sábado, 28 de agosto de 2021

La hermandad de la luna 6.1

En la caseta de vigilancia  de La Luna, César abre su laptop y la prende. Carlos jala una silla y trata de ponerse cómodo.

“¿Es el fantasma de Manolo, cierto?”, pregunta con inquietud.

César lo mira y prefiere no responder. Carga el escritorio en pantalla y busca un procesador de imágenes fijas; lo abre. Luego saca una memoria USB que lleva en el bolsillo de un calentador manga larga que hace poco o nada por disimular sus musculosas piernas. Busca un archivo y lo abre. Casi a toda pantalla aparece la silueta blanca masculina de complexión atlética que parece tener un alto grado de perfección en términos de simetría y estética.

“Mira, Carlos: vamos fijando algunos detallitos técnicos que deberías saber. Toda cámara de televisión te da una imagen de cualquier cosa en tanto esa cosa pueda generar luz o reflejar luz. De hecho, todo lo que podemos ver en la Naturaleza son reflejos de diferentes longitudes de onda, o sea, energía lumínica que tiene diferentes medidas. ¿Me sigues?”

“Más o menos”, dice un anonadado capataz.

“Mira, el hecho es que si genera luz o rebota luz, entonces la cámara lo registra, como puedes ver en tu monitor”.

César muestra a Carlos las imágenes que generan las cámaras en diferentes ubicaciones de la finca.

“De noche lo que hace el sistema de las cámaras es leer un tipo de longitud de onda o energía lumínica muy débil que nuestro ojo no está en capacidad de ver. Por eso todo aparece en tonos de verde, y cuando ustedes prenden la linterna…”

César abre otro archivo de imagen en el procesador, donde aparece uno de los muchachos iluminando por donde camina.

“… Se ve ese color blanco compacto”.

“¿Qué tratas de decir?”

“Que la silueta produjo tanta luz que terminó creando esa imagen blanca”.

“Pero Flor y yo la vimos aparecer y desaparecer”.

“eso no lo puedo explicar. Solo te digo que lo que haya provocado esa imagen generó tanta luz que debió verse a simple vista, y aparentemente era un cuerpo muy compacto porque creó esa forma bien definida”.

César toma la imagen bajo análisis y comienza a aplicarle varios filtros.

“¿Qué haces ahora?”, curiosea Carlos.

“Trataré de que el aplicativo genere condiciones de luz normal a ver qué sale”.

Flor llega a la caseta y saluda a los dos varones.

“¿Tienes algo, Chechi?”

“En eso estoy”, le sonríe a la chica el trigueño fisicoculturista.

Los filtros modifican la imagen a condiciones de luz de día y la mancha blanca sigue siendo blanca.

“¿Ves?”, extiende su palma Carlos. “Es el fantasma de Manolo”.

El timbre de la caseta suena y César parece no estar convencido con la teoría del capataz, quien sale a atender al darse cuenta por el sistema de circuito cerrado que se trata de dos chicos en una motocicleta, uno de ellos, un empleado de la finca. ¿Y quién será ese otro? Entretanto, César intenta crear las condiciones de luz de noche pero usando los patrones del espectro visible por el ojo humano. El fisicoculturista y Flor se miran perplejos al ver el resultado.

“¿Owen?”, preguntan en coro.

Precisamente, él y Frank acaban de llegar montados en la motocicleta. El más joven lo presenta.

“Mucho gusto”, Carlos se desborda en amabilidad al quedar impresionado por la estampa del visitante. “Espero que te guste el campo”.

“De nada, yo creer que sí”, replica Owen con su español masticado.

Frank lo lleva hasta la entrada de la casa grande, y ambos desmontan. Tito les da la bienvenida en la puerta. Owen choca la mano pero Carlos llega presuroso para hacerle conocer la principal construcción de la finca.

“¿Qué tal el viaje?”, consulta el luchador.

“Ya me estaba incomodando su huevo en mi culo”, le murmura Frank.

“Culo chico no tienes”, ríe Tito haciéndole una seña con los ojos.

El muchacho prefiere sonreír protocolarmente ante la broma.

“Voy a ver a Adán”.

“¿Ya despertó?”

“Estaba bañándose”.

Frank regresa a su motocicleta y se va de la finca.

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A esa hora, en el departamento que perteneció a Manolo, Christian está sobre la cama del cuarto de visitas, solo vestido en camiseta y calcetines y en estricta posición mahometana, arrodillado y sosteniendo el resto de su cuerpo sobre sus antebrazos.

“No debiste bañarte”, le observa García.

“Igual me limpiaron en el hospital”, refunfuña el otro muchacho.

“De acuerdo, pero recuerda que no soy médico legista.

García se pone guantes de látex y examina las nalgas de Christian, separándolas un poco para ver el ano.

“Lo creas o no, sin contar que ya perdiste los pliegues hace rato, parece conservar su forma de toda la vida”.

“¿Ni siquiera está irritado?”

“No; es como si ambos hubiesen lubricado tanto y el músculo fuera tan elástico que no ha dejado señas. ¿Te dolió cuando te la metió el negro?”

“Ya ni recuerdo. Ya te dije que sufrí una alucinación y luego no recuerdo bien las cosas”.

“Saliste calato preguntando por el negro por todo el G4G”.

“¿Hice eso?”

“Luego Édgar te encontró desmayado en el vestidor, con las piernas manchadas de rojo, te

llevamos al hospital, y luego te rehusaste a que se haga el atestado”.

Christian se incorpora y baja de la cama:

“¿Para salir luego en la prensa amarilla siendo escarnio de todo el sin-lustre Colegio de Abogados y la comunidad LGTBIQRSTU y todo el abecedario? No me jodas, Juancho. Ah, y ese escort no se llama Édgar sino Adán”.

“Como sea, cacha rico”.

Christian se pone su bóxer y su jean.

“Entonces, si no hay seña, no hay caso”.

“Pero mucha gente nos vio, te vio”.

“Dije que no hay caso, doctor García”, espeta Christian, muy serio. “Y espero que no te la des de justiciero ni muevas nada, ¿me entendiste?”

Juan traga saliva.

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