lunes, 31 de octubre de 2022

El precio de Leandro 11.1: Olvídate del rol


Cuatro días después, el lunes, Alberto Madero mira en su laptop el videoclip de Luna Estrella en su versión sin censura. Sonríe:

“Ese culo es inconfundible”, comenta y mira a Leandro, que está sentado frente a su escritorio.

“Que mi mami ni lo vea porque me agarra a sartenazos”, bromea el futvolista.

“La producción es excelente; a mi no me gusta la cantante pero el trabajo de Roberth está impecable, y esa escena de la cama luce muy real. ¿Les hizo algún taller de actuación?”

“No”, enrojece Leandro. “A decir verdad… esa escena… fue real”.

Madero suelta una carcajada:

“Suele pasar, ¡tranquilo! Bueno, te diré qué haremos acá: tu trabajo consistirá en ayudarme a llevar cuentas, orden de documentos, verificar los pedidos, cronogramas… ¡Ah! Y vigilar mi caja chica: si me sobregiro, aquí me cuelgan de los huevos; entonces, tienes que advertirme cuando entre a zona roja”.”

“Pan comido”, sonríe Leandro. “En el San Lázaro, los jugadores tenemos como una caja de ahorros y yo manejo el flujo, esas cosas”.

“Sí, Roberth me había contado ese talento oculto tuyo; y  ahora, levanta ese rico culo que tienes porque tenemos una junta ahora mismo”.

 


Leandro fue bien recibido por el equipo de Sparking Advertising, algunos de los que ya lo habían conocido durante la filmación en Playa Norte. Básicamente, el resto de esa jornada fue familiarizarse con los archivos, procedimientos, códigos de acceso, formatos. .

 


Tras salvar el tráfico, a eso de las siete y cuarto de la noche, Madero conduce a Leandro hacia el Distrito Este de la gran ciudad, una zona tan aristocrática como el Centro sur pero con una arquitectura mucho más actual. Se detienen frente a un edificio de cinco pisos.

“Bienvenido al Condominio Las Flores”, anuncia falsamente ceremonioso el director creativo. “¿Seguro que viene tu amigo?”

“Segurísimo”, responde Leandro.

Ambos bajan del auto, caminan hacia la puerta de ingreso donde Madero debe digitar un código de acceso, y cuando consiguen abrir la puerta, un auto se estaciona junto a ellos. Voltean a ver. Leandro sonríe al identificar al conductor: Rico.

“Disculpen la tardanza”.

El departamento dos cero uno es amplio. Cuando las luces se prenden, el estilo es casi casi futurista, aunque sin llegar a los estándares de las casas inteligentes. Diseños asimétricos pero armoniosos en los muebles, las luces, la distribución del espacio.

“¿qué te parece?”, le pregunta a Rico.

“¿Y cada cuánto tu familia viene aquí?”, le replica el muchacho.

“Nunca. Mi mujer no sabe que esto existe”.

“¿Y cómo lo haces?”

“De eso se trata mi trabajo, Ricardo: de hacerte creer que no es lo que sí es y que sí es lo que no es.

“¿Y es fácil de conseguir?”

“Tienes que ser un disonante cognitivo completo: nunca hagas lo que predicas. ¿Te sirve?”.

“Está mejor de lo que pensé, Alberto”.

“Deberíamos probarlo”.

Madero toma de la mano a sus acompañantes, los guía hasta el medio de la sala, comienza a acariciarlos y en poco tiempo los besa en la boca alternadamente. Entre los tres se liberan de chaquetas, camisas o camisetas, pantalones, zapatos, ropa interior (“Esta vez sí traes”, Madero le dice a Leandro “y te queda perfecta”). Allí de rodillas entre ambos muchachos, el anfitrión decide estimularlos con la boca por delante y suavemente con las yemas de sus dedos por detrás, mientras ellos dos juegan mutuamente con sus lenguas. Tras varios minutos de conseguirlo, Madero se pone de pie, besa a Leandro, lo anima:

“¿Quieres probarlas?”

“Soy activo”, dice el chico sin mucha convicción.

“Lo activo o lo pasivo se lleva en la cabeza, brother”, Rico le toma de la cintura. “Solo prueba”.

Leandro se arrodilla con temor, hace el intento comenzando con su amigo.

“No lo haces mal”, jadea. “Sigue, Leo, sigue”.

Prosigue con Madero, quien solo atina a suspirar. De inmediato, sin que se lo pidan, Rico asume el siguiente turno.

El resto del tiempo es alternarse entre el sofá y la alfombra. Quien parece entender mejor la lección es Leandro: la idea es quitarse de la cabeza conceptos como delante o detrás, activo o pasivo, arriba o abajo, dar o recibir; la idea es integrar todo eso y dejarse fluir hasta llegar al clímax. Y lo consigue casi en simultáneo como sus otros dos compañeros.

 


viernes, 28 de octubre de 2022

ASS (50): El secreto erótico del novicio

Mientras Santos entrena culo y piernas, Alejo y Miguel aprovechan para retozar desnudos en la ducha y en la cama hasta que algo aparece en el celular.



 

Esa noche del lunes en el AS de san Sebasstián quedan apenas dos alumnos entrenando, o terminando de entrenar. Alejo mira el reloj de pared: diez para las diez. Es casi la hora de cierre.

Con el poco pudor que le queda, el entrenador viste aquella noche un enterizo tipo luchador grecorromano, pero de licra, color celeste con ribetes plateados; debajo no tiene ropa interior, lo que le marca su gran bulto por delante y hace que de cuando en cuando se le meta la tela entre las nalgas. Ahora calza zapatillas de marca y gruesos calcetines. Revisa nuevamente su celular y termina de alimentar a una aplicación la planilla de ingresos y gastos de aquel día.

“Buenas noches”, le dice alguien vistiendo como él, pero en tono negro satinado.

“Bue-buen… buenas noches”, vacila el fortachón a la par que trata de reponerse de la primera impresión, pues acaba de ingresar un hermoso muchacho blanco, musculoso, rubio muy crespo, ojos azules y con vellos también rubios sobre su pecho y piernas que dan la impresión de que no los llevara,o que tuviera una especie de cubierta acolchada.

“¿Tú eres Alejo, verdad?”

“Claro. Tú…”

“Soy Santos”, alarga la mano el chico, quien habla con evidente acento español. “Vine ayer para ayudar a los Padres Alberto y…”

“Ah, eres el novicio”.

Santos sonríe: “Sí,eso mismo soy”.

Entonces Alejo examina mejor su rostro, pero ya no con embelezo sino con intriga.

“No sé si te mosqueo entrenando a esta hora; lo que pasa es que todas mis tareas…”

“Tranquilo”, interrumpe Alejo. “El AS es todo tuyo. ¿Necesitas que te oriente o ya tienes rutina?”

“Creo que ambas”, responde Santos, siempre con su sonrisa carismática.

En la antesala donde están las máquinas para calentamiento, Alejo toma todas las medidas al nuevo alumno y las ingresa en el aplicativo del celular.

“Qué guay que vosotros estéis tecnificados”.

“recién desde esta tardecita”, sonríe ahora Alejo sin dejar de examinar el rostro del nuevo alumno. “Pareces tener el canon perfecto… ¿Santos?”

“Sí, así me llamo”.

“¿Hace cuánto no entrenas?”

“Hace… 48 horas”.

“Entonces sigue el programa de entrenamiento que seguías, y si necesitas ayuda, me avisas”.

“Genial”, replica el novicio sin renunciar a esa hermosa y blanca sonrisa. Entonces, los dos alumnos que siguen en la gran sala pasan por el lado de ambos y se despiden. Nadie más excepto Alejo y Santos quedan en el AS. Entonces el primero toma nuevamente su celular y busca. Está en eso cuando siente sutilmente una mano tocándole en el medio de su bien formado y duro culo. Alejo se asusta.

“Eras tú”, reacciona suspirando.

“No… el fantasma de Paco nada más”. Miguel sonríe gracioso.

“¿Qué? ¿Ya fue?”

“Nada aún, pero los médicos no le dan esperanzas… Y, oye, vino Santos… Olvidé avisarte”.

“¿Tú lo mandaste?”

“Luego te cuento”.

Miguel se aproxima hasta Santos, quien está haciendo sentadilla libre, y, aprovechando su descanso entre series, lo saluda y conversa brevemente. Ambos se sonríen mucho y parecen bromearse. Entonces,Miguel regresa donde Alejo.

“Voy a ducharme… ¿me acompañas?”

“Pero…”

“Tranquilo. Estudia Educación Física, así que si tú o yo nos vamos, él tranquilamente nos reemplaza”.

Mientras Santos está a mitad de la prensa para piernas, Alejo y Miguel ingresan a la ducha, totalmente desnudos. En tanto el agua comienza a caer recorriendo sus cuerpos, Miguel besa la boca de Alejo. Sus penes no tardan en ponerse erectos conforme se estrujan uno contra el otro.

