viernes, 30 de noviembre de 2012

El Vigilante (5): ¿Mostacero?

Hunks of Piura

La tarde de la desaparición, ¿o huída, o qué? De Lichi, Marcos regresó a casa de sus padres. Había pasado un mes y días de que no regresaba para nada. Esperaba encontrarse con una palabra de bienvenida, pero uno de sus hermanos estaba serio y su madre rompió a llorar. Su padre no quiso ni verlo. Su primo Ricardo lo acompañaba con el camión estacionado fuera.

-          Vengo a recoger mis cosas.

-          La madre de Marcos no hizo más que ayudar a su hijo a empacar ropa, siempre entre lágrimas. Terminaron pronto.

-           Quiero despedirme de papá.

-           No, hijo. Así está bien. Ten mucho cuidado. No te metas en más problemas.

-          ¿Más problemas? Marcos comprendió que algo había pasado y nadie se lo quería decir. Insistió en ver a su padre, pero su hermano lo bloqueó.

-           Por favor, Marcos. Ya, vete. No sé qué mierda hiciste, pero alguien vino a amenazar a mis viejos por tu culpa, y por la de ese maricón de la catequesis.

-          Desde dentro, escuchó a su padre gritar, evidentemente alcoholizado: “¡Yo no tengo hijos mostaceros! ¡Ningún hijo mío es mostacero, carajo!”

-          Marcos se subió al camión, y comprendió que su pueblo ya no era su hogar. Ricardo lo miraba, pero no se atrevió a preguntar lo evidente.

-          Marcos prometió no volver nunca más.

 

Al llegar a la ciudad, se instaló en casa de Ricardo, en el mismo cuarto donde estuvo dos días antes. No salió a cenar y no respondió la puerta cuando la tocaron.

Lidia, la pareja de Ricardo, se preocupó.

-          ¿Y si le pasó algo?

-           Déjalo, mujer. Le han pasado demasiadas desgracias.

-          Ricardo se retiró a dormir, pues tenía que levantarse temprano a transportar unas cargas al mercado. Casi siempre se iba a acostar temprano, porque se levantaba aún de madrugada, para chambear, y a veces no pasaba la noche en casa debido a su trabajo, o se ausentaba por días.

 

A las seis de la mañana, Lidia escuchó ruido en la cocina. Tomó un fierro bajo su cama y se fue sigilosamente.

Al asomarse, vio a Marcos, de espaldas, y vistiendo un short ceñido y un bibidí, hurgando entre el menaje de la cocina. Lidia se conmovió, aunque tomó unos segundos para contemplar ese recio físico y ese trasero marcado. Se parecía al de su marido, al que gozaba de acariciar y pellizcar cada vez que le hacía el amor.

-          Buenos días, Marcos. ¿Tienes hambre?

-           No. Quería preparar desayuno.

-          Lidia sonrió compadecida, dejó el fierro en la puerta de la cocina, y se puso a colaborar con Marcos para tener algo decente para comer, aunque tampoco vivía mal.

-          Después de ello, Marcos salió a caminar sin rumbo fijo. Paseó por las calles del barrio, se cruzó con un parque, devolvió una pelota que se le escapó a unos vagos, y se encontró con una fachada que le llamó la atención.

-          Estaba pintada con figuras humanas, de evidente desarrollo muscular. Se asomó. Adentro, un chico blanco, cabello corto, rostro agradable, de grandes músculos (como los de Ricardo, en particular brazos y culo) barría el suelo. Marcos paseó su mirada por el resto: máquinas de metal, espejos, posters de culturistas, un escritorio. Una radio pasaba reggaeton a todo volumen.

-           ¡Hola! Bienvenido a Power House. Yo soy Danilo. ¿Te puedo ayudar en algo?

-          Marcos se aturdió ante el abordaje de los ojos marrón claro que se le clavaban en los suyos. El tal Danilo vestía un bibidí muy corto pero suelto, licra negra y zapatillas de marca.

-           Amigo, ¿te pasa algo?

-          Marcos negó con la cabeza.

-           ¿este es… un gimnasio?

-           Es más que un gimnasio. ¡es Power House! Aquí sólo entrenamos campeones.

-           ¿Campeones?

-          Danilo hizo pasar a Marcos y le sacó una carpeta con fotos. Eran varios chicos con medallas. Según su anfitrión, se trataba de muchachos que habían representado al gimnasio y habían ganado galardones regionales.

-           ¿Y sabes lo mejor? ¡Tú puedes ser un campeón! ¿Dónde has entrenado antes?

-           En el ejército.

-           Ah, fuiste cachaco. Hicieron un buen trabajo, pero, con todo respeto, yo lo puedo mejorar. ¿Te animas?

-           ¿Cuesta algo?

