
explicarle a Al, sin ser ofensivo, que, si bien me había caído excelente, que
sentía química, solo fue sexo?
“Mira, Al. Lo pensaré.
¿Qué te parece?”
Al levantó su cabeza
de mi hombro, y levantó un poco el torso hasta casi posarlo sobre el mío.
“Tú tener mucho
talento. Yo creer tú necesitar otro espacio… mucho mejor… no éste”.
“¿Por qué dices eso?”
“Tú y yo ser gay. Tú
poder negar, pero cuando hombre hacer amor a otro hombre, ser homosexual”.
“¿Yo soy homosexual?”
“Ser homosexual no ser
malo. Malo es tú no aceptar eso”. Ser homosexual es ser como bueno como ser
humano”.
Al me besó en la boca.
¿Será que estaba
hallando la respuesta a una pregunta existencial en el lugar más vanal que
pudiera imaginar? Digo, hay gente que gasta fortunas en psicólogos, consejeros
espirituales, coaches, viajes místicos, mesas en lagunas milagrosas… y no
siempre encuentran lo que buscan.
Y no siempre
encuentran lo que buscan… Me hizo recordar un libro de mi infancia.
Al reposó su cabeza en
mi hombro y quedó plácidamente dormido.
Le di vueltas un rato
a la idea, hasta que caí en la cuenta que Al no me conocía de toda la vida. Mi
madre sí, Laura sí, hasta el Tuco sí. ¿qué autoridad tiene este gringo sexy y
culón para darme una lección de vida en medio de nuestra atlética desnudez?
Me acomodé bien y
cerré mis ojos.
Entonces, sonó mi
celular.
Las ventanas revelaban
una mañana de sol piurano radiante.
Al se movió un poco.
Mi móvil seguía
sonando: ¡Laura!
“¿Mi amor? Dime… No.
Vine un rato a la oficina. ¿Necesitas algo? No sé… Ya. Dame una hora y voy a
buscarte… Besos. Te amo”.
Mientras colgaba, Al
se había acomodado sobre mi brazo de tal modo que una de sus manos estaba
intentando despertar mi herramienta de placer. Lo detuve amablemente.
“Debo ver a Laura con
urgencia”. ¿Me prestas el baño un instante?”
Al me soltó, rodó hasta
liberar mi brazo, y me dio la espalda. No quise perder tiempo en explicar nada.
Solo me levanté y fui a ducharme.
Iba a bajar las
escaleras, cuando vi mi celular otra vez: ¡diez y veinte de la mañana! Ni por
asomo regresaba a mi casa, sino que iría a buscar a Laura al trabajo, aunque me
cruzara con el insoportable de Eduardo.
Cuando llegué a la sala de recepción, la encargada –asumo que el tipo de la madrugada había cambiado turno- me dijo que me esperaban.
Quedé sorprendido,
pero aún así me acerqué al sofá: era Laura.
“q-q-qué haces aquí?”
“Buscándote, Rafo. ¿Tú
qué haces aquí?”
Debí ponerme pálido.
Yo, por lo menos, sentí que sudaba frío.
¡OK, lo enfrentaría de
una buena vez!
“Vine a ver a Al”.
Laura se mostró
desconcertada, extrañada mas bien… una mezcla de ambas.
“en… entonces éste sí
es el hotel de al”.
Ahora el desconcertado
era yo.
Pero, ya que la pelota
me vino rodadita y no hay nadie que me obstruya el arco, aquí va mi pase
maestro.
“Sí… ¿Por qué?
¿Tiene algo de malo que lo acompañe? Me pidió que lo acompañe porque me dio algo
para mi chamba”.
Laura quedó
boquiabierta, pero sin exagerar tampoco.
“Ahora que lo
mencionas, Rafo, Al me dijo que quería compartirte unas cosas, pero anduvo
misterioso. Y… ¿dónde están esas cosas?”
Tiempo de una reacción
ingeniosa. Detalle: no olvides poner cara de niñito inocente, o sea, abre un
poco los ojitos y haz un pucherito, pero todo en plan inocencia. Paso
siguiente: muestra tu teléfono inteligente, pero bien rápido.
“En la memoria de mi
celu”.
“Con razón. Olvidé que
estos gringos son paranóicos del espionaje corporativo. Ay, amor. Por un
momento, pensé otra cosa”.
¡Mierda! Sudor frío
cambia a helado. Sonrosado evitable cambia a color de hormiga. ¿Hay esos tonos
en los catálogos de belleza femenina?
“¿Qué cosa?”
“Pues, lo lógico: que
pasaste la noche con una mujer. ¿Qué más iba a ser?”
Me reí para liberar la
opresión de mi pecho.
“¿Y quién te dijo que
estaba acá?”
“No sé. Me llegó un
mensaje de texto. Pensé que era chisme, hasta que llamé, me dijeron… Ay, Rafo,
el caso es que no fue nada malo. Perdona mis celos”.
¡Bien! Ahora
regresemos el sentimiento de culpabilidad.
“Laura, Laura, Laura.
¿Volvemos a lo mismo?”
Laura se me acercó y
se puso cariñosa.
“Perdóname, ¿sí? En
realidad, Al sí me lo dijo, pero como habló medio enrevesado, no le entendí.
Vámonos mejor”.
“Sí, mejor”.
Noté que la
recepcionista miraba la escena de reojo, conteniendo una abierta sonrisa
burlona.
Salimos del hotel, y
nos detuvimos para buscar un taxi. Llegó uno y lo abordamos.
No acababa de arrancar
el vehículo, cuando Laura abrió su bolso.
“Ah, me encargaron
esto y me dijeron que te agradezca, que te pasaste”.
“¿Qué es?”
Reconocí el objeto que Laura me daba en la mano, y ahí sí sentí que la presión se me bajó: era el reloj que había dejado tras el encuentro sexual con Eduardo.
Al llegar al trabajo de mi enamorada, lo segundo que hice después de lo primero que tenía que hacer –dejarla en su oficina- fue buscar al infeliz sexópata ése.
No lo hallé.
Sonia me interceptó, saludándome. Casi ni la escuché.
“¿Y Eduardo?”, la inquirí.
“Ay, me olvidé decirle a Laurita”.
“¿Olvidaste decirle qué?”
“Eduardo renunció hace media hora”.
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