“Aguanta, huevón”, reacciona seductor Alejo. “Recuerda que tenemos que guardar leche para la porno de esta semana”.

“Tranquilo, mi amor”, responde Miguel. “No quiero que me la metas… quiero que comiences a mimarme ahora”.

Mientras se ponen el jabón mutuamente, las manos de ambos recorren cada centímetro cuadrado de sus físicos de dios griego. Nada queda exceptuado. Ni siquiera la pinga, las bolas, la entrepierna,las nalgas y en medio de ellas. Este momento es aprovechado por Miguel para, de todas maneras, darle una mamada al pene de Alejo. Qué rico sabe su líquido pre-seminal.

“¿Quieres hacerlo tú?”, invita.

Alejo respira hondo. Titubea unos segundos. Trae a su mente el hecho de que ésa no será la primera vez, que, de hecho, aprendió a hacerlo antes. Respira hondo de nuevo. Se arrodilla, abre su boca, cierra sus ojos, deja que Miguel le ponga el glande en su lengua. Poco a poco, Alejo va mamando el falo de su mejor amigo mientras pajea el suyo.

“Así, Ale… así… qué rico la chupas”, susurra Miguel,todo excitado.

Casi a las diez y media de esa noche, Alejo, solo cubierto por la cintura con una toalla y calzando sandalias, se acerca a un sudoroso Santos quien está echado boca abajo sobre la máquina de femorales. Entonces se percata del redondo culo que tiene el novicio. Y parece… que no tiene ropa interior debajo.

“Tranquilo, que solo vine a saber si necesitabas ayuda”, se adelanta el fortachón peruano al ver cierta cara de ansiedad en su colega español.

“Ah, pensé que…”

“Nada. Tú tranquilo. Solo voy a apagar las luces que no necesitamos”.

“me parece perfecto, pues tenemos que ser responsables con el planeta”.

No termina la oración cuando desde el fondo, Miguel también viene al encuentro de ambos caminando vestido solo con ttoalla y en sandalias. Se detiene al lado de Santos, quien ha reanudado su serie. Lo mira y mira la pantalla del celular. El novicio siente que algo raro está pasando allí. Ahora solo quedan las luces de la zona de piernas dentro del AS.

Entonces, Miguel siente que le tocan el culo; se voltea y su toalla está a punto de caer. Logra detenerla mientras mira a Alejo haciéndole un gesto de retirarse.

“Estamos en el cuarto”, le avisan a Santos.

Y en ese cuarto, Alejo y Miguel, ya libres de las toallas, siguen retozando sobre la cama, besándose, acariciándose y revolcándose. Sus penes duros se refriegan en medio de una romántica y sensual batalla.

A eso de las once les tocan la puerta. Con la impudicia que lo caracteriza, Alejo se levantta abrirla así, desnudo y con su pene de 18 centímetros erecto. Santos está con el enterizo bajado hasta la altura de la cintura mostrando su bello torso y parte de su cadera izquierda: efectivamente, parece no tener ropa interior.

“He de irme, regreso mañana, chaval”.

La desnudez y la gran y húmeda erección del entrenador parecen no inmutar al novicio.

“Un momento”, se levanta Miguel, también desnudo y con el pene erecto. “Tenemos una duda y queremos que nos la resuelvas”, le dice a Santos.

El español se turba un poco, especialmente cuando le dan el celular con algo en la pantalla. Lo mira. Abre la boca y se pone evidentemente nervioso.

“¿De-de-de dónde sacaron esto?”

“Eres tú, ¿cierto?”, interpela Miguel.

Un hermoso chico desnudo y con el pene erecto se despliega en la pantalla en una foto aparentemente tomada en una playa.

Y para terminar, te dejamos con un video porno gay.


jueves, 27 de octubre de 2022

Ser Rafael 10.3: Contacto gringo


Al salir, prendí mi celular. Habían los típicos mensajes de la oficina, y algunos de amigos.

“Mira, Laura. El Tuco te manda saludos de cumpleaños”.

Laura tomó el aparato. Se alegró. Movió sus dedos con rapidez.

“¿Y éste? Te lo mandaron de una página web”.

Tomé de vuelta mi celular. Efectivamente. No era un número sino un código, y un mensaje raro: NDNPSQ. Puse cara de ignorancia.

Para fortuna ella no preguntó más; pero fue una jalada de orejas para mí mismo de no soltarle el celular sin verificar qué tengo en pantalla.

Antes de tomar el bus de regreso, volvimos a acercarnos a la playa para ver cómo el sol se ponía. Ambos nos abrazamos.

“Rafo, disculpa por insistirte con lo del matrimonio”.

“Ya, olvídalo. Disfrutemos este paisaje”.

Laura sacó su celular.

“¡Mejor le tomamos fotos!”

“Mejor que nos tomen la foto”.

Busqué quién podía hacernos el favor. Al voltear a mi derecha, sorpresivamente, apareció el chico de la tanga azul acero, aún vestido con su tanga azul acero. Lucía un poco bronceado.

Tragué saliva.

“¡Amigo, un favor!”

El chico se nos acercó.

“Puedes tomarnos una foto?”, le pedí.

Photo? Tu querer Photo?”, replicó.

“Yes!”, reaccionó Laura. “Please, take a picture of us with the sunset at the background”.

El chico asintió. Nos tomó varias fotos, y para mí fue difícil dejar de contemplarlo: ¡qué tal físico!

“Thanks…”, dijo Laura cuando él nos regresaba el celular.

“Al. My name’s Al.”

Entonces, sus ojos verdes me hicieron contacto visual.

Sentí un pequeño estremecimiento.

Perdí la noción del tiempo por varios segundos.

Cuando el bus iba cuesta arriba por el acantilado, me preguntaba cuál de esos puntos móviles cerca al mar sería el tal Al.

“Me dio su e-mail, Rafo”.

“Vaya. alguien estuvo haciendo relaciones internacionales”.

“¿No escuchaste que es especialista en conectividad?”

“¿Dijo eso?”

Laura me enseñó la dirección de correo electrónico del chico, que ella había grabado en su celular.

“Necesitas reforzar tu inglés”.

Regresé a mi casa a la hora de la cena. Estaba muy cansado.

Apenas comí, me fui a mi dormitorio. Me disculpé con mi mamá, y le dije que al día siguiente le contaría todos los detalles del viaje.

Ni bien me eché en mi cama, entré a redes sociales y busqué a Al. Allí estaba. Le mandé solicitud.

Iba a dormirme, cuando volví a tomar mi móvil. Llamé.

“Hola Eduardo, ¿todo bien?”

“Sí… ¿Pasó algo?”

“No mucho. ¿Por qué me enviaste ese mensaje?”

“¿Mensaje? ¿De qué hablas?”

“NDNPSQ. Dime que no fuiste tú”.

“Estás loco, Rafael”.

“No debimos. No pudimos…”

“Rafael, ya basta. Laura es tu enamorada. Respétala”.

“sí quisimos. ¿significa eso?”

“No debiste llamar, Rafael”.

“Pero no pude quedarme con la espina”.

Hubo un breve silencio.

“Rafael… ¿de veras quieres?”

Fui yo quien se quedó en silencio esta vez.

“¿Rafael?”

“Veremos, Eduardo. Veremos”.

Colgué.

Iba a dejar mi celular sobre mi mesa de noche cuando una alarma sonó. Regresé a ver la pantalla.

Al me había aceptado.

ndito inglés, ¿por qué no eres mi fuerte? 

miércoles, 26 de octubre de 2022

Ser Rafael 10.2: ese culito masculino


Tras despertar nos colocamos nuestros trajes de baño: ella vestía un conservador bikini rosado con ribetes blancos; yo, mi bermuda guinda con unos grandes estampados a manera de hojas celeste apagado.

Nos pusimos a caminar a lo largo de la playa poblada de casas de madera y defensas de rocas grandes. Los días de semana casi no hay gente, entonces puedes andar a tus anchas.

Concursamos a ver quién contaba más pelícanos en el horizonte. Tratamos de mantener en pie un castillo de arena que desafiaba toda norma arquitectónica (perdón, somos ingenieros de sistemas). Perseguimos cangrejos. Recolectamos conchas olvidadas en la arena. Imaginamos una casa de playa en una colina cercana (a prueba de tsunamis… otra vez, somos ingenieros de sistemas). Probamos caricias atrevidas entre la arena, el cielo y el sol, con la complicidad de unas gaviotas hambrientas.

Aprovechando una palmera, nos sentamos a ver el mar.

“Rafo, qué lindo cumpleaños estoy pasando”.

“Te dije que era poco”.

“Gracias, amor. Te luciste, especialmente anoche, porque eso de vestirte de superhéroe sabiendo lo machista que eres… ¿y todo por mí?”