-           Sí. Bueno. La mensualidad es esta.

-          Danilo le sacó un volante y le explicó las formas de pago. Marcos casi no lo vio y su mirada se concentró en una medalla que brillaba en el escaparate detrás del instructor.

-           ¿Y si quiero concursar?

-          Danilo frenó en seco, lo miró, y suspiró hondo.

-           Se puede, pero eso cuesta mucho. A menos que representes a Power House y entrenes duro, no sé.

-           ¿Cuánto cuesta?

-           Tranquilamente diez veces más que la mensualidad. Es que necesitas suplementos, preparación especial, pero si vas por Power House…

-           Sólo vendré a entrenar. ¿Puedo empezar esta noche?

-           ¡Claro! Cerramos a las nueve. Vente como a las siete.

 

Marcos llegó a casa de Ricardo, con un kilo de pechuga de pollo y otro tanto de arroz. Lidia lo recibió, y le dijo que no era necesario que hiciera eso. Que sólo le dijera, y ella lo compraría.

Almorzaron juntos pues Ricardo aún seguía en el mercado.

Media hora después, Marcos se fue a descansar, quedó dormido, y comenzó a soñar. Se vio en un podio, vestido con una trusa de competición dorada, posando. La gente aplaudía a rabiar. Entonces, alguien le colocó una dorada medalla en el cuello. El fulgor casi lo enceguecía. Tanto era su entusiasmo que pisó mal, y… despertó.

-          Lidia estaba sentada a un costado de su cama, vistiendo un top y un shortcito muy ceñidos, y paseaba sus manos por el torso desnudo, firme y suave del exsoldado.

-          Marcos se quedó mudo.

-          Cuando Lidia pasó su mano por encima del ceñido short del muchacho, notó la verga dura como respuesta a la estimulación. Lidia sonrió excitada, y se quitó su top, dejando en libertad sus dos redondas y firmes tetas.

-          Marcos quería negarse a toda costa, pero estaba pasmado.

-          Lidia se puso de pie, se quitó el shortcito. No teniia nada debajo. Marcos notó que ella casi no tenía vello en su vulva.

-          Lidia bajó el short y el slip a Marcos, y dejó en libertad los 17 centímetros del campesino, que estaban babeando.

-           No sé quién te dejó, papito. Pero yo te voy a consolar.

-          Lidia subió a la cama, y puso su chucha encima de la cara de Marcos. Ella, por su parte, se inclinó hasta lamer la cabeza de la pinga de su huésped, y saborear el salado del fluído pre-seminal.

-          Ambos practicaron el 69 por buen tiempo, hasta que ella giró y colocó su peluchito encima del miembro de Marcos.

-           Métemela, papi.

-           ¿Ricardo?

-           Tranquilo. Él regresará más tarde. Aprovechemos.

-          Lidia le dio un condón a Marcos, quien se lo puso, y acostándola boca arriba, le abrió las piernas y le metió su verga poco a poco. Ella lo abrazó con fuerza, mientras gemía, y sentía dentro de su vagina ese nuevo pedazo de carne.

-          Marcos le besaba el cuello con los ojos cerrados, y, sin saber cómo, recordó a Lichi. Eso lo arrechó más, y comenzó a mover su cadera con tanta fuerza, que la cama comenzó a crujir. Lidia, ignorante de lo que pasaba en la cabeza de Marcos, se sintió en las nubes. De alguna manera, el movimiento de Marcos estimulaba tanto su clítoris, que se aferró a él, y se dejó llevar. Le acariciaba la espalda con violencia, y sus uñas se prendieron de las nalgas de su cachero, pidiendo más y más.

-          El primer orgasmo era inminente.

-           ¡Lidia! ¡Lidia! ¿Amor, donde estás?

-           ¡Ricardo! ¿Y ahora?

-          Marcos seguía desnudo, acostado sobre la mujer de su primo, y con la verga armada dentro del coño de su anfitriona.

-          Se oyeron golpes en la puerta del cuarto donde los dos amantes se encontraban…

 

(CONTINUARÁ…)

 

Escrito por Hunk01. ©2012 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares o situaciones es pura coincidencia. Escribe al autor: hunks.piura@gmail.com, búscanos en Facebook, o deja tu comentario aquí.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Casa De-Formación (21): ¿Y tú qué haces cuando te excitas?

Hunks of Piura

-          ¿Y este lugar, Jorge?

-           Es la jato de un amigo, Darwin. No nos demoraremos mucho aquí.

-           Ay, ¡qué bonita!

-           Sí, Pedro. Listo, chicos. Un duchazo al toque y comenzamos.

