miércoles, 30 de noviembre de 2022

El precio de Leandro 15.3: ¿Qué mierda pasa aquí?


Quince minutos después, el futbolista da una vuelta al parque en su auto, y en una de las veredas de acceso identifica a una persona con el cabello largo y la barba crecida, un poquito más delgado, quien lo mira con angustia. Leandro le hace una seña discreta y el desconocido se acerca al auto.

“¿Darío?”, verifica.

El muchacho entra al asiento posterior.

“Llévame al edificio de la Corporación, Leo”.

“Primero vamos a mi casa; tengo que recoger a alguien”.

“¡No! ¡Llévame a la Corporación!”

“Darío, te prometo que no haré nada estúpido pero es urgen…”

“¡Carajo, Leo! ¡Necesito ver a mi papá! Mataron a Pepe en mi depa”.

Leandro gira casi toda su cabeza:

“¿Mataron a quién?”

 




El futbolista da un impensable vericueto, evitando las calles más transitadas.

“¿Quién mató al tal Pepe?”

“No lo sé, Leo. Subí al penthouse y cuando entré, estaba tirado en el piso sobre un charco de sangre, tenía una herida…”, Darío comienza a sollozar.

“¿Tú mataste a Roberth y a Rico?”

“¡Leo, por Dios! ¡No estoy para interrogatorios ahora!”

Se acercan a una avenida, y Leandro divisa a una patrulla policial situada del otro lado:

“Escúchame: vas a acostarte en el asiento y no me vas a levantar la cabeza por nada, ¿entendiste?”

Darío se asusta pero hace caso. El auto cruza la avenida de lo más natural cuando, de pronto, un policía toca su silbato y se detiene delante:

“Mierda, reconchasumadre”, reacciona el conductor, quien mira a ambos lados, pisa el acelerador, quiebra el timón  y escapa por otra calle. Por más “¡Alto!” que grita el efectivo, el muchacho da una evasiva mortal en medio de otros vehículos.

“¿Nos siguen, Leo?”, pregunta Darío, muy asustado.

“¡No levantes el cuerpo, mierda!”

Entrando al Distrito Este, Leandro urde un plan extremadamente urgente. Saca su celular, marca.

“¡¿Qué haces?!”, Darío se angustia más.

“¡Confía en mí, mierda! ¡estamos cerca!”

Por fin le responden el teléfono:

“Hola leo”.

“Llámalo urgente, dile que estoy a cuatro cuadras, que marque en la puerta: dos, dos, cero, nueve, dos. ¿Me copiaste?”

“Dos, dos, cero, nueve, dos”, le dicen por el auricular.

“¿A quién llamas?”, pregunta Leandro.

“Te llamo luego”, dice Leandro y corta.

“¡¿A quién llamas?!”, reitera Darío.

“Confía en mí y no te levantes; mas bien, escúchame con cuidado: vamos a llegar a un lugar seguro, voy a parar el auto, nos bajamos volando y así mismo nos metemos dentro. No podemos perder un segundo, ¿entendiste?”.

“¿Qué lugar seguro es?”

“¡Darío, carajo, tú confía! ¿Quieres? ¿Me entendiste? ¿Sí o no?”

“¡De acuerdo! Confiaré en ti”.

“Alístate que llegamos en quince segundos o menos”.

Leandro destraba los seguros de las puertas, entretanto.

“Ya estamos aquí. ¿Listo? Vamos en tres, dos, uno…”

Leandro sale velozmente del auto y Darío lo mismo. Alguien les abre la puerta de acceso al Condominio. Al cerrarla, Darío se queda helado:

“¿Qué… mierda pasa aquí?”

“Hola, amigo”, saluda un hombre alrededor de sus treinta, contextura normal, cabello corto.

“Hola, elías”, da la mano Leandro. “Mucho gusto”.


 


martes, 29 de noviembre de 2022

El precio de Leandro 15.2: Es... elías


Por la noche, mientras Madero revisa los programas dominicales en su casa, junto a su esposa,, recibe una llamada en su celular. Se levanta y camina hacia el estudio.

“¿Sí, Leandro? ¿qué pasó, muchacho?”

“Señor Madero, no soy Leandro; soy el comandante Mesías”.

“Claro, claro, muchacho. Cuéntame”.

“¿Está con alguien y no puede hablar?”

“Exacto, pero dame el dato”.

“Logramos que el ministro incluya a Darío Echenique entre Los Más Buscados. Llame a sus amigos en los medios porque si no se difunde, esto se nos cae. La familia comenzará a presionar cuando se sepa”.

“Dalo por hecho; gracias por avisar mas bien”.

Madero se encierra en su estudio, marca algo en el teléfono.

“Dime, Beto”, le contestan.

“Ahora es cuando. ¿Puedes escabullirte?”

“¿Ya lo incluyeron?”

“Sí. La Policía ya hizo su parte; ahora nos toca hacer la nuestra. Te corto que tengo un culo de llamadas por hacer”.

 


A esa misma hora, en una finca rural camino a la sierra, Mauricio llega al clímax penetrando a Darío. El dormitorio con paredes de barro enlucidas de blanco, ventana de madera cerrada, no se luce debido a la luz mortecina de un candil. Mauricio ruge y deja de moverse, acaba la cópula, se quita el condón y lo bota al suelo. Se acuesta a su lado evidentemente cansado.

“¿Qué tal estuve?”

“Bárbaro, como siempre”, responde Darío.

Mauricio toma un celular de una mesita de noche a su lado, prende la pantalla.

“Se cargó algo. ¿Cuándo acabará todo esto, Echenique?”

“Pronto, Mau. Solo una persona más y listo”.

“Ojalá sea pronto, porque quiero regresar al gimnasio que no voy hace dos semanas y media, y quiero depilarme todo”.

“Tranquilo, que muy pronto ya no te preocuparás por eso”.

“¿Me pagarás una depilación por hidrólisis como la tuya?”

“Ya veremos. ¿Ya tienes listas las capturas de pantalla?”

“Me faltan algunas: este celular de Rico sí que ha sido una caja de sorpresas, mensajes, comunicaciones, rastreos, fotos, videos, sexo, sexo y más sexo. ¿Sabías que podía geolocalizar todos los vehículos de tu viejo? Por lo pronto, tu auto y el de ese huevón están en una instalación de la Policía”.

“Extrae lo que te dije, y cuando lo tengas listo, me avisas”.

“Espera, amorcito. Solo una más y estará lista en cinco, cuatro, tres, dos, uno. Yeah baby!”

“Ponlas en el grupo que te pedí”.

“¿Qué número quieres hacer visible?”

“El de Rico, obviamente”.

Darío se levanta, toma una linterna pequeña y camina a la cocina, busca dos tazas, las lava y sirve un poco de té en ambas, pero a una le agrega el polvo blanco de un sobrecito. Al regresar al dormitorio, le ofrece una de las tazas a Mauricio, quien agradece y la bebe.

“Ya se está distribuyendo y algunos ya están viendo los primeros envíos”. Mauricio deja el celular en la mesa de noche.

“¿No verificarás quién más va a verlo?”

“Confía en el poder de la tecnología, Darío Echenique”, sonríe mientras bebe el resto de la taza. “Y lava mejor tu vajilla de metal o aprende a hacer mejor té”, ríe.

Su amante ríe también. Mauricio se levanta y se pone sus zapatillas.

“¿A dónde vas, Mau?”

“A mear. ¿Me acompañas para que me la tengas?”

“Ay, asqueroso”.

Ambos ríen. A los pocos minutos, el fisicoculturista regresa y se echa al lado de Darío; lo abraza.

“Tirar contigo a uno sí que lo deja cansado”, comenta.

“Sí, muy cansado”, ssolo responde el otrora supermodelo.

