sábado, 24 de abril de 2021

La hermandad de la luna 3.2

“El que va a renunciar será el sobrino de Carlos mas bien”, comenta Tito a Adán. “¿Tenías que abrirle los ojos así?”

“Si no era hoy, ¿era cuándo?”, se defiende el cuerpo de luchador.

Ambos caminan hacia uno de los campos por sembrar donde un tractor los espera para iniciar el arado.

“Además, no va a renunciar. Ya sabe la nota. No la comparte, pero ya la sabe, ¿o me vas a decir que no te ha pasado nada con ese chico?”

 “Hablas huevadas”, se pone serio Tito.

El celular de ambos varones suena en simultáneo. Se miran, lo sacan y abren la aplicación de mensajes: “A mediodía donde Yup”.

“Te dije que no iba a renunciar”, sentencia Adán y se adelanta hasta el tractor.

 


Poco antes de mediodía, los dos varones avanzan por el camino secreto hasta el sitio donde los algarrobos se hacen más tupidos. Ya están colgadas las ropas de Carlos y Frank en las salientes, así que ellos también se desnudan por completo, quedando a mano solamente con unos cascos simples de cuero con una gran lengüeta que protegerá su nuca. Siguen el camino de cemento hasta el espacio de gramita que rodea la transparente laguna frente a la que  Carlos y Frank están desnudos, arrodillados con la espalda recta, meditando en silencio. Los dos recién llegados adoptan la misma posición justo a continuación de los dos primeros.

“Estamos aquí frente a Yup, la diosa transportadora de vida”, interviene Carlos, “para que sea testiga de esta primera ceremonia de iniciación en que le presentamos a Frank, quien pide ser incorporado como guerrero”.

“Frente a Yup, prometo que ejecutaré mi primera prueba con ahínco, honor y respeto, y para ello, elijo como contrincante a… Tito”.

el aludido siente que su corazón salta de sorpresa; el acompañante al lado, lo mismo.

“Tito, ¿aceptas el reto?”, consulta Carlos.

El gladiador se toma unos segundos, segundos muy tensos. Sabe que esa elección no es adrede.

“Tito, ¿acept…?”

“Sí, acepto”.

Carlos se toma otro par de segundos, lo mismo que toma aire:

“Contrincantes: ofrézcanse a Yup”.

Tito y Frank se ponen de pie, caminan e ingresan a la laguna hasta lanzarse y sumergirse por un momento, sin que el agua logre despojarlos de su ansiedad. Al emerger y regresar a la orilla, Carlos y Adán ya tienen toallas con las que secan a cada uno de los participantes de pies a cabeza, sin dejar un espacio con resquicios de humedad, lo que significa secar también el pene, los testículos, el perineo  y en medio de las dos velludas,redondas y duras nalgas que ambos poseen. Frank y Tito solo respiran profundo, lento y conscientemente. Una vez secos, Carlos y Adán toman frascos de vaselina y los untan nuevamente de arriba abajo, al medio y entre los espacios por donde difícilmente llega la luz. Los dos que terminarán expectando el rito, toman las gorras con diseños triangulares y se las colocan en la cabeza; los otros dos, los cascos.

“No golpes, solo la fuerza de sus músculos y sus cuerpos”, advierte el capataz. “Comiencen… ¡ahora!”

Tito y Frank se miran frente a frente, se abrazan y se dan un profundo beso en la boca. De inmediato se separan y se ponen en guardia, agachándose un poco, moviendo sus antebrazos, describiendo un círculo de lucha sobre el césped. Entonces, Frank se lanza sobre Tito, quien lo recibe y lo aprisiona con sus extremidades superiores rodeando los dorsales y la espalda media; las piernas de ambos se ponen altamente tensas tratando de que uno no avance sobre el otro, los glúteos elevados a su máxima expresión debido al esfuerzo, los velludos pechos comparten la aceleración de sus latidos conforme hacen contacto, los jadeos y gruñidos compiten con los trinos de los pájaros que aparentemente se han posado a contemplar el combate. Tito adelanta un pie y mueve algo fuera del círculo imaginario a Frank, quien trata de no rendirse pero termina deslizándose apenas centímetros, por lo que torpemente gira y le da la espalda al veterano gladiador con la esperanza de ponerle una zancadilla, pero no resulta. Termina cayendo de bruces sobre el césped y Tito encima suyo inmovilizándolo con su peso y sus piernas, las que abre para atenazar las del joven retador, al mismo tiempo que comienza a mover su pubis sobre las nalgas de Frank, quien se desespera, cierra los ojos y piensa que todo está perdido, especialmente cuando siente la dureza de una erección entre sus glúteos.