-          Veinte minutos después, Darwin y Pedro  recrean aquella sesión erótica del garage. Ambos se besan en la boca, y poco a poco se van quitando sus prendas: polos, pantalones, ropa interior. Ya desnudos, se besan en el cuello, las tetillas, se acarician lascivamente, mientras Jorge dispara todas las fotos que puede.

-          Pedro se acuesta en el sofá para permitir que Darwin lo recorra a besos, le levante las piernas y le haga un beso negro. Pero, el sechurano no consigue derrotar su asco de lamer el ano de nadie. En esa pose, y con el condón puesto, Darwin le hunde sus 16 centímetros en el culo. Previamente, Jorge hace que Darwin se unte su miembro erecto con lubricante. Se mueve lentamente. El activo tiene una extraña sensación: a diferencia de las ocasiones anteriores, no siente la proximidad del orgasmo, lo que lo llena de confianza.

-          Ambos cambian de posición. Ahora hacen la del perrito. Tras varios minutos, ahora Pedro se coloca de cúbito ventral, mientras Darwin sostiene una de sus piernas para seguir con la penetración.

-          Jorge sigue fotografiando la escena, y, a pesar de su posición, no puede ocultar su pinga armada, la que resalta bajo su short.

-           Dalas sobre su pecho, Darwin.

-           Pero todavía no siento ganas.

-           Haz lo que te digo.

-          Darwin se monta sobre el abdomen de Pedro, se saca el condón, se masturba, y en sólo segundos, eyacula sobre el pecho y parte de la cara del pasivo.

-           No te muevas de allí. Pedro, córretela.

-          Jorge cambia de posición para ver cómo Pedro se masturba hasta disparar su semen en la espalda baja y las nalgas de Darwin, quien siente extraña la tibiedad del fluído de su compañero.

-           Listo, chicos. Excelente.

 

Rafael está tumbado sobre su cama. Está desnudo y sólo se cubre con una toalla. Poco a poco, su mano va deslizándose dentro de ella para encontrar y acariciar sus grandes genitales. Su mirada está perdida en el blanco techo de la habitación.

Súbitamente, Roberto ingresa.

-          Aquí estabas… oye, ¿qué tienes?

-          Rafael saca de inmediato su mano.

-           Nada. Nada.

-           Ah. Alex quiere saber si deseas ir al cine. Están dando la última de este actor australiano… el que hizo de mutante.

-           Ah. Ya sé de quién me hablas. Dile que sí. ¿en cuanto tiempo salimos?

-           Una hora. ¿Seguro que no tienes nada?

-           Bueno… sí… oye, ¿qué haces tú cuando te excitas… quiero decir, te excitas sexualmente?

-          Roberto se queda mudo. Como si las palabras de Rafael fueran un estimulante, su verga se pone dura bajo su short. Roberto no hace ningún esfuerzo por disimularlo.

-           Nada. Me excito, y ya.

-           Si, ¿no? Me preocupo por huevadas. Vamos al cine.

 

Tras media hora esperando afuera de la casa de los tíos de Manuel, Jonatan respira aliviado cuando lo ve salir.

-          Disculpa. Mi tía se puso a darme miles de recomendaciones.

-          Tranquilo. Yo te protegeré.

-          En el centro comercial, ambos van por las marquesinas revisando a cuál se meterán. Deciden entrar a una sobre robo de autos e intrigas policiales.

-          En la oscuridad, Jonatan mira de vez en cuando el perfil de Manuel. Está absorto viendo la proyección. Siente que necesita decirle algo, aprovechando la penumbra, pero no puede.

-          Tras dos horas de indecisión, y cuando las luces se prenden, puede ver mejor el rostro de satisfacción de su amigo.

-           Estuvo mostra. ¿Qué te pareció a ti?

-           Sí. Estuvo mostra.

-           ¿Qué te pasa? ¿Te sientes mal?

-           Manu… Te quiero mucho.

-          Manuel enmudece

-          Con la sala casi vacía, Jonatan roza levemente la mano de su compañero y amigo, pero se reprime.

-           Vamos. ¿Te gustaría caminar un poco?

-           Sí, Jon. Vamos.

-          Al llegar a la puerta, los dos se encuentran con los Reverendos Rafael y Roberto.

-           ¡Muchachos! ¡qué sorpresa!

 

Casi a la misma hora, el Reverendo alexander llega a la puerta en un céntrico edificio de Piura. De aspecto tétrico, el inmueble dista mucho de la calidez de la Casa del Buen Camino. Casi no hay iluminación; pero, a diferencia de lo que muchas personas pueden pensar, para el religioso, la penumbra es propicia. Toca una puerta, y un chico de físico armonioso, vestido con un polo manga cero, una pantaloneta hholgada y sandalias, lo recibe.

-          Hola, Alex. Pasa, por favor.

