Al salir del establecimiento, había avanzado los primeros diez metros, cuando una voz aguda me llamó.
“¡Raaaaffffooooo!”
Decidí caminar más
rápido, pero alguien me había dado alcance. Me topó del hombro, y yo giré
dispuesto a armar pelea.
“¡Oee, so reconch….!
¡Tuco!”
Mi mejor amigo, Josué,
estaba parado frente a mí.
“Carajo. Esa mente.
¡esa mente, por Dios!”
Le di un fuerte
abrazo, y un manazo a la vez por la broma.
“¿Cuándo llegaste?”
“Esta tarde”.
“¿Y por qué mierda no
llamaste?”
“Carajo, Rafo. ¿Uno ya
no puede darte sorpresas?”
“¿Con que ésas
tenemos? Yo tengo una real sorpresa”.
Lo llevé al punto de
encuentro con Laura y elena. Las muestras de ruidoso afecto no se hicieron
esperar. Como el Tuco llegaba a mi casa desde que éramos púberes, forzosamente
conocía a mi hermana.
Estaba contemplando
henchido de felicidad aquel cuadro, cuando tuve esa rara sensación de ser
observado. Volteé a ver, pero nada. ¿Me estaré volviendo paranóico?, pensé.
Desde esa noche, todas
las salidas las hacíamos los cuatro, dos parejas. Incluso, Josué iba a ver a
elena cuando yo estaba trabajando, para sacarla a la calle.
Mientras tanto, él y
yo nos veíamos en el gimnasio. si teníamos que salir con las chicas, nos
duchábamos juntos. Jaime me miraba molesto los primeros días, hasta que
desapareció.
Para Josué y para mí
no era vergonzoso mirarnos desnudos, y no me refiero a estar en forma o no,
sino que toda la vida hemos visto cómo nuestros cuerpos adolescentes
evolucionaban a su configuración adulta, y como si nada. Incluso solíamos jugar
dándonos puñetazos amortiguados.
Un momento con Josué
siempre era un momento para hacer reír y reír, para llorar y consolar, para
compartir, para retar, para pensar, y hasta para callar. Además, era la única
persona con la que me podía abrir y revelarlo todo, como lo que pasó con Al.
“¿en serio te ofreció
ir a estados Unidos? Asu. ¿Qué le hiciste al gringo?”
“No me parece que haya
mala intención en lo que me dijo, pero no me nace ir para allá”.
“¿Y sobre lo que te
dijo de Laura? ¿De tu relación con Laura?”
“No lo sé, huevón.
¿Piensas que soy homosexual?”
“No seas huevón, Rafo.
No se trata de lo que yo piense, sino de cómo seas, y cómo te aceptes además”.
“Si fueras gay,
¿tendrías palta en admitirlo?”
Josué pensó unos
segundos.
“No. Especialmente
frente a ti, no tendría palta”.
“¿en serio?”
“En serio. Es más.
También he tirado con hombres”.
Me quedé helado.
No supe cómo
reaccionar.
Busqué articular algo.
“Bi-bi- sexual?”
“Creo que sí… ¿Te
jode, Rafo?”
Seguía realmente
desconcertado.
Tras unos segundos
para procesar tal carga de información, me le estreché y le dí un abrazo
cariñoso.
“No, huevón. Eres mi
amigo, mi pata, ¡mi hermano! ¿Cómo me va a joder?”
De vez en cuando, elena y yo también buscábamos la forma de pasar un rato solos, para conversar de nuestras cosas, o visitar amigos o amigas en común, o largarnos por ahí caminando, conversando, aconsejándonos. Porque antes que mi hermana, Laura es mi mejor amiga.
Aparte que nuestros
torneos fraternales de video juegos eran épicos: casi siempre ella me ganaba.
Sí, soy medio torpe en eso de concursar.
Tras una batalla que
perdí vergonzosamente, fuimos a un café cercano a tomar unos jugos. Como me
acababa de ganar, se la pasó recordándomelo todo el rato.
No paramos de reírnos
hasta que nos quedamos en silencio.
