sábado, 10 de abril de 2021

La hermandad de la luna 2.6

A veinte kilómetros de ahí, en el lado sur de Collique, Christian entretiene la vista con los bailes cimbreantes de un go-gó vestido solo con un hilo dental negro y borceguíes militares mientras bebe un cuba libre. No hay mucha gente en el G4G, un club gay discreto, debido a que es mitad de semana.

“Rico culo”, dice alguien en su oreja izquierda.

Christian gira y se encuentra con un joven tan alto como él, de rostro tan agradable como el suyo, vestido en un raro traje que le recuerda a algún superhéroe y que revela un bien trabajado cuerpo como el suyo, que huele agradable como él… pero que, incluso con esa pobre luz, se nota más blanco que él.

“¡Edú!”, lo reconoce, choca las manos y le da un abrazo.

“El mismo”, le confirma el chico con un marcado acento venezolano.

“Pensé que te habías ido a la capital”.

“Mis planes no salieron como esperaba, pero seguiré intentando”.

“Y… ¿qué sabes de tu amiguito, el Tito?”

Edú sonríe y mira al go-gó:

“Debe seguirme odiando, pero no es mi culpa: yo le dije bien claro qué buscaba y él confundió gimnasia con magnesia”.

“O tubérculo con ver tu culo”.

Ambos jóvenes ríen.

“Algo así, pana”.

“Tito odia a todos los venezolanos, en realidad; pero… ¿qué puedes esperar de un tipejo inculto de aldea, que solo fue al servicio militar porque no tenía más opciones?”

“Tampoco lo batees así, chamo. Tito es buena persona; solo que confunde las cosas, eso es todo”.

“¿Y sigues solo, Edú?”

“¿Depende de para qué”.

Christian sonríe, y en cuestión de minutos ambos ingresan a un privado del club, donde se sientan, abrazan y besan con locura. Edú desabotona la camisa del abogado y comienza a chuparle ambas tetillas, lamerle por en medio de los pectorales y abdominales mientras que con la mano derecha acaricia el paquete hasta ponerlo duro; baja la bragueta y libera el pene de diecinueve centímetros, grueso, erecto y lubricado. Sin que se lo pidan, Edú lo chupa tratando de tragárselo.  Christian acaricia la espalda del chico y trata de alcanzar sus nalgas; siguen duras y levantadas. Mete su mano por la pretina del pantalón y descubre que el chico no lleva ropa interior, así que lo siguiente será estimular cuidadosamente el ano con su dedo.

“La gran puta, la mamas riquísimo”, masculla en medio de su excitación. “Arrodíllate en el mueble”.

Edú hace caso y se pone en cuatro patas. El abogado  baja el pantalón y descubre los lampiños glúteos, en medio de los que un ano deliberadamente pulsante está listo para que lo asalte con su lengua.

“Así, chamo. Cómeme bien el culo, vale”.

Christian se baja su pantalón y bóxer y coloca su glande en el esfínter ya dilatado; comienza a empujar. Edú toca el falo a punto de penetrarlo.

“Ponte condón, vale”, alcanza a pedir.

“No jodas, no tengo nada”.

“No importa, chamo; prefiero con capuchita”.

“OK”, responde Christian algo fastidiado, y se levanta el pantalón.

“No pienso moverme de aquí hasta que me la claves, pero con condón”, dice Edú quien sigue en cuatro patas, el ano latiendo deliberadamente. Christian se tranquiliza, y sin abotonarse la camisa sale del privado, camina hasta el baño de la zona VIP y busca la máquina expendedora de preservativos. Cuando está recogiendo el paquetito, algo llama su atención en el espejo: un hombre joven desnudo (solo tiene muñequeras doradas), negro, anatomía de fisicoculturista, bien dotado, lo mira con una sonrisa desafiante en el vidrio. El abogado se molesta y camina hasta donde se supone que se generó el reflejo, pero no encuentra a nadie. Sale del baño. Nadie tampoco. Va a su privado.

“¡¿Vino aquí?!”, pregunta casi fuera de sí.  “¿¡¡¿Vino aquí?!!”

Edú gime y jadea solo, con mucha intensidad, no le hace caso, las nalgas bien abiertas, el ano muy dilatado. Christian deja caer el paquete de preservativos al suelo, siente que el aire se le acaba, y se desvanece ahí mismo. Cuando despierta, una luz blanca intensa parece encandilarlo y un olor característico llega a su perfilada nariz. Cierra los ojos otra vez. Escucha un murmullo de gente. Abre sus ojos otra vez y mira hacia lo que sería abajo, aunque en realidad es adelante porque está acostado en una camilla. Un policía uniformado está dormido en una silla con el cuerpo apoyado en la pared. Christian intenta incorporarse pero siente que la cabeza va a explotarle; suspira, y el efectivo se despierta, poniéndose de pie. Se le acerca.

“¿Se siente bien?”

“Zapata… ¿dónde estoy?”

“Me reconoce… buena señal”.

El policía da media vuelta.

“¿A dónde vas?”

Zapata se detiene y gira:

“A buscar a la técnica de enfermería”.

“¿En qué hospital estoy?”

“Apoyo Collique Sur, doctor”.

“¿Quién me trajo aquí?”

Zapata toma su libreta que está en una de las mesitas plegables, revisa sus notas:

“Dos empleados de un local nocturno llamado Ge Cuatro Ge; lo hallaron desmayad…”

“Ya…”

“¿Ya recuerda algo?”

“¿Quién inventó semejante huevada?”

“Afirman que estaba en un privado con un varón, quizás veinticinco, apariencia de venezolano quien salió huyendo del lugar. ¿Le dice algo?”

“Sí… que alguien quiere dañar mi reputación”.

Zapata se acerca un poco más a la camilla:

“Ese Ge Cuatro Ge es un local para…”

“Escucha: no me interesa qué te haya dicho quien me trajo, pero ese atestado no va a decir nada de un Ge Cuatro Ge, ni Cuatro ge, ni Tres De…”

“Pero, doctor…”

“Saldrá como yo diga. ¿Entendiste, Zapata? Como yo diga”.

 

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