jueves, 29 de septiembre de 2022

El precio de Leandro 6.4: el chico de mantenimiento


Y así fue. El miércoles luego del entrenamiento, Leandro acude hasta la productora a retirar el pedazo de papel. ¡es la primera vez que por un solo trabajo el monto tiene cuatro cifras, dos ceros al final!

“¡Hijo!”.

Cuando Leandro levanta la mirada, ve que Roberth sale de una de las oficinas. Se le acerca y le palmea el hombro.

“Excelente trabajo”, lo felicita.

“Gracias. ¿Y qué me tocará hacer ahora?”

“Independizarte de Darío”, aconseja el fotógrafo en voz baja.

“¿Y cómo crees que voy a hacerlo?”

 


Durante toda esa tarde, Leandro recorre (transportado por Rico) al menos dos agencias de publicidad, una productora y una agencia de talentos dejando hojas de vida y fotos. En todas es recibido con amabilidad. Claro, si dices “vengo de parte de Roberth Peña”, las cosas se te facilitan mucho.

“¿qué viene ahora?”, le pregunta por teléfono.

“Ahora, a esperar”, le aconseja su mentor.

 


Rayando las siete de la noche, Leandro regresa a su casa.

“Gracias, Cintia. ¿Alguna complicación?”

“No, ella queda tranquila, Leo”.

Un beso en la mejilla es la mayor despedida a la que esa eterna amiga puede aspirar del muchacho. Cuando ella sale, Adela aparece por el pasadizo que da a los dormitorios.

“¿Por qué tan tarde, hijito?”

Estuve dejando papeles, má”.

“¿Por qué? ¿Acaso Darío no está consiguiéndote desfiles y esas cosas?”

“Sí, má; pero… también… también tengo que abrirme paso por mi cuenta”.

Adela sonríe e invita a su hijo a sentarse en la mesa. Ha preparado una de las comidas favoritas del joven: pollo a la plancha, ensalada y una generosa ración de puré de papas. Ella solo toma una sopa de verduras. Lo mira amorosa, como lo mira toda la vida, desde el momento en que lo pusieron en sus brazos pesando tres kilos cuatrocientos cincuenta gramos, y todo eran inquietudes y sobresaltos.

“Leíto… hace tiempo quiero preguntarte algo… respecto a Darío y a ti”.

El muchacho trata de mantenerse sereno, aunque un sudor frío comienza a recorrerle la espalda.

“Dime, má”.

“Hijo, yo sé que tú ya eres adulto, pero quiero que sigas confiando en mí como lo has hecho toda la vida… ¿Hay algo que me quieras contar sobre… cómo te digo…?

“¿Darío y yo?”

Leandro, a pesar de fingir indiferencia a la pregunta, siente que está acorralado, así que sus opciones son inventar una nueva mentira o decir la verdad, al fin. La ventaja es que las mentiras, hasta ahora, han mantenido tranquila a su progenitora. ¿Vale la pena romperla para contarle que todo ha sido una bola de nieve sobre la que él creía tener el control pero que resultó derribándolo? Toma aire, toma unos segundos, toma impulso, y cuando va a abrir la boca… suena el timbre.

“Esperas a alguien, má?”

“No. ¿Cintia se habrá olvidado de algo?”

Leandro se levanta y va a atender la puerta: es Darío.

“¡Adela de mi corazón! Por fin regresé”. Le da un sonoro beso en la mejilla. Madre e hijo notan varias bolsas colgando de una de las manos del recién llegado. “Les traje unos regalitos”, contesta a las miradas apeladoras. Un vestido, una camisa, un jean, otro vestido, un chal. Adela y Leandro no obvian el agradecimiento, pero no pueden dejar de cruzar miradas que denotan desconcierto cuando el supermodelo no les ve.

 


Muy a pesar de Darío, Adela le invita algo para cenar, y tras conversar un rato, ella se retira a dormir. El supermodelo y Leandro se quedan solos en la sala, y el primero aprovecha para robarle un beso.

“¿Me extrañaste, Leo?”

“Darío, por favor”, ruega el futbolista en voz baja.

“Tengo otros regalitos para ti arriba… pero me gustaría vértelos puestos para asegurarme que son la talla correcta”.

“Darío, no puedo dejar sola a mamá”.

“Podemos ir a tu cuarto. Subo altoque, los recojo y bajo. Ella no sospecha nada: piensa que solo somos amigos y compañeros”.

Leandro se paraliza. Quiere advertirle a Darío que es probable cierto cambio en la percepción de su madre respecto a la amistad de ambos chicos, pero no tiene tiempo. Darío se levanta entusiasmado, sale del departamento, camina el pasillo, llega al ascensor, lo pide, y cuando se abre la puerta…

“Buenas noches, don Darío”, vuelve a pasarle la voz el joven moreno con la sonrisa pendeja en su rostro y el uniforme de mantenimiento de la Corporación Echenique cubriendo su esbelto cuerpo. El supermodelo comienza a hiperventilarse y se mete a toda velocidad al elevador, casi llevándoselo de encuentro.

  


Darío llega al penthouse al borde de una crisis de histeria, a punto de llorar pero de cólera. Busca su celular, marca algo, espera que le contesten.

“Buenas noches, don Darío”.

“Wílmer, ¿se puede saber qué está haciendo ese sujeto en el edificio?”

“¿Qué sujeto, don Darío”.

“¡el que está subiendo y bajando en el ascensor, el empleado de la Corporación!”

“ah, lo mandó su padre”.

“¿Cómo?”, Darío abre los ojos y comienza a hiperventilarse de nuevo.

“¿Quiere que le diga algo a él, don Darío?”

“Quiero que se vaya de la Torre, Wílmer; ¡y que lo haga ahora!”

“¿Pero, y su papá?”

“¡Que se vaya a la mierda mi viejo!” El tono de llamada entrante se oye en el auricular del teléfono. “Quiero a ese sujeto fuera de la Torre, y si mi viejo dice algo, que me llame”.

“A la orden, don Darío; así se hará”.

“Así espero, Wílmer; gracias, hablamos”.

Darío finaliza la llamada actual y da paso a la que acaba de entrar:

“¿Qué quiere este reconchasumadre?”, se pregunta viendo la pantalla del celular, y decide contestarla. “¿Qué mierda quieres?”

“Uy, Darío, hermano; qué rápido te olvidas de los amigos… Te traigo lo tuyo, solo lo tuyo, y nada más… Tú ya sabes qué es, ¿no?”

“Deposítamelo”, espeta el modelo.

“Pero, hermano, ¿no puedo verte un momento? Quiero hablarte cosas del negoc…”

“¡Que me deposites la plata, he dicho, carajo!”

“Ya, ya, no me grites, Dary. No te conviene ser agresivo conmigo. ¿entiendes?”

