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martes, 17 de enero de 2023

el misterio de Olorun (1)


“Lo que sucede allá en san Vicente de Piedra Rodada, Sullana, es real”, advierte el Reverendo Dwight Foster.

“La gente allá está enfrentando una manifestación sobrenatural”, indica el representante de la Iglesia de Cristo Kyrios (ICK) en Kingston, Jamaica.

Foster explica que es una religión, por su carácter sobrenatural, que propone la creencia en un solo Dios, que es el mismo de las tres grandes religiones monoteístas del mundo (Cristianismo, Judaísmo e Islamismo), pero que aporta una raíz marcadamente africana a la teología e historia de cada una de ellas.

Dicho en sencillo: las grandes figuras de la Redención humana y su descendencia directa tuvo rasgos étnicos negros, y se distribuyó por el mundo a través de una diáspora forzada durante la gran trata de personas (tráfico humano) autorizada por las grandes potencias de la Edad Moderna, que se tiene registro.

Aunque su centro principal queda en Perú, se practica en Colombia y en Jamaica.

Hay testimonios de Varias personas que transitaron a lo largo del canal Daniel escobar, entre san Vicente de Piedra Rodada y los dos pueblos de Chalacalá, en Sullana.

Estos lugareños, porque los atacados son varones, contaron  que, en ciertas noches de luna llena, una sombra con forma de un afrodescendiente fornido, y vistiendo sólo un grillete al cuello, les atacaba y les arrojaba a la corriente de agua.

Si ellos quieren acusar a alguien, podría ser a Olorum  Sádua, un esclavo que condujo una rebelión en el centro-sur peruano, durante el siglo XVII, que llegó a poner en jaque a la población de Lima, pero que la historia oficial no registra.

Sí, no leíste mal: el presunto responsable de estos incidentes es una persona que tiene… siglos de vida.

 


Rebeliones silenciadas

Desde el siglo XVI, miles de hombres y mujeres del África habían sido capturados cual animales y transportados en condiciones infrahumanas hasta las colonias americanas, desde el actual Estados Unidos hasta el cono sur de Sudamérica.

Lo que la Historia no cuenta es que hubo varias rebeliones por la manera cómo los patrones españoles, ingleses y portugueses les trataban. En el caso del Perú, la rebelión de Olorum parece haberse impuesto en la plantación Regis, al sur de Lima, para luego liberar a sus hermanos y hermanas y emprenderla contra la capital del Virreinato del Perú.

“Los petrificados habitantes pidieron la intervención del Virrey”, relatan, y como respuesta, él envió al ejército que diezmó a los rebeldes.

“Olorum y sus guerreros más valientes escaparon” hacia el norte peruano. “En su ruta alcanzaron Chalacalá, también Yapatera (Morropón) y simbilá (Piura), con el mismo propósito: combatir la opresión y liberar a su gente”, cuenta Foster.

“Olorum tuvo un particular interés en Chalacalá, porque en los días cuando esclavo, fue alquilado por su antiguo amo… durante un periodo”, nos explica.

La estancia fue pródiga en maltratos y torturas, por lo que les prometió que volvería  “para vengar esos crímenes”.

 


El
Orisha
Los antiguos esclavos llegaron a contar que Olorum tenía la habilidad de aparecer y desaparecer a voluntad en diferentes lugares. Eso, aunado a su valentía, éxito, poder sobrenatural  y su fuerte apariencia muscular, fue suficiente para ser calificado como un Orisha.

En la teología africana, un Orisha es la emanación de un Vodum, que, a su vez, es la emanación del mismo Dios. Ellos creen en la existencia de dos Vodunes y siete Orishas.

Varios testigos de la aparición destacaron su contextura física porque no es común, no sólo en el campo, sino en todo Piura… a menos que un fisicoculturista temerario, y conocedor del relato, quisiera hacer uso de un retorcido sentido del humor.

Hablando en estricto sentido criminológico, sería sencillo, con esa descripción física, considerar a una decena de sospechosos, que, dicho sea de paso, no registra antecedentes policiales. Para ICK, este dato es evidencia de que se trata de Un Orisha.

A pesar de la masa muscular, en todos los lugares de los incidentes, sólo quedó marcado un par de huellas: las de la víctima.

Por otro lado, maniobrar con un grillete al cuello es complicado por el peso. Este accesorio tampoco es casual, según la ICK.

“Él usaba un grillete. Durante una ceremonia Vodum, solía romperlo con sus propias manos”, explican. “Cada año, el grillete de hierro era reemplazado por uno nuevo, y Olorum  repetía la acción ritual  ante los sorprendidos ojos de sus compañeros, como una forma de mostrar  su poder para conseguir la libertad”. 

miércoles, 24 de agosto de 2022

El precio de Leandro 2.2: La carpeta de desnudos


Mientras tanto, en casa del muchacho, Adela, su madre, está sentada frente a la computadora de escritorio, uno de los pocos nuevos bienes que ha podido adquirir gracias a las propinas que Leandro ha ido consiguiendo semana a semana. Lo tuvo cuando apenas había cumplido los veinte años, y casi lista para graduarse como secretaria ejecutiva. Su primer y único embarazo no solo lo truncó todo, sino que la dejó crónicamente débil. De hecho, nunca se explicó cómo trajo al mundo a un niño prácticamente inmune, que no se metía en problemas, pero que vivía y moría por el fútbol, mientras ella sacaba fuerzas de donde no tenía porque voluntad sí le sobraba.