Era el momento que
buscaba, quizás.
“Zamba, ¿cierta esa
cháchara de que apoyarías a tu hijo si fuera gay?”
“Claro, Negrito.
¿sabes por qué hay tanto gay haciendo porquería y media con su vida? O bien
porque la familia no los acepta, o bien porque los aceptan a cambio de que
‘aporte’ algo para la casa. Por donde lo mires es una actitud condicional”.
“¿Y qué pasaría si
fuera otro miembro de tu familia… como… un hermano, por decir?”
Elena dejó de sorber
su jugo y me clavó la mirada, seria.
“Rafael, ¿qué tratas de
decirme?”
Me puse nervioso. Me
costó trabajo hablar.
“¿Me querrías igual si
yo, alguna vez, hubiera… me hubiera acostado con otro hombre?”
“¿Y realmente lo
hiciste?”
Esperé otro poco, y
agarré valor.
“Sí, lo hice”.
Elena me quedó
mirando. Entonces, sentí su mano fría sobre la mía… y juraría que no era por el
jugo.
“Negro, eres mi
hermano. Te amo igual. Tienes todo mi apoyo. Solo hay un detalle: ¿Laura?”
Oh, oh. Creo que ya oí
esto antes.
“Laura no lo sabe,
sospecho”.
“No me refiero a si lo
sabe o no lo sabe. Me refiero a que si esos encuentros con otros chicos han
sido antes de Laura o mientras has estado con Laura”.
“Mientras”.
Elena suspiró. Se tomó
varios segundos. Ella no sabía a dónde dirigir su mirada.
“Hermano, debes
definir esa situación. Una cosa concreta no puede ocupar dos espacios al mismo
tiempo sobre cualquier plano. Es ley de la Física y es ley de la vida.
¿entiendes lo que trato de decirte?”
“Creo que sí. Debo
definir las cosas”.
“Primero, por tu bien;
luego, por el de todas las partes involucradas… Solo espero que te estés
protegiendo, porque si no, agregarás otro problema”.
Laura volvió a sorber su jugo, mientras mi memoria traía de vuelta aquella noche con Eduardo. Aún así, sentí que regresé a casa con mi mochila medio vacía…
Más noches después, cuando yo llegaba del gimnasio, encontré a Elena sentada en la sala viendo televisión. Lucía triste. Me chocó ver ese rostro, pero tampoco quería sentirme culpable, por lo que decidí enfrentarlo.
“Zamba, ¿estás bien?”
Elena me sonrió sin ganas.
Me le acerqué para tener algo de intimidad.
“Todo bien”.
“Zamba, esa cara no me engaña. Algo te jode. ¿es… es por mi culpa?”
Me abrazó.
“No, Negrito lindo. No es por ti. Es por mí, porque soy medio estúpida a veces”.
“¿Y eso?”
Los ojos de elena comenzaron a aguarse.
“Es Josué”.
Me quedé extrañado. ¿qué había sucedido con mi amigo?
“¿Le pasó algo?”
“No. Solo me le declaré. ¿Sabes que ese chico me gusta mucho? No sé. Es lindo, atento, chambero, maduro, respetuoso. El chico ideal. Me dijo… ‘no’”.
Rápidamente até cabos.
“Y… ¿te dijo por qué no?”
“Porque le gustan los chicos, alucina. Pero ya pasó. Tranquilo que no me moriré por eso. A propósito de lo que hablamos”.
Elena se rió despacio.
“Lo siento, Zamba”.
“Descuida. Por lo visto ya lo sabías, porque no pusiste cara de sorpresa”.
Sonreí.
“La verdad, sí. Me lo dijo hace poco”.
Me levanté para dejar las cosas en mi dormitorio.
“Negro”.
Volteé a verla, tras frenar en seco.
“¿Qué pasó?”
“Ustedes son amigos desde chibolos. Se conocen tan bien. Si alguna vez decides salir del armario e iniciar una relación, Josué sería la persona ideal para ti”.
Me quedé más helado que antes.
Lo que elena me decía era una completa estupidez… por donde quiera que se le mirara.
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