“¡Me rindo!”, grita desesperado.

Tito cesa el movimiento púbico. El sudor de ambos se confunde con la piel untada en vaselina. Carlos no tiene más opción que declarar la derrota del aspirante a guerrero. Entonces, Tito clava la mirada en los ojos de Adán: quizás esté perdiendo la habilidad de presentir con exactitud.


 

En el AMW, Owen despide a sus últimos dos alumnos de la primera mitad del día y cierra con seguro la puerta de acceso. Toca otra puerta lateral que conecta a la casa de Tito. Flor abre.

“¿Terminaron?”, consulta la chica.

“Sí, terminado”, sonríe el instructor.

Flor cuadra la caja de esa media mañana, y, tras la segunda verificación, mas bien sobra dinero: cinco más.

“No registraste a alguien”, le observa ella.

“Oh, el nuevo”, Owen saca un papel del bolsillo de su short.

“OK. Ahora sí, everything’s alright”.

“You speak english, Flor?”

“Just a Little”, sonríe la chica.

“Oh, I’ve got those additional eight”, él le dice sacando otra vez un puñado de monedas de a uno y de  medio centavo.

“Your tips?”

“I guess so”, Sonríe Owen.

“Daddy said you keep your tips, don’t include them in the final amount”.

“Thank you. Your daddy and you’re very good to me, even when you still distrust”.

“It’s natural, Owen. You appeared from anywhere here in Santa Cruz”.

“And you’re wondering who I am. It’s OK. I have nothing to hide.”

“No offense to you. Those times are not safe.”

“Yeah, I know, Flor”, sonríe Owen.

“Take a bath. It’s lunch time,” invita la chica.”

 

sábado, 17 de abril de 2021

La hermandad de la luna 3.1

Tito despierta en su mitad de la cama durmiendo de lado. La tiene durísima, pero antes de nada, cree que primero debe ir al baño. Gira y extiende su brazo derecho hacia la otra mitad y no halla nada, mejor dicho a nadie. Se sienta sobre la cama, se despereza, busca sus sandalias, una toalla y se cubre la cintura. Toma su bóxer y se lo pone justo encima de su pene erecto para disimular su estado de rigidez, y sale del dormitorio. Al entrar al pasillo, nota que el baño de la casa tiene la luz encendida, así que decide avanzar hasta la sala, abrir una puerta lateral, caminar otro largo pasillo hasta la lavandería, abrir otra puerta y entrar al baño del gimnasio, que se conecta no tan secretamente con la casa. Tito prende la luz eléctrica, se quita la toalla y la cuelga junto al bóxer en la misma ducha donde la noche anterior había descubierto a Owen en pleno aseo. El gladiador redibuja con precisión el cuerpo del joven negro en su cabeza y lo proyecta al cubículo como un holograma. Entonces, se pregunta cómo habrá amanecido su flamante instructor. Como sabe que a esa hora ningún alma entra a ninguna parte del AMW, avanza desnudo hacia la puerta que conecta al salón de entrenamiento, la abre con cuidado, y lo que hay sobre las colchonetas, iluminado con el rayo de luz que se escapa del baño lo deja otra vez boquiabierto: Owen está desnudo, sentado, espalda recta, cabeza algo levantada, leve sonrisa, ojos cerrados, ambas manos casi en el suelo con las yemas de los dedos unidas, las piernas recogidas pero no cruzadas, mas bien juntando la planta de los pies, y el pene erecto luciendo un largo y grosor que superan los suyos. Tito decide regresar al baño en silencio cuando, de pronto, Owen abre los ojos.

“Buenos días”.

El gladiador se queda mudo e inmóvil. El instructor se pone de pie, se le acerca, lo abraza pegándole su falo al vientre.

“Tiempo para tomar un baño”, le dice.

El pene de Tito se pone erecto de inmediato como toda respuesta. Y, aunque siente de nuevo la paz que había experimentado la mañana anterior, cierta energía comienza a fluir por todo su cuerpo y se concentra en la zona perineal. Tito jadea y gime profundamente, y eyacula en el pene erecto y el vientre de Owen, quien da respiros cada vez más profundos y reacciona de la misma forma. Una humedad amenaza pegar ambos pubis.