“No me amenaces, Rico. No sé qué se traen entre manos, pero si piensan joderme la vida, yo los mato. ¿Me escuchaste, Rico? ¡Yo los mato”.

miércoles, 28 de septiembre de 2022

el precio de Leandro 6.3: Sexo no simulado


Leandro estuvo a las seis de la mañana del día siguiente en una esquina de la Torre esperando a Rico. Una hora después, ambos estaban pasando por maquillaje ya en la locación, una casa de campo camino a la sierra. La sinopsis del videoclip no es nada del otro mundo: una mujer tiene su pareja oficial pero sueña con otro hombre al que idealiza, y ése sería el papel de Leandro. La primera escena que le tocó rodar fue harto incómoda porque debía estar acostado encima de la cantante sobre el frío suelo del porche y porque no solo estaba siendo vigilado por Roberth y Rico, sino por dos asistentes, una maquilladora y un productor. La tortura duró cerca de media hora. La segunda escena que le tocó grabar se hizo en la vieja bañera de la casa, más llena de espuma que de agua. Todo lo que tenía que hacer es estar sumergido y sentado detrás de la cantante ocultando su cara de la cámara bajo el pretexto que le besaba el cuello. Por lo reducido del espacio, solo estaba Roberth haciendo correr la cámara sobre un trípode-dolly que iba suavemente entre un lado y otro.

“¡Corten! ¡Queda!”, grita el fotógrafo. “Esperen que retiremos un poco de aparatos para que puedan salir”, instruye al talento metido en la bañera.

Un asistente entra y ayuda a desmontar la cámara y el trípode, llevándoselo en menos de cinco minutos; entonces otra asistente entra con una toalla para ayudar a que Luna Estrella salga del agua con espuma.

“Rica escena”, le alcanza a susurrar a Leandro, quien se sonroja al máximo.

La cantante sale del agua cubierta en la toalla y se retira. De inmediato Roberth entra con otra toalla para lograr la salida de Leandro.

“Yo sé que el agua está rica, pero no pensarás quedarte allí todo el día”, reta el fotógrafo.

“¿No está viniendo nadie más?”, pregunta el muchacho evidentemente incómodo.

“No. ¿Necesitas que venga alguien?”

“¡No! ¡Ni cagando!”

Al levantarse Leandro, Roberth entiende la tensión: el modelo se ha excitado mucho. Cosas de novatos, piensa.

 


La última escena es la más desafiante para el equipo. Luna rettoza con su novio real, encarnado por Rico, y cuando acaba con éste, comienza a hacerlo con su novio de fantasía, encarnado por Leandro. Los tres más Roberth están en uno de los dormitorios, el más grande, junto a una cama de cromo forjado. El tamaño del lecho hace que el futbolista recuerde inevitablemente la del penthouse. Tras el enésimo retoque de maquillaje, Roberth explica la coreografía y adelanta que lo hará desde diferentes ángulos, por lo que se tendrá que repetir la acción muchas veces, de tal modo que haya suficiente material para las dos versiones: una sutilmente erótica en la que se lucirá más el rostro de la cantante, y otro más softcore con muchos desnudos y escenas de sexo simulado.

“¡Acción!”, ordena Roberth, y Rico comienza a moverse sensualmente sobre Luna, quien finge (en teoría) disfrutar el acto. Leandro espera totalmente desnudo a espaldas del fotógrafo. “¡Cambio!” Rico libera a Luna y Leandro camina hasta el borde de la cama, para acostarse sobre la mujer y moverse con más vigor, a lo que ella responde con mayor entusiasmo. Al lado de ambos, el personaje de Rico duerme plácidamente.

“Corten, voy a tomar otro ángulo”, indica Roberth.

Leandro deja de cimbrarse. El roce y el movimiento le han vuelto a jugar otra mala pasada.

“Discúlpame, no tengo experiencia en esto”, susurra.

“No me importa”, sonríe pícaramente Luna. “Sé cómo arreglarlo”.

La cantante hace un raro meneo de caderas y Leandro siente que toda su masculinidad está ingresando de verdad en las entrañas bajo su piel.

“Házmelo rico”, le dice al oído, jadeando.

“Vamos y… ¡acción!”, vuelve a ordenar Roberth.

Leandro se olvida de cualquier pudor y deja de actuar para la cámara. No se detendrá hasta que el clímax se lo marque antes que las órdenes del director.

 

A las seis de la tarde, los dos modelos regresan a la ciudad. En el horizonte no se ve ningún sol que se oculte.

“Las recontracagué”, se repite Leandro tras contar por tercera vez lo que pasó durante el rodaje.

“¡Bah! No te hagas tanto problema. Ella misma te lo permitió”, le tranquiliza Rico.

“Huevón, ni siquiera tenía un puto forro, Suponte que quede preñada y la canción”.

“¿Y crees que ella se dejará preñar así de fácil? Esta noche se tomará una de esas píldoras de emergencia y asunto arreglado. Además, Rob no te llamó la atención, ¿o sí?”

Leandro niega con la cabeza.

“Míralo del lado positivo: mañana tenemos un jugoso cheque que recoger y cobrar”.

  

martes, 27 de septiembre de 2022

El precio de Leandro 6.2: Necesito mi espacio


Y no tardará mucho en confirmarlo. Aprovechando la visita de Cintia a su madre, Leandro sube al penthouse, y en un par de minutos termina desnudo junto a Darío, a quien le levanta vigorosamente las piernas para estimularlo allá atrás, y cuando lo consigue se pone de rodillas para concretar la cópula. Lo siguiente será moverse como él sabe hacerlo, ni tan despacio que no se sienta, ni tan rudo que hiera. Minutos después, Darío se pone en cuatro patas y continúa todo el proceso, chasqueo de nalgas incluído.

“Me vengo”, suspira Leandro excitado.

“Afuera, Leo, afuera”.

El futbolista ruge y el supermodelo siente un cálido fluído  llenando el medio de su espalda.

 


Minutos después, Leandro tiene la mirada perdida en el cielo raso del dormitorio, tendido sobre la enorme cama, aún desnudo, cuando Darío sale del baño y regresa a acostarse encima suyo, dándole otro beso en la boca.

“Espero que te hayas lavado bien”, le sonríe el futbolista.

“Ay, no jodas; es tu leche”.

Leandro ríe, Darío lo besa otra vez.

“¿Cómo quedó tu mami?”

“Más tranquila”.

“esperemos que se recupere entonces para darle otra buena noticia”.

“¿Otra?”, Leandro se inquieta. “¿Y qué será esta vez?”

“Sorpresa, sorpresa”, sonríe Darío.

“Ay Dios, alguien morirá de un infarto a este paso”.

“¡Oye! Tu mamá sufre de presión baja, no de hipertensión”.