-          Adentro, hay un inmobiliario mínimo: una sala con un sofá, una mesa, un par de sillas, un televisor y un reproductor de DVD. Las ventanas están cubiertas de blancas cortinas. En las paredes hay algunos afiches y pinturas, que jamás un alumno de la escuela de Bellas Artes mostraría fácilmente: desnudos masculinos frontales, y en alguno de ellos, con el pene semi-erecto.

-           Veo que no has olvidado los buenos hábitos. Está reluciente.

-           Gracias. ¿Deseas tomar algo?

-           ¿Sigues teniendo buena mano para el ‘cuba libre’?

-           Creo que sí.

-          El chico saca la Coca-Cola y un poco de ron, e inicia la mezcla.

-           ¿Y alguna novedad en la Casa, Alex?

-           Tenemos cuatro chicos. Dos estuvieron en los círculos del año pasado.

-           ¿Jonatan y el chico de Sechura?

-           Te acuerdas bien de Jonatan, ¿no?

-           Con ese cuerpazo y esa pinga que se maneja, imposible olvidarlo… No puedo decir lo mismo de mucha gente que viene por aquí.

-          El muchacho alcanza dos vasos. Brinda con el Reverendo.

-           No todos nos ejercitamos a diario.

-           Si supieras. Buenos brazos, buenas piernas, buen culo, buenas piezas…, pero unas panzas, Dios mío.

-           ¿Y acaso en tu tierra había chicos atléticos o agarrados?

-           ¡Por supuesto!

-          El Reverendo apura su vaso, lo deja en la mesita frente a sí, y comienza a pasear su mano por el brazo derecho del muchacho.

-           No has perdido el toque para hacer tragos.

-           Aprendí del mejor.

-          Ambos se besan en la boca.

-           Ojalá que estos chicos sean tan buenos como tú.

-          Ambos se besan de nuevo. A la vez que se acarician,  comienzan a desvestirse. Una vez desnudo, se revela el cuerpo armonioso del chico, con una piel blanca, pero de músculos marcados, sin llegar a ser masivos. El cuerpo es mayormente lampiño, y su vello púbico y testicular ha sido removido.

-          El Reverendo Alexander besa el cuello y percibe el aroma del perfume de catálogo. El muchacho lleva sus traviesas manos hasta el miembro del religioso y comienza a estimularlo; entonces, empieza a recorrer el físico de gimnasta que tiene el religioso empleando su boca. Al inclinarse para iniciar la mamada, Alexander no resiste la tentación de alargar su mano hasta las redondas y firmes nalgas del chico. Intenta meter su dedo al orto suave.

-           Despacio, Alex. Es mi herramienta de trabajjo.

-           Me arrechas tanto, huevón. Lástima que estés por acá.

-          Juzgando que la chupada ya ha estimulado bastante a su compañero sexual, el muchacho saca un condón de una cajita sobre la mesa, lo desenfunda y lo coloca usando los dedos y la boca a la verga de Alexander. Toma algo de lubriccante y lo unta en el ano y en el miembro. Se arrodilla sobre el mueble, teniendo en el centro la pelvis de ‘Alex’, hasta colocarse la pinga en el ojo de su culo. El resto será bajar poco a poco, y comenzar a brincar, arriba y abajo, arriba y abajo.

-          Los jadeos y los gemidos se intercalan. El Reverendo coge las caderas del chico y regula la velocidad del bombeo.

-          Luego el chico se acuesta sobre uno de los extremos del sofá y levanta el culo. Alexander debe treparse para encajar su miembro y seguir con la fricción al interior del ano que tiene enffrente.

-           ¡Piernas al hombro!

-          El muchacho se acuesta boca arriba y levanta sus extremidades inferiores. Alexander pisa el suelo, apoya sus manos en las pantorrillas del mancebo y repite la penetración, sólo que esta vez se mueve con más fuerza… hasta que su eyaculación es cuestión de varios minutos.

-          Al regresar del baño, hay un nuevo vaso de cuba para el visitante.

-           ¿Tú no tomas otra?

-           No, gracias. Es posible que hoy tenga otras dos personas que atender.

-          El religioso busca su pantalón, donde está su billetera. Extrae una cantidad considerable de dinero y se la da al anfitrión.

-           Espero que esto sirva.

-           Ayuda mucho.

-           Bueno, la ventaja es que te mueves bien, Memo. Vale la pena la plata que uno invierte en ti; además, estás comenzando a ser… rentable.

-           Me alegra. Sólo una cosa antes de que te enteres: la semana pasada me encontré con Jonatan en la piscina del club. Tranquilo. Lo evadí. Si quieres pregúntale.

-          El Reverendo frunce el ceño un poco.

-           No ha dicho nada.

-           A lo mejor no lo considera importante. Mejor ni le toques el tema.