Media hora después, Mauricio parece estar profundamente dormido. Darío intenta reanimarlo dándole empujones y pequeñas bofetadas. No obtiene respuesta. Como puede, el joven de ochenta y dos kilos de peso intenta mover a otro musculoso de noventa y cinco y consigue sacarlo hasta la sala de la casa, lo envuelve en la sábana, busca su pistola en una gaveta de la entrada y descubre que está descargada.

“Hijo de puta”, reniega.

Regresa al cuarto, busca la mochila de Mauricio y en la bolsa de ropa interior sucia encuentra la cacerina; carga el arma, y regresa a la sala iluminándose con la linterna; ubica la sábana, apaga la luz, acerca el arma, dispara a quemarropa. Darío jadea fuertemente y se pone de pie para buscar la linterna cuando siente que algo le golpea secamente en la cabeza, y queda inconsciente.

 


La foto de Darío Echenique, mejor dicho, la foto de los mejores tiempos de Darío Echenique está en primera plana de los diarios más influyentes con titulares del tipo “Buscado” o “50 mil de recompensa”, pero no va sola. Muchas rotativas han impreso al lado algunas capturas de pantalla en las que se leen conversaciones de mensajería instantánea entre Rico y Alberto Madero donde se detalla el lanzamiento de Tirador Films y las ideas-fuerza que se debía decir durante la entrevista de televisión, cuyo objetivo era afectar la imagen de Darío. Temprano esa mañana, Leandro despierta con los gritos de Baldo:

“¡Hijo! ¡¡Hijo!!”

El futbolista se cubre la cintura con una toalla y abre: su padre le muestra el diario, y Leandro se desconcierta por completo.

 


En cuestión de una hora, ambos están en la sede de Sparking Advertising junto a la secretaria abriendo casi de golpe la oficina de Madero.

“¿Dices que no se ha comunicado para nada?

“No, Leo. Lo estoy llamando a sus teléfonos: su celular está apagado y en su casa me lo niegan”, informa la mujer.

“¿qué ganamos entrando así a su oficina, hijo? No somos el Ministerio Público”, recrimina el papá.

“Beto nos debe explicaciones”, responde el muchacho.

 Entonces, un guardia de seguridad llama a la secretaria, quien sale corriendo a atender. Padre e hijo se miran. Van tras ella.

“Acaban de dejar esto para el señor Leandro Pérez”, dice el guardia mostrando un sobre pequeño.

“¿Quién?”, interviene el aludido.

“Debe ser un mensajero porque venía en una motocicleta”,

 “¿Y no dejó cargo para firmar?”, consulta la secretaria.

El guardia niega con la cabeza.

“Llamemos a la Policía”, sugiere Baldo.

Leandro casi arranca el sobre de las manos del guardia y lo palpa.

“¿Estás loco, hijo?”

“ésto no es explosivo”, tantea Leandro. “Parece una memoria”.

“¿Explosivo?”, se alarma la secretaria.

“No le haga caso, señora. Leandro, llamemos a la policía”.

“Apuesto que lo envió Darío, papá. Ya lo hizo antes con el catálogo, hace más de dos semanas. Trata de decirme algo”.

“Hijo, ¡razona! Tenemos que avisar a las autoridades antes de hacer nada”.

Leandro rompe el sobre y saca el contenido: efectivamente es una memoria plomo oscura.

“Necesito que me presten una de las computadoras de Diseño, por favor”, pide el joven.

 


Lo que contiene la memoria deja a Leandro con más preguntas que respuestas; y lo que más le intriga son varias fotos de Darío junto a un joven en actitud muy cariñosa. No es Rico, ni él, ni tampoco el chico de mantenimiento, o los otros modelos con los que ha trabajado, a quienes sí logra reconocer.

“¿Y ése quién es?”, se pregunta.

El diseñador a su costado palidece.

“Estás violando el derecho a la intimidad de Darío Echenique”, insiste su padre.

“¿Y qué tal si Darío Echenique lo envió para que sepamos algo?”

El diseñador se levanta:

“Voy a tomar agua”, se excusa.

“Tenemos que regresar al Condominio”, pide el futbolista.

“No, ijo; tenemos que llevar esa memoria a la Policía”.

Leandro espera un par de segundos:

“Genial. Tú lleva la memoria a la Policía, yo regreso al Condominio. Nos hablamos por teléfono ante cualquier novedad”.

“Los llamaré para coordinar la entrega”, advierte el abogado.

Baldo sale de la sala de Diseño y Leandro teclea algo en la computadora, a su vez que el diseñador reingresa.

“¿Qué haces?”, le pregunta a Leandro.

“Busca otra memoria como la que está dentro de tu CPU, pero antes me vas  a decir algo”.

Justo en ese instante, vibra el celular del futbolista. Lo saca, mira, toca y contesta:

“¿Diga?”

“Leo, necesito verte urgente”.

Esa voz, aunque apagada, es familiar.

“¿Darío?”, se conmueve el chico.

“No ttengo mucho tiempo; encuéntrame en el parque detrás de la Torre”.

Cortan la llamada. Leandro revisa el número:

“Es un teléfono público”.

 Se pone de pie.

“No interrumpas el copiado y ponlo en otra memoria”, instruye. “Conversaremos cuando regrese”.

“Leandro”, lo retiene el diseñador. “Sí conozco a ese chico”.

Leandro lo mira fijamente a los ojos y lo toma de ambos hombros:

“Entonces dime quién es”.

“Es… elías”.

Leandro se sorprende.

  

lunes, 28 de noviembre de 2022

el precio de Leandro 15.1: Te vaciaste en mi culo


Madero y Baldo ayudan a bajar las maletas de Adela y Cintia y ponerlas en el auto, que está flanqueado por los del abogado y de Madero. Las mujeres van con el futbolista, quien luce muy consternado; delante va su padre y detrás va su jefe.

“¿Crees que puedes conducir, Leandro?”, consulta Madero.

“Sí, sí puedo”.

Mientras parten al aeropuerto en formación tipo caravana, alguien les vigila desde otro auto ubicado a cierta distancia pero no les sigue.

“Repasemos”, anuncia Leandro mientras conduce y sacando entereza quién sabe de dónde. “estarán en un lugar seguro que será seguro en la medida en que no le digan a nadie donde estarán, y nos comuniquemos solo lo suficiente. Nada de fotos en redes sociales, nada de videos”.

“¿Estarás seguro, hijito?”

“Tranquila, má. Si no se queda papá, se queda Beto o se queda Genaro; pero no me quedaré solo”.

“¿Cuándo acabará todo esto, hijo?”, se angustia Adela.

“Pronto, mami. Cuando Darío esté bajo control, todos nos reuniremos otra vez. Te lo prometo”.

el futbolista se concentra en el auto de su padre que va delante suyo y aprieta sus dientes para no llorar.

 


Esa noche, Alberto instala un sistema de vigilancia en el dos cero uno del Condominio.

“Si alguien que no digite el código en la puerta logra ingresar, la alarma le dejará tal tinnitus que, cuando se recupere, un par de policías ya lo tendrán esposado”, explica.

Leandro no replica.

“Tendría que fallar el grupo electrógeno para que nada se active; además, podremos verlo desde tu celular y el mío”.

Leandro sigue con la boca cerrada.

“Ey, ey, ey. ¿Hay alguien ahí?”

“¿Por qué Rico?” Leandro rompe a llorar.

Alberto baja de la escalera y abraza al muchacho.

“No lo sé, Leo Leandro; pero te prometo… te…”

Alberto comienza a llorar junto a él. Lo besa en la mejilla y el cuello.

“Necesitamos relajarnos”, aconseja Madero entre sollozos. “O este dolor va a derrumbarnos”.

 


Lo mejor que se le puede ocurrir al director creativo es tomar una ducha tibia, a media luz, junto al futbolista. Trata de excitarlo; mejor dicho, trata de satisfacer su excitación frotando su pene erecto entre las nalgas del muchacho.