“La medición en el grupo de estudio… no dio los resultados supuestos durante la fase de hipótesis. Punto y coma. Al contrario, coma… nos abrieron nuevas preguntas referidas al comportamiento… de consumidores… que detallaremos en el capítulo tres. Punto aparte”.

A su lado está Cintia, quien tras trabajar en la casa de novios, vino tan rápido como pudo para acompañarla.

“No quiero que mi vieja se quede sola tanto tiempo”, le había pedido Leandro.

“¿Y a dónde vas?”, le inquirió ella casi en son de reclamo.

“Tranquila”, se excusó él. “Todo saldrá bien”.

Habían pasado casi cuatro horas desde ese momento.

 


Adela voltea la mirada hacia Cintia y le sonríe:

“¿Te cansaste, hijita?”

“No”, reacciona la chica. “Me distraje. Perdone”.

“Leandro, ¿no?”

Cintia traga saliva., mientras afuera de la casa se oye que un auto se estaciona.

“Bueno,ya habló con él, ya está en camino”.

“Un montón dejas que ese chico abuse de tu confianza”, asevera Adela con mucho cariño.

Cintia se prepara a mentir negándolo todo, cuando la puerta se abre: es Leandro… y un desconocido cargando bolsas llenas de alimentos. Adela y Cintia, como no podía ser de otra manera, se quedan intrigadas.

“Es mi amigo Rico”, explica el futbolista tras dar las buenas noches.

El recién llegado saluda con una caballerosidad que Adela se queda casi avergonzada. ¿Cómo un chico de esa estampa puede pasar a una casa que no es, precisamente, una joya arquitectónica? Si bien hay un juego de muebles decente, una televisión decente, un juego de comedor decente, la sala apenas si tiene cinco por cinco, con las paredes algo despintadas, sin lindos cuadros y una vieja cortina evitando ver el pasadizo que nace del otro extremo. Ahora le intriga las bolsas blancas con el logo rojo de un supermercado.

“Déjalos aquí en la mesa, por favor Rico”, pide Leandro. “Luego los llevo a la cocina y los organizo.

Cintia se reprime las ganas de saber dónde había estado su amigo esas casi cuatro horas. No luce cansado. Hasta podría jurar que luce un ánimo renovado; nada que ver con alguien que ese domingo ha jugado noventa minutos en una cancha, modelado casi cuarenta minutos, y desaparecido aproximadamente cuatro horas.

“Es hora de que Leíto te acompañe a tu casa”.

Cintia despierta como si una bolsa de plástico llena de aire le hubiese estallado en el rostro.

“Hijito, para que acompañes a Cintita”, pide Adela.

Leandro accede, deja la mesa y llega hasta donde la chica.

“¿Vamos?”, invita él.

“Pero, ¿tu mami?”, le susurra ella.

“Ah, se queda con Rico”, dice el muchacho bien suelto de huesos.

Tras despedirse efusivamente de Adela y secamente del nuevo amigo de Leandro, ella y el futbolista caminan las tres cuadras que hay hasta su casa.

“¿Estás loco o qué, Leandro? ¿Cómo se te ocurre dejar a ese chico con tu mamá? ¿No has leído las noti…?”

“De que asaltan, matan o violan, Cintia? ¿Esas noticias?”

“Leo, ni siquiera sabes de dónde es”.

“Si quiere plata, él me ha visto con plata; tenía todo el trayecto desde el supermercado hasta la casa para desviar el carro y llevarme quién sabe por dónde”, justifica el mancebo. “Igual, si me hubiese querido matar…”

“Ay, Leo, no sé si eres o te haces el tontito”.

“Me hago… así la gente cae más rápido”, ríe Leandro.

“Y… ¿dónde estuviste toda la tarde?”, al fin se anima a interrogar Cintia.

“Bueno”, carraspea Leandro. “El cliente de la señora Ibarburu trabaja para la Corporación Echenique y… quería hablar conmigo sobre el San Lázaro… unas… colaboraciones”.

“¿Corporación Echenique? Esa es una de las familias más ricas del país”, recuerda ella. “Oye, ¿y desde cuándo tú negocias auspicios para tu equipo de fútbol?”

“Tengo la caja de ahorros del equipo, ¿recuerdas?”

Cintia levanta las cejas:

“Ay, una cosa es que manejes un pandero, y otra es que veas auspicios”.