“Volvería a hacerlo, pero esta vez el traje lo elijo yo”.

Ambos nos reímos.

La puerta de una casa se abrió.

Dos chicas y dos chicos salieron a disfrutar la playa; es decir, suponía eso. Ambos muchachos tenían un físico inflado con anabólicos en el gimnasio. más que evidente. Uno de ellos vestía un bañador alicrado negro, a manera de un boxer diminuto; el otro tenía una tanga azul acero que apenas le podía contener un pequeño paquete, pero que

difícilmente ocultaba sus redondas nalgas, como si fueran burbujas. En realidad ambos tipos las tenían como burbujas.

“¡Rafo! ¡Ya deja de verlas”.

“¿Qué? Mejores están las mías, más naturales”.

“Oye, ¿de qué hablas? Te dije que dejaras de ver a las chicas”.

“Ay, mi amor. En realidad veía a esos huevones. Tienen que ser bien rosquetes para ponerse eso”.

Laura me quedó mirando, extrañada.

“Ay, qué machista que eres. ¿Y cuando pasemos nuestra luna de miel en Acapulco, Ibiza o Río de Janeiro?”

“No, Laura. Ni loco me pongo esas tangas”. ¿Andar con las nalgas al aire? Prefiero estar calato”.

“¿Y que las gringas o las cariocas locas se ganen contigo y quieran raptarte? ¡Nunca!”

Me reí estruendosamente. La besé otra vez.

De reojo, veía el casi esférico trasero firme del chico de la tanga azul acero que comenzaba a alejarse.

Luego, me negué a meterme al agua por temor a que alguna raya me picara: el centro de salud estaba muy lejos y no había movilidad que nos llevara.

A cambio, propuse disfrutar un fresco y picante cebiche con unas cervezas bien heladas. El sol estaba en su cenit.

Tras almorzar, regresamos al búngalo, compartimos la ducha, y pasamos directo a la cama a repetir la lujuriosa jornada de la mañana, por dos veces consecutivas.

Ya no tenía más condones dicho sea de paso.

Retozamos desnudos, hasta que, como de costumbre, Laura usó mi pectoral como su almohada.

“Rafo, cuando nos casemos, ¿podremos pasar la luna de miel en una playa? Pero una playa para los dos solitos”.

“Claro. Tenemos mucho tiempo para elegir la playa, hacer reservas y ahorrar”.

“¿Siempre quieres casarte cuando cumplamos 30?”

“Por qué el apuro, Laura?”

Ella no respondió.

“¿Aún no estás seguro, Rafo?”

“No es eso. Pero aún tenemos que realizarnos, conseguir logros profesionales”.

“Podemos conseguirlos estando casados”.

“Con hijos será más difícil”.

“Podemos esperar”.

Preferí no contestar.

“Rafo, entiendo que nos estemos cuidando para no tener hijos, y perdóname por pedirte hacerlo sin condón, pero podemos estar casados y realizarnos. Cuando sintamos que es el momento, dejamos de protegernos y tenemos hijos”.

“De acuerdo”.

Ese comentario me trajo a la memoria aquella noche, hacía cuatro meses, cuando Eduardo y yo lo hicimos sin preservativo.

Obviamente, ni loco se lo contaría a Laura. El caso es que el fantasma de la incertidumbre volvió a rondarme.

Eduardo dijo la madrugada en que lo rescaté que había perdido. ¿Y si se refería a otra cosa?

“¿Rafo? ¿ESTÁS BIEN?”

“¿Ah?”, respondí sobresaltado.

“¿Te molestó lo que te dije?”

“No, amor. Quiero ir al baño”.

Me levanté de la cama. Me encerré por un momento. Me vi la cara al espejo… ¡Algo tenía que hacer al respecto! Pero… ¿qué? 

martes, 25 de octubre de 2022

Ser Rafael 10.1: Sexo en la playa


La reunión en casa de Laura duró hasta la una y media de la mañana.

La celebración hubiera seguido de no ser porque la gente al día siguiente –menos la homenajeada y su chico, o sea yo- tenía que trabajar.

Todos se despidieron, incluso Eduardo.

Mientras recogían las cosas, me quedé conversando con Laura en la sala de su casa, como hasta las dos de la mañana cuando nos quedamos dormidos en su sofá: ella recostada sobre mis piernas; yo apoyado en el respaldo del mueble.

A las cinco y media sonó la alarma de mi celular. Por un momento me sentí desubicado, ya que no era mi casa y mucho menos mi cuarto.

Además, me sentía raro porque era la primera vez que pasaba la noche con Laura sin desvestirnos ni hacer el amor.

La urgí para que se cambie, baje sus cosas y salgamos tan rápido como fuera posible rumbo a mi casa a recoger mis cosas y los pasajes. Estaban más seguros sobre mi mesa de noche que dentro de mi bolsillo.

A diez para las seis conseguimos parar un taxi. Una bachata cortavenas sonaba en el radiorreceptor del vehículo. No recuerdo la letra, pero estaba de moda en ese momento.

Cuando pasamos por la estación de servicio que está camino a mi casa, me fijé en la acera donde días antes –mejor dicho, varias madrugadas antes- descubrí a Eduardo totalmente ebrio.

No había señas suyas. Solo un panadero que vendía su diaria mercancía a una adormilada empleada doméstica.

¿Por qué estaba pendiente de encontrarlo? ¿Acaso iba a parar el taxi y rescatarlo como aquella vez? ¿Para llevarlo a dónde? ¿Al mismo sitio donde alguna vez también llevé a Laura? ¿Y qué diría Laura, por cierto?

A las seis en punto estábamos en casa.

Carmen se quedó sorprendida de verme llegar de nuevo a esa hora. Mi madre ya estaba en pie, lista para darme el discurso de ‘si te haces tarde, llama’, pero pasé de largo. Recogí mis cosas y salí de nuevo a la calle.

“Rafo, no me vas a dejar con la palabra en la boca”, refunfuñó mi madre.

“Te prometo que al regreso, más tarde, te explico todo. Laura está afuera esperándome. Nos deja el bus”, la interrumpí.

Mi madre se quedó desconcertada.

A las seis y quince, por fin, estábamos en el paradero. Un cuarto de hora después, partimos a la playa.

Cuando nos despertamos, había transcurrido una hora, y el vehículo estaba a punto de llegar a su paradero de destino.

Desayunamos en una fuentecita de soda cercana y nos dirigimos al hotel que yo había reservado. Era un lugar lleno de búngalos frente a la playa.

Ya en el nuestro, a puertas cerradas, tomé a Laura, la abrazé y la besé.

“¿Lista para tu regalo?”

“¿Otro?”

“Sí. Uno que no pude darte anoche”.

Me separé. Me desabotoné la camisa, la tiré por donde cayera. Me le acerqué y, tarareando la típica canción de Nueve Semanas y Media, me desajusté el cinturón, le di uno de los extremos, e hice que me lo sacara.

Empecé a contonear las caderas y, como pude, me quité los zapatos usando nada más que los dedos de los pies. Me desabotoné el pantalón y lentamente me bajé la cremallera. Tomé sus manos, hice que sujetara cada lado de la prenda y comenzara a bajármela.

La puse de pie.

Sin apuro, le levanté, le quité su blusa. Desabotoné su short; lo tiré al suelo. Hice que se contoneara a mi ritmo y que tarareara la sensual canción conmigo. La besé. Le quité el brassiere y comencé a besarle los senos.

Puse sus manos en la pretina de mi boxer. Hice que me lo bajara lentamente al punto que tuvo que arrodillarse. Sin que se lo pida, tomó mi miembro en sus labios y lo hizo crecer hasta que alcanzó longitud y rigidez. Allí estuvo largo rato.

La puse en pie de nuevo.

Poco a poco me eché sobre ella en la cama. Recorrí su cuerpo a besos. Le quité la tanga y hundí mi cabeza entre sus piernas.

Mi boca volvió a ascender su cuerpo hasta besarla en los labios.

“Hazme tuya, Rafo”, susurró excitada.

Alcancé mi mochila como pude, saqué un preservativo, me lo puse y comencé a cumplir su ruego.

No dejamos ningún centímetro cuadrado del lecho sin arrugar ni probar. No hubo parte de nuestras anatomías que nuestras manos y todo nuestro cuerpo no llegara a cubrir. No hubo posición que no probáramos. No hubo momento más especial que terminar juntos.

Desnudos, nos quedamos dormidos como hasta las once de la mañana. Hacía un poco de calor. 

lunes, 24 de octubre de 2022

el precio de Leandro 10: En bandeja de plata


Poco después del mediodía, aquel jueves, Leandro está almorzando en casa junto a su madre y Rico. Los dos tienen la boca abierta.

“Una mosca va a aterrizar ahí”, bromea el futbolista. “Bueno, yo también me quedé igual cuando me lo dijo”.