“Necesitamos un duchazo”, suspira el gladiador.


 

Adán se queda sorprendido al escuchar el relato. Va con Tito camino a la finca. Ambos han preferido caminar aprovechando la fresca mañana. A su paso, es un trecho de cuarenta a cuarenta y cinco minutos.

“¿Y todo eso pasó en un par de minutos, primo?”, pregunta el cuerpo de luchador.

 “¿Un par de minutos? A mí me pareció como media hora”.

“Será un milagro si el negro no se va hoy”.

“No me vengas con tus presentimientos; además, él me abrazó”.

“No sé qué pensar, pero solo te digo algo: no te encariñes con él como pasó con edú”.

“Bah, ese venezolano de mierda era, o es, un puto de primera; si esas duchas hablaran…”

“Oye, huevón. El asunto no es que el chico sea venezolano, o éste sea jamaicano, o aparezca un extraterrestre. El punto es que no puedes emocionarte con facilidad por alguien a quien apenas conoces”.

Los dos llegan a La Luna, y cuando acaban de tocar el timbre en el portón, una camioneta se divisa a un extremo de la pista al lado del canal.

“¿Christian a esta hora de la mañana?”, se extraña Tito.

La camioneta sigue hacercándose, y cuando Carlos les abre la puertecilla, pasa de largo, les toca claxon.

“Esos reconchasumadre”, refunfuña el gladiador al notar el logotipo de Luna Dorada en una de las puertas.


 

“No sé, muchachos: a mí me parece demasiado fácil pensar que ellos están detrás de la muerte de Manolo”, opina Adán mientras toma desayuno junto a Tito, Carlos y Frank.

“¿Cómo que no? ¿Quiénes han estado detrás de estas tierras hace meses? ¿Ya no recuerdas cómo se metieron la otra vez?”, observa el gladiador.

“Tiene sentido”, interviene Carlos. “Manolo los sacó a balazos; podría ser venganza”.

“Claro”, Adán sorbe un poco de café. “La lógica dice que si Manolo los botó a balazos, luego ellos lo mandaron a matar; pero… ¿por qué una empresa como Cruz Dorada se mancharía así la reputación ordenando un asesinato?”

“Porque tienen plata”, responde Tito. “La noticia ni siquiera ha salido en medios”.

“Bueno, ahí sí hay que ser bien honestos: la señora Esmeralda ha querido manejarlo todo con hermetismo extremo”, arguye Carlos. “Recuerda que hasta restringió el número de personas que asistirían al funeral”.

“Pero es por lo que sabemos, ¿no?”, lanza Adán.

Frank los ve en silencio y mil teorías pueblan su cabeza. El cuerpo de luchador se percata de esa mirada.

“¿Aún no le cuentas?”, clava los ojos en Carlos, quien se queda mudo. Frank mira de reojo a Tito, quien prefiere observar su café. Adán no pierde detalle de ese intercambio.

“Cuéntale tú, primo, entonces”, dice el luchador, quien sonríe algo frustrado. “NO entiendo por qué tanto secreto”.

“Cuéntamelo tú”, al fin abre la boca Frank.

“¿Sabes lo que es la estirpe?”

“Sí, Adán; mi tío Carlos me lo contó”.

“¿Sabes que la estirpe es una especie de secta secreta que …?”

“¡Ya, Adán!”, interrumpe Tito. “No fuerces las cosas. ¿Ya se te olvidó tu consejo?”

Adán queda en silencio, incómodo, y sirve un poco de café. El silencio en que se ha sumido la cocina permite escuchar a los horneros darle la bienvenida al nuevo día con sus trinos en notas descendentes.

“¿Ustedes tienen sexo entre ustedes, cierto?”, suelta Frank.

Tito casi se atora, Adán atomiza el café que tiene en la boca rociándolo a la mesa, Carlos suspira como sabiendo que ya no se puede contener más el secreto.

“¿Ustedes son parte de la estirpe?”, agrega el joven.

Carlos alza su mano izquierda y toca el redondo y musculoso hombro derecho de su sobrino:

“Creo que ha llegado la hora de que lo sepas todo”.

Frank luce normal, como si la noticia no le afectara.

 

sábado, 10 de abril de 2021

La hermandad de la luna 2.6

A veinte kilómetros de ahí, en el lado sur de Collique, Christian entretiene la vista con los bailes cimbreantes de un go-gó vestido solo con un hilo dental negro y borceguíes militares mientras bebe un cuba libre. No hay mucha gente en el G4G, un club gay discreto, debido a que es mitad de semana.