Cuando Leandro regresa a su casa, respira aliviado: Adela sigue sentada frente a su computadora de escritorio y a su lado derecho está Rico dictándole el documento que estaba mecanografiando, con una dicción digna de locutor comercial; incluso, sin acento. Paranoias de mujer, pensó para sí.

“¿Cómo va ese texto?”, pregunta mientras deja la llave en un clavito al costado de la puerta, y la cierra porque ya comenzó a correr un poco de frío.

“Justo hemos terminado el capítulo dos y estoy diciéndole a Rico que venga mañana para avanzar el tres”, sonríe Adela.

“Gracias”, sonríe también Rico, olvidándose de su más menos logrado español neutro.

Adela se levanta, cansada:

“Me voy a dormir”, le dice a Leandro. “Estás en tu casa”, se expresa afable mirando a Rico.

Diez minutos después, el visitante se acomoda sobre el sofá algo irregular cuando el anfitrión regresa con dos grandes carpetas de cuero: una negra y una roja. Sonríe ante la mirada curiosa de Rico, y le entrega la primera. El taxista la abre y se queda sorprendido:

Recortes publicitarios”, verifica.

“Avanza”, le pide Leandro, sin dejar de sonreír.

Rico obedece y, de pronto, su rostro se ilumina, mira al de Leandro.

“¿Cómo la obtuviste?”, le pregunta algo emocionado.

“Te dije que tenía el recorte, que no lo había bajado de Internet”.

En la carpeta aparece el aviso a toda página de un instituto tecnológico de computación. En una de las fotos, Rico aparece tecleando una computadora, y en otra, alguien que, a su vez, le es conocido a él.

“Darío”, suspira.

“¿Qué Darío?”, Leandro abre sus ojazos caramelo.

Rico reacciona, sonríe de oreja a oreja.

“Nadie. Es este chico”, le señala a un modelo en la foto principal del anuncio, que aparece con una modelo de pie y revisando una pantalla. Su rostro es dulcemente masculino, cabello algo ensortijado, evidente contextura atlética.

“¿Darío Echenique?”, ahora verifica Leandro.

“Sí, él”, se ruboriza Rico.

“¿Lo conoces acaso?”

“Bueno, digamos que sí”.

“Es el modelo más importante del país”, asevera el futbolista.

“¿Te gusta el modelaje, cierto?”

“Bueno, me permite tener dinero extra al fútbol”.

“Es una carrera linda, pero hay que tener vocación”.

“¿Por qué no modelaste más?”

“Problemas”, se comienza a apagar Rico mientras pasa el resto de páginas que Leandro ha archivado. “Tú sabes que un extranjero como yo ahora ya no es bien visto para tener un trabajo formal”.

Finaliza la carpeta negra.

“¿Qué hay en la roja?”, curiosea el visitante.

“Mírala”, invita Leandro.

Rico lo hace.

“Las fotos de época Semanal… bueno, toda la sesión, parece”.

“Sí, están todas”, confirma Leandro.

En las primeras páginas el modelo luce un traje formal, tipo ejecutivo; las siguientes son más casuales. Luego vendrán las más deportivas, poniendo el acento en el fútbol. Y al final…

“Wow, qué buenos desnudos”.

… Al final, Rico encuentra las fotos de la ducha.

“La ventaja es que el fútbol te saca buen culo y piernas”, ensaya una explicación técnica, el visitante. “El resto es solo marcar”.

“Hago trabajo de gimnasio tres veces por semana”, explica Leandro.

En las últimas páginas, los desnudos se vuelven frontales. Rico bota aire.

“Te atreviste también. ¿Quién te hizo la sesión?”

“Ricky Navarro”, responde Leandro.

“Ah, sí lo conozco. También posé para él alguna vez”.

“Lo bueno que has sido modelo también, porque otras personas, si ven esos desnudos, o me tachan de inmoral, o ya estarían queriéndome agarrar la pinga o el culo”, ríe Leandro. “A mi vieja no le gustan”.

“Yo también he posado desnudo”, sonríe Rico, tomando su celular, moviendo algo en pantalla y ofreciéndocelo a su anfitrión. Efectivamente, el muchacho aparece en medio de un bosque donde progresivamente se va quedando sin ropa, hasta que Leandro se sorprende:

“Aquí estás con la…”

“¿La verga al palo?”, baja la voz Rico.

“No me digas que te las hizoRicky también”, sonríe Leandro.

“Ricky sí me pidió posar al palo, pero algo no me animaba. ¿Tú le posaste así, erecto?”

“Tampoco… Entonces, ¿quién te hizo estas fotos?”

“Roberth Peña”.

Leandro se queda de una pieza.

Hablas de Ro… Roberth Peña, el fotógrafo más importante del país?”

Rico sonríe:

“Sí, él. ¿Por qué?”

Leandro no puede cerrar la boca de la impresión. Sobre el sofá de su sala, su cuerpo desnudo en las fotos invitan a algo más que una simple apreciación de estilo renacentista. Invitan a algo… más íntimo.