“No tengo ganas, Beto”.

Madero no hace caso. Besa la espalda y la nuca y sigue moviendo su pelvis en medio del trasero del futbolista quien parece laxo.

“No, Beto, no; no, por favor”.

“Tranquilo, mi amor”, suspira Madero.

Leandro se queja. Una opresión fuerte en su ano va convirtiéndose poco a poco en dolor.

“Respira hondo y despacio, Leo… hhondo… y despacio”.

El futbolista agarra la pequeña nalga de su jefe y la estruja mientras jadea y gime. Ambos lo hacen. Minutos después, Madero deja de cimbrarse y Leandro siente que la opresión en su recto cede.

“quiero cagar”, avisa el futbolista saliendo velozmente de la ducha.

 

Luego, en el dormitorio, Leandro descansa sobre el pecho de Madero.

“Bonita manera de recordar a Rico”.

“Necesitabas relajarte y, bueno, se me ocurrió eso”.

“Te vaciaste en mi culo”.

“¿Te jode?”

“No, pero… mis respetos por los pasivos”.

“La primera vez siempre es la más traumática, Leo Leandro”.

“Nunca supe cómo fue tu primera vez, Beto”.

“Super traumática. Tenía veinte años y estaba en la universidad haciendo un trabajo. Habíamos contratado a un modelo alto, musculoso, para unas fotos, y estábamos esperando a mis compañeros. El chico se estaba duchando y, cuando salió, no tenía toalla. Tenía una cosota, grande y gruesa. Me lo quedé mirando. Hizo que se la tocara, se la mamara. Cuando me di cuenta, estaba sin ropa, reclinado sobre una mesa recibiendo su pinga en mi culo. Me dolía como mierda, encima que demoró como mierda. Cuando llegué a mi casa y me saqué el interior, ¡puaj!, una mancha amarilla y roja”.

“Te lo había reventado”.

“De hecho. Se lo comenté a un amigo gay de confianza y me dijo que en esos casos siempre se debe usar lubricante a montones. Había obviado ese paso”.

“Te contaré, Beto, que hemos obviado ese paso”.

“¿Te arde o te duele?”

“No, se siente raro nada más”.

Leandro hace que Madero se gire, dejándole su nuca lista para ser besada.

“Ahora es mi turno”, le avisa.

Trata de excitarse pero no lo consigue. Desiste pero se queda en esa nueva posición:

“¿qué dijiste en tu casa, a tu esposa?”

“Que estás en peligro de que un publicitario te meta pinga por segunda vez”.

Leandro ríe:

“Primero yo se la tengo que meter”.

Madero consigue girar, besa a Leandro y se revuelca con él sobre la cama.

“Si quieres que se te pare, relájate, Leo Leandro”.

“Quiero, trato, Beto Alberto, pero no puedo”.

“Bueno, es un proceso. No te exijas”.

“¿Sabes que me provoca encarar a Darío por lo que hizo a Robertth y Rico?”

“Ya escuchaste a tu viejo: es altamente riesgoso porque te puede matar, y yo te aconsejo lo mismo”.

“No me siento cómodo huyendo porque no es mi estilo; es como si tuviera el arco libre y no pateo el gol”.

“Es que esto no es fútbol, es estrategia legal. ¿Alguna vez jugaste ajedrez, Leandro?”.

“Nunca. A duras penas, ludo”.

“Si encaras a Darío, todo el argumento de que la víctima eres tú se nos viene al suelo”.

“a veces no me siento la víctima, Beto”.

“Pues, tendrás que creértela, o hacer que el resto se la crea en última instancia”.

“Entiendo: decir que es lo que no es y que no es lo que sí es. Reglas de la publicidad”.

 

Al día siguiente, domingo, Leandro no despierta con el desayuno sino con el periódico en la cama

“Cuerpo B, página dos”, indica Madero.

Leandro abre el diario, y casi se queda de una pieza. “entrégate, Darío” es el titular a toda página, “José Miguel Echenique” como antetítulo, “Padre de modelo promete ‘un buen abogado’” como bajada. El futbolista mira sorprendido a Madero.

“¿No fuiste tú, no?”

“Leandro, ¿cómo se te ocurre que voy a inventar una noticia así, y todavía con ese hijo de puta?”

“Entonces… ¿fue mi papá?” 

sábado, 26 de noviembre de 2022

ASS (54): Puertas abiertas

Santos tiene una especie de revelación respecto a su homosexualidad.



Esa tarde de martes, en la casa parroquial de San Sebastián, Santos termina de ducharse. Tras secar su velludo y bien esculpido cuerpo, se anuda la toalla a la cintura. Al salir y andar a pie seguro por el pasillo, encuentra la puerta del dormitorio del Padre Alberto abierta.

De reojo mira al cura: está desnudo, de espaldas. Santos traga saliva al ver en esa fracción de segundos, un cuerpo finamente entrenado: ancha espalda, cintura estrecha, culo grande y redondo, gruesas y bien definidas piernas. Es obvio que va al AS, piensa. Prefiere seguir avanzando hasta su habitación.

“¿Santos?”

El aludido se detiene y gira. Nuevamente la toalla está a punto de deslizarse hacia el suelo, acariciando su cuerpo blanco lleno de vellos rubios.

“¿Sí, Padre?”

“¿Qué pasó con David?”

“Ah… dijo que había de resolver un tema en el refugio de migrantes, que iba a tomarle tiempo, y que apenas terminara, venía para acá”.

“Perfecto. avanzaremos sin él, entonces”.

“Como diga, Padre”.

Santos tiene muchas preguntas y temores en su cabeza, especialmente tras lo que le había pasado la noche anterior en el gimnasio, luego que Alejo le mostrara aquella foto de él desnudo, una imagen que él pensaba se había perdido en algún lugar de la red.

Pero también tiene curiosidad por lo que acaba de ver en esa puerta, aunque conscientemente se lo esté negando. Retrocede sus pasos hacia ella. Adentro, Alberto sigue desnudo: imposible ignorar esa ancha espalda, esos gruesos brazos, ese redondo culo, esas poderosas piernas. El sacerdote extiende su ropa sobre su cama, y cuando se inclina, los vellitos que rodean su ano, asoman entre sus dos nalgas.

“Padre, disculpe”, reacciona santos antes de que su polla comience a engordar y alargarse.

“Dime”, sonríe Alberto, tomándoselo todo como la cosa más natural del mundo.

“¿Usted… usted también va al AS, cierto?”

Alberto se extraña por la pregunta, pero se lo toma como si nada:

“Sí, Santos, a primer hora de la mañana, antes de la primer misa, ¿por qué?”

“No… por nada… gilipolleces mías”.

Alberto sonríe, toma una toalla. Ahora Santos puede contemplar sus pectorales bien esculpidos, su abdomen de tabla de lavar, su vello púbico evidentemente recortado, su verga aún dormida descansando sobre ese par de generosas bolas.

Le dijeron que solazarse de esa forma es pecado; pero, si la otra persona muestra su cuerpo desnudo como si se tratara de algo totalmente normal, ¿dónde está el pecado: en quien lo muestra o quien lo mira?

“¿y cómo te fue con Alejo anoche?”

“¿Anoche?”,reacciona Santos.

“Claro. ¿qué tal la rutina?”

“Ah… me dejó hacer la que ya llevo hace meses”.

“Tienes bonito cuerpo”, le califica Alberto, sonriendo.

“eh, gracias. Solo una pregunta, Padre… ¿Cuánto usted confía en Alejo?”

Alberto se extraña por la cuestión:

“¿Por qué? ¿Acaso hizo algo que…?”

“No, Padre”, se apresura Santos. “Es solo… solo que me… gustaría conocerle más”.

