miércoles, 18 de marzo de 2020

Al predicador que madruga, Nino lo ayuda (I)

Eran las ocho de la mañana y yo todavía estaba en mi cama entre dormido y despierto cuando sonó el timbre. Como es costumbre, estaba dentro de mi edredón y sábana completamente calato dispuesto a no moverme de ahí por nada del mundo. Mi pinga estaba bien al palo. El timbre sonó otra vez. ¿Mi vieja se habrá olvidado de la llave? Capaz. Esa mañana había salido a hacer gestiones.


Yo tenía que ensayar unas coreografías, pero a última hora de la noche mi amiga me mandó un whatsapp diciendo que tenía clases en la U, y que lo dejáramos para la tarde. Yo me recurseo enseñando baile y dando clases de aeróbicos durante las noches en un gimnasio como a cinco cuadras de mi casa. Siempre voy caminando y me vacila cómo la gente se me queda mirando el físico, más aún porque siempre me gusta ir con ropa entallada, que me marque mi cuerpo atlético.


Otra vez el timbre. ¡Carajo!
Me asomé al piso, vi por ahí un short de tela blanco que estaba tirado desde la noche anterior, me senté en la cama y me lo puse al mismo tiempo que me calzaba unas babuchas viejas que tengo.


Comencé a caminar acomodándome mi verga para tratar de que no se me notara la erección. Bien tarado que soy: ¿cómo se me ocurre que en la prenda blanca y entallada no se va a notar la erección? Me asomé a la puerta.
"Buenos días, amigo. Vengo a compartirte una enseñanza de la Biblia".


Un pata moreno, evidentemente maceta, un poco más alto que yo, pelo zambo cortito, linda sonrisa y voz, vestido con camisa manga larga, corbata, pantalón y zapatos de vestir, cargando una maleta, estaba en mi puerta.
"¿Ahora mismo?", le pregunté, asomándome un poco más. ¿Y la otra persona con quien suelen venir esta gente? Siempre vienen en parejas.
"Claro", me dijo. "Si no te interrumpo".
"¿Vienes solo?", le pregunté.
"Sí", contestó medio dudando.


Cuando trabajas en el gym, y mucho más si eres instructor,aprendes a darte cuenta de los físicos a la volada, pero, ¿ de qué gym era este patita? Peor aún, ¿por qué chucha no se me bajaba la pinga?
"Entra", le dije.
Me agradeció.
Mientras él pasaba pude notar mejor su amplia espalda, brazos con buenos bíceps, rico culo redondo, piernas gruesas (su pantalón no era muy flojo que digamos). Donde sí parecía que faltaba ejercitar era la cintura. No era delgada ni gruesa. simplemente parecía que no la ejercitaba.


Yo no sabía cómo mierda poner mis manos para que no me viera mi pinga erecta, 18 centímetros, gruesa.
Lo invité a sentarse e hice lo mismo. Rápidamente me puse un cojín del mueble sobre mis piernas para que no me viera lo que ya saben. Cuando él se sentó, sus gruesas piernas parecían que iban a reventar su pantalón. Noté que me miró mi torso y brazos desnudos.
"Perdona", le dije. "Recién me despierto".
Se avergonzó un poco.
"No, perdóname tú a mí", me dijo. "No sabí..."
"No importa", le repliqué. "Tenía que levantarme sí o sí".
Él sonrió. Yo también.
"Me llamo Miguel y vengo a compartirte algo de la Palabra Divina", se presentó mientras abría su maletín y sacaba una revista a todo color.