-           Sí. Tienes razón. Ya sabes que debes mantenerte alejado de los chicos. No quiero problemas. Ya llegará el momento.

-           Tranquilo. Lo único que te diré es que Jonatan es un semental en la cama. Espero que no haya perdido ese toque.

-          Alexander sonríe. Se despide. Sale sigilosamente a la calle.

-           ¡Taxi! A Los Valles, por el parque, por favor.

 

Escrito por N-Ass. ©2012 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares o situaciones es pura coincidencia. Escribe al autor: hunks.piura@gmail.com, búscanos en Facebook o deja tu comentario aquí.

 

 

viernes, 23 de noviembre de 2012

El Vigilante (4): "Perdóname"

Hunks of Piura

Cuando Marcos se hizo cargo de la finca de su primo Santos, ya había una plantación de camote. Estaba muy descuidada.

Marcos dedicó casi todas las jornadas a recuperarla. De milagro vio cómo las hojas, totalmente endebles, recuperaban firmeza y verdor.

Se levantaba muy temprano, para que no lo agobiara el fuerte sol del campo, y regresaba a almorzar al mediodía.

Lichi se encargaba de la cocina y de mantener una pequeña huerta para el consumo de ambos. Además, lavaba la ropa, limpiaba la casa, cargaba el agua.

Por la tarde, los dos se encargaban de ir reparando algunas fallas en la casa, la cerca, o el resto de la huerta, y a eso de las cinco, se bañaban juntos al aire libre, atrás de la vivienda más o menos disimulada por unos arbustos, donde casi siempre todo terminaba en mutuos roces, besos, abrazos, erecciones, y una que otra eyaculación.

Cierta tarde que estaban muy arrechos, terminaron cachando allí bajo el cielo que se tornaba de celeste a amarillo encendido, típicamente piurano. Lichi se inclinó, apoyándose sobre un débil tronco, y Marcos le metió toda su pinga, lo agarró de la cintura, y lo bombeó fuertemente, produciendo un chasquido cuando las caderas del excomando chocaban con las nalgas del excatequista. Los dos terminaron masturbándose. Marcos regó su leche sobre la espalda y trasero de Lichi, y éste sobre el suelo arenoso.

No le hicieron caso a nada, ni a la camioneta que pasó por el camino cercano, y los silbidos de algún desconocido. Eran más que felices.

 

Dos semanas después que ambos comenzaron a vivir juntos (y que Lichi había abandonado la catequesis), recibieron una visita. Era Ricardo, el primo de Marcos que vivía en Piura, la capital. Era un pata trigueño oscuro, tan alto como Marcos, pero con una notoria musculatura: amplios hombros, brazos fuertes, pecho prominente, espalda amplia, cintura pequeña, piernas fuertes, trasero levantado.

Ricardo trabajaba dando servicios de transporte en su viejo camión Dodge con carrocería de madera hecha en Sullana, y donde predominaba el diseño de un águila en vivos colores.

-          Puta, huevón, haz hecho un buen trabajo. Ojalá salgan buenos camotes.

-          Marcos no respondió, pero su media sonrisa reflejaba su esperanza y satisfacción. Si todo marchaba bien, en unas semanas más, Ricardo vendría con su camión, se llevaría la cosecha, la vendería en la ciudad y ese dinero se reinvertiría en otro cultivo.

-           Pásame tu celular, Marcos.

-           No tengo.

-           ¡Mierda! ¿Y cómo me entero que debo regresar?

-           Regresa en dos semanas. Todo estará listo.

-           ¿Seguro? Mira que cuesta combustible venir hasta acá.

-           Ganaremos bien.

-           Puta, huevón, hace un calor de la gran puta.

-           Bañémonos.

-          Cuando Lichi fue a dejar más agua al sitio donde él y Marcos solían asearse, se encontró con dos cuerpos recios, desnudos, más o menos cerca, brillantes por la humedad, casi dorados gracias al sol del atardecer. Lichi pudo ver que la verga de Ricardo era un poco más grande que la de su enamorado.

-           Ven. Báñate con nosotros.

-          Lichi dudó, se quitó la ropa con timidez. Marcos salió un poco y casi lo arrastró hasta donde  estaba con su primo. De pronto, cuatro manos lo enjabonaban. Marcos por delante; Ricardo por detrás. No pudo evitar su erección, y se sintió avergonzado, mucho más cuando Ricardo lo evidenció.

-           Puta, huevón. Los tres estamos al palo.

-          Efectivamente, los 17 centímetros de Marcos estaban en todo su esplendor, los 15 suyos, y los… ¡guau! La pinga de Ricardo sí que era grande. ¿Cuánto mediría? Lichi sólo se dejó acariciar.

-           ¿Nunca han hecho un trío?