“No hablo de mi vieja; hablo de mí”.

Darío ríe y besa de nuevo a Leandro:

“Tranquilo, tontito; es algo que tiene que ver con empleo, un nuevo empleo para tu mami”.

Leandro suspira un poco incómodo:

“Darío, sabes que mamá no está para una chamba de ocho horas”.

“Lo sé… Déjalo por mi cuenta; confía en mí”.

A Leandro este pedido lo inquieta más, pero será mejor no contradecir a su benefactor. O quizás sí:

“Oye, Darío, y entre tus sorpresas, ¿habrá un tatuaje étnico para un chico hermoso con el que eres más que amigo pero no es tu novio?”

Darío se pone algo serio:

“Ni loco te harás un tatuaje de nada, Leandro Pérez. Y pobre de ti que aproveches mi ausencia para contradecirme”.

Efectivamente, esa medianoche, Darío se ausenta de la ciudad por trabajo. Una sesión de fotos que tiene que hacer por un par de días, dos países más allá como parte de una de las firmas que representa.

 


¿Leandro debía tomar esa conversación como un simple aviso o como una advertencia real?

“¿Ni siquiera un tatuaje, Leo?”, pregunta Rico.

El futbolista asiente con cierta vergüenza. Está subido en una escalera sosteniendo el extremo de una línea compuesta por pequeños reflectores LED; del otro lado, en otra escalera, Roberth trata de fijar a al techo el extremo sobrante. Aprovechando la ausencia de Darío y el día de descanso en los entrenamientos del San Lázaro, Leandro aterrizó por la casa de su amigo y se encontró con que estaba en pleno mantenimiento; y toda ayuda es siempre bienvenida.

“Hermano, te dije que tú debías tener el control”, recuerda Rico.

“Darío es más absorbente que pañal para bebés”, remata Roberth sin apartar la vista del techo.

“Créanme que me tomó por sorpresa: una cosa tras otra y otra cosa tras otra”, arguye Leandro.

“Y ttú le fuíste permitiendo una cosa tras otra y otra cosa tras otra, hijo”, le dice Roberth mirándolo a los ojos y poniendo pausa al trabajo de atornillar. “Si a la persona no le pones límites, la persona creerá que puede tomar decisiones por ti, y eso no fue lo que te aconsejé, ¿o sí?”

Leandro enmudece y Roberth regresa al trabajo de instalación.

“Y ahora te está agarrando por tu punto débil: tu mamá”, agrega Rico.

“Leandro parece tener más puntos débiles de los que aparenta”, opina Roberth. “Cree tenerlo todo bajo control pero siempre termina dependiendo de alguien”.

“Eso no es cierto”, se defiende el aludido. “Yo puedo abrirme paso por mi cuenta tranquilamente”.

“Entonces, renuncia a todo lo que Darío te da y lucha por abrirte paso”, desafía Roberth.

Todos guardan silencio; el único sonido que se oye es el destornillador rozando el metal; quizás el tráfico que se cuela desde la calle.

“¿Y si lo pierdo todo?”, al fin se sincera el futbolista.

Roberth baja de la escalera y la mueve junto a la de Leandro:

“Es uno de los riesgos que tienes que tomar, hijo”.

Ahora el fotógrafo atornilla la línea justo entre las manos del dubitativo joven.

“Si no luchas, Leo, nunca sabrás de lo que eres capaz”.

“Rico, si mi madre tuviera independencia económica, créeme que emprendería como tú; pero mi problema es que…”

“Tu problema es que desconfías de tu potencial, Leandro”, le dice el fotógrafo, literalmente, en sus propias narices. ; lo de tu mamá se entiende, pero es una justificación. No la uses como escudo, úsala como inspiración para salir adelante”.

Roberth termina de atornillar el otro extremo, guarda sus herramientas y palmea suavemente la mejilla del muchacho; le sonríe con mucho cariño.

“A ver, Rico, sube la llave de la luz”.

El otro muchacho va presuroso a la cocina.

“¿Qué tienes que hacer mañana todo el día?”, baja la voz el fotógrafo.

“Entrenamiento por la mañana; por la tarde, nada”.

“¿Sabes quién es Luna Estrella?”

“¿No es la cantante de música tropical a la que siempre le inventan romances y esas cosas?”

“Bueno, no son totalmente inventados, pero no viene al caso. Para mañana está previsto que ella grabe un videoclip y más temprano me llamaron porque el modelo que iba a aparecer desertó. Si no tienes problemas en hacer desnudos, el puesto está vacante”.

Leandro duda unos segundos:

“¿Pagan bien?”

“Para ti que estás comenzando, pagan muy bien. Yo dirigiré el video, si eso te preocupa”.

Rico reingresa a la sala. Roberth baja de la escalera y pide a un dubitativo Leandro que también lo haga:

“Baja de una vez, Leandro, o solo brillarás electrocutado”.

Camina hasta el interruptor y lo enciende. El juego de luces LED ha creado una nueva atmósfera para la casa abandonada. Rico se queda maravillado.

“Anda prepárate que quiero hacer unas tomas para calibrarlas”, pide Roberth.

Rico desaparece de la sala.

“¿Por qué no él?”, consulta Leandro.

“Serán dos modelos, en realidad. Rico es uno, el otro es el que falta; tú serías el indicado”.

“¿Se me tiene que ver la cara?”

“Darío no se enterará que participaste en esa producción”, Roberth guiña un ojo.

Rico entra por segunda vez a la sala totalmente en pelotas:

“¡Ya estoy listo!”

Roberth va a tomar su cámara y a colocar al talento en su marca, cuando oyen el timbre de un celular: el de Leandro.

“Disculpen”, dice tomando el aparato, viendo la pantalla y moviéndose a una esquina. “”Hola Darío”, saluda no tan bajo.

Roberth levanta una ceja; Rico tiene sentimientos encontrados.

  

lunes, 26 de septiembre de 2022

El precio de Leandro 6.1: Frío nuevo hogar


Treinta y cinco días después, Leandro y Adela se mudan a la Torre. No fue sencillo. Durante todo ese tiempo, Darío se las ingenió para conseguirle desfiles de moda a su protegido, lograr un auspicio de la Corporación Echenique al San Lázaro, rescatar unos muebles no tan viejos que su familia ya había dado por inútiles tras largos seis meses de uso, demostrar a Adela (especialmente a Adela) las bondades del Distrito Centro Sur y su rápida conexión con lo más álgido de la ciudad (incluyendo su consulta mensual), la seguridad de vivir en un conjunto residencial, y el hecho de que Leandro estaría más cerca de las audiciones que él conseguía o promovía. El resto fue demostrarle al otro joven la funcionalidad del departamento y convertirse en una especie de chófer particular. Leandro tardó en decir que sí más por estrategia que por reticencia.