Con el pretexto de seguir su mano, reparé en su entrepierna. Se hacía una pelota ahí. ¿Será que este huevón se maneja una trolaza o será que tiene buenos huevos?
"Tú sabes", comenzó él, "que el mundo se está perdiendo porque no ama a Dios; incluso, estamos confundiendo el significado de amor. Así nos terminamos amando demasiado..."
¡Esperen un momento? ¿Su religión, secta, grupo o lo que fuera tenía algo contra la autoestima? Aparte de mi pene duro, era lo más grande que tenía.
"Incluso estamos confundiendo las formas de amor, y ahora quieren que veamos como normales, por ejemplo, el amor entre hombres..."
"¿Te refieres al amor de hombre a hombre?", le interrumpí.
Miguel carraspeó.
"Sí... Cuando dos hombres se aman como si fueran... hombre... y mujer".
"¿Qué problema hay con el amor gay? ¿Miguel?"
"Sí... Miguel. Creo... que no me dijiste tu nombre".
"Ah, sí, disculpa. Soy Nino".
"Oh, mucho gusto. Claro, ahora el amor gay se ve como algo normal".
"¿Y por qué no lo sería, Miguel?"
"Porque viola los mandamientos de Dios, va en contra de las Escrituras... verás..."


Se inclinó a buscar algo en su maletín. Sacó un libro de pasta negra -¿pasta negra?- con bordes rojizos. Hojeó las primeras páginas.
"Déjame buscar... por aquí..."
"La Biblia dice que Dios es amor".
Miguel me levantó la mirada; abrió sus lindos ojazos negros.
"Claro, Primera de Pablo..."
"entonces, Miguel, si Dios es amor, si Dios nos ama, si Dios es misericordioso, ¿no sería una contradicción que se opusiera a las distintas formas de amor siempre que sean legítimas?"
Miguel se quedó boquiabierto.
"Pe-pero... pero en Deutero..."
Miguel vio su Biblia (suponía que fuera éso) abierta en sus grandes y gruesas manos.
"Cierra la Biblia, Miguel. Piensa tú mismo. ¿No sería una contradicción?"
"Es queeeee... no es debido, Nino".
"¿qué es debido, Miguel?"
el chico hizo silencio.
"¿A...marnos?", dudó.
Yo le alzé mis cejas.





El momento se había puesto tenso, y no sé por qué se me ocurrió, pero lo invité a que me acompañe a la cocina. El debate ya me había bajado la pinga así que podía caminar sin temor a que se diera cuenta. Estaba calentando un poco de chocolate legítimo que mamá me había dejado para desayunar. ¡Hasta para éso me daba pereza! Miguel estaba apoyado en el marco de la puerta a mis espaldas.


"Nino, ¿puedo preguntarte algo?"
"¡Claro!", respondí animado.
"¿Por qué no te incomoda las relaciones entre hombres?"
"Porque cada uno es libre de hacer su vida sin joder a nadie más", repuse con seguridad.


Tomé la tetera con cuidado y serví una taza para Miguel y otra para mí. Volví a dejar la tetera sobre la hornilla de la cocina, tomé ambas tazas y las llevé hasta donde estaba el moreno. Bueno, trigueño oscuro.
Me agradeció y la recibió.
"Uy, olvidé ponerle azúcar", observé.
Miguel sonrió, notando que yo había reaccionado algo tarde porque había sorbido ya la taza. Entonces sus ojos se abrieron más.
"¡Delicioso!"
"¿En serio?"
"Sí. ¿Qué marca es?"
"No tiene marca. Lo traen del campo, cerca de acá".
Miguel sorbió otro poco.
"Estás en forma", me dijo.


Yo sonreí. Por alguna extraña razón, no quise presumir lo que hacía, a lo que me dedicaba.
"Entonces, ¿te gusta el chocolate?", le consulté.
"Bueno. Al menos éste, sí", se animó. Sorbió otro poco.
Yo hice lo mismo, saboreando el amargor del cacao secado, tostado y molido. Pensé que al menos ése iba a ser el único punto de encuentro con Miguel aquella mañana. Pensé que una vez que se terminara su chocolate, me agradecería, tomaría sus cosas y se iría amablemente a seguir tocando puertas.