-          Lichi y Marcos se miraron a los ojos. ¿qué era esta invitación de Ricardo?

-           Normal, huebones. Sólo es para bajar la calentura. Se pasa rico. ¿Quieren probar?

-          Así, desnudos, pasaron a la casa, casi sin secarse, se subieron a la cama. Marcos volvió a hacer suyo el culo de Lichi, mientras éste se la chupaba a Ricardo. Cuando el citadino sugirió cambiar roles, Marcos negó con la cabeza. Ricardo sonrió, y decidió seguir gozando.

-          Minutos después, Lichi recibía en su pecho el semen de Marcos, de Ricardo y el suyo propio.

-          Casi al anochecer, el transportista se fue. Esa noche, Marcos y Lichi cenaron y se fueron a la cama casi mudos. Al día siguiente se levantaron e hicieron sus tareas con normalidad, pero ni una palabra de lo ocurrido la tarde anterior.

 

Dos semanas después, Ricardo llegó a la finca. En la puerta ya estaban listos los sacos de camote para embarcar.

Marcos y Ricardo los subieron. Lichi salió a saludar y a despedirse de ambos.

-          No tengas miedo. Regreso mañana.

-           ¿Mañana?

-           Los vendo, compro cosas y vuelvo. No tengas miedo.

-          Para Lichi, esa corta separación era angustiante.

-          Marcos se subió al camión y partió.

-           Oe, huevón. Ese pata está templadazo de ti, carajo. Ni mi mujer, mierda.

 

Ni bien llegaron a la ciudad, Ricardo y Marcos pudieron vender toda la mercancía. Con parte del dinero, el exsoldado compró algunos víveres y ropa para Lichi. Por la talla no habría problema. Se la sabía de sobra. Algunos polos, shorts (que le hacían falta), otro par de sandalias, ropa interior.

Pasó la noche en casa de su primo. Lidia, su mujer, era una chica hermosa, bien cuidada y dulce, tan hacendosa como dicharachera. Los tres pasaron la velada bebiendo una botella de vino, que, según Ricardo, “sólo era para ocasiones especiales”. El licor hizo que Ricardo fuera melosamente cariñoso con Lidia, lo que hizo que Marcos extrañara a su Lichi. Pero sólo sería una noche. Al día siguiente, lo encontraría, lo besaría, le daría los regalos con cariño, le haría el amor de una forma diferente.

 

Esa noche, Marcos soñó nuevamente con aquel hermoso prado, donde Lichi y él retozaban desnudos, sin preocupaciones, acariciándose y abrazándose.

Cuando Marcos se despertó, desnudo dentro de la cama que Ricardo le había cedido, estaba armadazo. Todo estaba en silencio. El alba comenzaba a despuntar a través de la ventana del dormitorio.

 

Cuando Ricardo fue a dejarlo en el camión a la finca, Marcos esperaba encontrar a Lichi preparando la comida en la cocina, pero estaba vacía, y el fogón no estaba encendido. Había dejado las cosas en la mesa de la casa, pero de su enamorado, ni una seña.

De pronto vio al suelo. Como la noche anterior había llovido, habían huellas frescas sobre la tierra húmeda. Unas eran de Lichi, pero habían otras desconocidas. Marcos tuvo un mal presentimiento.

-          ¡Primo, ven acá, rápido!

-          Marcos reingresó corriendo a la casa. Ricardo tenía un papel en la mano.

-          Marcos, prácticamente, se lo arranchó. Era la letra de Lichi. No cabía duda: “No soy lo que necesitas. Perdóname.”

 

Escrito por Hunk01. ñ2012 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido o semejanza con personas, lugares o situaciones es pura coincidencia. Escribe al autor: hunks.piura@gmail.com, búscanos en Facebook o deja tu comentario aquí.

Casa De-Formación (20): Master william

Hunks of Piura

El viernes antes de la segunda salida a casa, Jorge va al encuentro de Pedro y Darwin, quienes estaban lavando los platos.

-          Muchachos, ¿qué hacen este fin de semana?

-          Darwin y Pedro se miran.

-           Nada, Jorge.

-           Antes de dormir, vayan a mi cuarto.

 

La misma pregunta hace Jonatan a Manuel.

-          Nada. ¿Por qué?

-           ¿No… te gustaría… salir?

-           ¿salir?

-           A dar una vuelta… al cine… tú sabes… salir… ¡Salir!.

-          Manuel enrojece.

-           Bueno. Sí.

-          Los Reverendos Rafael y Alexander entran de improviso, interrumpiendo la  intensidad de la escena, hablando de sus planes y documentos.

-           Aquí están los muchachos. Preguntémosles.

-           Preguntarnos, ¿qué?