“Rico culo”, dice alguien en su oreja izquierda.

Christian gira y se encuentra con un joven tan alto como él, de rostro tan agradable como el suyo, vestido en un raro traje que le recuerda a algún superhéroe y que revela un bien trabajado cuerpo como el suyo, que huele agradable como él… pero que, incluso con esa pobre luz, se nota más blanco que él.

“¡Edú!”, lo reconoce, choca las manos y le da un abrazo.

“El mismo”, le confirma el chico con un marcado acento venezolano.

“Pensé que te habías ido a la capital”.

“Mis planes no salieron como esperaba, pero seguiré intentando”.

“Y… ¿qué sabes de tu amiguito, el Tito?”

Edú sonríe y mira al go-gó:

“Debe seguirme odiando, pero no es mi culpa: yo le dije bien claro qué buscaba y él confundió gimnasia con magnesia”.

“O tubérculo con ver tu culo”.

Ambos jóvenes ríen.

“Algo así, pana”.

“Tito odia a todos los venezolanos, en realidad; pero… ¿qué puedes esperar de un tipejo inculto de aldea, que solo fue al servicio militar porque no tenía más opciones?”

“Tampoco lo batees así, chamo. Tito es buena persona; solo que confunde las cosas, eso es todo”.

“¿Y sigues solo, Edú?”

“¿Depende de para qué”.

Christian sonríe, y en cuestión de minutos ambos ingresan a un privado del club, donde se sientan, abrazan y besan con locura. Edú desabotona la camisa del abogado y comienza a chuparle ambas tetillas, lamerle por en medio de los pectorales y abdominales mientras que con la mano derecha acaricia el paquete hasta ponerlo duro; baja la bragueta y libera el pene de diecinueve centímetros, grueso, erecto y lubricado. Sin que se lo pidan, Edú lo chupa tratando de tragárselo.  Christian acaricia la espalda del chico y trata de alcanzar sus nalgas; siguen duras y levantadas. Mete su mano por la pretina del pantalón y descubre que el chico no lleva ropa interior, así que lo siguiente será estimular cuidadosamente el ano con su dedo.

“La gran puta, la mamas riquísimo”, masculla en medio de su excitación. “Arrodíllate en el mueble”.

Edú hace caso y se pone en cuatro patas. El abogado  baja el pantalón y descubre los lampiños glúteos, en medio de los que un ano deliberadamente pulsante está listo para que lo asalte con su lengua.

“Así, chamo. Cómeme bien el culo, vale”.

Christian se baja su pantalón y bóxer y coloca su glande en el esfínter ya dilatado; comienza a empujar. Edú toca el falo a punto de penetrarlo.

“Ponte condón, vale”, alcanza a pedir.

“No jodas, no tengo nada”.

“No importa, chamo; prefiero con capuchita”.

“OK”, responde Christian algo fastidiado, y se levanta el pantalón.

“No pienso moverme de aquí hasta que me la claves, pero con condón”, dice Edú quien sigue en cuatro patas, el ano latiendo deliberadamente. Christian se tranquiliza, y sin abotonarse la camisa sale del privado, camina hasta el baño de la zona VIP y busca la máquina expendedora de preservativos. Cuando está recogiendo el paquetito, algo llama su atención en el espejo: un hombre joven desnudo (solo tiene muñequeras doradas), negro, anatomía de fisicoculturista, bien dotado, lo mira con una sonrisa desafiante en el vidrio. El abogado se molesta y camina hasta donde se supone que se generó el reflejo, pero no encuentra a nadie. Sale del baño. Nadie tampoco. Va a su privado.

“¡¿Vino aquí?!”, pregunta casi fuera de sí.  “¿¡¡¿Vino aquí?!!”

Edú gime y jadea solo, con mucha intensidad, no le hace caso, las nalgas bien abiertas, el ano muy dilatado. Christian deja caer el paquete de preservativos al suelo, siente que el aire se le acaba, y se desvanece ahí mismo. Cuando despierta, una luz blanca intensa parece encandilarlo y un olor característico llega a su perfilada nariz. Cierra los ojos otra vez. Escucha un murmullo de gente. Abre sus ojos otra vez y mira hacia lo que sería abajo, aunque en realidad es adelante porque está acostado en una camilla. Un policía uniformado está dormido en una silla con el cuerpo apoyado en la pared. Christian intenta incorporarse pero siente que la cabeza va a explotarle; suspira, y el efectivo se despierta, poniéndose de pie. Se le acerca.