Justo en ese momento, sin que medie acción alguna… la toalla que cubre a santos cae al suelo. Sus mejillas enrojecen casi de inmediato.  Otra vez el novicio queda completamente desnudo enfrente de Alberto, quien nota un detalle adicional: el pene del chico está tterminándose de poner erecto. Santos nota que le están mirando el miembro y se pone más rojo aún, ya sudando frío.

Alberto controla la situación con una sonrisa:

“Alejo, Miguel… son mis chavos de confianza. No tengas miedo: también hazlos tus chavos de confianza”.

Santos guarda silencio, y mas bien mira sin tanto remilgo hacia la entrepierna de su superior: el pene de Alberto también comienza a ponerse erecto.

“es obvio, Padre, que debo comenzar confiando por usted”, concluye Santos.

“Absolutamente”, confirma Alberto.

“Buscaré el momento, Padre, porque tengo una larga historia que contaros”.

Alberto sonríe mientras muestra sin complejo alguno su pene totalmente erecto y con el líquido preseminal comenzando a gotear desde su cabecita rosada. El de Santos también está erecto y palpitando.

Alberto , entonces, hace algo arriesgado. Se aproxima ante Santos, lo atrae del dintel de la puerta hacia el interior de su dormitorio y lo abraza así desnudo, juntando su verga a la polla del muchacho, ambas duras. Para Santos, el gesto lo libera, y a la vez le gusta.

No es un sueño ni una fantasía; está pasando en ese mismo instante.

“Cuando desees platicamos, Santos… ahora vístete que tenemos una misa por celebrar”.

Santos siente que la humedad del precum comienza a mojarle la punta de su pene.

“Claro, Padre”, le responde.

Unos quince minutos después, Santos entra por la puerta de servicio al AS y toca la puerta del dormitorio. Mientras espera que le respondan, se abre la puerta del baño. Marcano aparece totalmente desnudo terminando de secarse el cuerpo.

“Buenas tardes”, saluda el venezolano.

“Buenas… buenas tardes”, balbucea el español, sorprendido de ver ese otro monumento de carne masculina.

Es cuando le abren la puerta del dormitorio. Es Miguel. También está desnudo. ¿Qué mierda está pasando en este lugar donde los chicos parecen emular al paraíso terrenal pero solo compuesto por las mitades masculinas?

“Me cambio al toque y voy para allá”, le avisa el otro muchacho.

“Perdona, ¿puedo hablaros un segundo?”, pide Santos.

“Claro”.

Miguel hace pasar a Santos y cierra la puerta mientras busca ropa limpia para ponerse encima.

“Es sobre la foto de anoche… ¿se la habéis mostrado a alguien más?”

Miguel se detiene en su búsqueda y mira a Santos con una sonrisa.

“¿Estás loco? No, para nada. Eso solo lo sabemos Alejo, tú y yo”.

“O sea… ¿eso está seguro entre nosotros?”

“Por supuesto, Santos. Puedes confiar al ciento por ciento en nosotros”.

“¿y también en el Padre Alberto?”

Miguel se extraña por la inquietud, pero tiene una respuesta inmediata:

“También en el Padre: es nuestro mayor aliado”.

Como resorte, Santos se aproxima a Miguel, quien sigue desnudo, y lo abraza fuerte.

“Necesito confiar en vosotros”, le dice.

Miguel le corresponde el abrazo y comienza a acariciarle la recia espalda de arriba abajo.

“Confía”, le replica.

Ahora la  mano de Miguel comienza a palmear una de las nalgas duras de Santos. El novicio parece estar cómodo con la caricia.

 

y para terminar, te dejamos con un video porno gay.


viernes, 25 de noviembre de 2022

Ser Rafael 14.2: También me acosté con hombres


Al salir del establecimiento, había avanzado los primeros diez metros, cuando una voz aguda me llamó.

“¡Raaaaffffooooo!”

Decidí caminar más rápido, pero alguien me había dado alcance. Me topó del hombro, y yo giré dispuesto a armar pelea.

“¡Oee, so reconch….! ¡Tuco!”

Mi mejor amigo, Josué, estaba parado frente a mí.

“Carajo. Esa mente. ¡esa mente, por Dios!”

Le di un fuerte abrazo, y un manazo a la vez por la broma.

“¿Cuándo llegaste?”

“Esta tarde”.

“¿Y por qué mierda no llamaste?”

“Carajo, Rafo. ¿Uno ya no puede darte sorpresas?”

“¿Con que ésas tenemos? Yo tengo una real sorpresa”.

Lo llevé al punto de encuentro con Laura y elena. Las muestras de ruidoso afecto no se hicieron esperar. Como el Tuco llegaba a mi casa desde que éramos púberes, forzosamente conocía a mi hermana.

Estaba contemplando henchido de felicidad aquel cuadro, cuando tuve esa rara sensación de ser observado. Volteé a ver, pero nada. ¿Me estaré volviendo paranóico?, pensé.

Desde esa noche, todas las salidas las hacíamos los cuatro, dos parejas. Incluso, Josué iba a ver a elena cuando yo estaba trabajando, para sacarla a la calle.

Mientras tanto, él y yo nos veíamos en el gimnasio. si teníamos que salir con las chicas, nos duchábamos juntos. Jaime me miraba molesto los primeros días, hasta que desapareció.

Para Josué y para mí no era vergonzoso mirarnos desnudos, y no me refiero a estar en forma o no, sino que toda la vida hemos visto cómo nuestros cuerpos adolescentes evolucionaban a su configuración adulta, y como si nada. Incluso solíamos jugar dándonos puñetazos amortiguados.

Un momento con Josué siempre era un momento para hacer reír y reír, para llorar y consolar, para compartir, para retar, para pensar, y hasta para callar. Además, era la única persona con la que me podía abrir y revelarlo todo, como lo que pasó con Al.

“¿en serio te ofreció ir a estados Unidos? Asu. ¿Qué le hiciste al gringo?”

“No me parece que haya mala intención en lo que me dijo, pero no me nace ir para allá”.

“¿Y sobre lo que te dijo de Laura? ¿De tu relación con Laura?”

“No lo sé, huevón. ¿Piensas que soy homosexual?”

“No seas huevón, Rafo. No se trata de lo que yo piense, sino de cómo seas, y cómo te aceptes además”.

“Si fueras gay, ¿tendrías palta en admitirlo?”

Josué pensó unos segundos.

“No. Especialmente frente a ti, no tendría palta”.

“¿en serio?”

“En serio. Es más. También he tirado con hombres”.

Me quedé helado.

No supe cómo reaccionar.

Busqué articular algo.

“Bi-bi- sexual?”

“Creo que sí… ¿Te jode, Rafo?”

Seguía realmente desconcertado.

Tras unos segundos para procesar tal carga de información, me le estreché y le dí un abrazo cariñoso.

“No, huevón. Eres mi amigo, mi pata, ¡mi hermano! ¿Cómo me va a joder?”


De vez en cuando, elena y yo también buscábamos la forma de pasar un rato solos, para conversar de nuestras cosas, o visitar amigos o amigas en común, o largarnos por ahí caminando, conversando, aconsejándonos. Porque antes que mi hermana, Laura es mi mejor amiga.

Aparte que nuestros torneos fraternales de video juegos eran épicos: casi siempre ella me ganaba. Sí, soy medio torpe en eso de concursar.

Tras una batalla que perdí vergonzosamente, fuimos a un café cercano a tomar unos jugos. Como me acababa de ganar, se la pasó recordándomelo todo el rato.

No paramos de reírnos hasta que nos quedamos en silencio.

Era el momento que buscaba, quizás.

“Zamba, ¿cierta esa cháchara de que apoyarías a tu hijo si fuera gay?”