-           A ver, Jonatan. ¿Te incomodarías si tu formador da las clases en bermuda?

-           No. Para nada. ¿Eso qué tiene que ver?

-           ¿Y tu, Manuel?

-           No, Reverendo. Además, hace calor.

-           ¿Ya ves? La voz del pueblo…

-           OK, Reverendo alexander. OK.

-          Jonatan y Manuel se miran extrañados. Entonces, el Reverendo Alexander se suelta una contagiosa carcajada. En segundos, los cuatro ríen a mandíbula batiente.

 

Cuando toda la azotea parece dormir, Pedro y Darwin se escabullen en el cuarto de Jorge. Justo antes de ingresar, un buho pasa volando.

-          Chicos. A mis amigos les gustaron sus fotos. Dicen que si les gustaría hacer una sesión en serio.

-           Pero… ¿no se supone que estamos haciendo votos…?

-           Chicos, el dinero que ganen podemos invertirlo en la casa.

-           Ay, a mi me gustaría… pero, ¿se va a ver mi cara?

-           Bueno, puedo colocarme para que no se les vea, pedro; pero si la muestran ganan más.

-           ¿Como de cuánto hablamos?

-           Mil verdes… por cabeza. Miren, muchachos. Piénsenlo bien, y mañana me avisan.

-           Y… Coquito… ¿no haremos nada?

-           No, Pedro. Estoy cansado. Mañana hablamos.

-          Los dos chicos regresan al cuarto.

-           Darwin, ¿qué piensas?

-           Vamos a consagrarnos. Y esto…

-           Esto es una oportunidad. ¿Te imaginas ser como Lorenzo Verástegui?

-           Si consigues su físico, quizás.

-           Bueno… tú estás echando cuerpo.

-           ¿En serio?

-           A-já.

 

Esa noche, Rafael vuelve a pedir prestada la lap-top. Sentado en el dormitorio que comparte con Roberto, espera infructosamente que la conexión se abra.

-          ¡Maldición!

-          Levanta su mirada, y se fija en la colección de DVDs que tiene enfrente. Coge el rotulado como “Master  William”, y lo instala en la máquina. ¿De qué se tratará esta película?

-          Cuando el video carga, él se queda estupefacto: un muchacho de rostro hermoso y cuerpo atlético practica una chupada a un culturista, convenientemente depilado, a quien no se le ve el rostro. La cara le es familiar. Cuando el modelo porno se pone en cuatro y le meten la pinga encondonada por el culo, cae en la cuenta de que es el mismo muchacho del video que había visto en la Internet, noches atrás. ¡Qué rara coincidencia! ¿Qué hace este material entre los otros?

-          El muchacho parece disfrutar de la penetración, mientras el físico culturista coloca sus manos en las caderas y aumenta la velocidad. Ambos comienzan a gemir. El plano de la cámara es el mismo.

-          Luego, el chico se pone boca arriba y su cachero le mete la verga haciendo un piernas al hombro. Sin dejar de mostrar satisfacción, comienza a masturbarse una gruesa y larga pinga. Su sodomizador aumenta la velocidad del bombeo.

-          En cuestión de minutos, el chico suelta su semen sobre su pecho y abdomen de tabla de lavar. Su penetrador le saca el pene, y sin condón de por medio, se la corre hasta que ráfagas de su leche se incrementan sobre el torso del muchacho. Y ahí acaba el video.

-          Rafael siente una gran humedad en su entrepierna. Cuando se descubre un poco la bermuda, se da cuenta que hay semen dentro de ella, el suyo. Jadea levemente. Mil ideas se agolpan en su cabeza. Mil recuerdos.

-           Esto no puede estar pasando de nuevo.

 

Written by N-Ass. ©2012Hunks of Piura Entertainment. Any similitude with names, places or situations is pure coincidence. Write the witter:hunks.piura@gmail.com, look for us on Facebook or drop your comment here.

 

 

viernes, 16 de noviembre de 2012

El Vigilante (3): Nido de pasión

Hunks of Piura

Cuando Lichi salió del salón Parroquial, su padre lo esperaba. Fueron juntos hasta su casa, en silencio. Lichi no cruzó palabra con su progenitor.

Allí, durante toda la tarde, se la pasó casi encerrado en su cuarto, sin ganas de nada, y recordando una y otra vez, la noche de pasión con Marcos. Era un hecho: estaba enamorado.

Le atraía la actitud firme del exsoldado, y le parecía un sueño que un tipo de un físico, que alguna vez vio en un gimnasio al que entró de casualidad, fuera su pareja.

La lluvia de esa noche incrementó su melancolía.

 

A la mañana siguiente, un joven llegó a buscarlo al salón Parroquial. Era un muchacho que vestía un bibidí, bermuda y zapatillas de tela. Era moreno y fibroso. Lo había visto antes en unm barrio algo peligroso, por lo que su presencia lo inquietó.