 


Un domingo por la mañana, Adela y su hijo terminaron de hacer maletas, se montaron en el vehículo de Darío y dejaron la casa del Distrito Norte totalmente amoblada. Al día siguiente, Leandro regresará a dejar las llaves a unos inquilinos recomendados por Rico (“Es mejor que la casa esté ocupada a que se quede echando telaraña”, comentó en algún momento). Media hora después, llegan a la Torre Echenique, suben los tres pisos, y Darío se adelanta a abrir la puerta cedro pastel.

 


Adela no puede creer lo que ven sus ojos: una sala amplísima de paredes blancas impecables, modulares rechonchos con aplicaciones de cromo, una mesa de centro de raro estilo curvo, como un garabato bañado también en cromo y una placa de vidrio templado, un florero encima, cuadros con flores inyectadas en rojos y rosas, cortina de techo a piso, suelo de parquet… Sus ojos se llenan de lágrimas y se cobija en el pecho de Leandro, sudando frío. Entonces, el gozo del momento se torna en cierta preocupación.

 


Veinte minutos después, Darío está sentado en el sofá de esa sala, acodado en sus gruesos y firmes muslos y con su cara apoyada en sus manos. ¿Hizo bien todo lo que hizo? Leandro le había conversado varias veces sobre la vulnerabilidad de su madre, pero solo él sabe que intentó ser lo más cuidadoso posible. Es más, si se trataba de mejorar la calidad de vida, ¿qué mejor vida que estar en la Torre a solo siete pisos de distancia? El remordimiento comienza a tomarlo de los pies, como un fantasma que amenaza escalar cada centímetro cuadrado de su esbelta anatomía, cuando Leandro se sienta a su lado.

“¿Cómo sigue?”, le pregunta despegando la cara de sus manos.

“Está descansando”, responde el futbolista. “La impresión ha sido fuerte”.

“Si quieres, hablo con ella”.

“¡No! Digo, no es necesario. Es un tema de adaptación. Imagina que tú te mudas al Distrito Norte; sería algo parecido. Incluso yo tengo que adaptarme”.

Darío reclina su tronco y lo apoya en el respaldo del sofá, al igual que Leandro, y le toma la mano:

“¿Y a ti te gusta aquí?”

Leandro suspira:

“No será lo mismo que la casa del barrio… Espero que me adapte”.

“¿Y sobre lo que hablamos, Leo?”

“Ah”, reacciona el protegido. “Yo te pagaré una renta mensual como qued…”

“No, Leandro, sobre… sobre lo otro”.

Leandro se incomoda un poco:

“Darío, dame tiempo por favor. Ahora mismo, mi vieja es la prioridad. ¿Me comprendes?”

Darío suelta la mano de Leandro, acaricia su muslo y lleva su mano derecha a la entrepierna del muchacho mientras gira su cuerpo para buscar la boca y darle un largo beso francés, el que es correspondido con cierto cansancio.

“¿Nos veremos más tarde, arriba?”

Leandro responde que sí con la cara y una sonrisa.

 


Darío llega hasta la puerta del ascensor recordando lo que Roberth le dijo alguna vez hace unos días, que lo bueno en la vida toma trabajo conseguirlo. Mientras llama el aparato, se pregunta cuánto tiempo tomará en su caso. Por fin la puerta se abre y el chico se queda de una sola pieza: un muchacho moreno, alto y fornido, vestido con el uniforme de mantenimiento de la Corporación Echenique está adentro.

“Buenos días, joven”, le dice al salir, con una sonrisa harto pendeja en el rostro.

Darío suda helado.

 


La suavidad de unas manos despiertan a Leandro. Al abrir los ojos, se da cuenta que el departamento de la Torre Echenique no es un sueño.

“¿Qué hora es, má?”

“Casi mediodía. Tengo que cocinar algo para el almuerzo”.

Leandro reacciona y se pone de pie, estirándose.

“Voy a preguntar dónde hay una tienda por acá. ¿Qué necesitas?”

“Hijito, creo que no hace falta: abrí la refrigeradora y está llena”.

Leandro menea su cabeza como si alguien le hubiese dado un gancho.

 


El almuerzo fue una experiencia rara en todo el sentido de la palabra, desde la preparación en la cocina (a la que tuvieron que entenderle nuevas mañas y funciones) hasta el uso de esta nueva vajilla. Al menos, madre e hijo continúan juntos.

“¿Te sientes mejor?”, consulta el joven.

“Más o menos, hijo. Lo que me inquieta es… es…” Adela siente un nudo gordiano en la garganta.

“¿Qué es, má?”

“¿Cuánto te va a costar todo esto?”

Leandro traga saliva: a decir verdad, nunca se acordó un precio con Darío; no un precio en moneda fija, al menos, aunque sí intuye cómo tendrá que honrar cada cuota. 

sábado, 17 de septiembre de 2022

ASS (46): Juan y Paco cachan en la parcela

Tras una noche de algunas copas, una noche de rico sexo termina de mala manera.



Casi a las once de la noche del domingo, Paco sale de un barcito de poca monta en una calle céntrica de San Sebastián. Se llama El Cimarrón y es punto fijo de levante gay. Pero esa noche no fue muy propicia que digamos. Con tres copas de vino encima, lo único que ha conseguido el docente es aplacar un poco su sensación de frío. Al llegar a la esquina para tomar el mototaxi, cruzando la acera viene andando un chico que no había visto antes en la ciudad. Se le nota delgado pero no escurrido, algo atlético. Paco no lo pierde de vista; de hecho, cruza y se le coloca muy al alcance. Nota que el muchacho parece estar buscando algo.

“Hola”, al fin le lanza cuando lo tiene muy cerca.

“Hola”, le responde el chico pero pasa de largo. O casi. “Perdona, busco la calle Los Cardos, ¿sabes dónde está?”

“Te puedo llevar”, le responde Paco con cierto gesto coqueto.

El muchacho sonríe, agradece y accede.

Al llegar a la calle indicada, el paseo a dúo parece finalizar.

“Ya, aquí me oriento al paradero de mototaxis”.

“Pero esas mototaxis van al campo”.

“es que cuido una parcela acá cerca de la ciudad”.

Paco se desilusiona un poco:

“Ah, tienes que regresar a ver a tu familia…”

“No, yo la cuido solo. El dueño es de aquí, pero vine a cenar donde unos familiares y me hice tarde”

“¿Quién es el dueño?”

“Un señor llamado  Julio… ha sido futbolista”

El cerebro de Paco parece despertar. Finge buscarse algo en el bolsillo y poner cara de preocupación.

“¿Qué te pasa, pata?”, pregunta el joven.

“Mierda… no saqqué las llaves de mi casa, ya a esta hora mi vieja no me abre la puerta ni cagando”.

“¿Qué harás?”