“Claro, Negrito. ¿sabes por qué hay tanto gay haciendo porquería y media con su vida? O bien porque la familia no los acepta, o bien porque los aceptan a cambio de que ‘aporte’ algo para la casa. Por donde lo mires es una actitud condicional”.

“¿Y qué pasaría si fuera otro miembro de tu familia… como… un hermano, por decir?”

Elena dejó de sorber su jugo y me clavó la mirada, seria.

“Rafael, ¿qué tratas de decirme?”

Me puse nervioso. Me costó trabajo hablar.

“¿Me querrías igual si yo, alguna vez, hubiera… me hubiera acostado con otro hombre?”

“¿Y realmente lo hiciste?”

Esperé otro poco, y agarré valor.

“Sí, lo hice”.

Elena me quedó mirando. Entonces, sentí su mano fría sobre la mía… y juraría que no era por el jugo.

“Negro, eres mi hermano. Te amo igual. Tienes todo mi apoyo. Solo hay un detalle: ¿Laura?”

Oh, oh. Creo que ya oí esto antes.

“Laura no lo sabe, sospecho”.

“No me refiero a si lo sabe o no lo sabe. Me refiero a que si esos encuentros con otros chicos han sido antes de Laura o mientras has estado con Laura”.

“Mientras”.

Elena suspiró. Se tomó varios segundos. Ella no sabía a dónde dirigir su mirada.

“Hermano, debes definir esa situación. Una cosa concreta no puede ocupar dos espacios al mismo tiempo sobre cualquier plano. Es ley de la Física y es ley de la vida. ¿entiendes lo que trato de decirte?”

“Creo que sí. Debo definir las cosas”.

“Primero, por tu bien; luego, por el de todas las partes involucradas… Solo espero que te estés protegiendo, porque si no, agregarás otro problema”.

Laura volvió a sorber su jugo, mientras mi memoria traía de vuelta aquella noche con Eduardo. Aún así, sentí que regresé a casa con mi mochila medio vacía… 


Más noches después, cuando yo llegaba del gimnasio, encontré a Elena sentada en la sala viendo televisión. Lucía triste. Me chocó ver ese rostro, pero tampoco quería sentirme culpable, por lo que decidí enfrentarlo.

“Zamba, ¿estás bien?”

Elena me sonrió sin ganas.

Me le acerqué para tener algo de intimidad.

“Todo bien”.

“Zamba, esa cara no me engaña. Algo te jode. ¿es… es por mi culpa?”

Me abrazó.

“No, Negrito lindo. No es por ti. Es por mí, porque soy medio estúpida a veces”.

“¿Y eso?”

Los ojos de elena comenzaron a aguarse.

“Es Josué”.

Me quedé extrañado. ¿qué había sucedido con mi amigo?

“¿Le pasó algo?”

“No. Solo me le declaré. ¿Sabes que ese chico me gusta mucho? No sé. Es lindo, atento, chambero, maduro, respetuoso. El chico ideal. Me dijo… ‘no’”.

Rápidamente até cabos.

“Y… ¿te dijo por qué no?”

“Porque le gustan los chicos, alucina. Pero ya pasó. Tranquilo que no me moriré por eso. A propósito de lo que hablamos”.

Elena se rió despacio.

“Lo siento, Zamba”.

“Descuida. Por lo visto ya lo sabías, porque no pusiste cara de sorpresa”.

Sonreí.

“La verdad, sí. Me lo dijo hace poco”.

Me levanté para dejar las cosas en mi dormitorio.

“Negro”.

Volteé a verla, tras frenar en seco.

“¿Qué pasó?”

“Ustedes son amigos desde chibolos. Se conocen tan bien. Si alguna vez decides salir del armario e iniciar una relación, Josué sería la persona ideal para ti”.

Me quedé más helado que antes.

Lo que elena me decía era una completa estupidez… por donde quiera que se le mirara.

jueves, 24 de noviembre de 2022

Ser Rafael 14.1: el machito

    

Dos semanas después…

“¡¡¡Zamba!!!”

“¡¡¡Negrito lindo!!! ¡¡¡Ay, Laurita de mi corazón!!!”

… mi hermana Elena llegaba de vacaciones. Sí, nada que hacer, lo rumboso es genético.

Laura, ella y yo nos confundimos en un estrecho abrazo, y algunas lagrimitas saltaron de la emoción.

Sí, también me emociono de esa manera.

Era las nueve y media de la noche, y, honestamente, estaba desesperadísimo por llegar a casa.

Mi hermana mayor, mi única hermana en efecto, era la palomilla del barrio desde pequeña. Los problemas aparecían cuando los poderes de los ‘gemelos fantásticos’ se activaban. Por supuesto, no éramos gemelos.

Aquel entonces poseíamos un perro, y como para tenerlo todo acorde con la tira cómica, tratábamos de vestirnos iguales, luciendo los cinturones de cuero negro de mi padre (los más gruesos), y al bendito can le poníamos un delantal de mi madre a manera de capa.

Claro que, cuando descubrían la travesura, mamá nos perseguía para ahorcarnos con el delantal, papá nos perseguía para agarrarnos a correazos, y el perro –Jumbo, así lo bautizamos- nos perseguía para defendernos.

Las anécdotas de esa época servían para llenar miles de terabytes de información, digo, incluyendo testimonios, fotos y animaciones 3D de las ingeniosas trampas que nunca funcionaron para apoderarnos de lagartijas y bichos raros… de seis patitas a más, quiero decir.

Y, aunque era chiste repetido, Laura, mamá, mi hermana y yo no parábamos de carcajearnos.

“¿Y cómo te trata la capital?”, le pregunté.

“Bien en general. Con algunos casos fregados, pero otros bien papayita. Mas bien, estos meses hemos estado metidos en la redacción de un proyecto de ley, medio controvertido, pero buenazo”.

“¿De qué se trata?”, curioseó Laura.

“Matrimonio gay”.

Me atoré con el sorbo de chicha morada que estaba bebiendo. Laura me dio palmaditas en el pecho, según sus conocimientos médicos, para que no me ahogue.

“Negrito, ¿estás bien?”, intervino elena.

“¿estás viendo esa huevada?”

Mi mamá: “¡Rafo, esa boca!”

Elena sonrió.

“Sí. Ya es hora que la legislación de este país cambie. No puede ser que otras naciones ya estén legalizando a parejas del mismo sexo, y acá, porque un…” Elena miró si mamá estaba cerca. “…Porque un pedófilo purpurado dice que no, todos tenemos que someternos a su santísima voluntad. ¡Hazme el favor!”

“Ay, no sé”, terció Laura. “A mí me parece que el matrimonio es solo de hombre y mujer. No tengo nada contra los gays, las lesbianas y eso; pero, Dios no dijo eso”.

“es que ahí está el error, Laura: no estamos legislando sobre las cosas de Dios, sino que estamos mejorando la convivencia de los hombres y las mujeres en general”, explicó mi hermana. ¿Mencioné que es abogada?

“Meterse en las cosas de Dios es blasfemia”, sentenció mi madre mientras nos servía chifles.

“El caso es que si la gente no quiere ser tolerante por iniciativa propia, la Ley puede ayudarnos a que lo entiendan mejor. Además, ésta ya no es época para discriminar. Desde la familia, debemos aceptar a todos los nuestros tal como son. Botarlos o hacerlos invisibles es retrógrado”.

Sí, cuando elena defendía una posición, no era una opinión simple, sino un alegato de tribunal. ¿en serio mencioné que es abogada?

“¿Y qué pasa si tu hijo te sale gay?”, cuestionó Laura.

A mí el tema ya me estaba sacando roncha.

“Si mi hijo es gay, lo apoyaré. Para eso está la familia. No está cometiendo un crimen”.

“Pero sí un pecado, hijita”.