“¿Pero ese señor Madero es de confianza?”, reacciona Adela.

“Roberth fue quien finalmente me había recomendado con él. Además, no es un tiempo completo. Solo voy en las tardes  después de almuerzo: entro a las dos, salgo a las seis. No se cruza con el San Lázaro, no se cruza con los desfiles, sería una entrada fija y nos ayudaría a vivir un poco mejor”.

“Solo espero que no sea otro estrés, hijo”, comenta Adela.

“No”, descarta Leandro. “Éstos son serios y tienen otro tipo de proyección”.

“Lo digo por lo que te pasó con Darío”.

Leandro hace un gesto negativo con la cabeza a la vez que frunce el ceño.

“¿Y el comercial cuándo sale?”, interviene Rico.

“Me dijeron que un mes porque todavía tienen que editarlo”.

“¿Tanto tiempo?”

“Me dijeron que lo editarán en Estados Unidos. Lo único que sé es que lo pautearán luego de las diez de la noche, ya sabes,  por lo del Horario de Protección al Menor”.

“¿Sales desnudo, Leo?”, Adela se pone seria.

Leandro sonríe:

“Y mostrando las joyas de la familia”.

Su madre hace un gesto de regaño y se levanta de la mesa:

“De castigo, los dos me lavan los platos”.

El hijo hace un saludo militar y la madre se rinde entre sonrisas mientras se va a la cocina; entonces, Leandro se acerca al oído de Rico:

“También le hablé sobre ti y quiere conocerte”.

Rico vuelve a quedar con la boca abierta.

Inesperadamente, el celular del futbolista vibra; lo saca y mira la pantalla. Contesta:

“Genaro, hermano, ¿qué pasó?”

“Vente volando al club: quieren tu cabeza en bandeja de plata”, le dicen por el auricular.

Leandro palidece.

 


En un club del Distrito Centro Sur, Roberth y Madero se reúnen para almorzar. El director creativo se deshace en elogios sobre Leandro.

“¿Y crees que es buena idea contratarlo?”

“Pero, Roberth: tú mismo lo recomendaste”.

“Como modelo, no como asistente administrativo”.

“¿Desconfías de su talento? Hará ambos; además, estará en prueba tres meses, y si rinde, ya veremos”.

“No desconfío de Leandro en absoluto, sino de ciertas decisiones corporativas. Bueno, es tu empresa; nada más, no cometas la barbaridad que cometiste con Elías. Es lo único que te ruego”.

“Leandro no es Elías. Son el agua y el aceite. Además, no me lo menciones; quiero hacer buena digestión hoy”.

 


A las tres y media de la tarde, en la Torre Echenique, Darío trabaja cierto papeleo con la modelo que lo asiste administrativamente. Están en la sala de reuniones del tercer piso.

“Y eso es todo”, le anuncia la chica.

“Tranquila que yo meto los datos a la computadora como me lo enseñó Mauricio”.

La modelo se pone de pie, besa a Darío en la frente:

“Listo, mi príncipe; te llamo por cualquier novedad”.

Darío sonríe y agradece, regresa su mirada a su laptop donde alimenta cifras. Sin que se dé cuenta, a sus espaldas, la modelo coincide con Leandro en la puerta al momento de abrirla. Ambos se saludan. En tanto la chica se va, Leandro cierra la puerta y se acerca hasta Darío, quien al darse la vuelta, pensando que su compañera había olvidado algo, se queda de una pieza; no sabe cómo reaccionar.

“Hola” saluda el futbolista muy humilde, pero consciente que acaba de dar un nuevo jaque.

“Hola”, responde el supermodelo con ojos de huevo estrellado. “¿Cómo entraste?”

“eh, por la puerta”.

Darío sonríe, se levanta, abraza a Leandro y le da un beso en la boca. Leandro le corresponde con dulzura.

“Pensé que nunca más iba a verte”, le susurra el supermodelo.

“¿De dónde sacaste esa idea?”, le palmea una nalga el futbolista.

“No importa ahora eso; lo que importa es que regresaste y tenemos tanto de qué hablar”.

“Sobre el San Lázaro, por ejemplo. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué hiciste que suspendan el auspicio de la Fundación Echenique?”

“Es que… Leo…”

“¿Porque no me encontrabas? ¿Por eso? ¿Te das cuenta qué hiciste? No me perjudicas a mí solamente; es todo el club”.

Darío baja la mirada, no está plenamente consciente si su derecho a guardar silencio es y puede ser usado en su contra.

“¿Te das cuenta que has mezclado lo personal con los negocios?”, le recrimina Leandro con mucho cariño, sin levantar la voz. “El que tú y yo tengamos desacuerdos no tiene por qué afectar el resto, ni afectar a la gente. Tú sabes que no soy un delincuente”.

“Perdóname”, musita Darío con los ojos llenos de lágrimas.

“Yo te perdono”, Leandro besa la frente del supermodelo. “Pero quienes no me lo están perdonando son los directivos del club; me dijeron que lo resuelva o no volverán a convocarme, mucho más cuando ellos no habían solicitado el apoyo sino que les llegó… y tú y yo sabemos que fue tu iniciativa”.

“No pueden hacer eso, Leo; tú eres su mejor jugador”.

“Quizás. Pero también les inyecté dinero, y ahora por mi causa ese dinero se va; y si ese dinero se va, ahora sí me tocará irme a ver cómo me gano la vida”.

Jaque mate. Darío deja de abrazar a Leandro, va a su escritorio, busca su celular, mueve sus dedos sobre la pantalla y se lo lleva a la oreja.

“¿Doctor? Sí, soy Darío Echenique. Mire, lo llamaba sobre el asunto San Lázaro. Que todo continúe como se acordó inicialmente con el club… ¿No me escuchó? Ignore esa orden. Gracias”. Deja el celular en la mesa. “Está arreglado”, anuncia a Leandro.

“¿Cuándo se resolverá”, consulta el futbolista.

En pocos segundos, el celular de Darío lanza el Concierto de Brandenburgo número dos como timbre. Lo contesta. “Gracias, doctor; lo aprecio. Hasta luego”. Cuelga. “Está resuelto”, avisa a Leandro.

“Gracias”, le dice el futbolista con humildad. “No por mí; por el club”. Entonces siente una vibración en el bolsillo delantero izquierdo de su ceñido jean, saca su celular y lo contesta. “Genaro, hermano. Dime”.

 




Diez minutos después de besuqueos y caricias, Leandro y Darío regresan al tres cero uno de la Torre.

“¿Por qué acá?”, se extraña el ahora visitante.

“eh, no aguanto más como para subir siete pisos”, le justifica el anfitrión.

Se meten al no tan reciente dormitorio de Leandro, se desnudan lentamente y de a pocos, se tiran a la cama. En cuestión de minutos, y tras una meticulosa estimulación oral, Darío se sienta sobre el pene erecto de su amante y comienza a rebotar cual resorte. Cuando se cansa, tira su espalda hacia atrás, lo que Leandro aprovecha para alzarle las piernas y acometerlo.

“Hazme tuyo, mi amor”, repite el supermodelo una y otra vez mientras se autoestimula hasta explotar. 


Al anochecer, Darío recién llega al penthouse y encuentra a Pepe tirado en su sofá, vistiendo solo un bóxer y viendo un canal de videos musicales en la super pantalla LED.

“Te vas en este mismo momento”, ordena el dueño de casa.

“¿Cómo? No me puedes echar así por así, Darío”.

“¿No me escuchaste? Te pones ropa, agarras tus cosas y te vas ahora mismo”.

“Tenemos un acuerdo”, le aclara el moreno.

Darío se ofusca, va a su dormitorio, abre una gaveta secreta y regresa a la sala. Cuando pepe levanta la vista, el supermodelo le está apuntando con una nueve milímetros:

“Cuento diez, y que Dios me ampare”.

El hombrón abre sus ojazos y corre disparado al cuarto.

En la pantalla, Luna Estrella disfruta un baño de burbujas, y el trasero de un anónimo amante aparece por el lado derecho, mientras ella lo mira entre romántica y lujuriosa. Darío baja el arma y mira la pantalla. ¿Por qué le son familiares esas nalgas? Demasiada paranoia en un solo día, se autorrecrimina. Mejor, apaga la tele.

sábado, 22 de octubre de 2022

ASS (49): Un trío gay desconcertante

Pedro es convocado a la casa de José Luis y se encuentra con Sandro; los tres terminan cachando al mismo tiempo.



Cuando Pedro termina de trabajar en la oficina , minutos después de las 4 de la tarde, un mensaje en su celular le llama la atención. Eliezer le pide encontrarse con un sereno en la puerta. Lo identifica y se le acerca:

“Tengo órdenes de llevarlo donde don José Luis, joven”, le dice con cierta discreción.