“Pasar la noche en la calle, pues… ¿cómo me dijiste que te llamas?”

“Juan… mucho gusto”.

“Yo soy Paco… Tendré que buscarme una cómoda banca en un parque y pasar la noche ahí”.

“Pero… hace mucho frío, es peligroso”. El muchacho parece reflexionar algo. “Tengo una idea, Paco”.

Veinte minutos después, una mototaxi los deja en la puerta de madera que accede a la parcela de Julio, y cinco minutos después, en el cuarto que ocupa Juan.

“Hace más calorcito aquí”, comenta Paco sonriendo.

“Sí, de hecho yo duermo calato… como nadie entra aquí”.

“Ah, que coincidencia”, finge Paco. “Yo también duermo calato en mi casa”.

“Durmamos calatos, entonces”, invita Juan. “Total, somos hombres, ¿no?”

No pasan ni dos minutos, y ambos varones ya están desnudos dentro de la cama, tapados con esa gruesa colcha de alpaca.

“¿Se siente rico dormir calato, no?”, prosigue Paco.

“Sí”, confirma Juan. “Y más cuando se te para la verga”.

“¿Tienes la verga al palo?”, pregunta Paco fingiendo inocencia.

“Duraza”, sonríe Juan en la oscuridad.

“No te creo”, finge refutar el docente.

“Tócala… si quieres”, dice el otro chico, pero la invitación viene con cogidita de mano bajo la colcha a lo que Paco no se hace de rogar: efectivamente, el pene del muchacho está duro y grueso.  Paco lo toma y comienza a explorarlo.

“¿Cuánto mide?”

“No sé. ¿Por qué?”

“Es grandecito”.

“¿Tú crees?”

“Sí”, responde paco.

“¿Quieres… chupármelo?”

Paco entiende que hace rato le han sacado línea y que no vale seguirse con rremilgos. Sonríe en la oscuridad. Se interna bajo la colcha, recorre con su mano libre el marcado cuerpo de Juan y llega a su falo. Lo huele un poco. Parece limpio. Abre la boca y le lame la cabecita en círculos.

“Rico, carajo”, suspira Juan.

Poco a poco, Paco se va metiendo un ttrozo más del pene erecto dentro de su boca hasta tragárselo todo. Como su culo está a la altura de la cara de Juan, éste último se moja el índice derecho con su saliva y le va acariciando las lampiñas y firmes nalgas hasta dar con su ano. Comienza a meterle el dedo poco a poco. Paco comienza a gemir mientras sigue tragándose ese sable de 17 centímetros.

“La chupas rico, pata, y tu culo está sabroso”.

Tras varios minutos de la maniobra, paco deja de mamar la verga, y destapando a ambos, gira y se sienta sobre el pene de Juan:

“Ahora vas a gozar rico, papito”.

Paco coge el falo y lo calibra dentro de su ano. Comienza a metérselo con facilidad debido a la saliva que le ha dejado y a que el dedo de su amante lo ha dilatado lo suficiente… aunque ese ano tiene cierta lubricación extra.

Paco cabalga el pene de Juan por largo rato mientras se apoya en los marcados pectorales del otro chico, quien no deja de acariciarle las nalgas.

“Te cacho en cuatro”, propone Juan.

Paco acepta, adopta la posición y ahora deja que el mancebo lo bombee con cierta firmeza. Paco gime de placer. Definitivamente, ese chico sabe cómo penetrar el ano de otro hombre. La ingle del activo chasquea al chocar con las nalgas del pasivo.

“las voy a dar”, anuncia Juan.

“Dame tu leche, papito”… dame toda tu leche”.

“Ahhh”, gruñe Juan, y eyacula dentro del recto de Paco.

Juan sigue gruñendo de placer por algún tiempo más hasta que saca su miembro, y se baja de la cama.

Luego que ambos se limpian, regresan al lecho. Vuelven a cubrirse bajo la colcha.

“Sabes que tu cara me es conocida de algún lado”, le lanza Juan.

“¿Sí? ¿de dónde?”

“Eso es lo que trato de recordar, pero ya te he visto antes”.

“San Sebastián no es grande; quizás de ahí”.

“Quizás”, reflexiona Juan.

Ambos se quedan profundamente dormidos.

A las cinco de la mañana, Paco despierta y tras esperar a Rodo, el mototaxista, regresa a casa. Antes de salir, se despide de Juan con un profundo beso en la boca.

“¿Volveremos a vernos?”, le consulta.

“Ya tienes mi número”, le sonríe Juan. “Coordinamos”.

Paco sonríe.

Durante el trayecto de regreso, Rodo no se aguanta el comentario:

“Ya se te hizo costumbre venir a esta parcela, no?”

“Te la perdiste”, le dice el docente muy suelto de huesos.

De pronto, algo inesperado. Una camioneta sale de una parcela justo antes del puente que conecta con las primeras casas de la ciudad. Rodo trata de evadirlo.

La mototaxi maniobra mal y cae al canal que está al lado de la carretera, quedando llantas arriba.

Rodo y Paco quedan inconscientes.

Y para terminar, tedejamos con una porno gay.


viernes, 16 de septiembre de 2022

el precio de Leandro 5.5: Ya tengo inquilinos


El desayuno tiene claras de huevo cocidas, algo de tostadas, queso, café y yogurt.

“Me disculpará la invasión, doña Adela”, justifica Darío.

“Descuida, hijito”, tranquiliza la señora. “Leíto me presenta a sus amigos, pero casi ninguno se pasa tiempo con nosotros; solo vienen, visitan, se van. Aunque, ¿cómo se llama ese chico que conociste, el que hace taxi, hijito?”

Leandro suda frío. Carraspea.

“Mamá, tampoco es que tengamos un lugar para ofrecerles”, desvía el tema. “Ya ves, con Darío nos hemos tenido que acomodar como sea”.

“Ya te dije que no es incomodidad para mí”, aclara el apuesto modelo.

“Pasa aquí una semana y hablamos siete días después para ver si opinas lo mismo”, sonríe el otro galán.

“Te tomaré la palabra”, reta Darío.

“Tú eres bienvenido a esta casa siempre que lo desees, hijito”, tercia cortésmente Adela.

“¿Y esta casa es de ustedes?”, Darío toma delicadamente el primer sorbo de café caliente.

“No, es de un primo que no está en el país y que nos la encargó para cuidarla”.

“¿Por dónde está?”

“Ay, no sé. Debe ser… Winnie Coopper, Winnie Pooh, Winni algo”.

“¿Winnipeg?”, adibina Darío.

“Exacto”, sonríe Adela.

“¿Y hay la posibilidad que regrese a reclamar la casa?”, continúa Darío.

“Bueno, si primero logra superar el reclamo que tiene la justicia contra el, quizás”, interviene Leandro.

