Ya cerca de la medianoche, Darío termina de trabajar en su laptop, gozoso por la tarde que había pasado. Cierra el aparato, se frota la nuca, se levanta de su mesa de comedor y gana su sofá, toma el control, prende el LED. Sigue en el canal de videos musicales. Tras unos comerciales, se anuncia un estreno. Darío se arrellana esperando alguna novedad. ¡Y vaya que sí! Cuando la música comienza a sonar, la silueta a contraluz de un hombre y una mujer, aparentemente desnudos, gana la pantalla. El supermodelo sonríe pensando en la osadía de la producción. Entonces, algo le llama la atención en los créditos –Director: Roberth Peña—y le toma mayor interés.
“¿Y qué milagro no me contó de
este proyecto?”, susurra.
Entonces, el rostro de Luna
Estrella llena la pantalla.
“Ay, esa puta”, murmura.
Darío busca el control remoto,
pero, como nunca, se esconde entre los cojines del sofá. Se da por rendido. En
la pantalla, aparece la escena de la bañera, en la que la cantante es abrazada
desde detrás por un amante que oculta su rostro, y, en medio del movimiento de Dolly, hay un efecto de fundido que
cambia a otro hombre metido con esa mujer. Entonces, el ojo clínico del
televidente nota algo en el brazo del modelo. No logra identificarlo del todo
hasta que llega al coro y la cantante hace el amor con quien parece ser el
mismo hombre sobre lo que parece ser el porche de una casa.
“¡Ay Dios!”, exclama Darío. “el
otro puto de Rico Durán”.
Nuevamente el efecto de fundido,
y ahora Luna Estrella es poseída por quien evidentemente es un segundo hombre.
Y es cuando solo basta un parpadeo, un solo parpadeo, para ver un mentón y una
boca que le son familiares. Darío abre sus ojos tanto como puede, hace rápida
memoria mental, intenta hacer un poco de antropometría a puro ojo de buen
cubero. Espera otra imagen.
“No puede ser”, comienza a
ponerse ansioso.
Entra la escena de la cama donde
no hay duda que uno de los modelos es Rico. El mismo Rico que hace un año
despreció una carrera de pasarela y revistas de ‘buena’ reputación para
explotar un mercado donde se sentía más a gusto y que a Darío le incomodaba: el
entretenimiento para adultos. El mismo Rico que ahora se gana la vida haciendo
taxi en un carro que el propio Darío financió.
“entonces, si uno es el putazo…
¿el otro es…?”
Darío niega con la cabeza y la
ansiedad se acrecienta. Recuerda la noche del lunes anterior cuando fue
buscando un acercamiento y se encontró respuestas evasivas y un ex amante
hostil.
“No puede ser, ¡no puede ser!”
Darío halla su celular mientras
un segundo cuerpo aparece de espaldas en pantalla y muestra su bien
desarrollado trasero. Marca, timbra, nadie responde, nadie excepto una
grabación indicando que el usuario del teléfono no está disponible. Insiste. El
segundo hombre se acuesta sobre una excitada Luna Estrella, a quien le hace el
amor de una manera vigorosa, solo azucarada por el efecto de slow motion, cuando en un segundo se
hacen correr quince cuadros o menos como si fuesen treinta o veinticuatro. Y
esa anatomía en pantalla, tanto como la del otro hombre yacente, la conoce de
sobra. ¡Claro que la conoce de sobra!
Apenas pasada la medianoche, el ascensor en el piso tres se abre y un Darío fuera de sí camina hasta la sala de reuniones, abre la puerta como puede, entra, va a un pequeño almacén.
“Aquí estabas, mierda”, le dice
mientras la toma de la tapa y la abre a la fuerza; la huele. La bebe olvidando
toda su formación en etiqueta social.
“Me las van a pagar los tres”, se
repite mientras gasta el licor. “¡Me la van a pagar los tres!”, se jura
mientras otro sorbo de vodka ingresa a su boca, a puro pico de botella. Cuando
despierta, está en lo que parece ser la habitación de una clínica y solo viste
una bata de hospital. Tiene un suero conectado por vía endovenosa. Una
enfermera ingresa, lo mira y lo saluda muy afable.
“¿qué día es hoy?”, pregunta el
supermodelo.
“Miércoles, joven”.
“¿qué hago aquí?”
“Tranquilo. Te encontraron desmayado. Aparentemente, te intoxicaste”.
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