La semana de capacitación en el banco me reveló dos cosas: mi competencia profesional era mejor de lo que esperaba, lo que me hizo dominar la herramienta que nos estaban enseñando casi al momento; lo otro era que Al no era tan ignorante del español como pretendía, aunque tampoco lo dominaba del todo; pero hablando en infinitivos podía defenderse perfectamente. Mismo Tarzán.
Así que aprovechábamos
todos los descansos para conversar algo, que no necesariamente fuera del
trabajo.
Me enteré que, aunque
nacido en el centro de los estados Unidos, se mudó a la Florida porque llegó a
odiar el frío extremo y porque amaba la playa al punto de tener una casa en un
lugar algo aislado, donde, de vez en cuando, practicaba el nudismo.
“¿Y nunca te han dicho
nada por andar desnudo?”
“Mi propiedad privada.
Mía. Nadie poder entrar. Yo poder hacer yo querer”.
“estabas solo?”
“Muchas veces. Yo
también invitar amigos”.
“Y todos estaban
desnudos”.
“Sí”.
Esa noche lo llevé al
mismo gimnasio donde yo entrenaba, y causó la sensación entre todo el mundo por
su físico y por la ropa deportiva entalladísima y brevísima que lucía (sin ropa
interior, según noté en el vestuario).
Tras tomar una ducha
allí mismo, íbamos a cenar; luego lo iba a dejar a su hotel, pues, según me
dijo, gustaba dormir temprano para levantarse al día siguiente “con mucha
energía”.
como ya teníamos
confianza desde la Internet, el martes lo invité a cenar en mi casa.
Mi madre, obviamente
encantada y honrada, se desbarató conversándole.
Al, educadamente, le
sonreía, aunque luego confirmé que entendía poco o muy poco de lo que ella le
hablaba.
Mis compañeros de
trabajo y hasta mi jefa se sorprendieron de la amistad que se había
desarrollado entre los dos. Aunque tampoco les parecía fuera de lo común, ya
que, como me dijo uno de mis colegas, “te haces amigo hasta de las piedras,
huevón”.
El miércoles por la noche, estábamos comiendo en un restaurante vegetariano del centro.
“¿Rafo, ¿tú ser gay?”
La pregunta a
quemarropa me dejó turulato. Casi me atraganto con la carne de soya.
“No… no sé”.
Al sonrió.
“OK”.
“¿Y tú?”
“Sí. Yo ser gay”.
Miré a ambos lados
temiendo que alguien nos escuchara. Él pareció no tomarle importancia.
Más tarde, en mi cama,
la vendita pregunta me dio vueltas en la cabeza.
Era un hecho que sobre
ese mueble de descanso funcionaba perfectamente con mujeres y varones, aunque
la mayor parte de mis experiencias sexuales hayan sido con mujeres. Ahora bien,
¿en qué momento eres heterosexual, homosexual o bisexual? ¿Hay algún número?
Quiero decir, como los tests, donde del cero al diez, eres más lo uno pero no
tanto lo otro; de diez a treinta, eres de ambos; de treinta a más, ya luces la
pluma en tu cabeza, aunque tengas apariencia de machito.
Todo iba bien en mi
proceso de silogismos y falacias hasta que mi celular sonó. Era la alarma de
mensajes de texto.
“Debes extrañar tu
reloj. Puedes verme para recogerlo. ¿Lo quieres?”
Ignoré el recado de
Eduardo. Ignoré la pregunta de Al. Ignoré todo. Me acurruqué y me quedé
dormido.
El jueves llegó Laura.
Luego de dejar a Al en
su hotel, fui a verla a su casa.
Como toda su familia,
ella seguía triste, pero no tanto como su madre y su padre.
Estuve conversando un
rato con ella.
Mientras me contaba
las novedades del funeral de su abuela, yo hacía lo mismo con la capacitación
en el banco, y la sorpresa que resultó tener a Al como nuestro capacitador o
trainer, como les dicen en esa jerga que confunde el idioma… tanto como yo
estaba confundido respecto a esa pregunta que ya me habían lanzado: ¿quién soy
yo?.
Un mensaje de texto me
ingresó.
“¿No recogerás tu
reloj?”
Me incomodé.
Laura trató de tomar
mi celular y ver mi mensaje.
“¿quién es? ¿Por qué
te molestas?”
“Es la operadora con
sus promociones. Voy a borrarlo”.
“Pero, dámelo. ¿Por
qué no me lo quieres dar?”
Retuve como pude mi
teléfono, y borré el mensaje.
“Porque ya te dije que
es un mensaje publicitario. No tiene importancia, Laura”.
Ella se puso seria.
“Rafo, espero que no
estés volviendo a las andadas. Mira que esta vez no te voy a tolerar cosas”.
“Mi amor, confía en
mí, ¿sí?” Sonreí pícaramente. “Mañana salimos para distraernos”.
“estoy de duelo,
Rafo”.
“Por eso mismo. Solo
saldremos. Le diré a Al. Solo conversar. No disco, no baile”.
Laura hizo un gesto de
duda, y como que preaceptó mi idea.
Camino de mi casa,
llamé a Eduardo.
“¡Rafo, al fin!”
“Oye, so mierda.
¿Quieres dejar de joder con esa huevada del reloj? Por mí, métetelo al culo y
no jodas más
Quiso replicarme, pero le corté.
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