“¿Cómo así?”, se extraña el supermodelo.

“Bueno, Darío: haces las cosas mal, la justicia te busca, te vas del país y no puedes regresar hasta que se pase el tiempo de restricción, o algo así”.

“Prescripción”, vuelve a definir Darío.

“Tu tío no es un delincuente, Leíto”, Adela se pone seria. “Te lo he repetido cientos de veces”.

“Bueno, no viene al caso; mientras se le busque y eso que hizo no pres… como se diga, seguiremos en esta casa”.

 


Tras dejar a Leandro en el Estadio Municipal, Darío regresa a la Torre Echenique y se detiene en el tres cero uno. A los pocos minutos llega Wílmer, el portero de turno:

“¿Me llamó don Darío?”

“Sí, Wil. ¿Sabe si alguien ha pedido alquilar este departamento?”

“No, don Darío. Nadies”.

“Perfecto, Wil. No lo alquile. Ya hay quién lo ocupe”.

jueves, 15 de septiembre de 2022

Sullana: ¿Qué hay de malo con esta foto?

Hay gente que sigue usando la orientación sexual de las personas para descalificarlas social y políticamente.

 


en WhatsApp está circulando la foto de este candidato a alcalde provincial de Sullana tachándolo de inmoral para asumir ese cargo. Pero la inmoralidad de quien está distribuyendo la foto se basa en el hecho de que el candidato sería gay. Bueno, si eres varón y chupas pinga a otro varón, definitivamente se puede presumir que si no eres gay, al menos eres bisexual.

Pero, ¿eso es lo malo de esa foto? En Perú, el artículo 2 de la Constitución garantiza que los derechos de todas las personas están garantizados sin diferencias de ningún tipo, asegurando la protección de los más vulnerables. Al menos en teoría. Además, el artículo 323 del Código Penal prohíbe todo tipo de discriminación, incluyendo por sexo u orientación sexual.

De lo anterior se deduce que ser gay, bisexual, o tener cualquier orientación sexual o identidad de género en el Perú no son ni falta ni delito, por lo tanto ni te proscriben de trabajar por tu comunidad y mucho menos de aspirar a ser electo a un cargo público.

Ahora, otro detalle: ¿la foto es auténtica? Si no lo es, realmente es un verdadero trabajo de montaje digital cuyo autor debería estar pagado en miles de dólares porque hasta se tomó el trabajo de ponerle marquito y todo. Sin embargo, el hecho de usar la imagen de una persona sin su consentimiento y peor aún para denigrarla, es delito.

 

El asunto del baño

Pero, ¿y si la foto es auténtica y no es fruto de un montaje?  Entonces, el supuesto candidato sí estaría en problemas legales. En Perú, sí es delito tener una conducta obscena en cualquier lugar público o de uso público

Quienes han visto la foto, aseguran se trataría del baño de un conocido centro comercial situado casi a las afueras de Sullana. Por lo tanto, estamos hablando de un baño público al que puede acceder cualquier persona de cualquier edad.

el artículo 183 del Código Penal peruano dice: “Será reprimido con pena privativa de libertad no menor de dos ni mayor de cuatro años el que, en lugar público, realiza exhibiciones, gestos, tocamientos u otra conducta de índole obscena”.

Dicho esto, abogados que hemos consultado indican que, al margen del escarnio público, tú puedes tener sexo con quien quieras, siempre que sea consentido y esté dentro de la edad legal, siempre que el espacio donde lo tengas sea apropiado para tenerlo, o al menos asegurándote de que nadie más te va a a ver, salvo que alguien consienta verte y lo disfrute, pero esa es otra discusión.

Pero tú dirás: muchos tenemos sexo en baños públicos y no nos ha pasado nada. Pues, deberías considerar que el hecho de que nadie te haya descubierto no significa que te liberes de que si lo hacen te puedan denunciar por ello. Por último, el que todo el mundo actúe mal, no te da derecho a hacerlo también.

 

Tonos de gris

Por supuesto, antes de siquiera empezar cualquier acción legal, primero se debe verificar la autenticidad de la foto. De ser así, y ciñéndonos a la ley peruana, lo condenable aquí es dónde tuviste el acto sexual, no es condenable si lo tuviste, con quién lo tuviste o si siempre chupas pinga. Puedes seguirlo haciendo y ser la mejor  opción para gobernar lo que sea. Pero, el punto aquí es que las leyes son para todos y si eres candidato deberías ser el primero en cumplirlas para luego exigir que el resto lo haga. Fuera de ese detalle, deberíamos dejar de usar la orientación sexual de las personas para descalificarlas social y políticamente. Francamente, es una maniobra de campaña que, a estas alturas, ya debería ser dinosáurica. 

el precio de Leandro 5.4: Lejos del glamour


A las seis de la mañana, el despertador de Leandro suena. Oficialmente, el martes ha comenzado para él. Algo de claridad ilumina su dormitorio: afiches de equipos y jugadores de fútbol justo al costado de la puerta que, en realidad, solo tiene una cortina como separador, sus zapatos y zapatillas (casi todos de deporte) al pie y ropa colgada justo encima y sobre esos afiches, la vieja cómoda con un espejo justo a los pies de su cama, la ventana del otro lado, y sobre su cabecera más afiches que incluyen dos o tres de sí mismo, que fueron parte de alguna campaña publicitaria del San Lázaro.

 


Al percatarse de la hora, salta del lecho, y de inmediato busca su ropa interior que debe estar por alguna parte en el suelo. Se la coloca acomodando bien su erección matinal, va a la ropa colgada y busca una camiseta, una chaqueta y una pantaloneta algo raídas, que usa solo en casa. Voltea a ver hacia donde estuvo durmiendo. Obviamente, ya no está ahí; entonces, ¿dónde estará? Se pone unos calcetines y unas zapatillas y sale a la parte posterior donde suena un chorro de agua y un murmullo.

 


“Cuando supe que había salido embarazada de Leíto, pedí ayuda a su papá”, relata Adela. “Nunca me la dio, me la negó mas bien; entonces yo tomé una decisión: tenerlo sola, y así hice. Cuando ya estaba por el cuarto mes y tuve que renunciar al trabajo, recién se apareció. Me dijo, a´si clarito: te daré el dinero pero no quiero saber nada de ti”.

“¿Así tal cual?”, se sorprende Darío, quien está vigilando que el agua del barril no rebose para pasar la manguera que la transporta a otros balddes que ya tiene provistos. En el Distrito Norte, como en casi toda la ciudad, apenas hay servicio de agua unas dos horas al amanecer y otras dos hacia las tres o cuatro de la tarde. Quien tenga una cisterna y un tanque, y sepa dosificarla, podrá disfrutarla las veinticuatro horas; quien no, la acumulará, o acarreará, como pueda.

