lunes, 9 de diciembre de 2019

Los misioneros: El ojo en la paja ajena

El día que el hermano Ángelo llegó al convento de Valle Lindo, lo primero que le llamó la atención fue el hermoso paisaje forestal. Verde por donde viera incluso antes de cruzar el riachuelo. Verde en el cerrito. ¡Qué fascinante era para él manejar su motocicleta bajo las copas de los algarrobos altos y tupidos. Le dijeron que Piura era un desierto, temía broncearse demasiado su piel blanca, pero estos árboles sí que eran un regalo de Dios.

Vio su GPS. El convento debía estar un par de kilómetros camino arriba. Avanzó por el lado de un canal. Era casi mediodía y el calor comenzaba a sentirse fuerte, así que no tenía que extrañarle ver cómo un joven de cuerpo marcado, trigueño oscuro, emergía del agua y lo saludaba. En el campo es costumbre saludar a todo el mundo aunque no lo conozcas. No era un adonis quien salió pero le causó cierta curiosidad, especialmente por la pinga que le colgaba encima de unos huevos grandes y un tupido vello púbico. ¿Serán así todos los patas aquí?

Al llegar al convento, el hermano Félix lo recibió. En contraste con el metro 75 y los 25 años de Ángelo, este era más agarrado aunque algo subidito de peso, metro 63, barba algo crecida, 37 años.

-Bienvenido,, hermano Ángelo - le dijo Félix.

el recién llegado sonrió, apagó la moto y bajó para meterse a la casa de material noble, limpia como un anís, el jardín externo e interno bien cuidados, fresca.

- éste es su dormitorio. - le dijo su compañero.
- ¿Cuántos cuartos hay aquí? -
- Cuatro en total, hermano Ángelo. Escoja el que desee. -

el religioso pensó en tener uno con vista al bosque de algarrobos y los campos decultivo, pues Valle Lindo es una comunidad agrícola.
- Perfecto. - dijo el hermano Félix y le abrió la puerta.
La habitación no era muy grande aunque sí larga. El hermano Ángelo entró, dejó su mochila, abrió la ventana y respiró el aire puro del campo.


Poco después, durante el almuerzo, los dos religiosos se pusieron al día con las tareas a realizar.
- Los niños del campo son mayormente bien educados, así que su experiencia en el curso de Religión será muy llevadera. - comenta Félix.
- ¿Y qué tal son los de secundaria? - inquiere Ángelo.
- Comienzan a perder el interés en estos temas, pero es propio de la edad; más que ponerme a revisar Historia de la Salvación, con ellos prefiero hablar de cómo aplicar las Escrituras en su vida diaria.
- Especialmente con el despertar sexual, hermano Félix.
- ¿Qué trata de decir, hermano Ángelo?
- Ya sabe que el programa de Educación promueve la promiscuidad y estimula a los varoncitos a que experimenten sexualmente entre ellos.
- ¿Tiene algún problema con éso?
- No exactamente; lo que digo es que el programa educativo peruano quiere más gente gay para controlar la población. Como sabe que su programa de Planificación Familiar es un fracaso, entonces ahora apelan a éso.
el hermano Félix no sabía si reírse a carcajadas o si tirarle el plato a su joven compañero ante tal disparate. Decidió que debía llevar la fiesta en paz.