Pedro  va detrás del sereno y lo primero que llama su atención es la espalda ancha del efectivo, cintura aparentemente delgada, un buen par de nalgas. ¿Tendrá buenas piernas? El uniforme no le permite intuirlo. Además debe fijarse dónde pisa.

Ambos llegan a un estacionamiento donde hay motocicletas.

“Suba”, el sereno pide a Pedro mientras le alarga un casco de protección.

Un cuarto de hora después, el vehículo está a punto de dejar el área urbana de Castilla y se interna por el camino al lado de un canal y de la pared de la universidad nacional. De cuando en cuando, la inercia hace que la pelvis de Pedro tope las nalgas del sereno: son duras. El caso es que el uniformado parece no tener ese reflejo de otros motociclistas que, cuando sienten un paquete masculino en su culo ídem, tienden a sentarse milímetros más adelante.

“Si se siente más seguro, agárreme de la cintura”, alcanza a decir el sereno.

Pedro, más por morbo que por seguridad, coloca tímidamente sus manos en cada costado. La erección de su pene es inevitable. Incluso, por un momento, es capaz de jurar que el sereno le pega más el trasero.

Diez minutos después de eso, llegan a una casa de campo cercada con paredes en las que se ven cables eléctricos y cámaras de seguridad. El sereno escribe algo en la pantalla de su celular. Al ratito, se abre una de las hojas del portón. Ingresan.

“Sígame”, le dice con sigilo y vuelve a darle la espalda.

Los dos suben al segundo piso. Salaverry está en la antesala del dormitorio. El sereno se cuadra, saluda y se va.

“Entra”, instruye el asistente de José Luis a Pedro. “Desnúdate y métete al baño: tu padrino te espera allí”.

El chico se extraña pero acata. Ingresa, se quita toda la ropa, hasta el bóxer, se pone unas sandalias que parecen ser del tamaño de su pie y entra a la habitación que le señalan. Sabe bien cuál es. Ya ha entrado antes.

En la tina de la ducha, José Luis y Sandro se han acomodado de tal forma que el segundo parece estar sentado sobre el pubis del primero. Ambos se están besando con pasión. Pedro se sorprende un poco: no esperaba encontrarse con este varón, también de San Sebastián, a quien su padre detesta. José Luis deja de besar al otro pata y sonríe al ver a su ahijado:

“Ven, te estábamos esperando”.

Sandro  se separa un poco y cede su espacio a Pedro, quien, al asentar su culo sobre el cuerpo de su padrino, percibe que, efectivamente, la pinga está dura. La suya vuelve a ponerse erecta otra vez.

José Luis abraza a Pedro y abre la boca. Le acerca la cara. Pedro no sabe si corresponder el beso. José Luis lo nota:

“Tranquilo, aquí estamos en confianza”, le sonríe.

Con cierta vergüenza, Pedro aproxima sus labios y no solo saborea el aliento de su padrino sino que usa su lengua para explorar más adentro. Sandro se aproxima más y cubre la espalda de Pedro. Ahora el joven parece estar en medio de un emparedado.

José Luis al fin se suelta y habla muy bajo, casi susurrando:

“¿Cómo te fue en tu primer día?”

“Bien, padrino; avancé las planillas que me dijo y dejé todo listo para los desembolsos”.

“Genial. ¿y con tu gente?”

“Ya envié un tutorial del aplicativo”.

“¿Tutorial?”, interviene Sandro.

“en su momento, señor candidato; por ahora, baste saber que este jovencito va a ser nuestra pieza clave para justificar nuestras cuentas, y desde ya le digo que sus instrucciones están bien claras”.

José Luis vuelve a besar a Pedro en la boca.

“Claro”, asiente Sandro.

“Ahora… cachemos”, pide José Luis.

Sandro se pega más a la espalda de Pedro y comienza a frotar su pene erecto entre la raja de las nalgas y la espalda baja del chico.

“Tienes el culo durito”, le dice.

“Tú tienes el culo más duro”, interviene José Luis. “La bici te ha formado ricas nalgas”.

“¿Me las quieres probar otra vez?”, sonríe Sandro.

José Luis hace un gesto y Pedro se levanta. Sandro se apoya en el borde de la bañera y se abre de piernas. José Luis  se acerca, le palmea las nalgas, se las abre,y de inmediato comienza a lamarle el agujero del culo. Pedro mira la escena entre desconcertado y arrecho.

“Chúpame el ano”, pide José Luis a Pedro en un breve descanso del beso negro que le practica a Sandro. Pedro se arrodilla, busca las abultadas nalgas de su padrino. En aquella estrecha bañera, ya es posible ver un tren de hombres comiéndose el culo. Sandro gime y jadea.

La acción continúa sobre la cama  de José Luis. El exfutbolista se acuesta mientras Sandro se sienta encima de su verga, protegida por un condón,  y se la mete por el culo. Casi de inmediato, Pedro se acerca por detrás y también mete su pija, inusualmente también protegida por un condón,  dentro del mismo agujero. Comienza a bombear. Sandro jadea más fuerte tratando de no hacer más ruido.

“Así, cáchenme rico”, susurra.

Cuando está en lo mejor, Sandro dispara su semen sobre el abdomen y pecho de José Luis. Le es imposible contener su gruñido conforme llega al clímax.

José Luis prefiere reír. Pedro sigue desconcertado.

“Me gustaría conocer al profe que me dijiste, a ver si nos apoya en la campaña”, al fin articula el anfitrión.

“Ojalá se pudiera, pero esta mañana lo hallaron accidentado”.

“¿Cómo dices que se llama?”, repregunta José Luis.

“Francisco, pero en San Sebastián lo conocemos como Paco, y es de la nota”, responde Sandro.

Pedro reacciona al fin.

“¿Cómo se accidentó Paco?”

“¿Lo conoces?”, pregunta José Luis.

“No sé muy bien, pero parece que venía del campo en una mototaxi y cayó al canal con elmototaxista”, relata Sandro. “Los dos están en el hospital, graves”.

Pedro tiene un mal presentimiento. Mientras tanto, Sandro y José Luis pasan a ducharse. La  pinga de Pedro hace rato que perdió toda su erección.

Y para terminar, te dejamos con una porno gay.


  

jueves, 20 de octubre de 2022

Ser Rafael 9.2: Acarícialo ahora que puedes


Llegamos a la calle donde estaba el dormitorio de Antonio. Miré a todos los lados: cero gente.

Sin vergüenza alguna y mostrando la reacción de mi falo bajo la ropa ajustada, bajé y me metí en la casa.

Como la escalera para llegar al dormitorio era independiente, me daba lo mismo que se me viera o no; total, nadie estaba allí. Incluso el propio Eduardo pareció no advertir el cuadro porque siempre estaba delante de mí.

Al llegar a la habitación, traté de sacarme el traje.

“¿No te meterás al baño?, me preguntó Eduardo.

“Sí, una vez que consiga quitarme esto”, le respondí.

El muchacho se me aproximó y ayudó a deshacerme de la tela que el sudor había pegado a mi piel.

Cuando por fin yo estaba con todo el torso desnudo, le detuve sus manos.

“Gracias. Esta parte será sencilla”.

Él se retiró y se sentó en la cama.

Al quitarme las mangas de las piernas, saltó mi erección.

Traté de no darle importancia, de no mirar los ojos de Eduardo. Tomé una toalla y me metí brevemente a la ducha para limpiarme la capa pegajosa a lo largo de toda mi piel.

En un par de minutos estaba fuera.

Eduardo miraba la televisión. Tenía la pantalla sintonizada en una película pornográfica heterosexual que daban en el canal para adultos.

Tomé mayor atención a lo que veía: el actor era T.T.Boyd.

Me quedé desnudo contemplando la escena, y la excitación, que había decrecido con el agua fría, retornó.

“Bonito discurso de cumpleaños”, me dijo Eduardo.

“¿Tú crees?”

Mi miembro ahora estaba totalmente congestionado de sangre y casi palpitando.

Él volteó a mirarlo.

Entonces, buscó MIS OJOS.

“No voy a hacerlo, Rafael… No puedo, no debo… No quiero”.

Nos miramos unos segundos más.

Él se levantó y vino hacia mí.

Puso su mano derecha sobre mis pectorales y comenzó a bajar lentamente.

“Al final sí quieres”, le dije en voz baja.

Su cabeza se fue aproximando a la mía. Su mano ya estaba en mi abdomen.

“No debo, pero sí quiero”, dijo él casi susurrando.

Su mano ya estaba en mi recortado vello púbico. Su cabeza estaba demasiado cerca a la mía.

“Hazlo ahora que puedes”, asentí.

Por fin, sus suaves dedos comenzaban a acariciarlo, a sujetarlo, a masajearlo.

Su boca estaba a milímetros de la mía.

De pronto, Mi celular sonó…

“Espera”, le dije.