“Tampoco le dije que no; no estaba en condiciones de hacerlo, y mi familia no estaba precisamente orgullosa de mí; así que acepté el trato”.

Darío menea la cabeza en tono de desaprobación. Viste sencillo, igual que Leandro, aunque con un par de ceros de diferencia en la factura de venta.

“En mi casa sabíamos que el doctor Pérez tenía familia fuera del matrimonio; incluso, mi papá siempre contaba que él lo había aconsejado para que no se desentienda, pero nunca pensé que serían ustedes”.

“La vida tiene unos senderos tan sinuosos, que terminan enviándonos al mismo sitio”, recita Adela.

“Qué poético”, aplaude Darío.

“Yyyyy… corten”, Leandro chasquea sus dedos. “Suficiente telenovela para hoy”.

“Te quedaste dormido”, le sonríe Darío.

“Ay, hijito mío, orgulloso como él solito”, critica cariñosamente la madre del futbolista.

“Tranquila, má”, se relaja Leandro. “Darío y yo nos encargamos del agua”.

Adela reingresa a la casa y se va directo a la cocina. Leandro se adelanta y da los buenos días a Darío agasajándole un no tan disimulado palmazo en la nalga derecha:

“¿Dormiste bien?”

“De maravillas”, sonríe el supermodelo. “Nunca antes había dormido así”.

Horas antes, tras la sesión sexual del penthouse, Leandro había insistido en regresar a casa solo pero Darío se lo impidió. Como pudo, el nuevo protegido canceló el pedido que había coordinado con Rico para que lo recoja, y junto a su mecenas esperaron un rremisse que el segundo había pedido (“Ni loco subo a los taxis por aplicación”, le confesó. “No sabes con qué delincuente te toparás”). El plan era llegar a la casa y echarse a descansar. Mentira. Hicieron el amor por segunda vez apenas se quedaron desnudos y cubiertos por las sábanas, con la particularidad de que Leandro tuvo que taparle la boca a su amante con la mano para evitar que alguien se enterara de lo que estaba pasando ahí.

“Hasta ahora no entiendo por qué dejaste la comodidad de la Torre para dormir en la incomodidad del Distrito Norte”, observa Leandro.

“Te lo dije anoche: la mejor forma de entender tu sueño es viviéndolo”, arguye Darío.

Leandro no termina de entender la capciosa.

“¿Y cómo te despertaste antes que yo?”

“Oí que abrían la puerta, me vestí como pude y salí; entonces, vi a tu mamá haciendo esto… suelo tener el sueño muy ligero”.

“¿En serio?”

“¿No te diste cuenta que la Torre está aislada del ruido de la calle?”

Efectivamente, ahora que Darío lo menciona, Leandro recuerda que dentro de la aristocrática construcción y sus unidades, los sonidos de toda urbe con categoría de megalópolis no se cuelan en absoluto.

“Bueno, menos mal que ésta no es una calle principal; si no, te habrías desvelado”.

“Hubiera valido la pena”, se acerca Darío dando un beso furtivo en la mejilla a Leandro.

“Aguarda, huevón”, advierte susurrando el muchacho.

  

Ser Rafael 5.3: Ligero error de cálculo



Esa noche soñé con las duchas del gimnasio. estaba dejando que el agua me refrescara cuando alguien entró a mi cubículo. No pude ver la cara de la otra persona; solo sentí que me besaba y me acariciaba el húmedo cuerpo. También sentí la dureza de nuestra excitación, rozándonos.

Cuando parecía llegar al clímax, pude ver el rostro de mi acompañante: Juan… Eduardo, mejor dicho.

Me desperté asustado.

Tenía una palpitante erección.

Ya había amanecido.



Casi a la hora del almuerzo, Laura me llamó.

“Pasó algo increíble, Rafo”.

“¿Te llamaron del BGU?”

“Más o menos. Mi jefe se enteró de mi postulación, y me dijo que tenía otros planes para mí”.

¡Vaya! Buenas noticias, pensé. Una promoción. Quizás otro proyecto.

“¿Y qué fue?”

“Me nombrará, me aumentará el sueldo y me ascenderá dentro de este proyecto. Seré sub-jefa administrativa”.

No sabía si ponerme alegre o triste.

“¡gracias, amor. Si no me hubieras animado a pasar esa entrevista, nada de esto me hubiera ocurrido!”

Llegó la hora de que Hércules emponzoñe sus dardos.

“Me alegro por ti, Laura; pero, si estuviera en tu lugar, pediría seleccionar a mi personal. Y ya te dije quién me da mala espina”.

“Sí, amor. Descuida”.


miércoles, 14 de septiembre de 2022

el precio de Leandro 5.3: Pago contra entrega


El resto del día y de la noche, media docena de chicos y otra media docena de chicas desfilan frente a la cámara, o las cámaras del famoso artista, quien no solo controla la imagen fija sino la cinematografía, puesto que algunas tomas irán al comercial para la televisión y las redes sociales.

“Ésta es una de las cuatro veces que este estudio parece una feria”, comenta. “¡Y me gusta eso!”

 


Para las nueve y media de la noche de un día lunes, un rendido Darío se acerca a tomar agua tras desmaquillarse. Roberth coincide con él.

“¿Listo, campeón?”

“Necesito un baño de espuma apenas llegue a mi casa”, comenta el modelo.

“Cuidado te ahogues”, bromea Roberth.

Darío mueve la cabeza como devaluando la tontería de la gracia, aunque en realidad parece buscar algo, o a alguien:

“¿Y Leandro?”

Roberth pone cara de circunstancia:

“¿Qué? ¿No se despidió de ti?”

Darío niega con la cabeza.

“Qué raro… Me dijo algo así como que tenía una entrega especial, se despidió y se fue”.

Cuando las cámaras se apagan y no hay rastro de maquillaje en su cara o cuerpo, Darío es el peor actor que exista. Así que su disfuerzo de sonrisa diplomática termina dibujando una mueca de decepción.

 


Al llegar a su penthouse, el modelo debe enfrentar a su soledad, con la que no consigue limar asperezas. Apenas han marcado las diez de la noche. Busca el número de Leandro en su teléfono; está por llamarlo, pero desiste. No son horas de llamar, piensa. Aunque tampoco ésas eran formas de desaparecer, se consuela. Definitivamente, el baño de espuma es su mejor opción. Al ponerse de pie, el timbre suena. Camina hasta el pequeño pasillo que conecta con la puerta de acceso y activa el circuito cerrado de televisión. En la pantalla ve a alguien con gorra y chaqueta que se ha puesto estratégicamente de espaldas como para no ser identificado. No recuerda haber ordenado nada ni esperar a nadie. ¿Algo pasará en el edificio y están necesitando su intervención? De hecho, también lo administra. Contra toda recomendación de su asesor de seguridad, abre la puerta.

