“Sigo sin entender por qué justo eligieron esta semana para lanzar su Tirando, Tirado…”, comenta Leandro.
“Tirador Films”, aclara Rico, quien está acostado desnudo en la cama
delante del futvbolista, quien lo abraza también desnudo; y detrás de ambos,
Alberto Madero, también desnudo, abraza a Leandro. Es domingo por la noche y
ahora la casa abandonada, donde se ha improvisado el estudio de la naciente
productora, es su nuevo sitio de encuentros. Sobre el suelo hay cuatro
preservativos usados junto a ingentes cantidades de papel higiénico arrugado.
“Como se llame la productora de
la flecha en forma de pinga”, reclama Leandro muy cariñosamente.
“¿Y qué tiene de malo, Leo
Leandro?”
“No tiene nada de malo, Rico
Ricardo. El problema es cómo lo ha levantado ese medio, y cómo rápidamente me
han querido meter en el saco”.
Leandro no puede ver cómo su
amigo traga saliva.
“¿Qué te jode más?”, pregunta Madero.
“El echo de que la hayan lanzado, el hecho de que no te hayan incluído, o el
hecho de que mencionaran a tu ex novio?”
“No fue mi novio, Beto; pero sí,
se fueron de alma contra Darío”.
“Bueno, eso de que nunca fueron
novios, me consta, Leo Leandro; pero, ¿por qué te preocupa cómo se sienta
Darío?”
“Yo preguntaría, querido Rico
Ricardo, ¿qué necesidad tenían de meter a Darío en el saco?”
“Simple, Leo”, interviene Madero.
“Ellos querían levantar su historia de alguna manera, y hallaron ese modo”.
“¿No habrán sido tus consejos,
Beto?”
“Para nada”, se apura Rico.
“Aunque eso no es lo que me jode
la cabeza ahora, muchachos”, confía Leandro. “Con hoy van tres días que no sé
nada de Roberth”.
“Ahora que lo mencionas”,
reacciona Rico, “es cierto porque el viernes debió venir para hacer unas
fotos, pero me cansé de llamarlo y nada”.
“Podría estar en alguna locación
sin acceso a red celular, caballeros”, tranquiliza Madero.
Leandro se incorpora sobre la
cama y sale del medio de ambos varones.
“¿Qué pasó?”, se extraña el
director creativo.
“Nada, chicos; mañana tenemos que
grabar desde temprano y quiero llegar a casa para disfrutar a mi vieja y a… mi novia”.
“¿Cada cuánto te la follas?”,
pregunta Madero mientras se pega a la espalda de Rico.
“Cada que tú no me la ordeñas,
querido jefe”, sonríe el futbolista mientras se viste.
Al caminar el corredor de la
quinta donde está Tirador, insiste
con su celular.
“Hello. This is Roberth Peña. I can’t take your
call at this moment, so leave me your message after the beep.”
¡Biiiip!
“Hola Rob, soy Leo. Apenas oigas
mi mensaje, llámame, no importa qué hora sea”.
Abre la reja de la calle y camina
hasta su auto que está aparcado detrás del de Madero, y algo raro le genera
temor. Coge de nuevo su teléfono y marca nueve uno uno.
“Buenas noches, señorita. Mi
nombre es Leandro Pérez Barrios. Hay un paquete sospechoso en la plumilla del
parabrisas de mi auto”.
La Policía llega en quince
minutos. Efectivos de la Unidad Antiexplosivos sellan la cuadra y obligan a una
evacuación preventiva de los vecinos.
“Salgamos”, ruega Rico a Alberto,
quien ha logrado ponerse duro otra vez.
“Ni loco, huevón. Acá estamos
seguros. Pásame un forro”.
Veinte minutos después, los uniformados consiguen retirar el sobre y lo abren con cuidado.
“¡Es una revista!”, avisa el
efectivo.
“Lácrala”, ordena otro. “Va a
Criminalística”.
“¿Qué revista es?”, indaga
Leandro.
Tras un par de minutos, la
respuesta de otro efectivo lo deja en choque:
“Un catálogo de Lawrence’s, señor; pero de la colección
de hace un año”.
Leandro se muerde los labios,
mira a los alrededores. Sospecha que se trata de Darío.
A la mañana siguiente, el muchacho vuelve a llamar al nueve uno uno esta vez para reportar la desaparición de Roberth. No tiene respuestas hasta el jueves de esa semana, cuando durante una práctica en el Estadio Municipal, Genaro le avisa que Alberto Madero está en la pista atlética acompañado por tres policías. Se les acerca a paso ligero como la cosa más natural y, conforme se aproxima, nota que el rostro del director creativo está desencajado. Uno de los oficiales le da alcance:
“Señor Leandro Pérez Barrios, por
favor, venga conmigo a la comisaría”.
“¿Por qué? ¿Descubrieron algo en
el catálogo que dejaron en mi auto?”
“En realidad, queremos que
responda unas preguntas”.
Leandro mira a Alberto, quien ya
no puede contener las lágrimas. La ansiedad comienza a invadir al joven.
“¿Quiere decirme qué pasa, por
favor?”
“Venga conmigo a la comisaría,
por favor; así como está”.
“Vamos, Leo; yo estaré contigo”,
trata de tranquilizar Madero entre sollozos.
Los otros dos efectivos se ponen
detrás de Leandro y lo escoltan hasta un auto patrulla. Al llegar a la
estación, lo ingresan a un cuarto con sillas y una mesa.
“llama a Baldomero Pérez en la
Corporación Echenique”, alcanza a avisar a su jefe. “Dile que es una urgencia
conmigo”
“¿A quién, dónde?”, se extraña
Madero.
Lo sientan en una silla.
“Perdonen, yo voy a colaborar con
ustedes todo lo que necesiten pero no hablaré sin mi abogado”.
“Es su derecho, señor Pérez; pero
esto tiene que ver con dos llamadas que hizo a Emergencias: la del domingo por
la noche y la del lunes por la mañana. Tenemos el análisis de Criminalística y
nos preguntamos de quién serán esos cinco dedos que están impresos en la
carátula del catálogo”.
“Oficial, con todo respeto; por
eso los llamé a ustedes. Ni siquiera toqué ese sobre porque supuse que era un
explosivo”.
“¿Puesto por quién?”
Leandro se traba.
“No lo sé. Lo ignoro”.
“Lo sabe, pero prefiere no
decirlo”.
“Nos preguntamos si hay alguna
relación con la llamada del lunes”.
“Igual. Por eso los llamé. No sé
nada de mi amigo Roberth Peña hace exactamente una semana. Es como si se lo
hubiese tragado la tierra”.
“¿Cómo sabe que se lo tragó la
tierra?”
“Oficial, es un decir”.
“El cuerpo de Roberth Peña fue
hallado bajo tierra en una finca, a veintisiete kilómetros de aquí”.
“¿Cuerpo? ¿Qué cuerpo? ¡¿A qué se
refiere?!”
“Su amigo fue hallado muerto,
señor Pérez”.
“¡¡¡Noooo!!!”, reacciona Leandro
como si le hubiesen desgarrado la carne. “¡¡Nooooo, nooo, noo Rob!! ¡No Rob!”,
se echa a llorar con amargura.
“Fue apuñalado, señor Pérez”.
“¡¡¡Nooooooo!!!” ¡¡No Rob,
oficial, no Rob!! Leandro se inclina sobre la mesa que tiene delante y llora
sin consuelo. “No Rob”, repite una y mil veces. “No Rob”.
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