"Nino... ehhh... ¿puedo... preguntarte otra cosa?"
"Seguro", casi susurré, casi sin despegar mis labios del borde de la taza.
"Tú..." Se tomó su tiempo. sorbió más chocolate. "Tú... ¿tú has... has estado... con otros hombres?"
Lo miré fijamente a sus lindos ojos.
"Sí", volví a susurrar.
Me bajó la mirada. Sorbió otro poco.
"¿Y has sido feliz?", me volvió a preguntar sin atreverse a levantarme la mirada.
"Sí", repetí.
"¿No sientes... que le has fallado a Dios?"
"No sé si le fallé, Miguel; pero al menos sé que he sido honesto conmigo y con las personas con las que he estado".
"¿Han sido varias?"
"Sí".
Miguel se quedó estático mirando su taza.
"¿Y éso te hace sentir bien?"
"Me sentiría peor si finjo ser quien no soy".


Ambos nos miramos fijamente a los ojos. La expresión de Miguel era la misma de quien de pronto había descubierto algo que no era como lo había pensado o se lo habían contado.
"¿Y Dios?", me insistió.
"¿Qué tal si Dios te mandó aquí?"
"Sería una herejía, Nino".
"¿Una herejía del propio Dios?"
Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.


Me acerqué hacia él. No temí aproximarme. Junté mi cuerpo al suyo. Lo besé en los labios. No me correspondió, pero pude sentir que sus labios eran suaves y cálidos. Quizás por el chocolate.


Cuando me separé y abrí mis ojos, vi que los suyos aún seguían cerrados. Una lágrima corría por su mejilla derecha.


Miguel abrió sus ojos lentamente, se deslizó a mi costado y dejó su taza sobre la mesa de la cocina.


Regresó y se puso frente a mí, junto a mí. Me miró con sus ojos llorosos.
"¿Pasó?"
"Pasó, Miguel".
él tomó mis mejillas, las sujetó firmemente, aproximó su cara. Me besó profundamente. A medida que sentía su lengua explorando mi boca, saboreaba el inigualable chocolate.
Mi pinga se puso dura de nuevo.




Al predicador que madruga, Nino lo ayuda (II)



Al poco rato estábamos en mi cuarto. No es que fuera el sitio más detalladamente ordenado de mi casa, pero sí era el más seguro. Seguro mientras el pestillo estuviera presionado, digo.


Calatear a Miguel no fue tan complicado como pensé. entre besos y abrazos, toda su ropa quedó regada por el suelo de mi habitación. Yo solo tenía que sacarme mi short y listo.
Para ser un chico que nunca fue a un gimnasio, sus músculos estaban con volumen aunque sin marca. Su abdomen era normal aunque sin marca. Apenas si tenía vello en el pubis (evidentemente nunca recortado o rasurado) y algo en las piernas. Nuestras pingas estaban apretándose, erectas del todo. Me separé a vérsela y masajeársela.


"¿Sabes cuánto mide ésto, Miguel?"
"Nunca la he medido... ¿Cuánto le calculas?"
"17, 18... tranquilamente".
"Parece que fuera del mismo tamaño que la tuya", me dijo.
Tomé mi pinga y la puse encima de la suya. Iguales. La diferencia era que la suya era más cabezona y alguito estrecha en la base. Por cierto, tenía ricos huevos, ¡grandes! Era obvio que ese bulto en el pantalón no era finta.
"Tú te afeitas los pendejos", me dijo sonriendo.
"Así es más rico para mí", le dije.


Volví a besarlo en la boca, luego en el cuello, chupé sus tetillas, bajé por el abdomen y me arrodillé hasta que mi cara estuvo a la altura de su miembro. Lo masajeé un poco con mi mano y me lo metí a mi boca.
"¡Mierda!", exclamó Miguel. "Qué rico", suspiraba una y otra vez.
Yo succionaba y succionaba mientras mis manos le acariciaban sus bolotas y luego sus nalgotas, y luego sus muslotes.
él no cesaba de suspirar diciendo que se sentía rico.
Para ser un supuesto primerizo, se dejó acariciar allí donde otros supuestos activos te sacan las manos. Mis dedos traviesos trataron de abrirse paso entre sus nalgas, pero las tenía tan comprimidas, que apenas pude masajearlas.