Era Sonia pidiendo que, al regresar, compráramos una botella de vino en la estación de servicio cercana.

Mi erección decayó un poco. Busqué mi boxer, mi pantalón y mi camisa.

Eduardo seguía inmóvil donde lo había dejado, a mitad del dormitorio.

“¡Vamos! El trago se les está acabando”, le avisé.

Eduardo caminó hacia la puerta. Yo también.

Cuando él iba a abrirla, se detuvo.

“Queríamos pero no pudimos”.

“Tampoco debíamos”, repliqué.

Eduardo demoró otro par de segundos. Al fin abrió la puerta.

Bajamos.

Al regresar a la casa de Laura, la reunión estaba en su apogeo.


miércoles, 19 de octubre de 2022

Ser Rafael 9.1: El cumple en licra


Bam, bam. Cinco pa’ las doce. El cumpleaños va a comenzar.

Llegamos justo a la hora que Antonio nos dijo, tras un viaje de diez minutos (cuando en realidad durahba menos de cinco) para evitar que las rosas se estropearan con la velocidad del aire y que el extraterrestre narigón de peluche volara involuntariamente, no hacia las estrellas sino a la polvorienta calzada.

De solo imaginar que tenía que bajarme a mitad de calle, con ese traje de tela elástica pegado al cuerpo, y agacharme para levantar algo que se me hubiera caído… ¡no! Mi única opción fue aferrarlo todo con fuerza, del mismo modo que un niño impide que un globo inflado con helio se pierda arriba, en el infinito cielo celeste… si es que está celeste aquel día.

En la puerta de la casa de Laura estaban apiñados unos seis mariachis.

“Te dejo aquí, Rafael. Voy a entrar para no levantar sospechas”.

“¡Me dejarás aquí solo?”

Estaba avergonzado; digo, ellos con sus trajes de charro y yo… bueno, con esto encima, prácticamente desnudo.

“No. Ahí están los mariachis. Además, Sonia está esperándome en la puerta. Ya sabes, entran ellos en fila y tú a la cola”.

Me reacomodó la bolsita de regalo con el peluche y me colocó mejor el brazo para contener a las rosas. No había mucha gente en la calle, pero juraría haber oído un silbidito burlón de algún palomilla homofóbico… o todo lo opuesto.

Me puse detrás de los mariachis, quienes ajustaban el guion con el que actuarían.

Si algo me consoló era que, además de mí, estos seis fulanos tenían la ropa tan entallada que les marcaba el trasero y las piernas. La moda ‘pitillo’, pensé.

Uno de ellos me pasó la voz: era un muchacho que conocía de vista, de la universidad; pero su saludo, por obvias razones, me puso más nervioso aún. Ya imaginaba los comentarios al día siguiente: ¡muerte social en las redes informáticas! Por lo demás, el tipo no tenía nada fuera de lo común.

Al fin se abrió la puerta, y el sexteto tocó Las Mañanitas. Fueron avanzando y yo también, a la zaga.

Ciertamente, Sonia estaba fungiendo de portera, y apenas ingresé al jardín delantero de la casa de Laura, cerró la puerta tras de mí.

La cumplementada no podía ocultar su emoción, y la hizo evidente cuando me vio entrar entre los mariachis con las rosas y el peluche. No aguantó las lágrimas y se colgó de mi cuello. Entonces, los músicos interpretaron una versión a ritmo de bolero de Héroe, que la cantó Enrique Iglesias.

“¡Mi amor, viniste! ¡Cuánto te amo”, me dijo al oído.

“Esto es poco. Te mereces más, mi princesa”, le rrespondí.

La besé en los labios, con el fondo romántico de un lado y los gritos ‘alentadores’ del otro. Lo que sí tenía miedo es de mi reacción física ante tanta algarabía, por lo que procuraba no rozarme tanto con ella, en especial allí adelante. No quería hacer un papelón justo frente a sus padres y sus compañeros de trabajo.

¿Ya mencioné que debajo de ese disfraz no tenía nada, absolutamente nada?

Dejé llevarme por la música, sin dejar de abrazarla.

Cuando el tema acabó, Sonia se dirigió a ella, señalándome: “Aquí está tu héroe, y más que eso, tu superhéroe”.

¡Caray! Eso lo explicaba todo.

Seguí al costado de mi emocionada chica y contemplé el concierto de los mariachis. De vez en cuando nos besábamos.

Cuando vi a sus compañeros, noté su alegría y su alborozo. Todos hicieron contacto visual conmigo para transmitirme esa energía; pero Eduardo para nada volteó a mirarnos. Le resté importancia. Mejor así.

El concierto de los mariachis duró media hora.

Antes de finalizar, me pidieron que hable. Eso no estaba en mi libreto. No había preparado nada. A decir verdad, me bloqueé mentalmente.

La sala se puso en silencio.

Todos me miraban… menos Eduardo, para variar.

Observé a Laura.

“Amor… Desde que nos conocimos… sabes que siempre admiré tu talento, tu carácter decidido, tu energía y tu entusiasmo… Sé que a veces no soy todo lo perfecto que se puede esperar, pero si de algo puedes estar segura es de mi amor… En… en este día de tu cumpleaños, quiero desearte lo mejor del mundo, lo mejor de la vida, que siempre busquemos la felicidad, y que… que el amor… nunca se nos acabe”.

Laura volvió a asirse de mi cuello y a llorar de emoción. Yo también la abrazé fuerte y la besé en los labios nuevamente, entre los gritos y estrepitosos aplausos de todo el mundo. Al diablo con mi entrepierna. Con los nervios, era difícil que suceda alguna reacción bochornosa.

Eduardo también aplaudió, pero se resistió a ver plenamente la escena.

Nos sentamos a tomar algo y a departir un rato, cuando sentí que el disfraz ya comenzaba a sacarme de quicio; mejor dicho, a metérseme entre las nalgas y a asfixiarme por completo.

Aproveché que Laura se metió un ratito en su cocina para darle alcance y hablarle en voz baja.

“Amor, ya vengo un toque, ¿sí?”

“¿Qué pasó?”

“Tranquila. ¿Puedes pasarle la voz a Eduardo?”

Ella puso un semblante de preocupación.

“¿Por qué?”

Sonreí.

“Tranquila, no voy a asesinarlo. Solo llámalo, pero caleta”.

Unos tres minutos después, llegó Eduardo, serio.

“Vamos un toque al cuarto de Antonio. Este disfraz me está comenzando a incomodar”.

Eduardo asintió, y salimos por la puerta de servicio.

“¿Te molesta ser el superhéroe de la noche?”

“No. Me molesta que la tela se me meta por el culo”.

Eduardo se rio levemente.

Nos subimos en la moto y partimos al cuarto de Antonio. Debido a la velocidad, fue un hecho que mi torso y mis genitales rozaran la espalda y los glúteos del conductor.

Y ocurrió lo que no quise que ocurriera en casa de Laura ni tampoco en plena vía pública, aunque a esa hora ya no era tan pública que digamos: mi pene se puso erecto.


martes, 18 de octubre de 2022

el precio de Leandro 9.2: Orgía con el nuevo jefe


Media hora después, en su búngalo, entiende perfectamente lo que su compañero de cuarto trató de decir cuando ambos junto a la modelo se enredan como un torbellino sobre una de las camas, confundiendo las caricias y los besos en tres idiomas y un mismo gesto hasta que Gerson consigue acostarse encima de la chica, y Leandro se queda al costado de ambos.

“Acaríciame”, le dice el muchacho, y el futbolista comienza a pasearle su mano izquierda por la espalda hasta bajar a sus nalgas, en las que se solaza: “Sigue, Leandro, sigue”.

Súbitamente se escuchan golpes en la puerta. Leandro se asusta. ¿Estarán haciendo demasiada bulla y alguien los ha quejado?

“Abre a porta, ábrela”, pide Gerson.

Leandro baja de la cama, busca una toalla, trata de disimular su excitación y va.

“Hola muchacho”, le dice Alberto Madero quien llega junto al camarógrafo. “¿Podemos pasar?”

“Pe-pe-perdone, señor, no eera nuestra…”

Madero se adelanta a tres centímetros de la cara del muchacho y busca su oído:

“Venimos a la fiesta”.

Los gemidos de la modelo comienzan a llegar desde adentro, mientras los nuevos invitados entran a la salita y se despojan de sus ropas. El camarógrafo se asoma a la puerta del dormitorio:

“Fuck!”, exclama.

Madero abre otra botella de vodka, da un vaso plástico a Leandro y se sirve en el suyo propio.

“Beberemos esto porque ya sé que es lo único que los emborracha y no les crea panza”. Le da la botella al futbolista.

“Primera vez que lo pruebo”.

“¿Te gusta?”

“Fuerte, pero rico”.

Leandro mira hacia la puerta del dormitorio y el camarógrafo ya no está ahí.