“Ay, mami, te voy a cambiar de parroquia. Si supieras que hay curas recontrabiertos al tema, verás que tupadrecito les está metiendo miedo. Terrorismo de sacristía, le llamo”.

Gracias a Dios, la Virgen, todos los santos, mártires, beatos, venerables y las chicas del calendario, la comida estuvo servida. Ésa era la mejor arma para exorcizar cualquier bizantinada en mi hogar.


Pasadas las once, regresé con Laura a su casa.

“Tu hermana es de mente super-abierta”.

“es una loca”.

“Espero nunca asistir a un matrimonio gay, Rafito, ¿y tú?”

“¿Yo? No. No Tampoco”.

“¡ése es mi machito!”

La besé y me despedí.

Durante todo el trayecto de regreso, vine pensando en los argumentos de elena. Y por alguna razón, las imágenes de todas mis experiencias homosexuales se agolparon en mi cabeza, desde el capitán del equipo de básquetbol… hasta Eduardo.

Pasé por aquella esquina donde lo había hallado meses antes.

No había nadie.

Desde que pasé la noche con Al, se había borrado del mapa. Ni siquiera una llamada o un mensaje. ¡ah! Pero con Al era chateo seguro casi todas las noches. Siempre me insistía en su oferta, pero siempre me negaba amablemente.

Y algunas noches después, tras terminar mi rutina en el gimnasio, decidí usar las duchas del vestuario. Había quedado con Laura y elena para ir al cine, y no tendría tiempo de regresar a casa a cambiarme.

Habría transcurrido apenas diez segundos de activada la ducha, cuando sentí que abrían la puerta del vestidor. Un minuto después, alguien me daba una nalgada débil. Volteé con la intención de reputear.

“Hola, Rafael”.

“Ho-hola, Jaime”.

Sin mediar palabra, entró a mi cubículo, se abrazó de mi cuello y me besó en la boca. Logré zafarme sin ser rudo.

“Aguarda, huevón. Alguien puede venir”.

“Tranquilo, bebé. Ya me aseguré que nadie nos joda. Y si no podemos aquí, queda mi depa”.

“No puedo. Quedé para salir”.

Jaime comenzó a besar mi cuello, mis pectorales, mi abdomen y fue bajando… Comenzó a hacerme sexo oral. Lo dejé.

A pesar que su boca había conseguido mi erección, lo detuve.

“Jaime, en serio, tengo que salir a otro lado. No puedo demorarme. Mira, te prometo que en estos días quedamos y lo hacemos toda la noche, si quieres”.

Jaime se puso de pie con gesto de molestia.

“Bueno”.

Sin cambiar de cara, ocupó la otra ducha.

miércoles, 23 de noviembre de 2022

el precio de Leandro 14.3: Persecución


A mitad de esa semana, a vísperas de cumplirse dos desde la última vez que se supo algo de Roberth, Rico va manejando su auto por una atestada avenida del centro a las siete y media de la noche, cuando nota mediante el retrovisor que dos personas en una motocicleta manejan por un carril incorrecto, justo de su lado. El conductor del vehículo parece muy fornido.

“Estos hijos de papá creen que las pistas les pertenecen”, se dice mientras una salsa suena en el equipo de sonido.

Dobla hacia una calle a la derecha, y nota que los dos sujetos siguen tras él en el mismo lado. Su sentido de alerta se activa. Busca espacios libres y maniobra el auto para ponerse en un lugar que considere más seguro.

“¿Por qué mierda no van a derecha?”

Coge su celular, mira a la pista, busca una aplicación, mira al retrovisor.

“Puto GPS, actívate”.

Mira la pantalla: hay una esperanza. Violando la regla de no adelantar, acelera un poco, dobla a la derecha por una calle más estrecha, se quita el cinturón y se estaciona frente a una comisaría. Baja corriendo y entra al precinto, muy azorado:

“Quiero denunciar que alguien me está siguiendo”, dice al policía que casi lo detiene en la entrada.

El efectivo lo reconoce:

“Adelante, señor”.

Rico repite el relato frente  a un segundo policía que toma la denuncia.

“Vamos por partes, señor. Su nombre… real, por favor”.

“Luis Ricardo Durán Rodríguez”.

“edad… real, señor”.

“Veinticuatro”.

“¿Documento de identidad?”

“Estoy tramitando mi carnet de extranjería”.

El policía ingresa los datos en una computadora.

“¿Profesión u ocupación?”

“Modelo”.

“¿Porno?”, sonríe irónico el policía.

El celular de Rico comienza a vibrar, lo saca. Es un alerta de mensaje, pero la ignora.

“Entonces, cuénteme qué pasó”.

“Le acabo de decir que dos sujetos venían siguiéndome en una moto. Iban por un carril prohibido. Vestían traje anti-abrasiones y cascos cerrados”.

“¿Cómo puede asegurar que lo seguían? ¿Pudo identificar a alguno de los sujetos?”

“La verdad no, le soy honesto; pero por la apariencia, uno de ellos podría ser Darío Echenique”.

El policía resopla y se recuesta en el respaldo de su silla:

“Señor… Durán: entenderá que no puedo basarme en… suposiciones”.

“Pero usted me está preguntando…”

“Además, señor, ¿qué no me dice que esto no es más que una maniobra publicitaria, de las que ustedes acostumbran hacer?”

Rico siente que no tiene futuro en esa comisaría:

“Gracias, oficial. Perdone que le haya quitado tiempo”.

Mientras sale, revisa el mensaje que le había entrado. Un muchacho de hermoso cuerpo musculado, desnudo, aparece en su pantalla.

“¿Y ése quién es?”, le pregunta alguien a su costado.

Rico se asusta: es el policía que lo recibió en la puerta.

“Ni idea”, le dice.

“¿Aún estás haciendo audiciones?”, le consulta el uniformado, con disimulo.

“Sí. ¿Conoces a alguien mayor de edad, así como ese chico?”

“Creo que sí. ¿Puedes darme tu número?”

 


Al salir de la comisaría, Rico llama al aspirante a modelo que lo ha contactado. Quedan en encontrarse en un parque a media hora conduciendo, donde va a recogerlo. Mira a ambos lados y da un gran rodeo en la ruta fijándose en los retrovisores, de forma compulsiva. Nadie lo sigue ahora. ¿Pudo ser simple susto? Llega con diez minutos de retraso debido al tráfico, baja de su auto y comienza a caminar por una de las veredas interiores hasta que vea un chico solitario, muy parecido al que vio desnudo en la foto que le enviaron.

“¿Mauricio?”, pregunta Rico.

“Sí”, le contesta el muchacho, sin ocultar sus nervios. “Hola”.

El productor de videos porno se sienta a su costado.

“Respira, Mauricio. Todo va a estar bien”.

Rico pone su mano izquierda en el enorme y firme muslo derecho del aspirante.

“¿es la primera vez que haces casting?”

“Sí. ¿Cuánto tiempo demorará?”

“Media hora, una hora. Depende. ¿Cuántos años tienes?”

“Veinti… cuatro”.

“La edad que me dijiste por mensaje. ¿Te parece si vamos a donde te haré la audición? Tengo el auto cerca”.

“Claro”, le responde Mauricio, todavía nervioso.