Ya acostado sobre mi cama, le puse un condón, lo unté con mucho lubricante, y me senté encima de su pene.


A pesar que yo estaba recontraexcitado,no había conseguido dilatar bien mi ano, así que tuve algo de dificultad en lograr meterme su garrote. Fui haciéndolo poco a poco.


Conforme me metía cada centímetro más, la cara de Miguel era una arrechura completa. Imagínense cuando mi culo se había tragado todo su bate.


Comencé a rebotar. Cuando estaba seguro que ese pedazo de carne no se me iba a ssalir, me incliné para besarlo en la boca.
"Muévete, pappi", le suspiré. "Disfruta mi culo".
"Lo tienes apretadito, mierda".
"¿Te gusta así?"
"Me encanta".


Comenzó a bombearme cada vez mas rápido. Yo me alocaba. Mientras tanto, mi pinga dura golpeaba su abdomen ddejando pequeños rastros brillantes de mi líquido preseminal.
De pronto, él se ladeó y me puso debajo de su cuerpo. Con sus fuertes brazos levantó mis piernas tanto como pudo y siguió metiéndomela y sacándomela más rápido y más rápido cada vez.


Jadeaba fuerte, y ese jadeo se incrementó hasta que hizo rechinar sus dientes y rugió despacio, como para que solo lo escuchara yo. entonces sentí como su pinga latía dentro de mi ano.


Cuando él volvió en sí, tenía la frente con gotitas de sudor.
"Las di", suspiró aliviado y satisfecho, Miguel.





Se acostó a mi lado, aún calato, y se puso a darme piquitos en la boca.
"Qué rico, Nino".
"¿Te gustó?", sonreí más por autoconvencerme de que ese muchacho o era el típico pata reprimido caleta, o que en serio había experimentado por primera vez. ¿Pero alguien que lo hace por primera vez contigo en su vida se queda a darte piquitos luego de venirse? No me pareció prudente preguntárselo. Iba a joder todo el momento.


"A mí también me encantó", le dije acariciando su mejilla.
"Pero no duré mucho... creo que menos de diez minutos".
"Éso es lo de menoss, Miguel. Yo valoro la calidad, no la cantidad".
"¿Quieres decir que estuve...?"
"Del uno al diez... nueve punto seis".
Ambos reímos.


Entonces oí unos tacos fuera de la puerta de mi cuarto. Me quedé helado. Miguel lo mismo: petrificado.
"¿Ninito?", me llamaba la aguda voz femenina.





Como pude me puse un polo y el bendito short, sin nada debajo, y salí de mi cuarto cerrando la puerta de golpe.
"Hola mami", saludé tratando de disimular mi nerviosismo tanto como me fuera posible. "¿Ya terminaste tus trámites?"
"Ni comienzo, hijito: resulta que me olvidé mi DNI".


Inmediatamente pensé que la llegada de mamá sería muy breve, y éso me alivió un poco. Mamá se metió a su cuarto y yo me quedé allí dispuesto a interponerme entre cualquier persona, energía o elemento y la puerta de mi cuarto.


Mamá salió.
"¡Lo había dejado en mi mesa de noche!"
"Al menos lo hallaste", le comenté sonriendo nerviosamente.
"Bueno, hijito, me voy. Vengo para hacer el almuerzo".
"Ya, mami. Nos vemos".


Mamá comenzó a caminar el pasillo y tomar la sala. Contaba los segundos para escuchar cómo la puerta de la sala se cerraba.
"¡Ah, Nino! De veras. ¿Y ese maletín y esos folletos?"
Sudé frío. ¡La evidencia de un intruso en la sala de mi casa! Por la arrechura se me había olvidado. Traté de pensar rápido.
"Eeeee... es de un alumno, mami... Me lo dejó encargado porque está viendo a alguien por acá".
"¿Así?", me dijo desde la sala.
"Sí; de aquí lo viene a ver".
"Bueno", replicó ella.


