Por la noche, mientras Madero revisa los programas dominicales en su casa, junto a su esposa,, recibe una llamada en su celular. Se levanta y camina hacia el estudio.
“¿Sí, Leandro? ¿qué pasó,
muchacho?”
“Señor Madero, no soy Leandro;
soy el comandante Mesías”.
“Claro, claro, muchacho.
Cuéntame”.
“¿Está con alguien y no puede
hablar?”
“Exacto, pero dame el dato”.
“Logramos que el ministro incluya
a Darío Echenique entre Los Más Buscados. Llame a sus amigos en los medios
porque si no se difunde, esto se nos cae. La familia comenzará a presionar
cuando se sepa”.
“Dalo por hecho; gracias por
avisar mas bien”.
Madero se encierra en su estudio,
marca algo en el teléfono.
“Dime, Beto”, le contestan.
“Ahora es cuando. ¿Puedes
escabullirte?”
“¿Ya lo incluyeron?”
“Sí. La Policía ya hizo su parte;
ahora nos toca hacer la nuestra. Te corto que tengo un culo de llamadas por
hacer”.
A esa misma hora, en una finca rural camino a la sierra, Mauricio llega al clímax penetrando a Darío. El dormitorio con paredes de barro enlucidas de blanco, ventana de madera cerrada, no se luce debido a la luz mortecina de un candil. Mauricio ruge y deja de moverse, acaba la cópula, se quita el condón y lo bota al suelo. Se acuesta a su lado evidentemente cansado.
“¿Qué tal estuve?”
“Bárbaro, como siempre”, responde
Darío.
Mauricio toma un celular de una
mesita de noche a su lado, prende la pantalla.
“Se cargó algo. ¿Cuándo acabará
todo esto, Echenique?”
“Pronto, Mau. Solo una persona
más y listo”.
“Ojalá sea pronto, porque quiero
regresar al gimnasio que no voy hace dos semanas y media, y quiero depilarme
todo”.
“Tranquilo, que muy pronto ya no
te preocuparás por eso”.
“¿Me pagarás una depilación por
hidrólisis como la tuya?”
“Ya veremos. ¿Ya tienes listas
las capturas de pantalla?”
“Me faltan algunas: este celular
de Rico sí que ha sido una caja de sorpresas, mensajes, comunicaciones,
rastreos, fotos, videos, sexo, sexo y más sexo. ¿Sabías que podía geolocalizar
todos los vehículos de tu viejo? Por lo pronto, tu auto y el de ese huevón
están en una instalación de la Policía”.
“Extrae lo que te dije, y cuando
lo tengas listo, me avisas”.
“Espera, amorcito. Solo una más y
estará lista en cinco, cuatro, tres, dos, uno. Yeah baby!”
“Ponlas en el grupo que te pedí”.
“¿Qué número quieres hacer
visible?”
“El de Rico, obviamente”.
Darío se levanta, toma una
linterna pequeña y camina a la cocina, busca dos tazas, las lava y sirve un
poco de té en ambas, pero a una le agrega el polvo blanco de un sobrecito. Al
regresar al dormitorio, le ofrece una de las tazas a Mauricio, quien agradece y
la bebe.
“Ya se está distribuyendo y
algunos ya están viendo los primeros envíos”. Mauricio deja el celular en la
mesa de noche.
“¿No verificarás quién más va a
verlo?”
“Confía en el poder de la
tecnología, Darío Echenique”, sonríe mientras bebe el resto de la taza. “Y lava
mejor tu vajilla de metal o aprende a hacer mejor té”, ríe.
Su amante ríe también. Mauricio
se levanta y se pone sus zapatillas.
“¿A dónde vas, Mau?”
“A mear. ¿Me acompañas para que
me la tengas?”
“Ay, asqueroso”.
Ambos ríen. A los pocos minutos,
el fisicoculturista regresa y se echa al lado de Darío; lo abraza.
“Tirar contigo a uno sí que lo
deja cansado”, comenta.
“Sí, muy cansado”, ssolo responde
el otrora supermodelo.
Media hora después, Mauricio
parece estar profundamente dormido. Darío intenta reanimarlo dándole empujones
y pequeñas bofetadas. No obtiene respuesta. Como puede, el joven de ochenta y
dos kilos de peso intenta mover a otro musculoso de noventa y cinco y consigue
sacarlo hasta la sala de la casa, lo envuelve en la sábana, busca su pistola en
una gaveta de la entrada y descubre que está descargada.
“Hijo de puta”, reniega.
Regresa al cuarto, busca la
mochila de Mauricio y en la bolsa de ropa interior sucia encuentra la cacerina;
carga el arma, y regresa a la sala iluminándose con la linterna; ubica la
sábana, apaga la luz, acerca el arma, dispara a quemarropa. Darío jadea
fuertemente y se pone de pie para buscar la linterna cuando siente que algo le
golpea secamente en la cabeza, y queda inconsciente.
