“Sé que he estado ausente durante toda tu vida, hijo, y te pido mil perdones por eso, y no hay justificación al respecto”, parece sincerarse Baldo Pérez, cincuenta y cinco años, algo obeso y cabello negro. “Pensé que con pasarle la manutención a tu madre ya estaba cumpliendo, y…”
“No hay problema”, reacciona
Leandro. “Lo ehcho, hecho está y no hay manera de retroceder”.
El almuerzo en un exclusivo club
del Distrito Centro Sur tiene cierto aire tenso a pesar de lo exquisito de los
platos casi gourmet.
“Lo que quisiera saber es cómo
obtuvo mi número de teléfono”, añade Leandro.
“El presidente del San Lázaro es
amigo mío, hijo. No fue difícil conseguirlo, especialmente desde que la
Fundación Echenique es su patrocinador: yo redacté el contrato, y lo hice con
todo el gusto del mundo sabiendo que tú eres uno de los jugadores. ¡De sus
mejores jugadores!”.
“¿Y usted también lo suspendió
cuando alguien se lo pidió?”
“Leandro, mi relación con la
familia Echenique es tan antigua como cuando José Miguel, el padre de Darío, si
a él te refieres, y yo nos conocimos en la universidad. Han sido mis clientes por
treinta años, y, no sé si lo sabes, pero el defecto de las empresas familiares
es que la confusión entre casa y empresa es frecuente”.
“Claro, y usted solo tiene que
acatar”.
“Por cierto, José Miguel
Echenique te tiene en alta estima; incluso me dijo que se quería poner en
contacto contigo para conversar. Y, cierto, será uno de los principales
aportantes en mi campaña”.
“¿Sobre qué quiere conversar ese
señor conmigo?”
“Ni idea. Pero no es el único que
habla bien sobre ti. A donde voy, tu nombre solo produce elogios y
satisfacciones, especialmente ahora que tienes ese programa de deportes. No lo
he visto –te soy honesto—pero los comentarios son muy positivos. Te felicito”.
“Gracias, señor”.
“Leandro, hijo. Es justo por eso
que te pedí esta reunión”.
“¿El programa de televisión?”
“En parte. Escucha, iré al grano:
voy a postular al Congreso el año entrante y voy a iniciar mi campaña en
medios, y tengo clarísimo que no solo se fijarán en mi trayectoria como
abogado, sino que me van a escarbar todo. Y sé que media ciudad sabe que tengo
un hijo fuera de mi matrimonio, y tú has ido saliendo de las sombras hasta ser
quien eres ahora”.
“¿Pretende que regrese a las
sombras donde nos dejó por veinte años a mi madre y a mí?”
“No, Leandro. Lo que pretendo es
tu ayuda. Si sale en medios la historia de mi abandono, eso me hundirá, sin
contar que va a afectarte a ti y a tu madre; por lo tanto, quiero proponerte
que hagamos pública nuestra reconciliación”.
Leandro hace un esfuerzo para no
reírse a carcajadas:
“¿Hacer algo para las cámaras, me
dice?”
“No solo para las cámaras. Quiero
recuperar mi relación contigo”.
“Jamás tuvimos una relación,
señor”.
“Bueno, comenzarla desde el
inicio, como el padre y el hijo que somos, y que te integres a tus otros dos
hermanos y tu hermana”.
“Oh, la familia unida y feliz
para que la prensa no diga que es un padre desnaturalizado y cruel”.
“Bueno, si lo dices así, sí”.
Leandro calla por unos segundos,
mientras hunde el tenedor y el cuchillo con unos modales que sorprenden a Baldo
por el nivel de perfección.
“Es más, hijo. Estaba pensando
que Alberto Madero podría encargarse de manejar los medios como él lo sabe
hacer. Mira lo que ha logrado con tu programa de telev…”
“Oiga usted. Me va a disculpar
pero si ese programa funciona es porque le ponemos corazón, ganas, calidad,
amor, dedicación, tiempo, creatividad, cerebro, vida. Algo que usted no hizo
conmigo…”
“Lo sé, hijo, no mezquino…”
“Y si cree que me voy a prestar
para levantarle o hundirle la imagen, perdone, se equivoca. Si la prensa
levanta esa historia, yo lo único que voy a prometerle es que no haré ningún
comentario y en todo caso le desearé la mejor de las suertes”.
“NO me hice entender bien,
Leandro”.
“¿Y sabe algo más? No cuente
conmigo. Por encima de todo, especialmente de usted, está mi madre. Yo trabajo
por ella ya que otros irresponsables no lo hicieron o lo hicieron por
obligación social, moral, o lo que sea. Haga de cuenta que esta reunión nunca sucedió”.
Leandro se levanta de la mesa y
tira su servilleta a un costado.
“Y si comienza a molestarme,
entonces me olvidaré de mi promesa… Ah, y me envía la cuenta del almuerzo”.
Leandro abandona el lugar del
mismo modo como Baldo abandonó a su madre cuando supo que estaba embarazada de
él. ¿Darma o karma? El muchacho no tiene una respuesta clara aunque sí una
decisión que debe tomar.
A mitad de esa semana, se anuncia
el lanzamiento de Tirador Films, una
productora especializada en contenido adulto gay. Rico da una entrevista
teniendo como fondo el logotipo de la flamante empresa: un arquero desnudo
apuntando una saeta cuya punta es mas bien un falo.
“Está inspirado en una escena de Las mil y una noches, que filmó
el cineasta italiano Pier Paolo Passolini, allá por mil novecientos setenta y
cuatro si no me equivoco. Passolini fue cultor del hiperrealismo y ése es el
estilo que vamos a darle a nuestras producciones”, declara ante una cámara.