Por fin escuché que se abría la puerta de la sala y se cerraba.


Casi en puntillas avancé por el pasadizo y me asomé poquito a poquito a la sala de mi casa: ninguna mora en la costa. No al menos por ese momento. Regresé a mi cuarto, saqué la llave que tenía en un bolsillito de mi short y abrí la puerta. Cuando vi a la cama, Miguel ya no estaba. Su ropa tampoco estaba regada en el suelo, y menos sus zapatos. ¿Cómo se había esfumado? Mi ventana es amplia, pero difícilmente alguien podría salir o entrar por allí, excepto el viento; además, afuera habían unos cardos que dan unas lindas florecitas fucsias redondas. Entonces opté por llamarlo: "¿Miguel, Miguel?"


Me asusté cuando un chico moreno, desnudo, salía por debajo de mi cama, con cara de aterrado.
"¿Se fue?"





Tras reponerse (o sea, ir al baño un toque), regresó a mi cama, donde yo estaba recostado. Él se había puesto su bóxer y su pantalón. Recién eran las diez de la mañana.
"Creo que me voy", me dijo.
Lo miré. Entendí.


Me levanté de la cama y me le acerqué para besarlo en la boca. Me correspondió.
"No sé qué decirte", me indicó.
"No digas nada", pedí. "Todo está bien".
"¿Puedo preguntarte algo?"
"¿Algo más? Claro".
"¿Te dolió mi pene cuando te lo metiste... en tu...? Tú sabes".
Yo me sonreí.
"Sí, un poco; pero lo disfruté".
Nos volvimos a besar.


"Y... ¿duele mucho cuando lo meten la primera vez?"
"Depende", le dije. "Todo está en cómo te estimulen".
Lo besé en la boca de nuevo.
"Así se comienza", le susurré.
Miguel sonrió.
"¿Sabes?", me dijo. "No sé qué te parecerá, pero.... me... me gustaría... quisiera... ¿Qué pasaría si... si me lo metes?"
¿Meterte mi pinga en tu culo?", le pregunté, tratando de confirmar.
"Sí", me dijo tímido. "¿Éso es malo?"
"No, para nada".
Volvimos a besarnos con pasión y a quitarnos la ropa de nuevo. Mucho antes de que me lo pidiera, ya la tenía al palo.


Nos acostamos en la cama y tras revolcarnos y frotarnos nuestras vergas duras, hice que se pusiera boca abajo, y lentamente comencé a besarlo y lamerlo desde la nuca, yendo a lo largo de su espina y acariciando su espalda con mis manos, hasta que llegué a sus enormes nalgas, redondas, lampiñitas. Las comencé a besar y a morder con cariño, a lo que él respondió con suspiros de arrechura. Lo mismo cuando comencé a lamerlas. Pasé mi lengua por la raja de su culo, y fui separando sus glúteos hasta dejar al descubierto el orificio de su ano, que estaba cerradito. Lo besé primero, a lo que el gimió, y luego lo comencé a lamer. Él gimió más aún. Tenía ese ano húmedo con mi saliva, a lo que comenzó a ceder, fue dilatando alguito. Suavemente usé mi dedo índice para estimularlo más. Me puse un condón, le unté con lubricante toda la entrada y también mi miembro. Hice que se ponga en cuatro para exponer más su huequito y le coloqué la cabeza de mi pene. Comencé a empujar lento, dándole tiempo para que su ano se acostumbrara a la penetración. Sabía que iba a tomarme tiempo, pero valía la pena. Apenas había entrado la mitad de mi glande, cuando él comenzó a quejarse.