“Déjalos”, dice Madero. “Solo sigue la regla: lo que pasa luego del trabajo, se olvida para siempre”.

“¿Incluso las gracias?”, sonríe Leandro.

“Bueno, hay excepciones”, Madero choca su vaso de plástico, también sonriendo, da un trago, mira fijamente al joven, acerca su cara, le da un beso en la boca, y es correspondido. A los gemidos de la modelo se unen los de uno de los varones en el dormitorio.

“voy gozar!”, exclama Gerson desde adentro; luego, un gruñido.

“Modero has vodka outside,” avisa el camarógrafo.

Leandro suelta los labios del director creativo cuando siente  un brazo tras su espalda y una cadera y un muslo rozando los suyos. Voltea y encuentra un rostro cansado pero satisfecho:

“Precisso vodka”, pide Gerson.

Madero busca la botella y otro vaso plástico. El modelo se sirve.

“Salud”, le dice Alberto.

Los tres jóvenes chocan sus vasos, dan un trago, comienzan a acariciarse e inician un nuevo trío. Ahora Leandro puede probar ese trasero que, si bien no es tan crecido como el suyo, sí está firme. Gerson lo disfruta. Madero también recorre la espalda del futbolista con sus labios hasta llegar al medio de sus glúteos; intenta llegar hasta ese punto clave, pero el movimiento febril de pelvis se lo hace complicado; entonces se arrodilla, y comienza a sobárselo.

“No lo metas”, le advierte el futbolista.

“Confía en mí”, pide Madero.

Leandro siente en pocos minutos unos chorros calientes en su espalda baja pero prefiere mantener la concentración.

“Fode meu cú”, le repite Gerson. “Fode meu cú”.

El futbolista trata de respirar hondo para alargar el momento mientras gotas de sudor recorren su cuerpo. Madero mira la acción bebiendo otro vaso con vodka. Identifica el gesto típico del orgasmo, nota cómo el muchacho se hiperventila, cómo cierra los ojos y arquea las cejas.

“Las voy a dar”, gruñe Leandro.

 


A la una de la mañana, el camarógrafo y la modelo duermen en la cama que ocupaba Gerson, mientras éste yace en la que ocupaba Leandro. El futbolista y Madero se acomodan en el rústico sofá de la sala. El vodka apenas si está un poquito por debajo de la mitad.

“¿Ya no quieres?”, consulta el director creativo.

“No, ya no”, responde el futbolista, ebrio pero consciente. “Mejor no duermo porque… perderemos el vuelo”.

Madero sonríe:

“¿Arreglaste tu maleta?”

“Aún no; lo haré de aquí”.

“Tienes rico culo y cachas como profesional”.

“Te vaciaste en mi espalda”.

“Era ahora o nunca”.

“Yo soy activo… Creo que el trago…”

“Olvídate de activo, pasivo, versátil. Ésas son huevadas, Leandro”.

“¿Tú qué eres?”

“Soy todos, soy ninguno… Soy lo que se dé”.

“Huevadas”, sonríe Leandro. “Tenía miedo que… me la metieras”.

“Ni loco. No tenía condones. Tú sí se la zampaste a Gerson a pelo”.

“Estoy sano”.

“¿Y Gerson?”

“Está sano”.

Madero mueve la cabeza:

“Tampoco te la iba a meter si no me lo autorizabas”.

“Tienes buen culo también”, sonríe Leandro.

“Troto, voy en bici. No lo hago frecuentemente pero apenas tengo un tiempo libre, aprovecho”.

“Y yo que pensé… que iba a estar tranquilo… Y míranos: sin ropa, chupando vodka, lejos de casa…”

“¿Te jode, Leandro?”

“No sé… Pensé que sería… diferente”.

“¿No lo es?”

“No lo sé… Estoy saliendo de algo jodido… Se supone que esto… debería ser mejor… O eso me dijo Roberth”.

“¿Algo jodido? ¿Con alguien?”

“¿Tú… sabes algo?”

“Lo que se rumora en la ciudad… ¿cierto que te lo cachas a Darío Echenique?”

Leandro hace un gesto de disgusto:

“No quiero hablar de él… No quiero hablar de él”.

“Tranquilo”.

“Solo quiero que me vaya mejor… de ahora en adelante”.

“Definitivamente será mejor… Ahora todo depende de cuánto quieras superarte”.

“¿Haciendo esto? ¿Tirando?”

“No, Leandro. El trabajo es una cosa, y ahí sí tenemos que ser profesionales. Esto no es parte del trato. Si se da, se da. Las caricias se venden por separado”.

“¿en serio no son parte del paquete?”

“No, no lo son… Aunque, ya que hablas de paquetes…”

Madero se reclina y coloca su cara en la entrepierna de Leandro. Quizás ésa era la respuesta que el muchacho no hallaba: las caricias se venden por separado. Nuevamente siente tibio y húmedo allí abajo.

 


Mientras todo el equipo espera la salida del avión a la gran ciudad, Leandro está sentado solo en la fila de asientos pegada a la pared. Del otro lado de la sala, Gerson y la modelo siguen conversando animadamente y haciendo intentos de arrumacos; el camarógrafo está viendo su celular dos filas más adelante. Obviamente con éste último no podía cruzar palabra por la diferencia de idiomas, pero en el caso de Gerson, desde que tomaron desayuno y dejaron el hotel, lo ha notado distante. O quizás está más concentrado en la rubia. De pronto, alguien toca su antebrazo.

“¿Nervioso por el viaje?”

Es el señor Madero.

“No, para nada”, responde Leandro.

“¿Por qué esa cara, entonces?”

“No sé si estuve a la altura de sus expectativas”, disimula el muchacho.

“¡Claro que sí!”, Madero le guiña un ojo.

Leandro sonríe e ilumina sus ojos caramelo:

“Me refería al comercial”.

El director creativo sonríe también:

“Solo he visto los previews de la filmación pero luces bien. Tienes futuro en modelaje, así que, cuando regresemos, vamos a tener una conversación sobre lo que vendrá. A eso me refería”.

“A mí me gustaría estudiar, señor Madero”.

“¡Eso es bueno! ¿Qué te atrae?”

“Me gusta este mundo de la publicidad, pero… no lo tengo claro aún”.

“Puedes estudiar Comunicación o la propia Publicidad”.

“Pero me refiero al manejo del negocio, la administración”.

“Entonces, deberías estudiar algo relacionado con Marketing y Administración de Empresas. Hay buenos lugares a los que puedes asistir”.

“Además, necesito aprender inglés. Me sentía perdido durante la filmación”.

Madero sonríe:

“Igual, hay cientos de institutos donde puedes aprender… ¿Administración dijiste?”

Leandro asiente con la cabeza. Madero pierde su mirada al frente, tuerce un poco la boca, y voltea a ver a Leandro con un brillo en los ojos:

“¿Sabes? La carrera de modelo es muy eventual, especialmente si estás comenzando: sesiones, hojas de vida, audiciones, contratos, pagos. Ufff. Si vas a estudiar, necesitas un empleo fijo”.

“¿Me está diciendo que abandone el modelaje?”

“No. Estoy diciendo que necesitas un empleo fijo”.

“No tengo ninguno”.

“Ya veremos”, sonríe Madero. “Ya veremos”.


  

lunes, 17 de octubre de 2022

El precio de Leandro 9.1: Comercial caliente en la playa


El equipo completo de Sparking Advertising, mejor dicho del anunciante que ha contratado a la agencia de publicidad, compuesto por casi dos docenas de personas, llega a Playa Norte alrededor de la una de la tarde del martes, justo a la hora del almuerzo. Leandro ya había salido en ocasiones anteriores de la gran ciudad, pero eso de ir a un balneario y alojarse en un búngalo es una experiencia absolutamente nueva. Le asignan como compañero a otro de los modelos, Gerson, un joven muy blanco, atlético, ojos verdes, cabello pelirrojo, un acento que lo había escuchado a algunos jugadores de fútbol.

“Eu sempre foi uma bestia para os esportes em equipe; a duras penas si pratiqei nata-nata-nata-ción”, le confía a Leandro mientras entran a la cabaña que será su hogar por un día y medio, una construcción con madera y palmeras, muy al estilo surfista.

“También nado pero como cardio, no a nivel competitivo”, señala el futbolista.

Ambos dejan sus equipajes, se rifan las camas y van a almorzar. El resto de la tarde todo el equipo  artístico y de producción se la pasa trabajando sus marcas, las coreografías, dispone la ubicación de los equipos, ajusta todo lo que haya que ajustar. El trabajo finaliza cuando el sol se oculta en el horizonte dando un espectáculo que parece incendiar el cielo.

“Si te vuelve a buscar, dile que yo lo llamaré para conversar cuando regrese”,  habla Leandro con su madre mediante el teléfono. Está desnudo sobre su cama. “Sí, má, todo aquí es hermoso y algún día te voy a traer para que conozcas”.