Ambos se ponen de pie y comienzan a caminar por la vereda. A los lados el follaje está alto y el alumbrado público no es muy potente. No dan ni cinco pasos cuando algo suena del lado de Mauricio, quien se aleja. Al reaccionar Rico, ve que Darío se le acerca vestido con un traje anti-abrasiones y le apunta con una pistola. Un disparo suena, ahogado por el tráfico circundante. De inmediato, dos personas fugan a toda velocidad montadas en una motocicleta. 

martes, 22 de noviembre de 2022

el precio de Leandro 14.2: yo tengo la culpa


Los buenos oficios de Baldo Pérez permiten que Leandro regrese a casa a las cinco de la tarde tras un intenso interrogatorio en la Comisaría. Aún lleva su ropa de entrenamiento. Una propina de Alberto Madero mantiene oculta la visita del futbolista a la estación policial. Paralelamente, un comunicado interno del San Lázaro advierte a todo su personal no decir una palabra de lo ocurrido esa mañana, bajo pena de amonestación. Los pocos datos que se filtran a cierta prensa son rápidamente bloqueados por Sparking. Cintia lleva a su novio para que tome una ducha y descanse, mientras Adela se reencuentra con el padre de su hijo, bajo esas circunstancias, tras dos décadas de alejamiento forzado.

“éste no es momento para recriminaciones”, tercia aún conmovido Madero. “Lo que nos debe interesar es el bienestar de Leandro ahora”.

“Yo no sé cómo lidiar con los hallazgos de la Policía”, reconoce Baldo.

“¿Por qué? ¿Están culpando a Leandro?”, comienza a intranquilizarse Adela.

“No, mujer, por favor, conserva la calma. Nuestro hijo va a colaborar con las investigaciones pero no lo acusan de nada”.

“Ahora sí es nuestro hijo”.

“Señor y señora, les dije que éste no es momento para recriminaciones. Mire, doctor Pérez, lo que sabemos ahora lo dejo a su criterio ético, pero… si yo fuese usted, pondría mi criterio de padre y abogado por delante de todas las cosas; y usted, Adela, nada de desesperarse, mas bien quiero que saque fuerzas de donde sea porque a partir de ahora vamos a tener un cerco de seguridad en torno a este departamento, al auto de Leo cuando lo devuelva la Policía, en fin, en torno a todo”.

“¿Estamos en riesgo, señor Madero?”, consulta la madre.

“Probablemente. Las huellas que hallaron en el catálogo que Leandro creyó eran un artefacto explosivo son… son de Darío Echenique”.

“¡¡No!”, exclama la mujer.

“Y aunque Leandro y el doctor Pérez crean que no, yo pienso que ese chico mató a Roberth Peña”.

“¿Roberth murió?”. Adela se desvanece.

Baldo la auxilia.

“No sea bruto, Madero. ¿No sabe que la madre de Leandro sufre de baja presión?”

“Perdone, doctor”.

  


A los quince minutos llega una ambulancia,  y una camilla es ingresada al Condominio. Desde un auto con las luces apagadas, alguien divisa todo lo que pasa al exterior del inmueble.

Leandro se olvida de descansar y acompaña a su madre en el vehículo.

“No tiene pruebas para afirmar que Darío Echenique asesinó al tal Roberth Peña, así que le sugiero tener cuidado cuando suelte sus hipótesis o teorías frente a terceros”, aconseja Baldo Pérez a Madero cuando la ambulancia parte a una clínica.

“Tiene razón; pero recuerde que la Torre tiene cámaras de vigilancia; y si yo fuese usted, y quiero defender la inocencia de mi hijo –porque creo hará eso—ya estaría pidiendo copias antes de que las borren”.

“La Policía ya las tiene, señor Madero”.

 


El lunes siguiente, los videos aparecen misteriosamente filtrados a la prensa, y en ellos se identifica claramente a Roberth entrando al penthouse a las nueve y treinta y dos de la noche, y luego una persona vistiendo una polera con capucha ingresando al mismo lugar a las diez y cuarenta y tres de la noche. El detalle es que la persona que ingresa lleva un costal. Veinticinco minutos después, el encapuchado y otro encapuchado sacan ese costal lleno cargándolo al hombro.

“¿es el cuerpo de Roberth?”, pregunta Leandro entre sollozos.

“No sabemos”, dice su padre.

“Sí lo es”, afirma Madero.

“¿Reconoces al sujeto que llega con el costal?”, pregunta Baldo.

“No, pero… Darío tiene muchos amigos modelos. Por la contextura puede ser cualquiera de ellos”.

“Aunque éste es fisicoculturista por la espaldaza”, observa Madero. “¿Qué tal un… un… Mauricio Estrada?”, sondea revisando unas notas.

“Ni la más remota idea, Beto. No lo conozco”.

“¿Vio, señor Madero? Su afirmación no es exacta”, apunta Baldo.

“Pero sí reconozco esa polera y ese cuerpo, papá, el del otro chico: sí es Darío”.

“Video, huellas. ¿Qué más necesita para convencerse? ¿Una declaración incriminatoria, doctor Pérez?”

“Yo tengo la culpa”, solloza Leandro. “¡Yo tengo la culpa!”

“¿Culpa de qué, Leo?”, Madero intenta razonar.

“Yo le pedí a Roberth que visite a Darío”.

“¿Para qué?”

“Hijo, no digas nada que pueda involucrarte en el caso”, aconseja su papá.

“Porque justo ese jueves salió lo de la productora y… don José Miguel me llamó para preguntarme si yo estaba detrás de esa campaña”.

“¿Y estabas tú detrás de esa campaña?”, inquiere Madero con cinismo.

“Claro que no, Beto. Yo ni enterado. Pero le pedí a Rob que lo visite, que hable. Supuse que Darío iba a sentirse mal. Yo lo mandé a morir”, Darío rompe en llanto.

“No, campeón”, al fin se conduele Madero. “Tú no mandaste a morir a nadie. Solo trataste de ser un buen amigo. Solo hiciste eso”. ¿No es cierto, doctor Pérez?”

“Es cierto, hijo. Nada te incrimina, pero vamos a tener que armar muy bien tu declaración ante las autoridades cuando lo requieran. ¿Dices que José Miguel Echenique te contactó por esos titulares contra Darío?”

“Sí, él lo hizo”.

Baldo se levanta del sofá donde están viendo el televisor.

“¿A dónde va, Pérez?”, averigua Madero.

“A seguir su consejo: a anteponer mis intereses de padre y abogado”.

Madero abraza a Leandro y le da un beso en el cabello. Su cabeza urde nuevos planes:

“Tú no eres culpable de nada, ¿entendiste?”, le susurra. “De nada”.

Madero se queda inmóvil, abrazado de su amigo, viendo sin ver la pantalla del televisor.

 


Esa misma semana, el canal de cable cancela Línea Blanca con Leo Pérez. Madero no puede hacer nada por salvar el programa, y solo declara que se debe a “presiones de un empresario muy poderoso”.

“¿Te parece correcto haber publicado éso? ¿Qué estás tratando de decir? Ahora la gente pensará que lo cancelaron por influencia del papá de Darío”.

“Es solo una declaración, Leandro”.

“¿Sabes que José Miguel Echenique está tan devastado por todo esto? Todos los medios han publicado que Darío es el sospechoso principal”.

“Leandro, ésta es la segunda o tercera vez que te escucho abogar por la familia Echenique y no decir una sola palabra sobre la familia de Roberth. ¿Acaso sigues enamorado de Darío?”

“¡Beto, por Dios! Nunca he estado enamorado de Darío, y claro que pienso en Roberth, y me torturo a mí mismo de que por esa llamada que le hice, pasó lo que pasó”.

“¡Carajo, no eres culpable! ¡Roberth Peña es una víctima de un asesino con una enfermedad mental, que encima es alcohólico! La justicia tiene suficientes pruebas para mandar a ese hijo de… a que se pudra un buen tiempo en la cárcel. Claro, si a José Miguel como se llame no se le ocurre comprar jueces o fiscales, como suelen hacerlo”

“¿Por qué tanta rabia contra Darío, Beto?”

“Mira, Leandro: deja de preocuparte por ese asesino, y concéntrate en qué vamos a lanzar como nuevo proyecto. Aún tenemos a tu patrocinador, así que no debemos perder ese dinero”.

