Cuando Carlos está regresando al despacho, Frank sale del
mismo.
“¿Firmaste?”
“Claro que sí, tío. ¿Tanto te hice buscar la chamba pa’
quedarte mal?”
Carlos respira con cierto alivio.
“Mas bien”, continúa su sobrino, “medio loco el señor
Manolo”.
Carlos carraspea un poco:
“Bueno, sí, a veces nos gasta cada broma pesada. Mas bien,
discúlpalo”.
“Así son todos los militares, tío. A mí no me llama la
atención”.
“Pensé que iba a obligarte a quedarte calato frente a
nosotros”.
Frank se toma varios segundos.
“¿Sabes qué, tío? Si era por tener la chamba, sí lo hubiese
hecho. Como que no hay mucho para elegir ahora porque en todos lados están los
venezolanos”.
“¿en serio lo hubieses hecho?”
“Sí; además son solo tres meses, ¿no? Tengo hasta fines de
setiembre para encontrar otra chamba, o si no, me voy de Collique”.
“Pensé que ibas a quedarte hasta marzo, cuando acabe la
temporada de mangos”.
“También pensé lo mismo, tío, pero no sé aún”.
Carlos sonríe y despide a su sobrino con un apretón de
manos, lo ve montarse en su motocicleta e irse por el camino asfaltado al lado
del canal Taymi. El esbelto y espigado Adán, Orejón para los amigos, ojos
verdes y cabello castaño bien crespo, ha estado viendo la escena.
“Seguro que él es quien te dijo Oj?”
Carlos sonríe:
“Tú lo viste hablar igual que yo, igual que todos; tú viste
que esa noche dejó de ser amarillo y cambió a verde, y tú viste que cuando le
preguntamos por Christian se puso azul. Tú viste”.
“Sí, yo vi”, sentencia Adán. “Pero también vi el cielo
nublarse cuando Oj se puso verde, y
no sabemos si eso es una buena señal”.
“Frank es parte de la estirpe”, replica Carlos.
“Tú eres parte de la estirpe”, interrumpe Adán. “No me queda
claro si tu sobrino lo es… no aún”.
Por su parte, todavía dentro de la casa grande, Christian
toca la puerta del dormitorio de Manolo, el más grande del segundo piso.
Espera. Cuando al fin la abren, el dueño de toda la propiedad está desnudo y
acabado de bañar, se le acerca y lo abraza, besándolo profundamente en la boca.
“Quién como tú que ya estás fresco”, le dice el recién
llegado.
Manolo le sonríe y piensa que Christian, su joven abogado,
se ve más sensual sin sus anteojos, que mas bien le dan un aire intelectual.
“Date un duchazo”.
“¿Llegó Tito?”
“Averígualo tú mismo”, incita Manolo.
Christian va a un extremo del dormitorio, resopla, y
comienza a desabrochahrse la camisa, quitarse los zapatos, los calcetines,
sacarse el apretado jean de tela delgada, su microbóxer, y revelar una anatomía
que bien pudo inspirar al David de Bounarotti, con ccada músculo firme y puesto
donde debe estar, incluso ése que ahora se luce en su mínima expresión sobre
sus grandes testículos y bajo sus pendejos recortados, que destacan en medio de
toda su anatomía lampiña. El muchacho desnudo entra al baño, y tras el vidrio
que protege la ducha mira a Tito refrescándose. Ese otro hombre, desnudo, luce
como un gladiador medio vikingo, apariencia de fisicoculturista, vellos por
todas partes, enorme paquete. Tito termina de ducharse, se pasa las enormes
manos para sacarse las gotas de agua que tapizan su cuerpo, y abre el vidrio de
la ducha:
“Te toca, doctor”.
Christian avanza y cuando va a entrar a la ducha, siente que
Tito le da una cariñosa nalgada.
“Durito tu culo, como siempre”.
Christian, entrando a sus treinta, espera que cuando esté a
mitad de los cuarenta, como Tito, siga conservando cada músculo firme en su
lugar.
Cuando sale de darse el duchazo, encuentra a Manolo acostado
desnudo sobre Tito, quien usa sus piernas abiertas para meter alguno de sus
talones entre la raja de las nalgas, en tanto el dueño de casa acomoda su pene
ya erecto intentando conquistar el velludo ano de su compañero, subordinado y
amigo. Mientras se abrazan, se dan un beso a todo lo que pueden sus bocas
abiertas.
“Ustedes sí que no saben esperar, ¿no?”, sonríe el abogado.
Manolo y Tito se separan sonrientes, y revelan sus largos,
gruesos y lubricados falos. El de Christian también comienza a erectarse en
tanto avanza hasta el lecho y busca un espacio. Se abraza a Tito y lo besa en
la boca mientras Manolo le cubre la espalda. Bueno, en realidad, mientras
Manolo le soba su pene duro en esas redondas y firmes corvas. De inmediato
Christian gira para darle a Tito el turno del rol que ocupaba a Manolo, quien
lo ubica bajo su cuerpo y comienza a besarle el cuello, para irlo recorriendo
con sus labios a lo largo del torso hasta llegar al miembro viril, el que lame,
emboca y succiona con mucho cuidado y esmero.
“Qué rico se siente”, suspira Christian.
“¿Y crees que tu boca va a estar ociosa?”, interviene Tito.
“¿Qué tienes para mí?”, seduce el abogado.
Tito se incorpora y
como puede se pone de cuclillas sobre la cara de Christian.
“A ver, muéstrame el poder de tu lengua”, invita el peón.
El chico no defrauda. Sopea el ano de Tito y poco a poco
lleva esa lengua por el perineo hasta llegar a las bolas del gladiador. No le
jode el hecho de que con cada embocada, quizás arranque vellos que se quedan
sobre sus papilas. Finalmente, chupa la cabeza del pene semierecto. Para ese
momento, Manolo levanta las piernas a Christian y luego de agasajarle los testículos,
mete la lengua en el recto, para luego arrodillarse.
“¿Como en las ceremonias a Nii?”, consulta.
“Igualito”, suspira Tito.
Manolo se chaquetea el pene para ponerlo más duro y asegurar
lubricación, lo coloca a la entrada del esfínter y comienza a empujar poco a
poco, dando tiempo para que ese delicado músculo vaya acostumbrándose. Con
paciencia, los dieciocho centímetros rectos logran entrar en esa caliente
oquedad. Tito, por su parte, se inclina hasta el pene de Christian de tal
manera que ambos hagan un sesenta y nueve. El bombeo de Manolo continúa hasta
que Tito decide terminar la fellatio
de manera unilateral.
“Me toca a mí”, pide.
Con sumo cuidado, Manolo saca su pene y se sienta sobre el
de Christian, lo pone en su propio ano y comienza a meterse diecinueve
centímetros de masculinidad; mientras tanto, Tito mete sus veinte centímetros
en el ano del abogado. Las cosas continúan así hasta que el más joven siente
llegar el orgasmo.
“Las voy a dar”, y dispara su semen dentro del recto de
Manolo, contrayendo involuntariamente su hueco y forzando a que Tito le saque
su miembro. El dueño de casa se adelanta hasta la cara del primer satisfecho y
le mete su pene a la boca.
“Sácame la leche”, le ordena.
Mientras tanto, Tito se arrodilla sobre el vientre de
Christian y conecta su verga aún dura al culo de Manolo, quien demora en
venirse, pero termina haciéndolo.
“Tómate mi leche”, le dice a Christian.
La contracción del recto termina provocando que Tito dispare
la suya dentro de Manolo.
“Lo máximo”, califica el peón.
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