Gerson sale del baño tras ducharse, totalmente descubierto. Leandro aprecia el físico donde destaca un par de pectorales bien pronunciados y la ausencia de vello corporal, algo que le recuerda a Darío, aunque con más testosterona encima.

“¿Vamos cenar, Leo?”

“Claro”, le sonríe el futbolista. “Me visto y ya”.

“¿Con quién estás hijito, estás sin ropa otra vez?”, se alarma Adela a mil doscientos kilómetros de distancia.

“Tranquila, má; todo está bien. Te hablo más tarde”.

La producción cuida que la comida sea lo más ligera pero nutritiva posible. Las instrucciones del señor Madero son no aumentar un gramo más y tenerlo todo marcado para la jornada del miércoles.

“¿Cómo te sientes?”, se acerca a Leandro cuando acaba la reunión de esa noche.

“Bien chévere, gracias por la oportunidad”.

“Vete a dormir porque mañana será pesado”, instruye Madero.

Leandro mira el reloj: ni siquiera son las nueve. Mira alrededor y ve que solo queda el equipo de producción, la mayor parte hablando en un idioma que no entiende.

“Hasta mañana”, asiente el muchacho. Total, ¿para qué contradecir a tu jefe apenas entrando a un nuevo trabajo?

Al llegar al búngalo y entrar al cuarto, lo encuentra apenas iluminado por la lámpara de noche. Sobre su cama, Gerson, otra vez totalmente desnudo, lee un libro cuyo título parece estar escrito en castellano pero no es castellano. Leandro también se quita toda la ropa y se echa en su cama a ver sus redes sociales en el celular. ¿Será bueno compartir o no las fotografías que se tomó esa tarde teniendo en cuenta que Darío va a verlas? ¿Sería capaz de tomar un avión y llegar a hacerle otra escena muy a su estilo?

“Vocé gosta ísto?”

Leandro mira a su derecha: Gerson ha cerrado su libro y lo ha puesto sobre la mesa de noche, además ha girado hasta ponerse de lado.

“¿esto?”, el futbolista lo mira de pies a cabeza.

“A Praia, el hotel, as garotas… ¿cómo vocé dize em español?”

“¿Las chicas?”

“¡Isso! ¡Las chicas! Vocé será meu profesor de español”.

Leandro ríe, mira al techo:

“Todo es hermoso”, suspira. “Y por fin, lo conseguí yo” mismo.

“Ísso é bon”.

“Y claro que seré tu profesor de español, si me enseñas inglés”.

“É fácil… Por qué vocé dize que vocé consigueu tudo ísto por vocé mesmo?”

“Es una larga historia. Dependía mucho de alguien y me estaba absorbiendo prácticamente”.

“¿Um produtor?”

“Algo así”.

“Eu sé cómo é isso. Desde menino meu problema foi meu look. Muitas pessoas oferecéron-me riqueza, dinero, fama. Mais, o precio era alto. Nao aceité. Perdí muitas oportunidades. Nao me arrepento. Incluso, iba a representar meu país nas Olimpiadas, mais primeiro mina pica, logo o dinero”.

“¿Mina pica?”, no comprende Leandro.

Gerson sonríe y se toca su miembro, sacudiéndolo. Leandro celebra el gesto, mira al techo de nuevo. ¿qué trata de decirle su compañero de cuarto? Quizás es tiempo de hacer las cosas de otra forma, se repite mentalmente.

 


Cuando Leandro despierta, la claridad está en el momento que vira de celeste a blanco. Observa a su derecha. Gerson duerme plácidamente sin cobija que lo cubra. Su pica está rígida y lubricando; la suya también. Trata de levantarse con cuidado y se va al armario, Se agacha para buscar su ropa.

“Grande cú”, oye a sus espaldas y se asusta.

Gerson se ha despertado muy sonriente y parece no incomodarle ocultar nada. Leandro le sonríe también.

 


Ambos muchachos deciden correr a lo largo de la orilla del mar. El sol se comienza a levantar tiñendo el cielo en un degradado de ocre a celeste pálido. Cuando regresan al hotel, un par de técnicos están armando un riel sobre la arena.

 


Tras desayunar algo ligero, todo el equipo ya está en la playa a las ocho menos cuarto. La idea es aprovechar al máximo el día despejado. Maquillaje, rebotadores, cables, dummies, gente, movimiento. Para Leandro, todo parece un sueño. Se coloca en fila para la escena del baile, ensaya, coordina, da ideas, disfruta. A diez metros de él, tras todo el alboroto, Alberto Madero supervisa todas las operaciones; se acerca al camarógrafo:

“Is everything ready?”

“Absolutely”, le responde un hombre tras un armatoste negro cargado con una gran lente.

What about the new model?”

“The soccer player? Check him out by yourself.”

El camarógrafo se hace a un lado y Madero acerca su ojo al visor. Se felicita por la buena elección, que ahora luce una bermuda blanca de tela y conversa con una modelo en un vestido corto blanco y escotado además de ceñido. Más allá, Gerson hace buenas migas con otra de las modelos, una rubia de ojos azules, esculpida cual muñeca.

 


El equipo descansa solo media hora para almorzar. Algo ligero, por cierto. La filmación continúa hasta las cinco de la tarde cuando la luz solar comienza a declinar. Todo el equipo aplaude. Solo para no quedarse con las ganas, Leandro corre al búngalo y se pone su ropa de baño para probar un poquito de esa mar que, le habían contado, no es tan esmeralda ni tan densa como la del sur y tiende a ser algo más cálida; pero en esta época del año, cuando el invierno aún no acaba, ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario.

 


Esa noche, técnicos, productores y modelos confraternizan alrededor de una fogata. Leandro llega y se sienta en cualquier lado. Gerson está más allá coqueteando con la misma modelo, el resto de personal del otro lado hablando animadamente. Él solo se concentra en disfrutar el calor de la llama, la brisa fría y su buena suerte. “Fue mejor de lo que esperaba”, le había dicho a su madre solo minutos antes en el teléfono.

“¿Todo bien?”, alguien le topa el hombro.

El futbolista se asusta y se voltea. Sonríe.

“Sí, señor Madero; todo bien, gracias”.

“Regreso”, le dice su nuevo jefe, quien camina hasta donde está sentado el director hablando con el camarógrafo.

“Checking your soccer boy?”, le sonríe el hombre de unos cuarenta y cinco años, delgado, algo de barba, cabello medio canoso largo recogido en una especie de cola de caballo.

“Yeah”, confirma Madero.

“He’s really hot. What are your plans about him?”

“Rather, what are his plans about us”?, responde Madero mientras se abre una lata de cerveza.

“He got naked in front of you, didn’t he?”

“Yes. But he did it because he needed the job. He’s got a talent. Let’s see where he wants to reach with it”.

“A big talent, as I could see,” agrega el camarógrafo.

Leandro siente que se aburre soberanamente y se sacude las manos dispuesto a regresar al búngalo. El vuelo está previsto para las nueve de la mañana y tiene que ordenar su equipaje aún. Cuando está a punto de levantarse, Gerson llega con la modelo rubia.

“Olá, cara. Afligido?”

 “No, cansado. Hemos trabajado todo el día”.

Gerson resopla.

“He was great,” comenta la modelo.

Leandro no tiene ni la más remota idea de lo que ella dijo.

“Yes, he was,” contesta Gerson. “Ela dice que vocé istuvo genial”.

“¿en serio? Ella también”.

“He says you too,” traduce Gerson.

“Oh! Thank you Laondro.”

“¿Cómo se dice “de nada” en inglés?”, le consulta a Gerson.

“Welcome”, le responde el otro modelo.

Los tres se sientan y comparten un vodka que ya tenían provisto. Del otro lado de la fogata, Madero mira con interés a esos jóvenes mientras prueba su cerveza. De pronto, su mirada y la de Gerson conectan. Le hace un gesto levantando las cejas y el número tres con los dedos, de forma algo disimulada. El modelo le sonríe y le guiña el ojo izquierdo. Madero habla algo al oído con el camarógrafo, entonces.

“A-re-na”, vocaliza Leandro a la modelo.

“Are-nah”, responde ella.

“¡Sí! ¡Arena!”, sonríe el muchacho.

“Yes, amigo!,” ella choca los cinco con el futvbolista.

“Would you like to spend here for a wile?,” Gerson le consulta a ella.

“Yes, for a while, why?”

We can go for something more private. Would you like to go?”

“What about Laondro?”

“Let me see. Leandro, ¿vocé gostaría assistir a uma festa mais privada?”

“¿Con quiénes? ¿Dónde? No tengo ropa para la fiesta”.

“Vocé nao precisará de ropa”.

Leandro mira sorprendido a Gerson, quien le guiña el ojo izquierdo.