“A ver, mi historia comienza hace
cuatro años, cuando tenía veinticuatro y estaba buscando trabajo”, relata, a su
turno, Pepe. “Me pasaron la voz de que necesitaban un guardia de seguridad en
un local y me presenté. Me admitieron de inmediato. Lo que no me di cuenta en
ese momento es que se trataba de un local de ambiente; pero, trabajo es
trabajo… Una noche, uno de los strippers
no pudo llegar. No recuerdo por qué. La cosa es que ya habían prometido un sow
y la gente comenzaba a impacientarse. Yo siempre veía a los chicos cómo
ensayaban y toda la cosa. Le hablé al administrador, lo dudó un momento, pero
viendo la impaciencia de la gente, me mandó a vestuario, me preparé y salí. A
la gente le gustó. Desde entonces fui uno de los bailarines regulares… Una
noche llegó un chico y comenzamos a hablarnos, tratarnos. Llegamos a gustarnos
y comenzamos algo. Me prometió que podía hacer una carrera en el modelaje…
¿Quién era el chico? Ehhh, Darío Echenique. La verdad es que no me sentía a gusto
en ese mundo hasta que lo dejé, y como tengo habilidad para los trabajos
manuales o de mantenimiento, me puse a chambear en eso hasta que me despidieron
hace tres meses, y me quedé en el aire otra vez. Entonces, mi amigo Rico Durán
me habló de su proyecto, lo pensé, hice unas pruebas, quedé. Pueden ver mis
videos en nuestra página web y en el servicio de videos para adultos… Para mí
no es inmoral. No estoy haciendo nada delictivo”.
“Estamos siguiendo todos los
trámites de ley”, interviene Rico. “El talento es mayor de edad, todos han sido
chequeados, han firmado autorizaciones y contratos; incluso, nos controlamos
médicamente… Sí, a mí también Darío Echenique me quiso dar una mano en el
modelaje de pasarela, pero no es lo mío. Me encanta esto. Lo que sí tengo que
agradecerle es mi fuente de sustento por casi dos años: mi taxi, que ahora lo
uso para trasladarnos a las locaciones. Así que los invito a que vean nuestro
material, y recuerden: protéjanse siempre que tengan sexo con quien sea”.
La cámara delante de
ellos continúa grabando hasta que el reportero a su costado ordena cortar.
“Muy bien chicos. Excelentes
declaraciones. Solo una pregunta: ¿ese Darío Echenique no es el mismo modelo
que tenía algo con este otro chico, el jugador de fútbol? ¿Cómo se llama?”
Rico y Pepe se miran con cierto
susto, sin saber qué decir. Entonces, alguien desde el fondo sale en su
auxilio: Alberto Madero.
“Perfecto, chicos. Alístense para
las tomas de apoyo”.
Los dos modelos van al fondo de
la sala y comienzan a desnudarse. Se trata de la casa abandonada que Rico había
estado acondicionando todos estos meses.
“¿Tú sabes, Beto, cómo se llama
ese muchacho de quien se dice tuvo una relación con el tal Echenique?”
“Ni idea. Mas bien, terminamos
estas tomas y les doy su cheque a ambos”.
“¡Leo Pérez!”, reacciona el
reportero. “Tú eres su productor, ¿cierto? ¿Sabes algo sobre el tema?”
“Sí, soy su productor, pero en su
vida sentimental no me meto, así que tú tendrás que preguntárselo
directamente”.
“¿Iremos a tu oficina por los
cheques?”
“No. Terminemos de grabar acá y
se los doy de inmediato”.
Poco antes del almuerzo, Leandro termina de negociar con un jugador de fútbol para tenerlo en uno de sus programas.
“Sí, sí, listo, a esa hora. Oye,
pero dame la primicia de tu pase a Europa”.
Madero llega, entra y espera a
que acabe la llamada.
“¿Nos vamos a comer?”
“Sí, Beto. Ordeno esto y
salimos”.
El celular de Leandro suena.
“¡Hola! A los tiempos”.
“Hola leo. Oye, quiero
consultarte algo a ver si puedes darme unas declaraciones”.
“Claro, veamos si es posible”.
“Mira… es sobre Darío Echenique”.
Leandro se incomoda:
“Mira, no tengo que declarar nada
sobre ese muchacho”.
“Pero fue tu amigo”.
“Como te digo, no tengo nada que
declarar sobre él”.
“Hay rumores de que…”
“Escucha: aprecio enormemente tu
interés y tu trabajo, pero mientras no sean declaraciones sobre el programa de
televisión, la verdad es que declino hablar. ¿Me entiendes?”
“De acuerdo; pero si un día…”
“Te tendré cualquier primicia.
Hablamos”.
Leandro cuelga la llamada.
“¿Quién era?”, finge Madero.
“Tu amigo del programa de
espectáculos”.
“¿Qué quiere?”
“Hablar sobre Darío, y la verdad
no pienso decir nada sobre él”.
“¿Y por qué, Leo?”
“Por simple respeto, Beto. ¿Para
qué voy a hacer leña del árbol caído?”
“No será que aún guardas… tú
sabes… cariño por él?”
“Lo estimo como estimo a todo el
mundo, pero… es solo un recuerdo. Ya te dije que ahora estoy en otro nivel,
tenemos responsabilidades, proyectos, y por fin yo tomo el control de las
cosas… Algo que Darío nunca entendió. Por eso me alejé de él”.
Madero hace un gesto indiferente
y sale:
“No te demores que tengo hambre”.
Leandro sonríe.
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