Dos semanas después…
“¡¡¡Zamba!!!”
“¡¡¡Negrito lindo!!!
¡¡¡Ay, Laurita de mi corazón!!!”
… mi hermana Elena llegaba
de vacaciones. Sí, nada que hacer, lo rumboso es genético.
Laura, ella y yo nos
confundimos en un estrecho abrazo, y algunas lagrimitas saltaron de la emoción.
Sí, también me
emociono de esa manera.
Era las nueve y media
de la noche, y, honestamente, estaba desesperadísimo por llegar a casa.
Mi hermana mayor, mi
única hermana en efecto, era la palomilla del barrio desde pequeña. Los
problemas aparecían cuando los poderes de los ‘gemelos fantásticos’ se
activaban. Por supuesto, no éramos gemelos.
Aquel entonces
poseíamos un perro, y como para tenerlo todo acorde con la tira cómica,
tratábamos de vestirnos iguales, luciendo los cinturones de cuero negro de mi
padre (los más gruesos), y al bendito can le poníamos un delantal de mi madre a
manera de capa.
Claro que, cuando
descubrían la travesura, mamá nos perseguía para ahorcarnos con el delantal,
papá nos perseguía para agarrarnos a correazos, y el perro –Jumbo, así lo
bautizamos- nos perseguía para defendernos.
Las anécdotas de esa
época servían para llenar miles de terabytes de información, digo, incluyendo
testimonios, fotos y animaciones 3D de las ingeniosas trampas que nunca
funcionaron para apoderarnos de lagartijas y bichos raros… de seis patitas a
más, quiero decir.
Y, aunque era chiste
repetido, Laura, mamá, mi hermana y yo no parábamos de carcajearnos.
“¿Y cómo te trata la
capital?”, le pregunté.
“Bien en general. Con
algunos casos fregados, pero otros bien papayita. Mas bien, estos meses hemos
estado metidos en la redacción de un proyecto de ley, medio controvertido, pero
buenazo”.
“¿De qué se trata?”,
curioseó Laura.
“Matrimonio gay”.
Me atoré con el sorbo
de chicha morada que estaba bebiendo. Laura me dio palmaditas en el pecho,
según sus conocimientos médicos, para que no me ahogue.
“Negrito, ¿estás
bien?”, intervino elena.
“¿estás viendo esa
huevada?”
Mi mamá: “¡Rafo, esa
boca!”
Elena sonrió.
“Sí. Ya es hora que la
legislación de este país cambie. No puede ser que otras naciones ya estén
legalizando a parejas del mismo sexo, y acá, porque un…” Elena miró si mamá
estaba cerca. “…Porque un pedófilo purpurado dice que no, todos tenemos que
someternos a su santísima voluntad. ¡Hazme el favor!”
“Ay, no sé”, terció
Laura. “A mí me parece que el matrimonio es solo de hombre y mujer. No tengo
nada contra los gays, las lesbianas y eso; pero, Dios no dijo eso”.
“es que ahí está el
error, Laura: no estamos legislando sobre las cosas de Dios, sino que estamos
mejorando la convivencia de los hombres y las mujeres en general”, explicó mi
hermana. ¿Mencioné que es abogada?
“Meterse en las cosas
de Dios es blasfemia”, sentenció mi madre mientras nos servía chifles.
“El caso es que si la
gente no quiere ser tolerante por iniciativa propia, la Ley puede ayudarnos a
que lo entiendan mejor. Además, ésta ya no es época para discriminar. Desde la
familia, debemos aceptar a todos los nuestros tal como son. Botarlos o hacerlos
invisibles es retrógrado”.
Sí, cuando elena
defendía una posición, no era una opinión simple, sino un alegato de tribunal.
¿en serio mencioné que es abogada?
“¿Y qué pasa si tu
hijo te sale gay?”, cuestionó Laura.
A mí el tema ya me
estaba sacando roncha.
“Si mi hijo es gay, lo
apoyaré. Para eso está la familia. No está cometiendo un crimen”.
“Pero sí un pecado,
hijita”.
“Ay, mami, te voy a
cambiar de parroquia. Si supieras que hay curas recontrabiertos al tema, verás
que tupadrecito les está metiendo miedo. Terrorismo de sacristía, le llamo”.
Gracias a Dios, la
Virgen, todos los santos, mártires, beatos, venerables y las chicas del calendario,
la comida estuvo servida. Ésa era la mejor arma para exorcizar cualquier
bizantinada en mi hogar.
Pasadas las once, regresé con Laura a su casa.
“Tu hermana es de
mente super-abierta”.
“es una loca”.
“Espero nunca asistir
a un matrimonio gay, Rafito, ¿y tú?”
“¿Yo? No. No Tampoco”.
“¡ése es mi machito!”
La besé y me despedí.
Durante todo el
trayecto de regreso, vine pensando en los argumentos de elena. Y por alguna
razón, las imágenes de todas mis experiencias homosexuales se agolparon en mi
cabeza, desde el capitán del equipo de básquetbol… hasta Eduardo.
Pasé por aquella
esquina donde lo había hallado meses antes.
No había nadie.
Desde que pasé la
noche con Al, se había borrado del mapa. Ni siquiera una llamada o un mensaje.
¡ah! Pero con Al era chateo seguro casi todas las noches. Siempre me insistía
en su oferta, pero siempre me negaba amablemente.
Y algunas noches
después, tras terminar mi rutina en el gimnasio, decidí usar las duchas del
vestuario. Había quedado con Laura y elena para ir al cine, y no tendría tiempo
de regresar a casa a cambiarme.
Habría transcurrido
apenas diez segundos de activada la ducha, cuando sentí que abrían la puerta
del vestidor. Un minuto después, alguien me daba una nalgada débil. Volteé con
la intención de reputear.
“Hola, Rafael”.
“Ho-hola, Jaime”.
Sin mediar palabra,
entró a mi cubículo, se abrazó de mi cuello y me besó en la boca. Logré zafarme
sin ser rudo.
“Aguarda, huevón.
Alguien puede venir”.
“Tranquilo, bebé. Ya
me aseguré que nadie nos joda. Y si no podemos aquí, queda mi depa”.
“No puedo. Quedé para
salir”.
Jaime comenzó a besar
mi cuello, mis pectorales, mi abdomen y fue bajando… Comenzó a hacerme sexo
oral. Lo dejé.
A pesar que su boca
había conseguido mi erección, lo detuve.
“Jaime, en serio,
tengo que salir a otro lado. No puedo demorarme. Mira, te prometo que en estos
días quedamos y lo hacemos toda la noche, si quieres”.
Jaime se puso de pie
con gesto de molestia.
“Bueno”.
Sin cambiar de cara, ocupó la otra ducha.
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