“¿Se siente bien?”

“Zapata… ¿dónde estoy?”

“Me reconoce… buena señal”.

El policía da media vuelta.

“¿A dónde vas?”

Zapata se detiene y gira:

“A buscar a la técnica de enfermería”.

“¿En qué hospital estoy?”

“Apoyo Collique Sur, doctor”.

“¿Quién me trajo aquí?”

Zapata toma su libreta que está en una de las mesitas plegables, revisa sus notas:

“Dos empleados de un local nocturno llamado Ge Cuatro Ge; lo hallaron desmayad…”

“Ya…”

“¿Ya recuerda algo?”

“¿Quién inventó semejante huevada?”

“Afirman que estaba en un privado con un varón, quizás veinticinco, apariencia de venezolano quien salió huyendo del lugar. ¿Le dice algo?”

“Sí… que alguien quiere dañar mi reputación”.

Zapata se acerca un poco más a la camilla:

“Ese Ge Cuatro Ge es un local para…”

“Escucha: no me interesa qué te haya dicho quien me trajo, pero ese atestado no va a decir nada de un Ge Cuatro Ge, ni Cuatro ge, ni Tres De…”

“Pero, doctor…”

“Saldrá como yo diga. ¿Entendiste, Zapata? Como yo diga”.

sábado, 3 de abril de 2021

La hermandad de la luna 2.5

La astucia de Flor hace que Tito no se dé cuenta de la evidente violación a la privacidad que se había perpetrado en la sala de su casa. La laptop hizo el resto. Solo así padre e hija pueden sentarse a cenar en paz mientras que el tío entra al gimnasio por una puerta interior para iniciar su rutina de entrenamiento.

“¿Tienes algo, hija?”, llega a preguntar Tito.

“¿Yoooo? Nooo, nada, papi”, disimula ella rezando hasta a San Judas Tadeo para que no se le ocurra abrir la computadora.

“¿Es algo sobre Frank?”

“No, papi. ¿Qué va?”

Adán, por su parte, divide los noventa minutos de la sesión esa noche entre la lista de movimientos de pecho y hombros y la estampa de Owen, quien no cesa de atender a todo el mundo con una amplia sonrisa y una figura que desafía la masculinidad más perfecta. Tras ducharse, se reúne otra vez con Flor, aprovechando que Tito sale a supervisar que el AMW funcione con normalidad.

“¿Qué averiguaste?”

“Que para sus cuarenta y siete años luce extremadamente joven”.

“¿Qué?”, frunce el ceño su tío.

Pero eso no es lo raro ahora”, agrega Flor.

“¿qué es, entonces?”

La chica respira profundo:

“Que tu sospechoso, tío, parece no tener nada sospechoso”.

El gimnasio abre de lunes a sábado a las seis de la mañana y cierra a las diez de la noche; los domingos solo atiende a pedido especial a ciertos alumnos que han pagado un sobreprecio. Es un salón enorme con dos paredes paralelas llenas de espejos, máquinas y accesorios de segunda mano cuidados con cariño, tres grandes afiches al fondo donde se lucen Tito, Adán y Manolo en una breve tanga y enseñando todo su desarrollo muscular (las fotos son de hace diez años) en unas poses que transmiten poderío, soberbia, gallardía. Un pequeño escritorio filtra la entrada y al fondo una puerta que conecta a los baños y las duchas. Ah, y también al fondo, pero en la otra esquina, que permanece  vacía, unas colchonetas. Siendo la hora del cierre, se aprovecha que los chicos que allí entrenan se van yendo para verificar que no falte ni una tuerca. Se revisa máquina por máquina, espacio por espacio, y se tiene todo ordenado en una lista de control. Justo a las diez, sin importar cuántos alumnos haya, se cierra la puerta de la calle por pura precaución, y apenas salga el último, lo que suele ocurrir a eso de las diez y veinte o diez y media, se cuadra caja; ésa es tarea o de Tito, o de Adán, y cuando ambos no pueden, por Flor de manera excepcional. Owen está pasando la prueba esa primera noche ante la auditoría del gladiador.

“Completo”, afirma tras verificar las cuentas por segunda vez.

“Oh, y haber un extra”, Owen saca algo de quince o veinte adicionales en puras monedas de uno y de medio centavo.

Tito se sorprende: “¿Y eso?”

