sábado, 4 de septiembre de 2021

La hermandad de la luna 6.2

En La Luna, el almuerzo entre seis caballeros y una dama es una de las veladas más animadas que se hayan celebrado dentro de su comedor: cebiche de caballa como entrada, cabrito de plato fuerte con camote o arroz como guarniciones, clarito de jora y chicha morada. Anécdotas, risas, bromas, planes, un homenaje a quien en vida fuera el patrón de la finca, Manolo Rodríguez… ¡y salud! Cuando puede, César mira detenidamente a Owen, y luego a Flor. El muchacho bajo análisis parece no advertirlo.

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Sin que los comensales se den cuenta, la camioneta que pertenecía a Manolo pasa rauda por la carretera junto al canal. No se detiene porque sigue de largo hasta Santa Cruz; llega hasta la casa de Tito. Christian baja y toca primero la puerta del gimnasio. Nadie responde. Camina toda la pared, da vuelta hacia la fachada. Lo mismo: ninguna respuesta. La vecina de Tito sale.

“No están, joven”.

“¿Todos?”

“Sí, se fueron pa’ la finca”.

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Al finalizar el almuerzo, Carlos y Adán se ofrecen para lavar toda la vajilla mientras Flor, Franky César deciden aprovechar el poco sol existente para nadar un poco en la piscina.

“La vaina es que no traje ropa de baño”, aclara César.

“¿Qué mierda? Nosotros tampoco”, sonríe Frank.

Al mismo tiempo, Tito aprovecha para dar una vuelta al interior de la finca con Owen bajo el pretexto de mostrársela.

“Explícame ese asunto de Collique”.

“¿De quién tu sospechar sobre el asesinato de Monolo?

“La verdad no sé qué pensar. Lo lógico es pensar que fue Cruz Dorada, pero hay algo que me intriga más”.

“¿Intrigarte?”

“Sí, Owen. ¿Quién eres tú realmente?”

El muchacho sonríe, pone su recio antebrazo en el redondo hombro derecho de su amigo:

Tú desconfiar de mí?”

“No sé en quién creer, Owen”, responde Tito con mucha afabilidad.

Ambos continúan caminando.

En ese momento, un claxon suena en el portón de la finca; luego el timbre. En la cocina, Carlos mira sorprendido a un Adán que, como nunca, luce muy nervioso.

“Iré a la piscina para prevenir a los chicos”, reacciona el cuerpo de luchador.

Carlos avanza hasta el portón, abre una rejilla.

“Soy yo”, dice Christian aún afuera.

El capataz abre. El vehículo se estaciona en la entrada principal, y el abogado baja y da la mano a Carlos:

“¿Y cómo están tus invitados?”, saluda viendo la motocicleta de Frank, aparcada justo al lado.

El capataz no sabe qué responder.

Christian camina y casi irrumpe en la sala, pero no encuentra a nadie; abre la mampara de vidrio y pasa al jardín posterior donde está la piscina. No hay nadie. Carlos va tras el abogado.

“Solo fue un almuerzo en memoria de Manolo”, trata de informar.

“¿Y no me invitaron?”, pregunta Christian con cierta ironía.

“Perdona, pero…”

“Soy parte de La Luna, Carlos, y de las dos La Luna. Tú lo sabes mejor que yo. ¿Por qué me excluyeron?”

Carlos suspira fuerte:

“Siempre te hemos invitado a las celebraciones y las reuniones de la finca, Christian; y siempre te has excusado”.

El joven carraspea ante la fuerza del argumento:

“Pero… eran… cosas irrelevantes. Ésta no lo es: es la muerte de Manolo, quien también fue mi patrón”.

“Discúlpanos, entonces, por excluirte; habrán otros homenaj…”

“Sí, todos los que quieran, pero ya no aquí, Carlos. Ahora yo soy el responsable legal de esta propiedad, y estas decisiones deben consultarlas conmigo por un mínimo de respeto”.

“¿Perdona?”

Christian vuelve a carraspear:

“Imagina que hubiese sido la señora Elga en vez de yo. ¿Qué le hubieses dicho? Recuerda que yo renuncié a La Estirpe, no a La Luna. ¿OK?”.

Christian regresa a la sala y luego a al patio delantero, y de ahí a la camioneta; Carlos siempre tras él. Entre los tupidos arbustos y los árboles de tamarindo, Flor, Frank y César tiemblan totalmente desnudos más de miedo que de frío; Adán comparte el escondite junto a ellos.

“Eso estuvo realmente cerca”, suelta los labios el cuerpo de luchador.

“¿Qué pasa ahí?”, les grita alguien desde atrás.

Los cuatro ahora no solo sienten miedo sino vergüenza.

“Papi”, musita Flor.

          

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