“Buenas noches”, se da vuelta el sujeto. “Tengo una entrega especial para el señor Darío Echenique”.

 


Quien ingrese diez minutos después al penthouse de Darío encontrará que la gorra se quedó por el pequeño pasillo de acceso, la chaqueta volteando a la izquierda junto al comedor, y el resto de la ropa en el suelo alfombrado del dormitorio. Y junto a ella, todas las prendas del dueño de casa. La cuestión es que en ese cuarto ahora no hay nadie. Quien quiera encontrar vida, tendrá que escabullirse al baño, en cuya tina, a media luz, dos cuerpos se abrazan y besan mientras la espuma se mete por lugares insospechados. Uno de ellos se arrodilla y decide darse un banquete, aunque dirá que el banquete es para quien se queda de pie, con el miembro semiduro que no pudo probar la primera vez. La succión logra resultados: la rigidez.

“Así”, le susurra el que se queda de pie. “Toda, Darío. Toda”.

El que está hincado de rodillas solo suplica que el tiempo se alargue. Al menos ya consiguió que otros apéndices anatómicos lo lograran. Mientras lo toma en la mano y lo masajea, trata de capturar con su boca la bolsa que está debajo. Y lo consigue. La mano libre aprovecha el jabón adherido a la piel para acariciar  desde el glúteo hasta la parte posterior del muslo derechos. El volumen y la firmeza son evidentes. Tras algún rato, quien sigue de  pie usa su mano izquierda para tomar la barbilla al otro, se agacha y lo besa en la boca.

“Apóyate en el borde”, le pide.

Quien está arrodillado obedece, se pone de pie, gira y se inclina a poner sus manos en las orillas de la bañera. Primero siente que unas manos acarician sus nalgas, que también son voluminosas y firmes, las separa, y luego una lengua que lo estimula entre ambas.

“Así, Leo”, gime y susurra.

Algunos minutos más y sentirá nuevamente cómo lo penetran y bombean. Y busca sentir placer en medio del dolor, del escozor, de la inseguridad de la penumbra. Para él será una dulce tortura que se prolongará cinco, diez, quince minutos.

“Me vengo”, le dice quien goza a retaguardia.

“Dámela afuera”, pide Darío.

Segundos después, siente una corriente más cálida que el agua de la bañera resbalando entre sus nalgas y una de sus piernas.

“Grandioso”, califica.

  

martes, 13 de septiembre de 2022

el precio de Leandro 5.2: Posando para el catálogo


Al mediodía de un par de días después, en un hotel ni de tan mala muerte pero tampoco de tan buena reputación en el centro de la ciudad, Leandro mueve frenéticamente su pelvis entre las piernas de una mujer en sus cuarentas, quien gime lo menos discretamente posible, tratando de aprisionar la suave espalda de su amante y el momento que se acaba. De cuando en cuando, Leandro mira el celular que está en la mesa de noche. ¿A qué hora piensa sonar el bendito aparato? ¿Lo habrá programado bien? Está cansado luego de una jornada de entrenamiento, pero la situación no está para despreciar un ingreso extra, menos el de esa mañana, así que caballero nomás. Entonces, lo esperado inesperado sucede: el teléfono suena, pero no con la alarma usual sino con el timbre de llamada entrante. Leandro nota que es el suyo. Sabe que lo peor en ese momento es interrumpir la acción para contestar, pero ya le habían advertido que esté pendiente. ¡Carajo! ¿Y si fuese esa llamada? Por supuesto, también podría pasar que no fuese nada. Retoma la concentración en tanto el timbre cesa, aunque tampoco lo motivan los gemidos de la señora. Son doscientos, se repite; son doscientos que ya están en su billetera, así que a seguir con el meneo. De pronto, el celular suena otra vez. Llamada entrante. Leandro no aguanta más y lo interrumpe todo.

“Discúlpame un momento”, pide a su clienta, se pone de pie y agarra el rectángulo de cristal líquido: número desconocido.

“¿Quién es?”, pregunta la mujer, algo azorada.

“No sé”, advierte Leandro. “Solo quiero que guardes silencio”.

“¿Mi marido, acaso?”

Leandro se lleva el índice a los labios y le da al ícono de contestar:

“¿Diga?”

“¡Hola, Leandro! Te saluda Roberth Peña”.

El muchacho se aturde:

“Ho-ho-hola, eh-eh”.

“¿Estás ocupado?”

“No-no, para nada. Dígame”.

“Vente volando a mi estudio. No importa en qué parte de la ciudad estés: yo pago tu taxi, pero vente volando”.

 


Lawrence’s
es una enorme tienda por departamentos con varios locales a lo largo del país. A pesar de su cuarto siglo de existencia en mercado nacional, ha sabido mantener el sentido de novedad, incluso cuando algún cliente perspicaz ha notado que sus prendas no son importadas como asegura su publicidad sino mandadas a confeccionar a uno de los emporios empresariales locales. Obviamente, eso significa altas ganancias con bajísimos costos de producción; sin embargo, cuando el estatus es la norma de cualquier sociedad, ¿qué importa de dónde venga? Lo que importa es cómo cambie la visión que tiene el resto acerca de ti.

 


Leandro lo intuye, así que parte del guardarropa en su casa tiene el ssello de la tienda; aunque, no todo adquirido directamente por él. Sin embargo, la experiencia de estar allí entre varios y varias modelos va más allá del estatus. Y no solo modelos; también maquilladores, estilistas, vestuaristas, asistentes… es la maratónica jornada cuando se produce el catálogo de temporada para Lawrences’s. Porque si algo es seguro en la gran ciudad es que si un rito, especialmente del fin de semana, es, al menos, pasear por los cuatro niveles de la tienda, el otro es el catálogo. Muchas personas lo coleccionan incluso cual enciclopedia por el desfile de color, variedad y caras conocidas: cantantes, actores, deportistas. Salir en el catálogo de Lawrence’s, en términos del mundo del modelaje, es uno de los privilegios que nadie podrá borrar de tu hoja de vida. Y Leandro es uno de esos privilegiados.

“¿Ya estás listo?”, Roberth le topa el hombro.

“Creo que sí”, responde el muchacho sin ocultar sus nervios.

“Solo se tú mismo”, aconseja el fotógrafo. “Recuerda que tú sabes cómo brillar”.

Roberth da un paso para irse a coordinar otros detalles cuando Leandro lo ataja, como si estuviera marcando a un jugador rival en la cancha:

“Quería agradecerte… Nunca sabré cómo pagarte”.

“No hay nada que agradecer; gracias por aceptar, mas bien”, sella Peña.

Mientras Roberth va a tomar su ubicación, Leandro mira cómo preparan a Darío del otro lado del estudio. No le cuesta trabajo encontrar su mirada. Ambos se sonríen.