La foto de Darío Echenique, mejor dicho, la foto de los mejores tiempos de Darío Echenique está en primera plana de los diarios más influyentes con titulares del tipo “Buscado” o “50 mil de recompensa”, pero no va sola. Muchas rotativas han impreso al lado algunas capturas de pantalla en las que se leen conversaciones de mensajería instantánea entre Rico y Alberto Madero donde se detalla el lanzamiento de Tirador Films y las ideas-fuerza que se debía decir durante la entrevista de televisión, cuyo objetivo era afectar la imagen de Darío. Temprano esa mañana, Leandro despierta con los gritos de Baldo:
“¡Hijo! ¡¡Hijo!!”
El futbolista se cubre la cintura
con una toalla y abre: su padre le muestra el diario, y Leandro se desconcierta
por completo.
En cuestión de una hora, ambos están en la sede de Sparking Advertising junto a la secretaria abriendo casi de golpe la oficina de Madero.
“¿Dices que no se ha comunicado
para nada?
“No, Leo. Lo estoy llamando a sus
teléfonos: su celular está apagado y en su casa me lo niegan”, informa la
mujer.
“¿qué ganamos entrando así a su
oficina, hijo? No somos el Ministerio Público”, recrimina el papá.
“Beto nos debe explicaciones”,
responde el muchacho.
Entonces, un guardia de seguridad llama a la
secretaria, quien sale corriendo a atender. Padre e hijo se miran. Van tras
ella.
“Acaban de dejar esto para el
señor Leandro Pérez”, dice el guardia mostrando un sobre pequeño.
“¿Quién?”, interviene el aludido.
“Debe ser un mensajero porque
venía en una motocicleta”,
“¿Y no dejó cargo para firmar?”, consulta la
secretaria.
El guardia niega con la cabeza.
“Llamemos a la Policía”, sugiere
Baldo.
Leandro casi arranca el sobre de
las manos del guardia y lo palpa.
“¿Estás loco, hijo?”
“ésto no es explosivo”, tantea
Leandro. “Parece una memoria”.
“¿Explosivo?”, se alarma la
secretaria.
“No le haga caso, señora.
Leandro, llamemos a la policía”.
“Apuesto que lo envió Darío,
papá. Ya lo hizo antes con el catálogo, hace más de dos semanas. Trata de
decirme algo”.
“Hijo, ¡razona! Tenemos que
avisar a las autoridades antes de hacer nada”.
Leandro rompe el sobre y saca el
contenido: efectivamente es una memoria plomo oscura.
“Necesito que me presten una de
las computadoras de Diseño, por favor”, pide el joven.
Lo que contiene la memoria deja a Leandro con más preguntas que respuestas; y lo que más le intriga son varias fotos de Darío junto a un joven en actitud muy cariñosa. No es Rico, ni él, ni tampoco el chico de mantenimiento, o los otros modelos con los que ha trabajado, a quienes sí logra reconocer.
“¿Y ése quién es?”, se pregunta.
El diseñador a su costado
palidece.
“Estás violando el derecho a la
intimidad de Darío Echenique”, insiste su padre.
“¿Y qué tal si Darío Echenique lo
envió para que sepamos algo?”
El diseñador se levanta:
“Voy a tomar agua”, se excusa.
“Tenemos que regresar al
Condominio”, pide el futbolista.
“No, ijo; tenemos que llevar esa
memoria a la Policía”.
Leandro espera un par de
segundos:
“Genial. Tú lleva la memoria a la
Policía, yo regreso al Condominio. Nos hablamos por teléfono ante cualquier
novedad”.
“Los llamaré para coordinar la
entrega”, advierte el abogado.
Baldo sale de la sala de Diseño y
Leandro teclea algo en la computadora, a su vez que el diseñador reingresa.
“¿Qué haces?”, le pregunta a
Leandro.
“Busca otra memoria como la que
está dentro de tu CPU, pero antes me vas
a decir algo”.
Justo en ese instante, vibra el
celular del futbolista. Lo saca, mira, toca y contesta:
“¿Diga?”
“Leo, necesito verte urgente”.
Esa voz, aunque apagada, es
familiar.
“¿Darío?”, se conmueve el chico.
“No ttengo mucho tiempo;
encuéntrame en el parque detrás de la Torre”.
Cortan la llamada. Leandro revisa
el número:
“Es un teléfono público”.
Se pone de pie.
“No interrumpas el copiado y
ponlo en otra memoria”, instruye. “Conversaremos cuando regrese”.
“Leandro”, lo retiene el
diseñador. “Sí conozco a ese chico”.
Leandro lo mira fijamente a los
ojos y lo toma de ambos hombros:
“Entonces dime quién es”.
“Es… elías”.
Leandro se sorprende.
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