"Respira hondo", le dije.
Lo hizo.
empujé más. Toda la cabecita por fin estaba dentro. ¡Tenían que ver como su ano se había expandido de ser un puntito entre sus nalgas! ¿El seguía quejándose, aunque por ratos me parecía que también eran gemidos de placer. empujé un poco más mi pinga dentro de su ano, lentamente, poquito a poquito, despacito. Lo que quería era que lo disfrutara, no que le agarrara temor a la penetración. él seguía quejándose, aunque en menor grado, jadeando, gimiendo.
"¿Te duele?", le pregunté por si acaso.
"Un poco", me respondió suspirando.
"¿Sigo?"
"Sí".


El primer tercio de mi pene ya estaba dentro de él. Seguí metiendo. Sabía que no debía desesperarme, solo disfrutar. Comencé a bombear un poco para sentir el cosquilleo en mi glande; pero su hueco estaba tan apretado que el resto de mi miembro no se deslizaba en absoluto como pasaba con otros patas. Bueno, tampoco me puedo quejar: apretadito es más rico.


Gracias al bombeo, logró entrar hasta la mitad de mis 18 centímetros. Miguel seguía jadeando de placer. Yo también comencé a jadear y gemir un poco. El ver cómo la mitad de mi pene estaba en medio de esas dos poderosas nalgas lampiñas era toda una delicia que no vería ni en la mejor peli porno. Decidí disfrutar tanto como me era posible porque después de ese día quién sabe cuándo tendría la oportunidad de encontrar algo y a alguien así. Y ese pensamiento comenzó a excitarme más y más, más y más, tanto que comencé a bombear más fuerte y poquito a poquito más profundo. Miguel comenzaba a quejarse de nuevo. Y tanto me movía que en una de esas, todo mi falo entró de golpe.


"¡¡Auuu, mierda!!", se quejó él.
"Perdona", dije entre jadeos. Junté mi pubis tanto como pude a sus nalgas, esperé que se le pasara un poco el dolor y comencé a bombear de nuevo, ya a mis anchas, cada vez más rápido y más rápido, hasta que comencé a chasquearle y ese sonido de piel con piel chocando se mezcló con los quejidos, los jadeos, los gemidos, los pedidos...
"Así mueve tu culo", le decía yo.


Miguel, como podía, movía sus caderas.
Ya todo estaba desenfrenado, yo estaba ya en trance. Jadeé más fuerte y me entregué al orgasmo. Mi leche se disparó dentro del condón. Poco a poco fui recobrando la calma. Cuando saqué mi miembro, toda la punta del jebe estaba recontrallena de mi fluído blanco, mientras que su ano estaba recontradilatado mostrando el efecto del roce.


Miguel seguía jadeando, aunque lentamente.
"¿Eyaculaste?", me preguntó cansado.
También cansado le afirmé con la cabeza.





Tras darnos un duchazo, regresamos al cuarto a cambiarnos.
"¿A dónde irás ahora?", curioseé.
"Creo que a mi casa", me dijo mientras se vestía.


No quise hurgar más. Si era cierto que se trataba de su primera vez, quizás querría pensar. Aún así, quise asegurarme de algo.
"¿Cómo te sientes?", repregunté.
Miguel me miró, y me sonrió dulcemente.
"Tranquilo, todo bien conmigo". Se puso de pie. "Y contigo también". Se me acercó y me besó en la boca; le correspondí aunque sentía que era un beso rígido.


Entonces vi mi celular: eran 10 y 42. Salimos a la sala.


Miguel metió en silencio sus folletos, cerró su maletín, se acomodó la ropa.
"¿Puedo verte otra vez?", me sonrió.
"¡Claro! Sería chévere".
Abrió al toque su maletín, sacó un folleto y me lo dio.
"Nino, para que no me olvides", me dijo.
"Imposible olvidarte", le sonreí, mientras tomaba el impreso a todo color.


Se acercó de nuevo y me abrazó, besándome en la boca otra vez. Justo en ese momento, se abrió la puerta de la calle.