“Propinas”, sonríe Owen.

Tito también sonríe: “Guárdalas, son tuyas”.

“Oh, gracias”.

“Vamos a acomodar dónde vas a dormir”.

“Yo hacer mi cama allá”, apunta Owen con su índice izquierdo a la esquina de las colchonetas.

“¿Seguro?”, se extraña el gladiador.

El flamante instructor asiente con la cabeza.

Tito reingresa a su casa y encuentra a Adán viendo televisión acostado en el sofá de la sala; la mochila de Owen está en la mesa de centro.

“Sí, es confiable”, le dice a su primo.

Tito sonríe y entra a su cuarto. Cuando regresa a la sala del gimnasio llevando la mochila y una gruesa colcha, el nuevo instructor ya ha acomodado las colchonetas como una cama de campaña.

“Gracias”, dice Owen sin dejar de sonreír.

“Disculpa que no haya sitio en casa”.

“Yo entender: tú proteger tu hija; además, yo sentir bien aquí”.

Tito sonríe:

“Gracias. Tu consejo me ayudó mucho”.

“Cuando tú querer, conversar conmigo. Yo escuchar, ayudar por una solución”.

Owen se quita la camiseta y otra vez descubre su torso bien labrado; tiende la colcha, se descalza las zapatillas y los calcetines.

“¿Dónde te has depilado así? No tienes un solo vello”

“No entender”.

Tito extiende su mano y  la pasea entre los pectorales, los abdominales y las axilas del muchacho.

“No tienes vello”.

“Oh, no pelo”, Owen sonríe. “Genética”, muestra sus blancos dientes.

Tito se pregunta si parte de esa genética incluye el hecho que con cuarenta y tantos años, la piel siga tan lozana como a los cinco o seis. El dato descubierto por Flor y contado por Adán lo tiene algo confundido. Por ahora, solo sonríe. Camina hasta los interruptores de la luz eléctrica y deja el salón a oscuras; al darse vuelta, se da cuenta que las luces del baño continúan encendidas, pero su huésped parece no estar donde lo dejó menos de un minuto antes. Cuando ingresa a la pequeña pieza iluminada, escucha que una de las duchas está abierta. Avanza un poco. Se queda helado: Owen está desnudo: el agua forma una película brillante que convierte ese cuerpo de ébano en algo así como una escultura barnizada detalladamente pulida, que, al darse cuenta de que lo miran, sonríe con afabilidad. Y quien lo mira se ha quedado congelado y sin poder cerrar su boca.

“Y tenías que ver su pingaza y sus huevos”, le cuenta a Adán, ya acostado en su cama.

“¿Más grandes que los míos o como los míos?”

“eran grandes, primo”.

“Bueno, él es grande, ¿no?”

Adán se acuesta. Ambos primos están totalmente desnudos compartiendo la misma cama.

“Hablando de grande”, agrega, y gira para abrazar a Tito y darle un beso en la boca, que es correspondido a plenitud. Ambos varones van juntando más los cuerpos hasta que esa comunión les excite. Tito gira hasta ponerse encima de Adán y le besa el cuello, lo que inicia un cuesta abajo hasta chuparle el pene., mientras que el otro hombre, sin moverse de su posición, recibe en su boca el pene y las bolas del primero. Ha comenzado un largo sesenta y nueve que intercala fellatios y besos negros hasta que cada cual dispara su semen en la boca del otro. Ya relajados, se cobijan y se preparan a pasar la noche.

“Gracias por la ración de proteína y testosterona”, sonríe Tito.

“Gracias a ti por la tuya”, responde Adán.


 

En La Luna, mientras tanto, concluye la segunda ronda nocturna, esta vez con Frank recorriendo toda la propiedad.

“Todo en orden”, comunica el chico a Carlos, quien  prefiere no comentar el incidente de unas horas antes, lo que no quiere decir que lo haya olvidado. La pregunta es: ¿por qué no quedó registrado en la cámara?

“El portón está bien asegurado, tío”.

“Correcto”, da conformidad Carlos.

Tras cerrar la caseta de vigilancia, activar la alarma y sellarlo todo, entra al dormitorio. Mientras se desnuda, trata de encontrar una explicación –la luz celeste—y no la encuentra. Al meterse bajo la cobija y ponerse de lado, siente una humedad y algo duro a la altura de sus nalgas. No protesta. Se acomoda mejor. Carlos prefiere dormirse pensando que su sobrino también tiene un buen pene.