- Traigo un mensaje de Marcos. Dice que mañana saques algo de ropa. Él te recogerá en la puerta de atrás de la parroquia, a las diez y media, antes de que salgas. Si no estás a esa hora, ya fue.

- ¿Dónde está?

- No te preocupes. ¿Irás?

- Dile que sí.

Cuando regresó a casa –escoltado por su padre-, sacó mucha papelería que la transportó en las manos.

-          ¿Y esos papeles?

-           Son unos materiales que debo traer mañana.

-           ¿Y no pudiste sacarlos en una bolsa?

-          Lichi no respondió.

 

A la mañana siguiente, no fue complicado salir de su casa con una mochila. Su padre lo dejó en el salón Parroquial.

Toda la mañana, Lichi no dejó de ver el reloj. Nueve. Nueve y media. Diez. Diez y diez. Diez y cuarto. Diez y veinte. Cinco minutos antes de la hora pactada, agarró su mochila y salió hacia la puerta trasera. Vio hacia atrás. Nadie lo seguía. La abrió con sigilo.

De inmediato sintió un tirón en el brazo y fue forzado a entrar a un mototaxi cerrado.

 

Al anochecer, Marcos y Lichi llegaban a una puerta de madera, y un cerco de alambre de púas, al que le seguían una hilera de algarrobos, overales y faiques.

Casi oculta, una choza los esperaba. Allí adentro, un mobiliario básico: unas sillas de plástico, una repisa, y tras la cortina, una cama y otra cómoda.

Una torrencial lluvia cayó esa noche. El airecito que produjo fue ideal para despojarse de la ropa, meterse en el lecho, y demostrarse la pasión que los embargaba.

Arrodillados sobre la cama, ambos se besaron y acariciaron sin cesar. Lichi comenzó a recorrer el cuerpo de Marcos con sus labios, bajando por su pecho y su abdomen lampiños, hasta llegar a su pubis. Allí, en medio de una mata considerable de vello, la verga parada de Marcos se erguía. Lichi la masajeó, y poco a poco se la fue metiendo a la boca. No quería apurar el momento. Estaban más que solos. Tenían todo el tiempo del mundo. Marcos acarició la cabeza de su amante, y tímidamente movió su pelvis. Donde sí puso su ímpetu fue en acariciar la espalda del catequista.

-          Tengo condones.

-          Lichi sonrió en la oscuridad ante el aviso de su enamorado. Sin dejar de estar en cuatro extremidades, giró. En poco tiempo sintió los 17 centímetros de carne dura comenzando a ingresar a su culo.

-          El mismo Lichi separó sus nalgas y empujó hacia atrás con tal de favorecer la penetración.

-          Cuando ésta se concretó, Marcos comenzó a moverse cadenciosamente, aferrándose de las caderas de Lichi, agachándose de vez en cuando para besarle la espalda y arrancarle fuertes gemidos.

-           Así. Sigue, Marcos. Hazme el amor.

-          Marcos comenzó a gemir. Eso era un concierto erótico a dos voces, con el acompañamiento de las innumerables gotas de lluvia percutiendo sobre el techo de zinc.

-          Lichi se puso boca arriba y levantó sus piernas. Marcos metió su pene erecto y se movió con más fuerza, mientras besaba el cuello y la boca del chico.

-           Marcos, te quiero. Te quiero, mi amor.

-          Marcos jadeaba y gemía. En cuestión de minutos, el orgasmo fue inminente.

-           ¡Las voy a dar!

-          Lichi sintió cómo el miembro de Marcos palpitaba dentro de su ano.

-          Tras ello, ambos se abrazaron, desnudos, y se acariciaron, hasta quedarse profundamente dormidos.

-          La lluvia continuó hasta casi la mañana siguiente, cuando los dos saludaron al nuevo día, haciendo el amor. Esta vez, Lichi se sentó sobre la verga de Marcos, la metió entre sus nalgas, y comenzó a cabalgar.

-          De vez en cuando, se agachaba para besarlo, dándole oportunidad para que le bombeara el orto.

-          A las siete de la mañana, la lluvia había terminado. Sin vestirse, Marcos y Lichi abrieron la puerta trasera de la casa y pasaron a la cocina.

-          Compartieron su primer desayuno, no como dos jóvenes más, sino como pareja.

-          Sus huellas se confundían en la tierra húmeda, al igual que sus corazones…

 

(CONTINUARÁ…)

 

Escrito por Hunk01. ©2012 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con personas, lugares o situaciones es pura coincidencia. Escribe al autor: hunks.piura@gmail.com, búscanos en Facebook, o deja tu comentario aquí.