Leandro se levanta de su escritorio:

“Mamá y Cintia viven con temor ahora. Desde que mamá fue dada de alta, pasa prácticamente sedada. No tengo cabeza para esto en este mismo instante. ¿Y sabes qué la angustia más? Que el siguiente… puedo ser yo”.

El futbolista sale de la oficina y Madero comienza a tener un conflicto consigo mismo: quizás en mucho tiempo, es la primera vez que siente un escozor muy incómodo llamado remordimiento.

 


lunes, 21 de noviembre de 2022

El precio de Leandro 14.1: ¡No, Rob!


“Sigo sin entender por qué justo eligieron esta semana para lanzar su Tirando, Tirado…”, comenta Leandro.

Tirador Films”, aclara Rico, quien está acostado desnudo en la cama delante del futvbolista, quien lo abraza también desnudo; y detrás de ambos, Alberto Madero, también desnudo, abraza a Leandro. Es domingo por la noche y ahora la casa abandonada, donde se ha improvisado el estudio de la naciente productora, es su nuevo sitio de encuentros. Sobre el suelo hay cuatro preservativos usados junto a ingentes cantidades de papel higiénico arrugado.

“Como se llame la productora de la flecha en forma de pinga”, reclama Leandro muy cariñosamente.

“¿Y qué tiene de malo, Leo Leandro?”

“No tiene nada de malo, Rico Ricardo. El problema es cómo lo ha levantado ese medio, y cómo rápidamente me han querido meter en el saco”.

Leandro no puede ver cómo su amigo traga saliva.

“¿Qué te jode más?”, pregunta Madero. “El echo de que la hayan lanzado, el hecho de que no te hayan incluído, o el hecho de que mencionaran a tu ex novio?”

“No fue mi novio, Beto; pero sí, se fueron de alma contra Darío”.

“Bueno, eso de que nunca fueron novios, me consta, Leo Leandro; pero, ¿por qué te preocupa cómo se sienta Darío?”

“Yo preguntaría, querido Rico Ricardo, ¿qué necesidad tenían de meter a Darío en el saco?”

“Simple, Leo”, interviene Madero. “Ellos querían levantar su historia de alguna manera, y hallaron ese modo”.

“¿No habrán sido tus consejos, Beto?”

“Para nada”, se apura Rico.

“Aunque eso no es lo que me jode la cabeza ahora, muchachos”, confía Leandro. “Con hoy van tres días que no sé nada de Roberth”.

“Ahora que lo mencionas”, reacciona Rico, “es cierto porque el viernes debió venir para hacer unas fotos, pero me cansé de llamarlo y nada”.

“Podría estar en alguna locación sin acceso a red celular, caballeros”, tranquiliza Madero.

Leandro se incorpora sobre la cama y sale del medio de ambos varones.

“¿Qué pasó?”, se extraña el director creativo.

“Nada, chicos; mañana tenemos que grabar desde temprano y quiero llegar a casa para disfrutar a mi vieja y a… mi novia”.

“¿Cada cuánto te la follas?”, pregunta Madero mientras se pega a la espalda de Rico.

“Cada que tú no me la ordeñas, querido jefe”, sonríe el futbolista mientras se viste.

Al caminar el corredor de la quinta donde está Tirador, insiste con su celular.

“Hello. This is Roberth Peña. I can’t take your call at this moment, so leave me your message after the beep.”

¡Biiiip!

“Hola Rob, soy Leo. Apenas oigas mi mensaje, llámame, no importa qué hora sea”.

Abre la reja de la calle y camina hasta su auto que está aparcado detrás del de Madero, y algo raro le genera temor. Coge de nuevo su teléfono y marca nueve uno uno.

“Buenas noches, señorita. Mi nombre es Leandro Pérez Barrios. Hay un paquete sospechoso en la plumilla del parabrisas de mi auto”.

La Policía llega en quince minutos. Efectivos de la Unidad Antiexplosivos sellan la cuadra y obligan a una evacuación preventiva de los vecinos.

“Salgamos”, ruega Rico a Alberto, quien ha logrado ponerse duro otra vez.

“Ni loco, huevón. Acá estamos seguros. Pásame un forro”.

 


Veinte minutos después, los uniformados consiguen retirar el sobre y lo abren con cuidado.

“¡Es una revista!”, avisa el efectivo.

“Lácrala”, ordena otro. “Va a Criminalística”.

“¿Qué revista es?”, indaga Leandro.

Tras un par de minutos, la respuesta de otro efectivo lo deja en choque:

“Un catálogo de Lawrence’s, señor; pero de la colección de hace un año”.

Leandro se muerde los labios, mira a los alrededores. Sospecha que se trata de Darío.

 


A la mañana siguiente, el muchacho vuelve a llamar al nueve uno uno esta vez para reportar la desaparición de Roberth. No tiene respuestas hasta el jueves de esa semana, cuando durante una práctica en el Estadio Municipal, Genaro le avisa que Alberto Madero está en la pista atlética acompañado por tres policías. Se les acerca a paso ligero como la cosa más natural y, conforme se aproxima, nota que el rostro del director creativo está desencajado. Uno de los oficiales le da alcance:

“Señor Leandro Pérez Barrios, por favor, venga conmigo a la comisaría”.

“¿Por qué? ¿Descubrieron algo en el catálogo que dejaron en mi auto?”

“En realidad, queremos que responda unas preguntas”.

Leandro mira a Alberto, quien ya no puede contener las lágrimas. La ansiedad comienza a invadir al joven.

“¿Quiere decirme qué pasa, por favor?”

“Venga conmigo a la comisaría, por favor; así como está”.

“Vamos, Leo; yo estaré contigo”, trata de tranquilizar Madero entre sollozos.

Los otros dos efectivos se ponen detrás de Leandro y lo escoltan hasta un auto patrulla. Al llegar a la estación, lo ingresan a un cuarto con sillas y una mesa.

“llama a Baldomero Pérez en la Corporación Echenique”, alcanza a avisar a su jefe. “Dile que es una urgencia conmigo”

“¿A quién, dónde?”, se extraña Madero.

Lo sientan en una silla.

“Perdonen, yo voy a colaborar con ustedes todo lo que necesiten pero no hablaré sin mi abogado”.

“Es su derecho, señor Pérez; pero esto tiene que ver con dos llamadas que hizo a Emergencias: la del domingo por la noche y la del lunes por la mañana. Tenemos el análisis de Criminalística y nos preguntamos de quién serán esos cinco dedos que están impresos en la carátula del catálogo”.

“Oficial, con todo respeto; por eso los llamé a ustedes. Ni siquiera toqué ese sobre porque supuse que era un explosivo”.

“¿Puesto por quién?”

Leandro se traba.

“No lo sé. Lo ignoro”.

“Lo sabe, pero prefiere no decirlo”.

“Nos preguntamos si hay alguna relación con la llamada del lunes”.

“Igual. Por eso los llamé. No sé nada de mi amigo Roberth Peña hace exactamente una semana. Es como si se lo hubiese tragado la tierra”.

“¿Cómo sabe que se lo tragó la tierra?”

“Oficial, es un decir”.

“El cuerpo de Roberth Peña fue hallado bajo tierra en una finca, a veintisiete kilómetros de aquí”.

“¿Cuerpo? ¿Qué cuerpo? ¡¿A qué se refiere?!”

“Su amigo fue hallado muerto, señor Pérez”.

“¡¡¡Noooo!!!”, reacciona Leandro como si le hubiesen desgarrado la carne. “¡¡Nooooo, nooo, noo Rob!! ¡No Rob!”, se echa a llorar con amargura.

“Fue apuñalado, señor Pérez”.

“¡¡¡Nooooooo!!!” ¡¡No Rob, oficial, no Rob!! Leandro se inclina sobre la mesa que tiene delante y llora sin consuelo. “No Rob”, repite una y mil veces. “No Rob”.