Ya le habían dicho al hermano Ángelo que la hora de la siesta era tan sagrada como la oración de las seis, las doce, las dieciocho o la que se dice antes de dormir. En efecto, comenzó a sentir un inexplicable sopor y se fue a su cuarto. Se quitó el polo: dos hermosos pectorales bien formados, espalda en V, cinturita delgadísima, vientre plano aunque no como tabla de lavar era lo que quien quiera verlo se hubiese podido ganar. Se tiró sobre la cama y trató de dejarse llevar por la modorra. Se dio vueltas. No podía quedarse dormido. Entendió que la verdad era que el resto de su ropa le incomodaba. Se resistió a quitárselo, pero era el sueño o estar de mal humor el resto de la tarde. Se levantó otra vez, se sacó el jean, cerró la puerta. Debajo de su bóxer habían dos pronunciadas y redondas nalgas, como dos suspiros dulces, firmes y blancos, como para meterles lengua; inmediatamente, dos bien trabajadas piernas. Volvió a costarse, y escuchó que alguien caminaba en el corredor de afuera. Se asomó. Vio al hermano Félix acomodar una hamaca en dos parantes del cobertizo en la entrada y, sin roche alguno, quedarse totalmente desnudo: hombros redondos, pectorales levantados, espalda amplia, cintura acon algo de guatita pero sin rollos, culo como globos salvavidas, piernotas. Velludo por todas partes. El hermano Félix se subió a la hamaca, se meció un par de veces y pareció quedar dormido. El hermano Ángelo se sorprendió, pero le restó importancia. Con ese calor de mierda, él haría lo mismo, pero algo lo cohibía. Alejó ciertos pensamientos impropios y se tiró a la cama. Logró conciliar el sueño.


Habría pasado media hora cuando escuchó una especie de jadeo afuera. Se alarmó un poquito. ¿Le estará pasando algo al hermano Félix? Volvió a asomarse... ¡Se quedó helado! Su compañero en el convento sí estaba jadeando, pero se había colocado en la hamaca de tal manera que tenía las piernas abiertas, flexionadas, metiéndose un dedo en el culo y pajeando su pinga con la otra mano. Su miembro era cabezón y sus bolas eran grandes, pero bien velludas. El hermano Félix retiró el dedo de su ano, se lo llevó a su boca, lo chupó bien y volvió a metérselo. La pinga del hermano Ángelo también comenzaba a crecer., a crecer y a lubricar al punto que en solo segundos sintió su bóxer húmedo.

El hermano no sabía qué hacer: o tomar la moto y escapar de ahí, o pensar que era un raro sueño, o seguir viendo, o rezar pidiendo no caer en el pecado solitario. Ángelo no tomó ninguna de esas opciones; se tiró otra vez a su cama, vio el techo con preocupación, sudó frío, revisó toda su vida, se cuestionó su vocación, pidió perdón... y se sacó el bóxer. Su pinga recta de 16 centímetros estaba durísima y mojadita. La miró debajo de su colchón negro de vello púbico. Finalmente decidió pajearse también. ¡Qué sensación la de su mano masajeando su pene! ¿Desde cuándo no lo hacía? Qué mierda. Solo disfrutó. Con la otra mano se acariciaba sus lampiñas y grandes bolas. ¿el dedo al culo? Ni cagando.

Se arrodilló, se asomó a la ventana. el hermano Félix seguía empecinado en seguirse autocomplaciendo hasta que dio un suspiro profundo y ráfagas de semen saltaron de su glande hasta su vientre peludo. el religioso resppiró hondo y se esparció el blanco fluído por sus inexistentes abdominales. Ángelo se volvió a acostar boca arriba sobre su cama, se sobó más fuerte, cerró los ojos, apretó los dientes, sintió cómo su leche caliente se regaba hasta sus pectorales. Respiró hondo de puro alivio y satisfacción. También se esparció su lefa.

Sintió que el hermano Félix entraba a su cuarto y salía otra vez; entnces, buscó su toalla, se cubrió sus partes y fue directo a las duchas. Apenas entró, se chocó con su hermano. Parte del semen aún no estaba seco y sintió cómo amenazaba con pegarse al cuerpo del otro hombre.
- ¿Qué tal su siesta, hermano Ángelo?
- Excelente, hermano Félix - dijo nervioso, - Excelente.
Si se demoró media hora en la ducha fue poco, pidió perdón, ideó alguna penitencia, recordó qué método de mortificación podía funcionar. Decidió que lo mejor era pedir a su superior que lo traslade a otra parte...

Inspirado en un cuento de Giovanni Bocaccio.